UN MAPA PARA LOS ESTUDIOS DE CINE


¿Dónde estudiar cine? La oferta actual se encuentra tan dispersa que cualquier adolescente que quiera profundizar en su pasión quedará atrapado en esa pregunta cuando tenga que escoger destino. El principal problema que tendrá que afrontar de partida es la escisión entre los estudios teóricos, que enseñan a analizar y a pensar los filmes, frente a la formación práctica, que enseña a hacerlos. Estas dos opciones deberían ser complementarias, pero en el panorama educativo del Estado español resultan contrapuestas por el antagonismo entre el mundo académico, representado por las universidades (en su mayoría públicas), y el mundo profesional, representado por las escuelas de cinema (en su mayoría privadas).

Trabajar en equipo’: la autarquía del sistema universitario español

Los estudios sobre cine, en el fondo, son bastante populares en el mundo académico, a juzgar por la progresiva aparición de publicaciones especializadas y congresos monográficos durante las dos últimas décadas. El ‘giro cultural’ que experimentaron las ciencias sociales ante la quiebra del paradigma estructuralista introdujo poco a poco los ‘cultural studies’ (y junto a ellos los ‘film studies’) en numerosos departamentos universitarios de todo el Estado, de forma que ahora hay una densa red de investigadores que trabajan sobre cine y de profesores que lo enseñan en sus aulas.

Esta transversalidad de los ‘film studies’ llevó al cine a departamentos y facultades tan diversos como Comunicación Audiovisual, Periodismo, Historia, Historia del Arte o Filología, pero también está jugando en su contra por culpa de las dinámicas autárquicas de estas instituciones. Hay una tendencia alarmante a la incomunicación entre un historiador de Santiago de Compostela, un filólogo de Zaragoza y un especialista en comunicación de Barcelona, por ejemplo, a pesar de que todos trabajen sobre cine, y lo peor de todo es que probablemente ninguno de ellos esté en contacto con los profesores de la Escuela de Cine y Televisión de Madrid. Cada departamento, incluso a veces cada investigador, tiene su propia perspectiva de análisis, sus propios teóricos de referencia y su propia red de contactos, un circuito cerrado basado en la celebración de congresos, edición de revistas y elaboración de programas docentes donde la endogamia académica anula cualquier tentativa de transversalidad.

Los especialistas en comunicación, por ejemplo, analizan el papel del cine en la galaxia mediática actual, atentos especialmente a decodificar aquellos filmes más autorreflexivos. Los historiadores contemporáneos, al contrario, están más interesados en utilizar el cine como testigo o relato histórico, mientras que los historiadores de arte procuran establecer un registro de los filmes existentes a partir del que elaborar un canon basado en su relevancia estética. Los filólogos, por último, analizan los filmes como síntomas de tendencias sociológicas, la mayor parte de las veces más centrados en la teoría social que en la estética. Esta enumeración resulta simplista, por supuesto (muchos académicos, por suerte, son gente bastante espabilada y atenta a nuevas tendencias), pero señala la falta de relación interdisciplinar de la que padecen las universidades del Estado. En el peor de los casos, esta autarquía intelectual lleva a ignorar los hallazgos de colegas de otros departamentos o, aún peor, a competir contra ellos por un mismo objeto de estudio en lugar de poner en común investigaciones que puedan estar relacionadas.

Los principales perjudicados de esta tendencia centrífuga no son los investigadores, que siempre pueden invertir ese defecto a fuerza de lecturas y contactos, sino sus alumnos, esos estudiantes apasionados por el cine que están saliendo de la universidad con una formación sesgada por causa de las monotonías de sus profesores: a veces, al poner demasiado énfasis en un único aspecto (una teoría concreta, un canon limitado, una afirmación anacrónica), se pierde la capacidad de ver y valorar el conjunto.

Thom Andersen da clases sobre tendencias actuales del cine en CalArts, donde proyectó recientemente filmes como 'Todos vós sodes capitáns' o 'Morrer Como un Homem'.

California Dreamin’: límites y aciertos de las escuelas de cine en Los Ángeles

Las universidades estadounidenses no son mejores que las europeas, solamente tienen más dinero. La ventaja comparativa viene entonces, en parte, del uso que le dan a ese dinero, pero sobre todo de la perspectiva y de la ambición con la que emprenden sus proyectos docentes. En el caso del cine, cuentan además con dos factores añadidos a su favor: en primer lugar, el volumen de su producción cinematográfica les permite combinar el análisis de la historia del medio (la evolución del cine como arte y como industria) con la historia del mensaje (la elaboración de un canon y su posterior interpretación estética y sociológica), mientras que en segundo lugar, su ventaja es también temporal, puesto que algunas universidades estadounidenses comenzaron a incluir los estudios sobre cine en su oferta docente, incluso antes de la Segunda Guerra Mundial.

