Margarita Ledo: “Me he construido a base de negaciones”

Margarita Ledo

© AIGI BOGA / AGA

Margarita Ledo Andión siempre contesta rápido. A los correos, a los mensajes y a las preguntas. Es una buena conversadora. También es cineasta, catedrática y miembro de la Real Academia Galega. Coordina el Grupo de Estudios Audiovisuales de la USC, donde investiga sobre políticas de comunicación y cultura, entre otras muchas cosas. Margarita escribía poesía. Tuvo que exiliarse a Portugal por su militancia. Fundó la Facultad de Comunicación de Santiago de Compostela. Recibió numerosos reconocimientos. El último es el Fernando Rey que le otorga la Academia Galega do Audiovisual. Margarita estará el 19 de marzo recogiendo este galardón en la gala de los XX Mestre Mateo.

¿Quién es Margarita?

Creo que me definiría como alguien que aprendió a situarse en un país que no existía, que se negaba; que aprendió gallego, adoptó el gallego como lengua que la representa y representa al país, porque no fui alfabetizada en gallego; que adoptó el feminismo como espacio emancipador, porque también el patriarcado niega el feminismo. Por lo tanto, me he construido a base de negaciones. Y sigo igual, construimos una facultad contra muchos pronósticos e intereses; trabajamos e investigamos sobre cine en lengua gallega y demostramos que se puede hacer en todos los ámbitos, porque hay autoras, hay obras, hay espacios, hay circuitos y hay público.

Tu alfabetización tuvo lugar en el colegio rural de Barxa porque tu padre era republicano y no quería que fueras a la escuela del pueblo.

Nosotros vivíamos en Castro de Rei. Mi padre trabajaba en el ayuntamiento y durante la guerra había estado un tiempo expulsado, escondido. Obviamente, la escuela era un sistema de negación total de todo lo que podía representar república, democracia, galleguidad… Entonces, a un kilómetro y pico había una escuela rural, en Barxa. Íbamos allí yo y mi hermano. Era una escuela rural mixta, con una salamandra en medio donde ponían a hervir leche en polvo de los americanos, era la época del Plan Marshall. Andábamos a patada limpia en los recreos. Había una pequeña carballeira por detrás. Esa fue mi escuela.

Mi generación no fue alfabetizada en gallego, aprendimos gallego por osmosis con el entorno social y después leyendo. Tengo un libro de Cousas, de Castelao, que me regalaron unas amigas de bachillerato. Yo había tenido un accidente al venir a examinarme de preuniversitaria, ellas fueron a verme al hospital y me llevaron ese libro. Recurría al diccionario para buscar las palabras que no sabía y ponía encima de ellas lo que significaban. Tengo completamente machacado ese libro.

Antes que a la imagen, te acercas a la palabra, al periodismo, a la poesía… ¿Qué te llevó hacia ahí?

Es curioso, porque yo hice el bachillerato por ciencias. En mi expediente tengo matrículas en física y en química. Pero me gustaba la lectura y también esos mundos que creabas para ti misma, ese espacio más personal de libertad. En realidad, yo comienzo a escribir poemas porque con lo poco que sabía de gallego era donde menos se podía notar. Y claro, hay versos disparatados y otros no tanto. [Ríe] Empecé por la escritura por la toma de posición, por la ocupación del espacio público de la lengua gallega. Fue el canal que encontré para comunicarme con lo que iba a ser interesante para mí.

Y me hice periodista por un reportaje que descubrí más tarde que era un fake. Era de Quadra-Salcedo atravesando la Amazonia y lo vi de pequeña con mi padre. En el reportaje, explicaba cómo podías controlar a una cobra. Yo les tengo auténtico terror. Recuerdo cuando íbamos a la escuela de Barxa, atravesábamos un prado que tenía agua, estaba lleno de narcisos y a veces había culebras. Nunca he comido anguilas en mi vida, no puedo. Por tanto, me quedé prendada de esa historia y le dije a mi padre: “Quiero ser periodista”. Y mi padre, que era un hombre muy respetuoso, como buen republicano, me dijo: “Me parece que te iría bien”. Y ahí empezó mi lucha por hacer periodismo.

¿Y tus primeros recuerdos del cine?

