Márgenes 2021: Diarios de un posible recorrido

Diarios de Otsoga (Maureen Fazendeiro e Miguel Gomes, 2021)

Asumir que, por muy apetecibles que parezcan, por muy bien que huelan, los membrillos también acabarán pudriéndose olvidados es una de las lecciones vitales que saco de este Márgenes 2021. Una lección que, entre otras, están escondidas dentro de la hermosura que son los Diarios de Otsoga (2021) escritos a dos manos entre Maureen Fazendeiro y Miguel Gomes. Unos diarios que, como todos, no buscan recoger de forma sistemática todo lo que sucedió, sino dejar constancia de la atmósfera, de los detalles que podrían pasar desapercibidos si esta escritura en cine fuese más cartesiana que libre. Diarios de Otsoga supone, además, la constatación de que se puede hacer cine sobre la pandemia sin caer en un sensacionalismo y sentimentalismo barato; no, este film propone un escenario realista donde el confinamiento es la producción de una película pero, también, la realidad en la que se graba. Habrá quien quiera hacer el absurdo intento de analizar cuándo es ficción y cuándo documental o improvisación, pero, estos fanáticos del sobreanálisis, tan solo encontrarán la respuesta que ellos querían ante una obra que nos permite volver la esa sensación de mirar por la ventana para ver lo que sucedía fuera. El cortometraje Sol Negro (2019) de Fazendeiro parece casi una profecía de lo que el año siguiente vendría: allí, la gente se reunía para mirar por los telescopios un eclipse lunar. Lo que ellos no sabían es que, meses más tarde, todos me estaríamos igual, como ellos, mirando por las ventanas, con el tiempo detenido, esperando que algo sucediera cuando, lo que estaba sucediendo era eso: la nada, la pausa.

En el lugar contrario, Espíritu Sagrado (Chema García Ibarra, 2021) filma un Elche anclado un tiempo en el que nada parece avanzar y donde no existe ninguna influencia externa. Fiel a sus fetiches, García Ibarra sigue moviéndose en una línea que muy pocos saben transitar con éxito. Combinar costumbrismo español y un sutil humor enclavado en el más sencillo ridículo es una mezcla que no muchos directores pueden presumir de haber hecho con éxito. Si hay una conclusión con la que me quedo e es que el mindfullness es el enemigo. Atraviesa toda la película una calma extraña, como ese momento súbito del verano en el que pájaros y grillos callan repentinamente, que hace que aparezca en mí una necesidad imperiosa de gritar. Espíritu Sagrado nos enseñan a no perder nuestra esencia en magufadas y a recuperar ese carácter casi animal de mandar a la gente a la mierda, de rechazar compasiones falsas de marca blanca y, desde luego, a dejar morir esa planta milagrosa que, por mucho que riegue con cuidado, sé que acabará pudriéndose en la maceta.

También centrado en un núcleo específico, Miguel Ángel Blanca toma una ciudad, en este caso turística, como objeto y protagonista de su film. Magaluf Ghost Town (2021) toma este núcleo para explorar la realidad masificada de un terreno que los árabes dieron a llamar de forma casi profética, según la leyenda, “Aguas puercas”. La película continua la línea que La extranjera (2015), también programado en la V edición de Márgenes, había abierto sobre un colonialismo a golpe de Airbnb donde el pasado es borrado mediante ofertas 2×1 y balconing. De la misma forma que Tere sabe que tiene dejar de fumar por recomendación médica, Magaluf es consciente de un modelo destructivo que aniquila toda convivencia entre ciudad y turistas. El film mezcla humor y no-ficción para contar historias cruzadas: una inversora inmobiliaria que vampiriza la ciudad, una pareja de adolescentes en pleno despertar sexual, y, la más interesante, la de Tere y Cheickne. Esta última, formada por una viuda obligada a alquilar una habitación de su piso y un emigrante de Mali en busca de un futuro mejor, deja las mejores y más sinceras secuencias del film, en la que destaca la frase de Tere “yo no me iría a vivir a un sitio donde voy a vivir peor”, mientras en la radio resuenan las cifras de muertos por causa del balconing de este verán.

