Play-Doc 2020: Geografías humanas

No es novedad que los festivales, debido a la pandemia de Covid-19, deban este año optar por soluciones creativas, que pasan en muchos casos por la celebración de parte de su programación en formato online. Fue el caso con el Play-Doc Festival Internacional de Documentales de Tui, que, ante el aforo reducido en el teatro municipal, decidió salir a la calle en muchas de sus actividades, apostando por artistas gallegos y obras propias, específicas para el contexto. Nada de retrospectivas este año, ni invitados del extranjero. Así, varios de nosotros disfrutamos de su reducida pero selecta sección oficial desde las pantallas de nuestras casas, con las ganas de volver a Tui el año próximo con ánimos renovados.

En vez de ir en busca de lo mejor de la temporada, con el peligro que eso implica de acabar haciendo un festival clónico a otros, el Play-Doc decidió hilar un discurso claro en torno a cuatro filmes muy bien escogidos y que eran estreno en España. Esta labor de programación, marca de la casa, alcanzó en esta edición una coherencia enorme. Así, las cuatro cintas presentadas pueden leerse a través de coordenadas propias del cine documental como son la exploración espacial y la capacidad del cine de generar memoria, girando siempre alrededor de construcciones identitarias tanto personales como comunitarias. Se explica bien fácil esto con el filme en que esta lectura puede resultar más explícita. Suzanne Daveau (Luísa Homem, 2019) nos traslada la vida de la geógrafa del mismo nombre, partiendo de su relación con el colega portugués Orlando Ribeiro, con el que mantuvo una duradera relación profesional y sentimental, para, a partir de ahí, trazar un retrato muy personal que de alguna manera transita por toda la historia de la segunda mitad del siglo XX. Esta mujer tiene una vida de absoluta aventura. Su hirsuta voz de anciana que ha vivido ya muchas primaveras va explicando en off cuál ha sido su recorrido, mientras Homem decide usar tanto material de archivo coma otro filmado por ella misma en 16mm para ilustrar esta historia. El resultado es el de una geografía real que Daveau describe, pero que se vuelve plenamente vivencial. Cada espacio lleva asociados unos recuerdos y, de ahí, brotan las imágenes que el cine ha dejado para los mismos. ¿Pero pueden los recuerdos manufacturarse? ¿Pueden ficcionarse o reconstruirse? Es una de las preguntas que podemos hacernos al ver Suzanne Daveau, en la que Homem muestra un profundo respeto por los materiales de partida, pero se permite jugar con ellos, hasta el punto de que lo que ella filme y lo que recoge de archivo terminan por fundirse en un todo inconfundible e inseparable. Un filme que, si nos abstraemos de esta intelectualización que el crítico le está imponiendo, se nos presenta como profundamente sencillo y digerible, como una conversación de un par de horas con una viejecita agradable que tiene mucho que enseñarnos en la vida. Delicadeza es la palabra que mejor la describiría.

En este sentido, comparte una cierta querencia por la observación pausada y con finura poética del mundo con Nunca subí el Provincia (Ignacio Agüero Piwonka, 2019). El cineasta chileno firma uno de sus filmes más personales con una premisa bien sencilla y muy expansiva. ¿Por qué no filmar lo que tiene más cerca? A sus vecinos, su casa, las calles por las que pasea en 100 metros a la redonda. En definitiva, lo que ve desde su ventana. Antes, los imperiosos Andes. Ahora, solo un poco, pues la maravillosa vista ha sido fastidiada por un bloque de edificios que no le permiten ver la majestuosidad de esas montañas, a 18.000 metros de su hogar, en todo su esplendor. La panadería de la esquina ha cerrado, ha muerto el panadero. Nadie conocía su nombre ni se sabe dónde está enterrado. Estas pequeñas microhistorias son las que nos va contando Agüero con su cámara y su pluma como elementos de expresión. Escribiendo cartas manuscritas a una chica cineasta que un día lo visitó para dejarle su ópera prima, él mismo acaba por admitir que escribe para sí mismo, sin buscar una respuesta. Nunca subí el Provincia es una falsa película epistolar, más bien un diario, que bien podría ser un poemario. No le interesa a Agüero trazar una historia ni imponer una visión del barrio. Simplemente traslada su particular universo sensible al espectador a través de la fina observación de los elementos que tiene en su entorno. Desde luego, hablamos de una geografía, pero es una geografía humana, también interna. En un vaivén de imágenes (con un ritmo muy pausado, eso sí), el cineasta se permite añadir injertos de imagen que provienen de una antigua piel, una memoria que se cuela en el montaje y que bien puede llevarnos a un entierro o a una colonia de nativos. Son como destellos de un hombre que mira hacia atrás, seguramente no con nostalgia, pero sí con una cierta melancolía. La obra de un realizador maduro que reflexiona sobre lo que le rodea, pero también sobre lo que ha sido su trayectoria. Otras cintas de él entran aquí, se cuelan por los parasoles de la memoria, y también se permite robar a otros, evocando a la bestia Moby Dick en medio de una tempestad. Quizás, con el retrato de la transformación del barrio en algo un poco más deshumanizado de lo que solía ser, logre Agüero componer la obra más radicalmente política de esta selección, pero también la más personal y delicada. Los buenos y maduros poetas tienen esa cualidad. Retratar, convertir la realidad en lirismo, sollozar sin gritos.

