LE PÈRE DE MES ENFANTS, de Mia Hansen-Løve

Hansen-Løve, inédita en España, é un dos máis sólidos valores do 'novísimo' cinema francés

ELOGIO DE UNA CINEASTA DISCRETA · 

Actriz a las órdenes de Olivier Assayas en Fin août, debut septembre (1998) y Les destinées sentimentales (2000), colaboradora de los Cahiers entre 2003 y 2005, la más joven de los ¡novísimos’ del cine francés, Mia Hansen-Løve -que coincidiendo con la salida de este primer número de A Cuarta Parede celebra su treinta cumpleaños- cuenta ya con dos largometrajes en su haber como directora: Tout est pardonné (2007), premio Louis Delluc, y Le pére de mes enfants, Premio Especial del Jurado en el pasado festival de Cannes de 2009; y guarda para este 2011 el estreno de su nuevo filme, Un amour de jeunesse, y aún así sigue siendo una desconocida entre nosotros.

¿Pero por qué hablar de Hansen-Løve? ¿Por qué ahora? Más allá de la tentación de señalar nuevamente la reiterada cabezonería de nuestros programadores (sigue sin estreno en nuestro país), creemos que es importante llamar la atención sobre un film (y una cineasta) tan pequeño en apariencia como puede ser este Le pére de mes enfants, cuyas virtudes acaban destacando al ser puestas en relación de contraste con las obras de sus contemporáneos.

Allá donde otros se dedican a perseguir la trascendencia a golpes de simbolismo, limitando la expresión cinematográfica a una especie de infantil juego de adivinanzas (comparémosla, por ejemplo, con la epatante pirotecnia de la recién celebrada Mr.Nobody (2009) de Jaco Van Dormael), las narraciones inmersas en lo cotidiano y la sutil inmediatez de las imágenes propuestas por Hansen-Løve semejan en su desnudez caminar justo en la dirección contraria, optando por el ‘borrado’ sistemático de sus propias huellas o de cualquier indicio de simbología, constatando a cada paso un talento afianzado a fuerza de una desacostumbrada ‘discreción’. De este modo, cuando Grégoire Canval, protagonista por presencia o ausencia de esta Le pére de mes enfants decida acabar que su vida lo hará sin grandilocuencia, caminando sin rumbo claro por una calle atonal, despojada de todo rasgo significante.

Sin embargo esta ‘discreción’ a la que nos referimos no es tanto aquella de la que había hablado David Bordwell en relación al cine clásico de Hollywood1, en la que el relato aspira a ocultar los medios de su creación favoreciendo una trama que avance ‘por sí misma’, con una imparable lógica de causa efecto, sino una variante mucho más sutil y -como señaló Hilario J.Rodríguez2– más directamente emparentada con los elípticos relatos de Anton Chéjov que con la rigurosidad de la maquinaria hollywoodiense. Hansen-Løve consigue hacer de sus narraciones un tejido que, si se me permite la obvia contradicción de términos, podríamos definir como de una frágil contundencia, en la que los acontecimientos son capturados sin filtros ni resaltes, en su gesto e inmediatez esenciales; en los que “cada instante tiene su densidad propia, pero ésta no está en el diálogo” o en la acción, “sino en el silencio, en la vida que se escapa”1. En la vida que su cámara atrapa.

Si prestamos atención tanto al acontecimiento central del filme (el ya comentado suicidio de Grégoire, su protagonista) como a la plasmación (estupenda, por otra parte) del entorno en el que los personajes se mueven (el trabajo de una productora cinematográfica en los márgenes de la industria) veremos que éstos son en esencia elementos perfectamente sustituibles, intercambiables; y que por tanto no importan más que en su inmediatez. La excusa del cine dentro del cine, para Hansen-Løve no es un fin en sí mismo, sino más bien un medio conocido del que poder servirse para hablar de aquello que en realidad más le interesa. Lo que la mirada de la cineasta privilegia es antes de nada la delicada materialidad de todos esos pequeños gestos que componen los ‘aledaños’ de su filme, esa ‘vida que se escapa’ a la que hacíamos referencia más arriba: la familia, la educación de los hijos (podemos afirmar sin temor a equivocarnos que pocos cineastas saben filmar los niños como lo hace Hansen-Løve), las relaciones matrimoniales o laborales y la colisión entre las aspiraciones individuales y una sociedad en la que la ‘lógica’ de la economía rige en muchos aspectos nuestro destino.

No es éste, evidentemente, un caso único, sin filiaciones. No nos atreveríamos a decir que Mia Hansen-Løve presente por sí misma un aspecto novedoso o único en el cine de autor europeo; sin salir de Francia, de Pialat y Garrel al propio Assayas estas armas se han trabajado y afinado desde hace tiempo; sin embargo, creemos que un filme como éste trasciende con creces la mera categoría de ‘filme de alumno aplicado’, confirmando la valía individual de su autora.

Le pére de mes enfants es un retrato directamente inspirado en la vida y la muerte de Humbert Balsan -a quien está dedicado el primer filme de la cineasta, Tout est pardonné-, hombre de cine parisino que a través de su compañía Ognon Pictures dio salida a medio centenar de filmes de nombres como Youssef Chahine, Claire Denis o Bela Tarr. Balsan se labró además una singular carrera como actor, incorporando papeles para Jacques Rivette, Maurice Pialat e incluso el Gauvin de la bressoniana Lancelot du Lac (1974).


 

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(1) BORDWELL, David, STAIGER, Janet e THOMPSON, Kristin. El cine clásico de Hollywood, Barcelona, Paidós, 1997.

(2) CASAS, Quim (ed.). La Contraola. Novísimo cine francés, Festival Internacional de Cine de Donostia-San Sebastián, Filmoteca Vasca-Euskaldito Filmategia, 2009.

(3) BARRAULT, Jean-Louis, en LAFFITTE, Sophie. Tchekhov par lui-même, París, Éditions du Seuil, 1955.

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