“Estética sobre contenido” podría ser la descripción de Esquí (Manque La Banca, 2021), pero entendiendo ‘sobre’ como una mezcla del sustantivo que hace referencia al objeto postal y la preposición que hace referencia a ‘encima, en contacto físico’. Colores flúor y llamativos destacan sobre un paisaje nevado en la que el cineasta combina la presencia de un ser sobrenatural, la etnografía sobre el propio paisaje y el mundo del esquí y la reflexión social sobre la ciudad de Bariloche. Hace falta incidir en que el gusto esteta del director no perjudica en absoluto la reflexión y el tono general del film, si acaso, esto juega a favor de la misma evitando caer en los clásicos filmes políticos y sociales. Así, la presencia de un monstruo al estilo del bigfoot se mezcla con notas de audio de WhatsApp con el montaje frenético y videoclipero de imágenes de gente esquiando. Imágenes al servicio de un mensaje condensado en las secuencias finales donde una voz cuestiona todo el film. Esquí no pretende sentar cátedra sino despertar cuestiones. Cuestiones sobre la propia manipulación de la cinta a través de una estetización consciente y buscada, y cuestiones sobre la transmisión de la historia local. “Si no tomas una posición, eres un cómplice”, resume la voz a través de WhatsApp.

Ocurre muchas veces que hay películas que, por su dureza o crudeza, impactan de una forma subcutánea sin que seas consciente. Obras que, cuando son activados por otros, de pronto despiertan un torrente de emociones y recuerdos asociados al primero. Azor (Andreas Fontana, 2021) recrea el viaje un banquero suizo a la argentina de Videla para retomar los negocios que su socio, ahora desaparecido, había dejado desatendidos. Azor, en sí, no deja de ser una impecable reproducción de una historia sobradamente conocida pero que no debemos dejar de repetir: occidente es cómplice de las grandes dictaduras latinoamericanas. Sin embargo, lo que me interesa de este filme es que despertó en mí el recuerdo de Él hijo del cazador (Germán Scelso y Federico Robles, 2018), brutal documental centrado en la figura de Luis Alberto Quijano, hijo de un torturador del régimen argentino. El film, programado hace 3 años en Márgenes, removía las entrañas al mezclar archivo y entrevista en un cerrado plano que comprimía la complejidad psicológica del protagonista. Quizás por esta conexión que apareció en mí, le pido a Azor más visceralidad y menos planos hiperestetizados, algo que, tan solo en la secuencia final, muy próxima a los delirios del Coronel Kurtz, consigue.

Azor (Andreas Fontana, 2021)

Si no tomas una posición, eres cómplice.

Frente a la macroprogramación de festivales grandes como Sevilla o Gijón, Márgenes sigue reivindicando su espacio dentro de un noviembre cargado de cine. Diez más una ediciones de un festival que, por primera vez, compacta toda su programación en una sola semana. Decimos diez más una y no décimo primera, porque esta edición trae consigo cambios en la filosofía del festival que hacen ver una evolución en el concepto detrás de Márgenes. Por primera vez, lo que había sido el festival precursor de los modelos híbridos, no olvidemos que este fue uno de los primeros festivales en tener programación online propia, pierde la virtualidad en favor de las salas de cine. Una cita que, frente a otros años donde la programación se extendía durante un mes, se concentra ahora en la semana del 16 ao 21 de novembro, favoreciendo, como dicen desde el propio festival, «la experiencia colectiva de la sala de cine». Cambios en el concepto de festival que, por otra parte, no cambian la esencia de un certamen que sigue apostando por un cine reflexivo sobre el momento actual, sobre pandemias, la condición humana, las fuerzas oscuras que rodean lo cotidiana, el colonialismo de Airbnb o las heridas del que se hizo a tiros.

Como Diarios de Otsoga, esta crónica no pretende recoger la totalidad, sino dibujar un momento, esta XI edición; y, por qué no, hacerlo a la inversa. Solo en el momento en el que todo acabe, la película, esta edición, este texto, sabremos si funciona, pero lo que nadie nos podrá quitar es lo que hoy más que nunca tenemos que reivindicar: la experiencia.

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