La School of Cinematic Arts de la University of Southern California (USC), por ejemplo, se fundó en el año 1929 en Los Ángeles, y en ella han estudiado cineastas tan diversos como Thom Andersen, John Carpenter, James Gray, George Lucas, Walter Salles o Robert Zemekis. Su programa actual combina una mezcla de clases teóricas y prácticas, de forma que los mismos estudiantes que debaten en las aulas los dispositivos que Alan Berliner o Jem Cohen usan en sus documentales pueden estar al día siguiente grabando planos para su propio filme, todo sin salir del mismo campus y llevando un título universitario al terminar sus estudios. Michael Renov, uno de los principales teóricos contemporáneos sobre el documental, es el responsable de proponer esos debates en sus clases semanales de cuatro horas de duración, al margen de dirigir el departamento de estudios críticos de la escuela, una verdadera ‘factoría’ de pensamiento cinematográfico. La paradoja, por contraste con el modelo educativo de nuestro Estado, es que este departamento está situado en una institución que presume, a través de los mismos nombres de los edificios que forman la escuela, de sus fuertes vínculos con la industria del ‘showbiz’: aquí, estudiar en el George Lucas Instructional Building no impide investigar, analizar e incluso hacer cine de vanguardia.

Hay una sombra en este paraíso, por supuesto: la University of Southern California es una universidad privada en un país donde conseguir un grado universitario de tres años puede valer más de 50.000€. Sin embargo, a parte de esta (importante) cuestión económica, la gran virtud de este modelo educativo es la posibilidad de diseñar una formación teórico-práctica más diversa al mismo tiempo que mejor integrada, otorgándoles de este modo más posibilidades a los alumnos para encontrar un lugar en el variado mercado laboral cinematográfico, sea como cineastas, guionistas, montadores, investigadores, críticos, programadores o guías turísticos en Hollywood Boulevard.

Esta misma idea de integrar distintas perspectivas en una misma formación tiene, quizás, su mejor expresión en el California Institute for the Arts (Cal Arts), una institución fundada por Walt Disney a principios de los años sesenta donde los estudiantes de cine conviven con estudiantes de música, danza, teatro, bellas artes, fotografía y estética en un campus aislado en Santa Clarita, a 50 kilómetros al norte del ‘downtown’ de Los Ángeles. El elenco de docentes de su School of Film / Video ya señala su posición siempre ‘in-between’ diferentes corrientes: cineastas como Thom Andersen, James Benning, Monte Hellman, Billy Woodberry o Pat O’Neill transmiten a sus alumnos una concepción abierta del cine más allá de las escuelas, tendencias o etiquetas enrocadas sobre sí mismas.

Thom Andersen, por ejemplo, se encargó este pasado semestre del aula dedicada a las nuevas tendencias del cine actual y en ella proyectó (¡en copias de 35 milímetros y ante cien alumnos!) dos filmes tan diferentes entre sí y próximos a nosotros como Todos vós sodes capitáns (Oliver Laxe, 2010) y Morrer Como um Homem (João Pedro Rodrigues, 2009). Cada semana, igual que ocurre en la USC, los alumnos tenían que escribir un breve ensayo sobre cada uno de los filmes proyectados, poniendo por escrito las impresiones que previamente habían sido comentadas en el aula, sin gastar tiempo escuchando lecciones magistrales que podían leer en la bibliografía aconsejada.

El sombrero mental del minifundio académico

¿Es necesario ir tan lejos y pagar matrículas tan altas para aprender algo sobre los filmes de los que se debería hablar en nuestras universidades y escuelas de cine? No, por supuesto, porque en realidad aquí también se habla de esos filmes, aunque por ahora sea más a nivel de investigación que de docencia. El futuro de los estudios de cine en nuestro Estado, más allá de las dificultades que está imponiendo la crisis económica, pasa por integrar mejor las líneas dispersas ya existentes, de modo que las escuelas profesionales incluyan más teoría crítica en sus aulas, los departamentos de comunicación añadan más y mejores contenidos prácticos a sus planos de estudios y los departamentos de humanidades combinen de un modo más fluido la teoría social con la teoría estética. Hace falta entonces, como siempre, tirar el sombrero mental que cada uno lleva en su minifundio.

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