Procesos #23 – Hugo Amoedo

“Lo único que vale es la acción”

Hugo Amoedo (Redondela, 1987) parece no tenerle miedo a nada, excepto a quedarse quieto. Es graduado en Periodismo por la Complutense, pero tuvo solo un tímido contacto con el mundo de las redacciones. En 2010 se marchó a vivir a los Países Bajos y podría decirse que comenzó a hacer cine por amor, fruto de su relación con la extremeña María Pérez. Desde entonces, ya no ha parado. Ambos colaboraron para hacer el corto Robin & Robin, que se proyectó en demasiados festivales como para enumerarlos aquí. En 2013, Hugodirigió en solitario el documental Camping Wesertal, un retrato psicológico colectivo de las personas que viven en un aparcamiento de caravanas en Valonia. Recibió una ayuda al talento de la Agadic para desarrollar su nuevo filme, Europa, en el que está trabajando en estos momentos desde Bruselas. Además, forma un dúo con Fran Moser, bajo el pseudónimo de Hugo Moser, en el que experimenta con el cine según le pide el cuerpo.

De todas las carreras posibles, ¿por qué Periodismo?

En realidad, no pensaba en que me serviría para encontrar un trabajo. Pensé que eran los estudios que más podría aprovechar personalmente, que me enseñarían a aprehender la realidad de un modo más completo y a ordenar mis ideas.Cuando vi que non iba a poder ser futbolista profesional, ni guitarrista, pensé que estaría bien ser periodista deportivo, o musical, o… Fui a la facultad para intentar ordenar la cabeza…

Espera un momento… ¿futbolista?

Sí, sí. Jugué hasta la liga nacional en el Choco, de Redondela. Y también en los benjamines del Celta. Entrenábamos tres días a la semana y jugábamos los domingos. Tengo que decir que no era malo, mi especialidad eran los caños y los controles de balón (ríe). Pero al final no era lo mío…

¿Qué tal te fue la vida en Madrid?

Madrid es una ciudad maravillosa. Claro que me tocó vivirla en los años de la burbuja. Aquello fue un espejismo del que ya hemos despertado, pero que sirvió para que algunos como yo pudiésemos ir a estudiar a la capital.

¿Cuándo te dio por el cine?

En esos años, precisamente. Pasé mucho tiempo rodeado de gente de la ECAM (Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid) y empecé a ver películas con ellos. Recuerdo un día que vimos Sacrificio (1986), de Andrei Tarkovski, en un Mac de 13 pulgadas, y me cambió algo en la cabeza. Me fui convirtiendo en un asiduo de la Filmoteca.En 2010, cuando acabé la carrera, me marché a Amsterdam, a trabajar de lo que pude, y compré una cámara pequeña. Me di cuenta de que no había que tenerle miedo a hacer cine y empecé a trabajar con María Pérez en Robin & Robin. Yo no tenía formación previa. Nunca había dirigido nada, ni escrito, ni había hecho de actor. Pero tampoco tuve nunca miedo de exponerme en público. Pienso que lo que aporté fue mi inexperiencia.

¿Cómo fue la producción?

Ella llegó un día con una propuesta de guion, en el que estos dos personajes se encuentran. Cuando yo me mudé a Bruselas, fuimos dándole forma a la idea entre los dos, buscando localizaciones, vestuario… Tuvimos la suerte de encontrar un excelente director de fotografía en el festival de cortos de la ciudad. Cuando se celebró, yo llené el recinto de post-its amarillos con anuncios, en un método de guerrilla, y él respondió a la petición y nos ayudó gratis. Luego, enredamos a algunos amigos para financiar la producción y tiramos. Y funcionó muy bien. Ganamos un premio en Extremadura y la Axencia Freak distribuyó el corto gratis, con lo que llegamos a un monte de festivales. En 2013 nos dieron el premio al mejor guion en Cans, y para mí fue un respaldo importante. Me dio ánimos para seguir y pedir la ayuda de la Agadic para mi siguiente filme, Europa.

Y para entonces ya habías hecho Camping Wesertal, ¿no?

