MÁS ALLÁ DE LA ÚLTIMA FRONTERA

Lo decía Merovingio en Matrix Reloaded (The Wachowski Brothers, 2003), solo hay una verdad en el universo: la causalidad, por cada acción hay una reacción. Por ello no es de extrañar el fenómeno que, a modo de línea argumental, ha seguido el festival de Sitges de este año. Aunque oficialmente la presente edición estaba dedicada al mundo de la inteligencia artificial algo se ha movido de forma algo soterrada pero evidente: la profusión de films cuya lectura nos traslada a la inquietud por la crisis mundial que seguimos sufriendo. Si al principio hablábamos de acción-reacción es porque las películas de este año responden de alguna manera a lo visto en la edición pasada. Si entonces la crisis se manifestaba estrellándose con toda su crudeza contra el último bastión defensivo (como por ejemplo en Secuestrados de Miguel Ángel Vivas), la institución familiar, los films de este año ya no presentan batalla, sino que manifiestan un escenario de derrota absoluta. Ya no se trata de cómo luchar en contra de la crisis, su triunfo se da por descontado, sino de analizar qué será de nuestro mundo una vez todas las barreras hayan caído.

Un futuro que báscula entre el apocalipsis energético y la distopía orwelliana pero que tiene en común que el panorama trazado no es nada halagüeño, y más si lo comparamos con lo que los films de catástrofes (o directamente catastróficos como los de Roland Emmerich) suelen ofrecer, esto es, un desastre más o menos destructor pero que a la postre siempre acaba con un mensaje positivo, o si se prefiere moralista, donde el ‘happy end’ actúa como motor de redención del ser humano. Una visión egocéntrica que pone al ser humano como capaz de superar cualquier adversidad incluida su propia naturaleza. Por contra los mundos post-crisis que hemos visto ponen paradójicamente también su acento en el ser humano pero desde un prisma absolutamente opuesto. El hombre es un animal cautivo de sí mismo, de sus instintos, un ser incapaz de asociarse por un bien común o de rebelarse contra el mundo de injusticias en el que vive.

Aunque la descripción de estos mundos futuros posibles ha sido variada, tres son los grupos de films en los que se podrían dividir: las distopías sociales, los mundos post-apocalípticos y, quizás como novedad en esta clase de temas aparecen un grupo de películas cuya preocupación principal es analizar, desde un punto de vista intimista, el último día en la tierra tal y como lo conocemos.

Orwell renace, aunque quizás nuca murió del todo, en films como EVA (Kike Maíllo) o Carré Blanc (Jean-Baptiste Léonetti). Films aparentemente opuestos pero que en sus visiones extremas coinciden en un punto: la total deshumanización de los seres humanos. El contraste se produce entre la luminosidad del film catalán y la oscuridad del francés. Se trata de enfocar de forma diferente como se puede perder fácilmente aquellas cosas que conforman lo que llamamos humanidad. Así en EVA asistimos a un mundo aparentemente harmonioso y perfecto, pero que, habiéndolo fiado todo al imperio de la razón se transforma en un páramo sin alma. Un mundo tan helado como el pueblo en el que se desarrolla la acción y que acaba por mostrar que no hay diferencia entre los robots y las personas, aprendiendo aquellos lo peor de nuestra especie y fundiéndonos en un magma donde la distinción ya no es posible. Muy diferente a este mundo encontramos una sociedad en Carré Blanc donde la presencia de un ente dominante (sea el estado, sea una corporación) se encarga de educar a las personas desde pequeñas en un ambiente de ultra competitividad, donde las emociones como la piedad o la solidaridad son eliminadas en favor de la humillación y la violencia. Una distopía oscura que sirve para reflejar algunos de los aspectos de nuestra sociedad actual (especialmente en el ámbito laboral) y lanzar un mensaje de advertencia sobre donde podríamos llegar, no solo a corto plazo ya que, de forma soterrada nos indica que una sociedad como la mostrada solo tiene un final: la autodestrucción y con ello la extinción del ser humano.

Todos hemos imaginado en algún momento que haríamos en caso de que fuera el último día antes del fin del mundo. A semejante interrogación siempre hemos respondido con opciones que van desde el hedonismo más festivo hasta las muestras de depresión más negras. Pero si algo tienen en común estas reacciones es que parten del supuesto de la autoconsciencia del fin, como si tal evento pudiera ser anunciado con antelación cual pronóstico del tiempo. Esta tesitura es explorada desde puntos de vista que acercan al espectador a este acontecimiento. Todas ellas comparten la exploración de las reacciones humanas a pequeña escala, a las reacciones íntimas que el suceso provoca. Nos alejamos pues del modelo ‘michaelbayero’ (como por ejemplo en Armaggedon, 1998) donde las reacciones eran a escala mundial, imbuidas de heroísmo y de una esperanza un tanto naïf. Así en 4:44 Last Day On Earth de Abel Ferrara todo se reduce a la mínima expresión, a captar la esencia del drama en un espacio reducido, casi claustrofóbico, donde las dos reacciones opuestas de los protagonistas metaforizan lo que podría ser una reacción a escala global. Un film irregular, que echa en falta al Ferrara más virulento de los años 90 y que parece mimetizarse con las actitudes zen de la protagonista de su film.

