Novos Cinemas 2020: Latexos

Anunciaron tormenta (Javier Vázquez, 2020)

Ya van cinco ediciones del festival Novos Cinemas, y cuatro años desde la creación de la sección Latexos, un espacio en la programación reservado para un tempo más pausado, orientado a la escucha. Las obras que han dado forma desde su inicio a Latexos reverberan en la sala para, tras agudizar el oído, “hacer latir rápido el corazón”, invocando a Chris Marker y su Sans Soleil. Esto se ha materializado en todas las ediciones en un cine fresco, con autoras y autores jóvenes que asumían la pulsión amateur, con primeros largometrajes y con la intención de proteger la fragilidad e intimismo que emanan de las obras. Es por esto que, a pesar de que el encuentro pontevedrés celebró una edición presencial, las películas también han estado disponibles en FILMIN, lo que nos ha permitido ver las obras resguardadas en nuestra casa, evitando salir a la calle y al viento frío tras los viajes sentimentales a los que nos enfrentan.

La que provoca un ritmo cardíaco más acelerado, la más exigente para el espectador, podría ser el primer largometraje de Javier Vázquez: Anunciaron tormenta (2020). Miembro del colectivo Los Hijos, en este caso Vázquez se hace cargo en solitario, con un estilo único, de la dirección, guion, fotografía y montaje. Su documental experimental nos lleva al actual territorio de Guinea Ecuatorial, a la isla de Fernando Poo, y rescata de la dimensión fantasmagórica del archivo los últimos días de Ësáasi Eweera, uno de los últimos líderes bubis que se opusieron a las autoridades coloniales españolas. Este personaje de principios del 1900 es rememorado y traído a las mentes, bocas y ojos de los autóctonos que guardan a buen recaudo la historia de su detención y rápida muerte en manos de los guardias españoles. No es un juicio ni pretende serlo, pero fotografía tras fotografía, relato tras relato, memoria tras memoria, lugar quejumbroso tras lugar derruido, vamos entendiendo cómo ocurrieron los hechos allí y por qué la historia accesible lleva la firma de los poderosos. Resulta imposible no posicionarse. Vázquez invoca las apariciones y desapariciones y también invoca al aparato fílmico para generar la atmósfera en la que habitan esos archivos y memorias. En lugares casi transparentes, poco accesibles, o borrados por la maleza, en la lengua que se desvanece como los planos que funden fotografías del pasado con el presente, visitamos “lo que sucedió”. 

Ese fantasma de lo forzosamente extirpado nos expone también cómo la historia está escrita por los vencedores mediante la recuperación de archivos oficiales españoles. El grito de lo erradicado en la cultura autóctona y la violencia ejercida que ha dejado cicatrices por las que colarse y reivindicarlo, rematando la pieza como no podría ser de otra manera: con un texto leído por la generación que vendrá. Desde la voz de una joven bubi, acompañada por su padre, se recupera también un poema que desata la escritura desde el lado de las víctimas. Aquí la invocación de la nueva generación cobra otro sentido, el de conocer y por lo tanto proteger la memoria del lugar al que pertenecen y deshacer los nudos uno a uno de la maraña que ha construido la historia escrita de los poderosos, si aún queda tiempo.

¿Qué hago en este mundo tan visual? (Manuel Embalse, 2020)

Otro ritmo cinematográfico nos acerca al diferente testimonio de Zezé Fassmor, protagonista de la película de Manuel Embalse, ¿Qué hago en este mundo tan visual? (2020). Zezé, artista multidisciplinar que pierde la vista en 2010 debido al acelerado desencadenante de una condición genética y autoinmune, convive con la ceguera y su propia forma de auto-narrarse. La tecnología y la captación de imágenes se convierten en un órgano del que Zezé hace uso a su manera para narrar su posición en el mundo. Su particular eclipse ocular, como mirar bajo el agua, nos lleva a bucear en la vida de las imágenes de una manera extraordinaria. En ¿Qué hago en este mundo tan visual?, el director acompaña con su cámara, registrando a su amigo y conectándonos a un mundo de la imagen puramente sensorial e intuitivo, en el que Zezé vive, navega y crea. Es posible comenzar a ver la cámara y el dispositivo audiovisual como un órgano vivo con el que invidentes y videntes nos relacionamos. Aquí el vídeo diario adquiere otra nueva dimensión o significado. Las imágenes que registra el propio Zezé son testimonio para el futuro, como una especie de archivo inmutable de lo que aconteció y no pudo captar con la mirada pero sí con el resto de sentidos. Imágenes disponibles gracias a la tecnología, que pretende revisitar en un futuro “utópico” en el que esta misma ciencia de la que se sirve le permita recuperar alguna manera de ver. 