Sí, ese mismo año. Estaba haciendo un seminario de cine en la escuela de arte Sint-Lukas, en Bruselas, y un compañero me contó la historia de algunas personas que vivían en un cámping de caravanas durante todo el ano. Comencé a pensar cómo sería ese entorno cerrado, cómo se establecerían las relaciones de poder… En ese tiempo veía mucho western y mucho Errol Morris, y me gustaba mucho como hacía él las entrevistas, cómo emplea un género periodístico para establecer un diálogo cinematográfico. Eso fue lo que intenté llevar yo a cabo. En los primeros minutos puede parecer un Callejeros, sobre gente pobre en situaciones desesperadas, pero luego se va dejando atrás el contenido social para centrarse en un retrato psicológico de los personajes. Son ellos los que marcan el relato.

En el filme se nota que los protagonistas están muy cómodos delante de la cámara. ¿Cómo lo lograste?

Durante la semana yo iba trabajando y planificando el rodaje, y en el fin de semana íbamos allá y nos pasábamos el día grabando. La película fue creciendo poco a poco, sobre todo durante el montaje. Lo hice en Barcelona, con Irene Bartolomé, en un verano a 35 grados. Y creo que el resultado fue bueno. Nos la pidieron en varios festivales de documental, y la citaro en Caimán. Cuadernos de cine. Me hizo mucha ilusión que se programara en Play-Doc el año pasado, que estuviera en Galicia y mis amigos pudieran ir a verla.

¿Llegasteis a proyectarla en el propio Camping Wesertal?

Si, se la mandé. Un día me llegó la noticia de que el cámping iba a cerrar, pero a mí no me era posible ir allá… Les pasé una copia y sé que la vieron juntos dentro de la caravana y que les gustó a todos.

Y después, llegó Europa

Sí y no. Europa es un diario filmado sobre mi viaje personal. Cambió mucho desde que tuve la primera idea…Pensaba, en principio, contar cómo acabó una relación de amor, pero eso se quedó atrás. Ahora a película es una especie de estado mental, de lo que viví en una época en la que muchas cosas se derribaron a mi alrededor. Pero no es un relato triste, solo fantasmagórico. Aprovecho las grabaciones de vídeo y audio que hice en esos momentos para montar un relato. Creo que se parece un poco a The Devil and Daniel Johnston (Jeff Feuerzeig, 2005). Ahora mismo no sé cuándo la acabaré, pero tengo en ella bastante esperanza.

¿Quién es Hugo Moser?

Es el proyecto que he puesto en marcha con Francisco Moser, mi mejor amigo en Bruselas. Nos gustó mezclar nuestros nombres porque suena al mismo tiempo a rabino y a militar alemán. Después descubrimos que existen varios Hugo Moser: un científico, un piloto de rallyes y un director argentino de telenovelas. El caso es que así Fran y yo jugamos al despiste, a que no se sepa muy bien quienes somos y qué hacemos.

Te voy a pedir, entonces, que desveles un poco el truco…

Fran y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo y nos hicimos amigos muy pronto. Vivimos situaciones parecidas, somos buenos conversadores, tenemos un sentido del humor similar y somos capaces de entendernos con pocas palabras… El año pasado, en julio, decidimos sacar algo productivo de todo eso y fundamos Hugo Moser. Él, como yo, no tiene formación básica de escuela de cine. Hicimos juntos algunos seminarios en Sint-Lukas, pero allí no te enseñan el ABC, sino a desarrollar un proyecto. No se habla de dónde poner la cámara o de cómo montar, sino de cómo sacar adelante las ideas. En ese sentido, podemos tener menos capacidades que otros, pero nos sentimos muy libres. Hacemos las cosas como nos da la gana, cogemos lo que grabamos con el móvil y hacemos de eso una historia, empleamos cualquier tipo de material, presentamos a los personajes como mejor nos parece… Esa libertad tiene un precio, pero lo pagamos a gusto.

¿Cuál es el precio?

A veces, la gente de nuestro entorno nos mira con cara de “¿pero de qué vais, chicos?”, con un cierto escepticismo. Bien, sabemos que lo que hacemos es mejorable, pero también sabemos que tenemos mucho más por dar. No es solo divertirnos, que también. En cierto modo, es una apuesta política. Le damos valor cinematográfico a lo que filmamos con el teléfono, al material que encontramos… lo mismo que John Cage hacía con los sonidos. A lo mejor Fran no está tan centrado en esto, pero yo quiero hacer cosas que choquen con la estructura del sistema, que molesten a la burguesía cinematográfica.

