El retorno del padawan

Es bien sabido que 隠し砦の三悪人 (La fortaleza escondida, Akira Kurosawa, 1958) fue una referencia absoluta para George Lucas a la hora de concebir la original guerra de las galaxias en los años setenta. De hecho, la estructura del filme puede casi verse como una adaptación de la del nipón, algo que el de California reconoce sin rubor y hasta con orgullo. Si Star Wars (George Lucas, 1977) revolucionó el mundo del cine fue precisamente por su modo de renovar arquetipos clásicos con un lenguaje hipercinético muy moderno y construir con estos elementos una mitología contemporánea que quizás solo rivalice con los superhéroes fundacionales del género en la cultura de masas norteamericana – y, por extensión, occidental – en la segunda mitad del siglo XX.

De igual manera que Lucas no escondía sus referentes, podemos ver en el capítulo XIII de The Mandalorian (Jon Favreau, 2019-2020), titulado The Jedi y escrito y dirigido por Dave Filoni, una transposición clara de 用心棒 (Yojimbo, Akira Kurosawa, 1961). El esquema es el mismo. Un caballero errante, un ronin, (en este caso una mujer, una jedi), llega a un pueblo por un asunto personal que al inicio desconocemos. Busca algún tipo de información que la malvada magistrada que gobierna esos lares posee. Sus habilidades le permitirían entrar en la fortaleza donde se esconde la antagonista y obligarla a revelar lo que desea a punta de espada, pero el asunto no es tan sencillo, hay civiles por el medio, y Ahsoka Tano, personaje creado por George Lucas y Dave Filoni para la serie Clone Wars (Dave Filoni, 2008-2020), que realiza aquí su primera aparición fuera de la animación encarnada en la actriz Rosario Dawson, no aboga por procedimientos sanguinarios.

El espectador sabe desde esa secuencia inicial, orquestada al modo de un filme de samuráis desprejuiciado como 修羅雪姫 (Lady Snowblood, Toshiya Fujita, 1973), al que se hace un guiño, que Tano va a acabar por liberar la aldea en su cruzada personal. Ahí es donde entra Din Djarin, el mandaloriano del título, pistolero errante que viaja con una pequeña criatura verde a su cuidado. Favreau ha dicho que The Mandalorian es una adaptación clara de la saga manga 子連れ狼 (El lobo solitario y su cachorro, Kazuo Koike, Goseki Kojima, 1970-1976), que tendría diversas adaptaciones al cine, todas bastante nefastas y prácticamente de categoría Z, pero que en Estados Unidos tuvieron cierto éxito, y de ahí nace el show, de nada muy elevado, desde luego. Tampoco pasa nada, los seriales de ciencia ficción de los años treinta eran la referencia de Lucas para Star Wars y vaya peliculón se marcó.

Pero aquí se acaban las referencias niponas, que empiezan a ser pesadas. No quisiera que esta crítica se convirtiese en una lista de easter eggs, pero es preciso comprender que el otro modelo que sigue The Mandalorian desde el inicio es el de los westerns, especialmente el de la figura del pistolero desencantado, un tanto cabrón, pero en el fondo desinteresado, que popularizara Clint Eastwood en la trilogía de los dólares de Sergio Leone. Djarin tiene una agenda personal, pero continuamente, prácticamente en cada capítulo, esta coincide con la de desprotegidos a los que acaba por ayudar, cuando podría escoger el camino fácil y egoísta y mirar para otro lado.

En The Jedi el proceso se repite, pero en este caso desdoblado. El ronin y el pistolero son dos caras de la misma moneda, modelos similares en la cultura estadounidense y en la japonesa. Al unir fuerzas Tano y Djarin, acaban por enfrentarse, respectivamente, a la malvada magistrada y al pistolero rival que esta ha contratado. Un muro separa geográficamente las dos escenas simultáneas, que se nos muestran en un montaje paralelo. En el interior, estamos presenciando un duelo al estilo Shaw Brothers. La decisión de casting para la magistrada no podía ser más acertada. Hablamos ni más ni menos que de la ahijada de Bruce Lee, Diana Lee Inosanto, experta en diversos estilos de artes marciales. En el exterior, Michael Biehn (sí, el Kyle Reese de Terminator) da la réplica al protagonista Pedro Pascal. Frente al movimiento de dentro, el estatismo en el exterior, hasta que se desencadena ese único disparo que acaba con el mercenario en el suelo, claro. El modo en que Filoni dilata la acción es de una radicalidad tremenda en un show como este.