Más violenta en cambio resulta Melancolía de Lars Von Trier, película ampulosa más en la forma que en el fondo. El espectáculo es de una apariencia gigantesca; intentando reformular las tesis cinematográficas tarkovskianas llevándolas al extremo Von trier escenifica el drama que supone saber que el fin se acerca inexorablemente, pero aunque aparentemente estamos hablando de la destrucción planetaria estamos ante lo que es una escenificación de la destrucción personal como forma de redención. Una colisión entre dos mundos que es el reflejo de un choque más profundo, el de las sensibilidades opuestas familiares o incluso la que todo ser humano sufre entre su ser interno y su yo aparente. Un film que, lejos de distraer por su aparatosa puesta en escena, consigue fundir lo macro y lo micro, lo eterno y lo efímero. Sin duda uno de los films más grandes que se han proyectado en Sitges 2011.

Más lúdica se presenta Invasion of Alien Bikini segundo film del director de The Neighbor Zombi, Oh Young-doo, donde sigue con particular cine de guerrilla, poco presupuesto, imaginación desbordante y una estética que bordea el delirio pop cuando no el esperpento más kitsch. Más allá de estas consideraciones no deja de ser apreciable el intento de reducir una invasión alienígena a la mínima expresión: un solo alien, enfundado en el cuerpo de una joven en busca de sexo, busca procrear para destruir el marco espacio-temporal. Argumento ciertamente delirante pero que conecta con la idea de la invasión por la puerta de atrás muy alejado de la destrucción masiva a lo Independence Day (Roland Emmerich, 1996), como también alejada de esta clase de cine es la representación del héroe que ha de impedir la masacre. Nos hallamos ante el retrato de un perdedor, un anti-héroe lastrado por sus traumas que oscila entre la inocencia más naïf y la perversidad más violenta. Un personaje que se personifica como ejemplo paradigmático de lo mejor y peor de la sociedad surcoreana. Así pues lejos del cachondeo prometido (que también lo hay) Invasion of Alien Bikini acaba resultando un documento amargo sobre una realidad que no es todo lo bonita que aparenta y cuyo desenlace acaba por configurar un panorama negrísimo de destrucción asegurada.

Argumentalmente más clásicas, en cuanto a su tratamiento del apocalipsis, Hell del debutante Tim Fehlbaum y Juan de los muertos de Alejandro Brugués, se adentran en territorios post apocalípticos ya transitados anteriormente. Así el film presentado por el director alemán nos introduce en un mundo muy conectado estéticamente con la saga Mad Max (George Miller) y argumentalmente con The Road (John Hillcoat, 2009). Con el formato de una road movie esta es una película que deja claras las causas, el cambio climático, y las consecuencias, la lucha violenta por la supervivencia, del apocalipsis. Un planteamiento directo cuya mayor virtud es situarnos de plano en el contexto pero que precisamente por su concreción argumental impide ir más allá de lo que sería un survival movie clásico. Se echa en falta algo de más de reflexión y de profundidad en los personajes. A cambio si hay que resaltar la pericia del director tanto en las escenas de acción como en la puesta de escena, dándole especial importancia a la luz (según el director, Hell se refiere a la palabra alemana cuya traducción sería “brillante”, no “infierno” en traducción inglesa) y a la irónica banda sonora. Un film intrascendente, que aporta poco al género, pero que resulta cuando menos entretenido.

Pero lo que no podía fallar, si de destrucción y escenarios post-apocalípticos hablamos, es el mundo de los zombies. En esta ocasión vienen a conquistar y destruir Cuba, con lo que la lectura política del tema queda más que asegurada. Es precisamente esta parte del film la más interesante, al ofrecer un fresco de la cotidianidad cubana y como afrontarían un escenario, semejante. Un retrato que es deudor de Romero (¡cómo no!) pero que bebe más de Shaun of the Death (Edgar Wright, 2004), imitando tanto la crítica a su sociedad como el sentido del humor del que hacía gala la película inglesa. Un intento que se queda a medias al ser sus fuentes demasiado claras, demasiado obvias y convirtiendo el metraje en un desfile continuo de homenajes y referencias cinéfilas que desvirtúan el mensaje político completamente. No por ello deja este de ser francamente divertido, reflejando la situación de deformación de la realidad de los medios (los zombies son llamados disidentes en el que posiblemente sea el giro más divertido del film) y la picaresca innata a cierta cultura latina como forma de supervivencia. Una película, por otro lado, que no consigue metaforizar a los zombies más allá de su ámbito local y que por tanto pierde la oportunidad de erigirse en un fresco global sobre los miedos de los seres humanos al enfrentarse a “los otros”.

Evidentemente sería imposible glosar todas y cada una de las películas con conexiones argumentales hacía otros mundos posibles. Sin embargo estos son buenos ejemplos de una corriente que lejos de amainar parece aumentar año a año en cuanto a la preocupación por saber hacia dónde se dirige la sociedad. Una preocupación que se aleja más y más de las fábulas de salvación y que se encamina hacia una deriva cada vez más y más pesimista. Un cine que empieza a fusionar géneros, dejando la ciencia ficción pura y dura para adentrarse en el drama, la comedia o incluso en el cine de denuncia política. El año pasado cayó la familia, este año el ser humano como individuo y, mientras esta crisis (que no tiene visos de finalizar) continúe habrá que ver cual será la nueva barrera, cinematográfica por su puesto, que derribará. En todo caso si parece que algo positivo podemos sacar de toda esta profusión de cine catastrofista y de la crisis en sí; por un lado la toma de conciencia que estos films ayudan a tener y por otro la desbordante imaginación y profusión de ideas que se está produciendo. El año que viene veremos que nos depara el destino, en todo caso esperemos que ante tanta destrucción al menos Sitges continúe en pie.

Comments are closed.