Sobre Hugo Moser:

Sobre Hugo Moser: «Nos gustó mezclar nuestros nombres porque suena al mismo tiempo a rabino y a militar alemán».

Aunque se nota que es un estilo trabajado, vuestras piezas recuerdan al cine familiar…

Exacto, eso es lo que buscamos. Una reivindicación de los vídeos que se grababa para la familia, del cine amateur, en el que el estilo es mucho más libre, y solo se busca que lo que está delante de la cámara se vea, sin más artificio. Ese es el tipo de democratización al que aspiramos. Nosotros andamos todo el día filmando cosas, muchas veces con el móvil, que es muy adecuado. Antes salías con la cámara y, aunque no vieses nada que realmente te llamase, te sentías obligado a emplearla. Y al contrario, otras veces encontrabas algo que te encantaba y andabas sin la cámara encinema. Ahora con el teléfono, simplemente lo sacas del bolsillo y, venga, a grabar.

¿Y que hacéis después con todo ese material?

Nos juntamos y vemos lo que tenemos. Vamos hablando, y vamos encontrando formas, géneros, colores, ideas… Pensamos cómo se puede montar una historia con eso, le damos vueltas, hacemos los primeros montajes, discutimos mucho, nos peleamos, volvemos a ser amigos y acabamos el proyecto (ríe).

Los primeros proyectos de Hugo Moser están vinculados a la revista Papier Machine. ¿Cuál es la historia de esa relación?

Fran y yo trabajamos en un espacio de coworking en Bruselas. Allí coincidimos con una costurera, un grafista, actores, periodistas… y con los responsables de Papier Machine, que es una revista multidisciplinar, que incluye artículos, relatos, grabados, fotografías… Como nos entendemos muy bien con ellos, hicimos una colaboración audiovisual. Cuando comprabas la revista, recibías un papelito con un enlace y una contraseña, en el que podías ver nuestro corto On n’a pas fait l’amour (Hugo Moser, 2014). También preparamos cinco teasers para anunciar el próximo número, vídeos virales de 30 segundos pensados para Internet. Además, ahora estamos preparando un segundo corto, basado en material de otro cineasta, que se proyectará cuando Papier Machine haga algún tipo de actividad o promoción pública.

Todo esto lo vais a contar en Play-Doc, ¿no?

Sí, Hugo Moser participaremos en la mesa redonda Not for screening purposes, en la que se habla del cine que no está pensado para proyectarse en salas. Estaremos con María Yáñez y Miguel Mariño. Nosotros proyectaremos On n’a pas fait l’amour y hablaremos de la experiencia de hacer cine para Internet. Me hace mucha ilusión, porque para mí siempre es un placer volver a Galicia.

¿Pensáis en regresar definitivamente?

Ahora mismo, no. Estoy empezando a asfaltar mi camino y quiero hacer muchas cosas que no puedo hacer en Galicia. Tampoco tengo mucha morriña, solo echo de menos ver a la familia y a los amigos con un poco más de asiduidad, pero es el precio a pagar. Hasta hace poco he estado currando en las taquillas de un cine, y ahora vivo de pequeños proyectos y encargos alimenticios. No sé si voy a tener dinero dentro de cuatro meses, y vivo pendiente del saldo de la cuenta corriente. Pero hasta ahora no me ha faltado trabajo, y entiendo que esto forma parte de la vida, que hay que ganarse las habichuelas. No me quejo, estoy harto de cineastas quejándose.

¿Y eso?

La queja y la pena por uno mismo no valen de nada. Como decía Nietzsche, no valen de nada, es solo un reparto de muerte. Lo único que vale es la acción, el tomar las riendas. Entiendo lo que cuesta el camino que he escogido, y no me arrepiento de recorrerlo. Por suerte, como cineasta nadie me espera en ningún sitio, ni a mí, ni a Fran Moser. No tenemos miedo a perder el siguiente proyecto, porque ni siquiera estamos seguros de que lo haya. No pasa nada si fracasamos, porque el fracaso no es posible. Pase lo que pase, seguiremos haciendo pelis.

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