La revolución técnica de The Mandalorian

De igual manera, los silencios que se marca en el segundo acto imprimen a The Jedi un ritmo muy particular en el contexto de The Mandalorian. Quizás demasiado espídica en sus entregas semanales, con todo yendo muy rápido sin que en realidad ocurra nada trascendente, Filoni opta justo por lo contrario. El mandaloriano se ha acercado a ese planeta para que la jedi le ayude a comprender los poderes que él ve como inexplicables en el crío. En una secuencia en la que Rosario Dawson, maquillaje encima, está en postura sentada y con actitud de escucha ante la marioneta del Bebé Yoda, se encapsula toda la esencia de Star Wars. ¿Cómo una actriz maquillada hasta las cejas y un trozo de látex pueden transmitir tanto? Muy sencillo, por la simple magia del cine, que es lo que falta en otros capítulos del mandaloriano. Más pensar dónde se pone la cámara, y no tanta gaseosa. Unos simples planos-contraplanos con la correcta dirección de miradas son suficientes. A esto, claro, se suma una pericia técnica con dos elementos que suponen la verdadera revolución tecnológica de esta serie en su conjunto.

El primero de estos elementos es la depuración alcanzada con los animatronics – las marionetas, para entendernos –. La ambientación en general de esta serie es de otra galaxia. Cuando en el primer capítulo de esta temporada vi a un morador de las arenas cepillar los dientes de su bantha – las monturas que llevan estos aliens que atacaban a Luke en la primera entrega de la saga en el desierto – supe que el equipo dirigido por Doug Chiang (otro pescado de la Lucasfilm pre-Disney, que ya había trabajado con Lucas) y Andrew L. Jones se habían marcado aquí nuevos retos que están sobradamente conseguidos. Esto ayuda muchísimo a sumergirse en un universo que está cuidado con el mayor lujo de detalles y que todo espectador sabrá apreciar, especialmente si es un fan irredento como yo, que pilla cada mínima referencia que se suelta. Y hay tantas… En esto la serie cumple con creces.

El segundo elemento, y esto seguramente revolucionará el mundo del cine con efectos digitales en general, es el estudio ideado por Industrial Light and Magic, conocido como The Volume. Se trata de una pantalla LED de grandes dimensiones que cubre 270 graos con forma de círculo incompleto, con un espacio para dejar pasar los equipos. Si Lucas rodó dos de las tres entregas de las precuelas prácticamente en su totalidad con pantallas azules de fondo, a las que se añaden a posteriori los efectos generados por ordenador, este proceso es el inverso, y resulta infinitamente más fotorrealista. Veamos el proceso de The Jedi para comprender cómo funciona esto.

Dave Filoni y su mujer ya han tenido que evacuar varias veces su casa en el norte de California por los incendios constantes que se vienen produciendo en los últimos años. Para él, un amante de la naturaleza que tiene en el lobo su animal favorito, ver arder los bosques por los que pasea a diario es profundamente doloroso. En The Jedi quería que la máquina de guerra de la magistrada hubiese causado una devastación en ese planeta que Din Djarin y Bebé Yoda visitan, precisamente por la sobreexplotación de sus recursos naturales. Desde la primera escena, vemos bosques calcinados y el cielo lleno de ceniza, con fábricas trabajando a toda máquina en la línea del horizonte. Pues bien, esos bosques que se ven en la serie son absolutamente reales, pertenecen a filmaciones auténticas de monte que ha ardido. ¿Cómo se integran en el capítulo? Primero un equipo va a tomar planos recurso según las indicaciones de cada director. Después el equipo de efectos digitales recibe esas imágenes y las procesa, llegando a editarlas para que encajen perfectamente en la pantalla de The Volume. Si es necesario añadir trucos digitales, se hace, pero para cuando los actores llegan al set, todo se despliega tras sus cuerpos e interactúan en un ambiente bastante más cálido que el de una pantalla azul o verde. En cierta medida, esto es la evolución tecnológica de los fondos pintados del Hollywood clásico. Esta tecnología, sin haberlo predicho el año pasado, ha permitido rodar The Mandalorian en un ambiente seguro y la producción apenas se ha visto impactada por el covid-19.

