Libertad, de Clara Roquet

Libertad, de Clara Roquet

© Avalon

Los términos religiosos no suelen entrar como norma dentro de mi vocabulario habitual, pero hablar de esta película sin decir, por ejemplo, que es una bendición y que tiene una pureza ilimitada y cristalina, se me antoja complicado de base. Clara Roquet despliega en Libertad (2021), su primer largometraje como directora y guionista, una delicada y directa caligrafía visual, con una cámara casi ausente, consciente de que no es ni necesita ser la protagonista, y una capacidad emocional y empática para bucear por los diferentes paisajes internos de sus personajes. El resultado acaricia el milagro, y hace que un terco-escéptico como yo se plantee seriamente la existencia de los mismos.

Clara Roquet es una guionista con una amplia trayectoria, que siempre ha girado en torno a temas y preocupaciones sociales que ponen la mirada, sobre todo, en la gente joven de hoy. Destacan en sus trabajos dos cosas fundamentales: la honradez y la reflexión sobre lo sumergido, lo que muchas veces no vemos o no queremos ver, y el derrumbe de una generación que ha marcado fronteras y se ha separado de las de sus padres y abuelos. Tiene dos cortos en su filmografía, El adiós (2015) y Les Bones Nenes (2016), en los que ya se ven mucho más que los indicios que podemos encontrar de forma desarrollada en Libertad. De hecho, estas piezas parecen una continuación natural y orgánica que desemboca en su cuidada ópera prima, es decir, los trazos y las consecuencias de un mismo viaje.

Libertad se centra en la vida de Nora, y desde su punto de vista se narra toda la película. Nora es una chica catalana de clase alta que pasa las vacaciones de verano en una casa familiar en la Costa Brava, allí se encuentra con Libertad, la hija de Rosana, la mujer que cuida a su abuela, que padece Alzheimer. Entre las dos chicas surge la amistad, pero es una relación desigual. Nora siente una atracción especial por el mundo de Libertad, que ha vivido y sentido mucho más que ella a pesar de tener casi la misma edad. La idea de trabajar con la pérdida de la inocencia está ahí, aunque el foco principal donde quiere situarse la película es otro: el privilegio y su condición, así como las diferencias sociales entre las dos chicas. Nora está en ese periodo vital de transición a la adolescencia y los “despertares” que vienen con ella, algo que gracias a Libertad conseguirá experimentar. Al final, uno de esos “despertares” (el más importante y sobre el que da vueltas la cinta) es la toma de conciencia de esa condición privilegiada de la que gozan ella y su familia.

Así, Clara Roquet retrata mundos como el del clasismo social, las enfermedades degenerativas o los problemas familiares, que no le son para nada ajenos y parece conocer muy bien. Gracias a ello, contemplamos vida, sangre y corazón, de ahí esa capacidad de las imágenes de traspasar la pantalla, contagiar cada emoción y sentir la respiración de personajes que no lo son, que cruzan las líneas de lo diseñado, preestablecido y planificado, para convertirse en personas. Hace converger y convivir situaciones delicadas que dependen muchas veces de un fino hilo, de las que es muy complejo salir con la firmeza y equilibrio que demuestra la directora durante un metraje que nunca decae y siempre está en constante avance y descubrimiento, como no podía ser de otra forma en una película que, en un primer plano, nos viene a cantar ese despertar de la adolescencia y el entierro de la infancia.

Libertad, de Clara Roquet

© Avalon

Libertad es una película incendiada de verdad, llena de detalles, de matices, sutilezas, miradas que agrietan las venas y hacen arder mundos, murmullos y atmósferas que crean un algoritmo perfecto de ingravidez y verosimilitud. Un guion que apuesta por despojarse de artificios y giros elocuentes y marcados, para abrazar la sencillez como una poderosa arma desde la cual transmitir emociones que nos llegan intactas, sin filtros ni virtuosismos formales que hagan agonizar el empeño de la cinta en ser vida.

La dirección de las actrices es brillante, roza lo genuino, lo imposible. Se calla mil veces más de lo que se dice. El lenguaje corporal es tal torrente de riqueza e inteligencia emocional que cada primer plano se convierte en una lección de intensidad, de aguante, de talento, de sintonía con lo que se está contando y cómo se está contando. Nora tiene una mirada que quiere y se muere por saber. Los imponentes ojos de María Morera persiguen, incendian, subrayan y lo analizan todo, hasta llevarla a esa orilla, muchas veces fangosa, que es la realidad, y a cruzar el río que la va alejando de su inocencia.

Puede que algunas escenas se alarguen de más y otras parezcan apuradas. Puede que el ritmo pausado y cuidado no sea siempre el mismo (como si tuviera que serlo), y que se produzcan pequeñas arritmias en la narración. Puede que el final insinúe cierta precipitación y deje con ganas de más. Pero las virtudes son tantas y la honestidad tan absoluta, que cualquier pequeño error no tiene fuerza para hacerle un agujero a la trama o para sacarnos de la misma, y en el remoto caso de que eso suceda, unas actrices que entienden, defienden sin límites, viven y otorgan belleza a sus personajes, están ahí para recogernos y devolvernos al sueño que es contemplar cómo Libertad consigue atracar en todos los puertos que se propone (que no son pocos).

La cámara, monótona en composiciones y escasa en recursos técnicos, no lastra lo que considero que es su principal objetivo: simular que no existe, que lo que allí sucede es verdad y está ocurriendo en directo, de alguna forma inexplicable (yo nunca buscaría una explicación, devoraría esa ignorancia), delante de nosotros. Libertad es una película muy personal, interesantísima y recomendable, que demuestra no solo que Clara Roquet tiene una voz firme y poderosa y un presente asegurado dentro de la cinematografía española, sino que le aguarda un futuro prometedor.

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