Y hablando de poetas, Las poetas visitan a Juana Bignozzi (Laura Citarella, Mercedes Halfon, 2019) se centra precisamente en la del título y, de nuevo, convoca materiales, geografías y memoria para componer su retrato. Las dos directoras, como Agüero, vagan en una gozosa errancia sin buscar una hagiografía de la artista a la que admiran. En concreto una de ellas, la también poeta Mercedes Halfon, recibe en el testamento de la finada el encargo de dar a conocer su obra y, con esto, un montón de pertenencias en el piso donde habitaba. Así que Halfon decide ponerse en contacto con Citarella y, junto con un grupo de mujeres, componen entre todas la película. La cinta es profundamente esquiva y desigual, como se intuye que eran los versos de Bignozzi por lo que se lee. Filman objetos, recuerdan historias en torno a la mujer a través de ellos, transitan por los lugares en los que vivió, recuperan fotografías. Pero en ningún momento se nos transmite una biografía, el espectador debe ir componiendo las piezas de este rompecabezas que se mueve más por impulsos e ideas, por una investigación cinematográfica, que por un guion cerrado. El resultado es de un cierto desconcierto, pero también hace picar la curiosidad por una figura de las letras poco conocida. Y de eso era de lo que se trataba, ¿no?

Pero el filme que ejecutaba un discurso más moderno sobre la definición de un espacio y las personas que lo habitan era sin duda Victoria (Sofie Benoot, Liesbeth de Ceulaer, Isabelle Tollenaere, 2020), lo que supongo fue uno de los motivos del jurado para otorgarle el premio de la competición. Con un discurso con un pie en el arte contemporáneo, mediante el uso de vídeos grabados con el móvil por los protagonistas sin dirección alguna, o la manipulación de imágenes de Google Maps para definir el espacio, entre otras pantallas que se añaden a lo que se filma; Victoria realiza una radiografía de un espacio tan extraterrestre como la ciudad de California City. Ideada hace unos sesenta años por un especulador inmobiliario, cuando la burbuja demográfica de Los Angeles hacía casi imposible adquirir una de las demandadas y caras viviendas en esta megalópolis, la idea era plantar una ciudad en medio del desierto. Pronto olvidada por la falta de recursos, a ella llega Lashay T. Warren para subsistir, huyendo de su pasado precisamente en L.A. Como si de un pionero de la conquista del Oeste se tratase, él y su familia y amigos sobreviven en este territorio inhóspito que, con todo, conserva una cierta estructura social e institucional que hace que la ciudad siga funcionando. Eso sí, con una densidad de población que debe ser de las menores del mundo. Además de cartografiar un espacio, lo que hace Victoria es ante todo definir los motivos por los que Warren ha acabado en este maldito desierto. Mediante, una vez más, la estructura de un diario visual, la película logra ir más allá de estos preceptos para escarbar en el fallido contrato social del sueño americano, que deja fuera, por ejemplo, a las comunidades afroamericanas pobres a las que Warren pertenece. En los tiempos que corren, sin duda era la elección más relevante para el jurado, en unha selección marcadamente política, pero que se negaba a levantar pancartas, que lograba ser hiriente y sustanciosa a través de la naturaleza transversal del arte.

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