そして父になる (LIKE FATHER, LIKE SON), de Hirokazu Kore-eda

Hasta 2013, Hirokazu Kore-eda ha vivido al margen del gran público japonés. Su cine se ha movido en la frontera, en los circuitos alternativos y, sobre todo, en Occidente y en sus más prestigiosos festivales cinematográficos. Si hacemos una somera revisión de los datos que sus últimos filmes han logrado en Japón, descubrimos con asombro que las cifras son irrisorias: 歩いても 歩いても (Still Walking, 2008) obtuvo 167.047 dólares, 空気人形 (Air Doll, 2009) 847.373, 奇跡 (I Wish, 2011) descendió hasta los 154.808 dólares; mientras que, como cara de la otra moneda, entre los tres lograron una quincena de premios en certámenes internacionales. 

La llegada de そして父になる (Like Father, Like Son) ha producido milagrosamente una fractura en la habitual relación del cineasta con su público local: los resultados en taquilla han sido espectaculares, llegando a superar los 31 millones de dólares y batiendo en su primera semana a Despicable Me 2 (Pierre Coffin & Chris Renaud, 2013) o a la comedia ligera 謝罪の王様 (King of Apology, Nobuo Nizuta, 2013). ¿Cuáles han sido los motivos para permitir esta vertiginosa ascensión de Kore-eda? ¿El público ha descubierto ahora lo que desde fuera se ha estado encumbrando en las dos últimas décadas o es que Hirokazu Kore-eda ha transformado su discurso?

Muchos han sido los que han achacado este cambio de actitud del público a la temática que el cineasta ha elegido para su último largometraje: la historia de dos familias que descubren que sus hijos fueron cambiados al nacer. Aunque a día de hoy estos ‘deslices’ hospitalarios han dejado de producirse, las autoridades japoneses conservan constancia de muchas de estas negligencias durante el boom natalicio que tuvo lugar en el país en la década de los años sesenta. El tema es, sin lugar a dudas, de una universalidad innegable y permite a Kore-eda conectar con un público amplísimo, incluido el local. Sin embargo, en Japón, este peliagudo asunto tiene unas connotaciones diferentes: en un país obsesionado por la estructura y la jerarquía social, el linaje se convierte en base y fundamento de la existencia misma. Fuera de la familia no se es nadie y la pertenencia a este grupo, marcada por el ADN, se convierte en el punto de partida desde el que se vertebra la identidad del individuo. Dicho de otra forma, esta estricta norma social hizo que en el cien por cien de los casos, las familias eligieran la sangre al descubrir el cambio de sus hijos, sin importar que estos tuvieran tres meses o seis años.

El descubrimiento de esta cruda realidad llevó a Hirokazu Kore-eda a interrogarse sobre qué significaba ser padre. El título original subraya esta búsqueda: “Y entonces, me convertí en padre”, lejos del manido y carente de significado refrán que se ha elegido para su distribución internacional. Kore-eda se hizo esta pregunta tras el nacimiento de su hija hace seis años –exactamente la misma edad de los niños protagonistas, aunque no es ésta la primera vez que su biografía encuentra un hueco en su ficción: la muerte de su madre sirvió de germen de la espléndida Still Walking, demostrando una vez más su interés por entretejer realidad, memoria y ficción. Este podría ser uno de los motivos de su éxito, pero no el primero ni el principal bajo nuestro punto de vista. El mismo Kore-eda reconocía en un encuentro durante el London Film Festival que la presencia del actor Masaharu Fukuyama había ayudado a darle visibilidad al filme en su país natal.

Fukuyama es uno de los actores más famosos del star systemjaponés actual. Archiconocido por la serie de televisión ガリレオ (Galileo 2007-2008), su sola presencia ha supuesto el aliciente clave para la audiencia nipona. La película gira en torno a su personaje y será en él en quien se viertan todas las cuestiones morales que trata Like Father, Like Son. Él es el representante del modelo tradicional, del padre estricto que presiona a su hijo, consciente e inconscientemente, para que forme parte de una élite a la que él pertenece y a la que, sin embargo, su esforzado hijo no consigue llegar; él elegirá la sangre por encima del vínculo afectivo, en busca de la reproducción de un modelo que podría parecer obsoleto pero que está de rabiosa actualidad en Japón.

La mirada de la cámara será pues mayoritariamente masculina. El filme se va a centrar en la experiencia vivida por el arquitecto Ryota Nonomiya, al que se le opondrán en un duelo dramático el resto de personajes: su mujer, su hijo biológico, su hijo de facto, la familia Saiki –padres del otro niño- y la sociedad entera. Esto explica que su esposa quede relativamente al margen: su situación se va retratando de una forma minimalista a través de sus silencios, de sus gestos y de lo no dicho, porque la interrogación germinal del relato pertenece a la figura del padre.

Kore-eda utiliza sabiamente sus recursos, tanto narrativos como estéticos. Su puesta en escena es impecable y su dirección de actores ejemplar. La fotografía de Mikiya Takimoto añade elegancia y sobriedad a un filme que, como viene siendo habitual en el cineasta japonés, se toma su tiempo para exponer sus disquisiciones. A medio camino entre lo íntimo y lo social, lo ficticio y lo documental, el cineasta alimenta su discurso con referentes procedentes de la realidad. El caso más curioso, y uno de los más cómicos, viene de la mano del pequeño Shōgen Hwang -Ryūsei Saiki en la película- que repite incesante ante la cámara la frase inglesa “Oh, my God”, una sentencia propia del pequeño que usó cuando Kore-eda estaba haciéndole su audición. Mientras, el otro niño, Keita Nonomiya, conserva su nombre real en la ficción, subrayando los vericuetos por los que oscila la filmografía del director.

Ganadora del Premio del Jurado en el Festival de Cannes y el Premio Wuaki.TV del público en el Festival de San Sebastián, el gran problema de Like Father, Like Son, sin que por ello se vean mermadas sus muchas virtudes, es precisamente que está firmada por Hirokazu Kore-eda. Cineasta inquebrantable, Kore-eda es una de las pocas voces críticas de la cinematografía japonesa. Él se ha atrevido a tratar temas, a denunciar realidades, que difícilmente hubieran tenido cabida en el mainstream: que se lo digan si no a Hayao Miyazaki y al aluvión de ataques que ha recibido por 風立ちぬ (The Wind Rises, 2013). Sin embargo, en esta ocasión, su tono se ha aproximado más a los estándares del melodrama japonés que a los suyos propios. La narración es más clásica, las ramificaciones inferiores y, por encima de todo, su mirada escrutadora pierde parte de la mordiente e irónica radiografía social de la que hace gala su estilo. No es que la mordacidad esté ausente, es que se ha visto dulcificada en pos de una inevitable resolución del conflicto, algo a lo que el director no nos tiene muy acostumbrados. Echamos en falta el humor hiriente de Still Walking o la poética tristeza de 誰も知らない (Nobody Knows, 2004).

Toda esta disquisición edulcorada supone, por un lado, sintetizar en la pantalla lo que significa ser padre para el director mientras que, por otro, perfila un posible cambio en las reglas sociales japonesas… como un deseo expresado en voz alta. Like Father, Like Son busca empatizar, remover conciencias, llevar a la reflexión y, ante todo, desenmarañar el misterioso hilo con el que se unen las relaciones familiares. El cine de Kore-eda sigue siendo poderoso, una sabia combinación entre drama, sensibilidad y ponderación de los hechos. Sin embargo, aquí nos lamentamos por lo que pudiera haber sido si no hubiera incurrido en una atenuación de su pulso crítico.

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