“- ¿Siri, tienes ojos?, – No, no tengo ojos, – ¿Y cómo ves?, – Buena pregunta.” Siri nos sorprende como personaje imprescindible, como una prolongación del hombre hacia las imágenes que se convierte en mediador, y por lo tanto lector de las mismas. Zezé es la persona más indicada para revelarnos que ya vivimos en ese mundo de hibridaciones, y su manera de organizarlas, crearlas y pensarlas desde los otros sentidos enriquecen lo que nosotros vemos.

La que lleva el pulso a un ritmo dulce, pero igualmente doloroso, es Mamá, mamá, mamá (2020) de la argentina Sol Berruezo Pichón-Rivière. De nuevo, un primer largometraje, esta vez en forma de ficción, que nos mete en la casa de Cleo, una niña de trece años acompañada por el núcleo duro de mujeres de su vida y por la repentina muerte de su hermana pequeña. A medida que avanza el filme, vemos que la pérdida de su hermana menor no es el único duelo de Cleo; esta tendrá también que decir adiós a su infancia y abrazar las dudas de la primera menstruación, la aparente desaparición del soporte de su madre, sumida en una repentina depresión, y las incongruencias de la ausencia. Sin embargo, en la paulatina destrucción de esos primeros escalones hacia una madurez que no sabemos qué color tendrá, el proceso no se estanca gracias a las demás mujeres que la rodean, quienes pasan también por momentos de transición desde la pérdida del miedo infantil hasta el despertar de la sexualidad propia. Acabamos por acompañarlas nosotras también, entre la sororidad intergeneracional, en estos tránsitos.

Mamá, mamá, mamá (Sol Berruezo Pichón-Rivière, 2020)

La atmósfera generada desde la fotografía, con sus colores apastelados, nos empuja suavemente al estado de ánimo inaprensible que envuelve la pérdida y los momentos iniciáticos durante estas dos semanas de verano. Ese temple en el avance de la trama, que recuerda a Estiu 1993 en la capacidad de generar el mundo de una niña, con un mayor grado de drama en algunos planos, acaba por envolvernos. Sería más hermoso no tener que mencionarlo, pero hay que celebrar también un equipo de realización completamente femenino. 

La última primavera (2020), de Isabel Lamberti, se encuentra dentro de lo líquido que se genera en la articulación entre realidad y ficción. La familia Gabarre Mendoza se ve obligada a marcharse del barrio de chabolas próximo a Madrid en el que se encuentra el hogar que han construido durante largos años. Detrás de cada plano orquestado, o de cada avance de la trama en la ficción, se siente el aliento de la historia que sí experimentaron en la realidad, ya que la familia vivió realmente ese realojo. 

Como en Mamá, mamá, mamá, nos acercamos a un núcleo familiar fuerte y cercano, interdependiente, que resiste ante lo que parece desmoronarse antes de que derriben su casa. Observamos cómo cala, gota a gota, la idea del realojo en cada uno de los miembros de la familia. También vemos, sobre todo en los más jóvenes, la tendencia a seguir empujando ante una vida que continúa. Podría recordar a los trabajos de Isaki Lacuesta, con actores no profesionales, mostrando un estilo de vida enormemente juzgado pero poco retratado con tanta delicadeza y espacio. Y al final es lo que compartimos con todas ellas, su espacio, su casa, una celebración de cumpleaños como apertura del filme y un baile de despedida. Nos introducimos como lo hace la directora, ya que la cámara parece ser un miembro más y la narrativa transcurre al compás del día a día, sin resultar nunca mínimamente pesada en esa última primavera.

A última primavera (Isabel Lamberti, 2020)

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