Si la mayoría de los directores de la serie han usado esta tecnología para crear mundos suntuosos y escenas repletas de acción con un fotorrealismo sorprendente, Filoni, que comprende bien el proceso por provenir del mundo de la animación, en el que está doctorado cum laude, ha optado justamente por lo contrario. Dos personajes, callados, mirándose el uno al otro. En el fondo, una noche fantástica con una luna de ensueño que ilumina sus rostros. La sutil música de Ludwig Göransson, con estilo propio, pero que convoca a menudo las piezas de John Williams para fundir todo en la misma tradición, hace el resto. De una belleza que emociona.

Al acabar de hablar telepáticamente, Ahsoka revela al mandaloriano mucha información sobre el bebé, en una secuencia que emula la actitud que Obi-Wan Kenobi tiene en el filme original, al contar a Luke la leyenda de Darth Vader. En efecto, entramos en el terreno del cuento y el mito y Filoni revela por qué Star Wars es tan poderosa y apela a tantos espectadores, de distintas sensibilidades, en todo el mundo. El padawan aventajado de Lucas vuelve a la esencia, a los valores universales recubiertos de un clasicismo renovado que hacen de los mejores momentos de la saga algo imperecedero. Encontrar su lugar en el mundo, la espiritualidad, la familia… En pocos minutos se tocan todos los temas que definen la epopeya de Mando y su bebé verde, uno al que puede llamar claramente hijo por el vínculo afectivo que han establecido. En un par de secuencias, la relación de los dos da un paso de gigante como nunca antes habíamos visto en la serie. Y reconforta ver que Filoni también piensa (como el injustamente criticado Rian Johnson) que los jedi son también seres humanos y no están hechos de piedra. La adolescente Ahsoka que vimos en las guerras clon da paso a una versión más madura tocada en el alma, con heridas que difícilmente sanarán. Ese tono melancólico está sutilmente interpretado en sus gestos y miradas por Dawson, una actriz que no solo emula a la perfección la versión animada del personaje, sino que lo lleva a otro nivel de evolución bajo la batuta de un Filoni que claramente guarda con celo una creación que quiere cuidar de su mano – él será el encargado de dirigir su spin-off –.

La evolución de la serie en el futuro

Djarin acabará por visitar otros lugares en su aventura y deberá agenciarse aliados para plantarle cara a los restos imperiales, que tienen planes malignos para su hijo adoptivo. La serie ha parecido inclinarse en los últimos capítulos hacia una evolución lógica del prototipo eastwoodiano del pistolero al grupo salvaje. Emulando filmes como Where Eagles Dare (El desafío de las águilas, Brian G. Hutton, 1968) o Kelly’s Heroes (Los violentos de Kelly, Brian G. Hutton, 1970), Rick Famuyiwa se marca un divertido capítulo, el 15 – The Believer, en el que Djarin y otros bastardos sin gloria se infiltran en una base imperial para robar una importante información. Muy bien secuenciado y con unos personajes carismáticos que evolucionan como deben desde que los habíamos visto anteriormente, sin duda es la otra grata sorpresa de esta temporada que he seguido con mayor devoción que convencimiento en su conjunto.

Me resulta curioso que mis dos preferencias personales sean esos capítulos escritos y dirigidos por la misma persona. Creo que cuando Lucasfilm ofrece libertad creativa a sus realizadores, sin estar encima con exigencias para fans como colocar este guiño aquí y este otro allí, todo fluye mucho mejor y recibimos algo con autenticidad. Star Wars viene adoleciendo en los últimos tiempos, no solo en esta serie, de una cierta condescendencia autorreferencial. Yo soy uno de esos fans que grita al escuchar el nombre de ese villano tan emblemático de las novelas de mi adolescencia, recuperado ahora para el canon; me emociono con la vuelta de mi jedi preferido para salvar el día. Pero estos golpes de efecto no bastan para construir algo que deje un poso en todas esas niñas y niños que soñamos con una galaxia muy lejana.

Claramente Favreau está ejecutando con esta serie el pistoletazo de salida hacia un universo expandido que seguirá las reglas del MCU de Marvel, con un montón de productos interconectados. La libertad creativa deberá estar por encima de estas conexiones, sin descuidarlas. Por ponerlo en términos superheroicos, más James Gunn y menos Peyton Reed, por favor. En el equilibrio entre la innovación creativa y la tradición, esa coherencia con el universo en que se inscriben las historias, radica la efectividad del futuro de Star Wars. Que la Fuerza los acompañe.

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