Nosotros veíamos películas en el cine ambulante que pasaba por Castro de Rei. Realmente no veías nada, y tenías que llevar la silla de casa para sentarte, pero quedaba esa marca del cine. Después estaban aquellas excursiones cristianas que nos llevaban a Lugo a ver Ben-Hur, Molokai, la isla maldita… Películas tremendas. En Lugo había muchos cines en aquel entonces, mientras hacíamos el bachillerato el cine era el único refugio. Íbamos a ver películas absurdas, de esas americanas de chico-chica, en la época de Marisol, cuando estaban apareciendo las rubias. Llegué a tener un álbum de cromos de Marisol que siento mucho no haber recuperado. Empezaron a entrar otras películas en ese momento, en el Gran Teatro de Lugo echaron Un hombre y una mujer, que era ya el nuevo cine comercial, con otro tipo de parejas. Cuando vine a Santiago había un cineclub de arte y ensayo muy activo, e íbamos a ver películas allí, al Cine Yago. La primera fue Repulsión, de Polanski.

¿La literatura y el periodismo están presentes en tus películas?

Están presentes en muchos aspectos. En mis películas siempre hay poemas, o bien de entrada o en el propio relato; y el periodismo está presente en la parte documental. En la primera película, Santa Liberdade, la estructura sigue los códigos del periodismo. Yo entrevisto a los tres protagonistas haciéndoles siempre las mismas preguntas sobre los hechos: la confrontación de las tres fuentes del periodismo. En toda la primera parte voy presentando a los personajes, ilustrando con archivos, que después se van independizando y funcionando por sí solos. Hay una serie de reglas que tomo prestadas del periodismo. En el resto de personajes, en las mujeres, ya me sitúo dentro de su propio espacio.

Santa Liberdade, Liste y A cicatriz branca son llamadas la “trilogía del siglo XX”. ¿Qué reflejo dan del siglo?

Podría ser una tetralogía. La trilogía surge cuando el festival Documenta Madrid organiza una proyección de toda mi obra en el 2017. Santa Liberdade son los años dorados, los 60; Liste, pronunciado Líster, son los años de la quiebra del siglo, la Guerra Civil en Galicia y sus efectos represivos, y A cicatriz branca son las mujeres que emigran solas; ahí ya aparece de manera clara la perspectiva de género, es una película feminista. Más adelante aparece mi generación, la de Nación, y el desmantelamiento del capitalismo productivo.

Nacion (Margarita Ledo, 2020)

Y siempre está el tema recurrente de la emigración, del cuerpo migrante.

Sí, en el proyecto de investigación ‘Cine, diversidad y redes’ teníamos como finalidad comprobar si era aceptada la versión original de películas en gallego en lugares donde hay comunidades históricas de gallegohablantes para destruir el mito del doblaje. Llevamos a cabo la investigación con grupos de análisis en Argentina, Uruguay y Brasil. Yo organizaba los grupos, trabajando con mujeres migrantes, y fue ahí cuando me di cuenta de que no tenían cuerpo. En el relato que hacían, ellas llegaban para servir, y salían solo cuando las autorizaban a salir. Yo les preguntaba cómo habían conocido a su pareja. “Saliendo a pasear al perro”, decían. Iban a los bailes de la parroquia, ellas a los de la suya, ellos a bailes de otros pueblos, para que no los conocieran, para que no supieran si ya estaban casados. Ellas se casaban con el que cuadraba. Me fui dando cuenta de lo que era, más allá de la propia explotación y de un trabajo que era un sometimiento constante. Y me dediqué a eso, a explorar cómo se recuperaba el sentido del cuerpo, el sentido del habla. Como dice la frase: Nos sentíamos libres porque no sabíamos cómo expresar que no teníamos libertad.

En ese sentido, hay una evolución en el foco de tus películas, en el paso de las acciones más masculinas de las primeras obras a esto último que comentas.

Sí, son figuras masculinas por el propio proceso transformador que supone hacer una obra. Yo empiezo por lo que tenía latente con respecto a aquella historia de piratas, también porque era una acción ligada al exilio gallego. Yo misma fui cuerpo de exilio y ese tema me interesa como traslación de mi propia experiencia. Siempre pasa eso, por lo menos en mi obra… Y en la de cualquiera. Aunque a veces también te falta el idioma para saber que forma parte de tu experiencia. Cuando digo idioma no me refiero solo al habla, sino a que tienes ahí una experiencia que no logra pasar por el sistema lingüístico.

Sabes sentirla, pero no expresarla.

Sí, como pasa muchas veces con las grandes crisis. Yo empecé por ahí porque era algo que me tocaba por muchas razones y era una acción masculina, pero yo fui a las mujeres que había detrás. Hay siempre esa otra voz que trata de salir hacia delante, de ocupar la pantalla, algo que ya ocurre en A cicatriz branca. Esas voces pasan a ocupar el centro y detrás hay figuras masculinas. Recupero la figura de un emigrante, muy característico de lo que fue mi propia andadura política, que es Antón Moreda, que estaba en un psiquiátrico de Castro. Yo había hecho una novela sobre él con las conversaciones que manteníamos, y lo que no conté en la novela, que es su etapa en Argentina, lo llevo a la película y se convierte en el personaje masculino central. A partir de ahí ya viene Nación, donde directamente ya no hay espacio masculino. No lo hay, es así. No es que tenga que ser siempre así, pero en mi caso, si lo analizo y lo verbalizo como estoy haciendo ahora, veo bastantes claras las líneas.

En Nación trabajas con las mujeres de tu generación. ¿Cómo fue esa relación?

Conocíamos y resentíamos los mismos hechos. Cuando contacté con la primera, con Nieves, lo primero de lo que hablamos es del Santa Liberdade. Porque el barco llegó a Vigo. Todo el mundo recordaba ese hecho y había como una ligera idea de la película. Nadie la había visto, por supuesto. Y eso que fue una película muy vista, con cientos de sesiones por estos núcleos de población y proyectada en la TVG. Empezamos por ahí como carta de presentación, y nos acordábamos de los mismos hechos a nivel público: la lucha contra la autopista, la fábrica de camisas Regojo… Por lo tanto, había una serie de hechos comunes en los que habíamos participado. Eso es lo que da confianza. El origen, en principio, sin ser muy desigual, sí que es muy diferente. Yo voy a la universidad y ellas a la fábrica. Pero fue muy fácil.

Lo cierto es que en la película se transmite esa cercanía, se ve que ellas están cómodas ante la cámara.

Sí, están muy cómodas y podríamos haber seguido trabajando si tuviéramos más dinero. Fueron ocho días de grabación. Con ellas solo cuatro. Yo creo que se creó todo ese clima por tener los mismos ecos. Era fácil hablar. Y es verdad que enseguida cogieron confianza. Todo el equipo funcionó bien, se entendían muy bien con Bertitxi [Alberte Blanco, director de fotografía]. Él a veces traía zorza de Chorente (Sarria) y cocinábamos en la casa de Nieves y se creaba ese ambiente comunal muy interesante. Felices, realmente felices. Y les habría gustado continuar. A mí también, pero se dan las cosas así.

Fundaste una facultad, tuviste un centenar de cargos, dirigiste películas e investigaciones, recibiste premios… ¿Qué le pides al futuro?

Le pido lo mismo que me ha llevado hasta aquí. Que se mantenga el cine en lengua gallega, como algo que representa una cultura, que haya todo tipo de expresiones de ese cine y que haya una política acorde para que ese cine se haga en las mejores condiciones, a nivel de recursos, de poder tener ideas… Y que se crea en el cine como uno de los elementos que no solo representa, sino que hace que, al vernos juntos, se creen valores comunes. Que se le dé el estatuto de arte, pero también el de cultura y el de cultura social.

Eso en términos más generales, pero, ¿en cuanto a ti?

Quería volver a escribir, pero hace falta tiempo.

¿Sigues escribiendo poesía?

La hago de encargo para determinados acontecimientos, pero mi idea sería volver a escribir y desarrollar también un proyecto cinematográfico que continúe a nivel de propuesta. Dar con la forma es una de mis obsesiones y no puedo decir que vaya a hacer lo mismo que hice en Nación, porque es imposible por muchas razones.

Lo cierto es que tu trayectoria, vista desde aquí, parece bien hilada.

Se enlazan unas cosas con otras. Es algo que ves después. Cuando ya pasa un cierto tiempo sabes cómo continuar entrelazando hilos, pero al principio supongo que viene más de esas tomas de posición, de algo que te atrae, que te toca, que te dice algo, y vas por ahí. No sabría pensar en otro recorrido ideal. Entre otras cosas porque tampoco puedo cambiarlo. Pero sí que está hilado, creo que es lo que se debe pretender. Porque hilas por evolución o por contradicción, abandonas cosas, hay idas y venidas y esa es la clave de las personas que trabajamos hacia fuera, con obras que se completan ahí.

Margarita Ledo

© AIGI BOGA / AGA

Comments are closed.