PUNTO DE VISTA 2018: SECCIÓN OFICIAL (2)

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A continuación completamos nuestra crónica de la Sección Oficial del Festival Punto de Vista 2018, que se celebró en Pamplona entre los días 5 y 10 de marzo. La última edición del encuentro navarro, cita obligada para todos los amantes del cine documental más audaz y vanguardista, estuvo marcada por la renovación de su equipo técnico y artístico. En la publicación anterior reseñamos algunas de las obras programadas este año, que por primera vez contó con una mayoría de directoras entre los títulos en competición, y repasamos gran parte del palmarés oficial. Hablamos de obras que reflexionan sobre el paso del tiempo, las crisis de identidad o la relación entre los seres humanos y el paisaje, pero hubo mucho más.

La 12ª edición de Punto de Vista también reservó un hueco para el cine más social y reivindicativo, donde podemos enmarcar el dúo conformado por Fluid Frontiers (Ephraim Asili, 2017) y Los Diablos Azules (Charlotte Bayer-Broc, 2017). Filmado en las ciudades de Detroit y Windsor, a ambos lados de la frontera entre Estados Unidos y Canadá, el documental de Asili es la quinta y última parte de su proyecto The Diaspora Series, iniciado en 2011 con Forged Ways. Esta particular serie de documentales, centrada en el éxodo africano y ambientada en distintos países del mundo, actúa como nexo de unión entre historias personales y luchas colectivas. En Fluid Frontiers los vecinos de estas ciudades fronterizas leen ante la cámara algunos de los poemas más famosos de la Detroit’s Broadside Press, prestigiosa editorial especializada en poesía negra. Textos de rebeldía y subversión que forman parte integral de la cultura local, creando lazos entre el presente y el pasado. Un pasado marcado por el activismo clandestino y la lucha contra la esclavitud, en un enclave que sirvió como vía de escape para miles de personas. Asili cierra su personal ciclo artístico con un memorable recital poético, una obra cargada de intención, sentimiento y vínculos de comunidad.

Los Diablos Azules también encuentra sus raíces en los fantasmas del pasado, concretamente en las revueltas obreras chilenas de principios del siglo XX. La francesa Charlottte Bayer-Broc demuestra una visión clara y un estilo marcadamente personal en su ópera prima, donde mezcla la estética queer-punk, los paisajes desérticos de Atacama y la canción popular revolucionaria. El filme es un homenaje dramatizado sobre la masacre de la Escuela de Santa María de Iquique, uno de los capítulos más oscuros de la historia del país latinoamericano. En el año 1907 cientos de trabajadores de las minas de sal, que habían acudido a manifestarse por las míseras condiciones de trabajo y la explotación a la que eran sometidos, fueron engañados y asesinados por el ejército chileno en la ciudad de Iquique. Este acontecimiento inspiró años después la composición de la Cantata de Santa María de Iquique, canción popular en la que se relatan los trágicos eventos. Los Diablos Azules propone una adaptación e reinterpretación de este tema, alternando entre secuencias de canto a capella y declamación directa. Lo que comienza como un lamento solitario, interpretado por la propia Bayer-Broc a través de paisajes desolados, se convierte rápidamente en un pintoresco coro griego que entona el dolor revolucionario. Una obra original que promete en un futuro interesantes trabajos firmados por su realizadora.

Los Diablos Azules (Charlotte Bayer-Broc, 2017)

Los Diablos Azules (Charlotte Bayer-Broc, 2017)

Continuamos ahora con un trío de películas que exploran las relaciones entre los espacios y las personas que los habitan, sin perder de vista el marco social y las circunstancias que las rodean. En 26 Rue Saint-Fargeau la directora francesa Margaux Guillemard realiza un retrato íntimo de la confluencia cultural que se produce en un edificio de viviendas sociales parisinas. Guillemard muestra en su primer documental una fascinación contagiosa por un inmueble con el que tiene una fuerte conexión personal (sus dos abuelas residieron allí). La obra combina entrevistas personales a varios vecinos y hermosas imágenes en celuloide en las que nunca llegamos a ver sus rostros. De esta forma, la realizadora consigue articular un diálogo entre los distintos personajes y sus apartamentos, obligando al espectador a llenar los huecos en blanco. 26 Rue Saint-Fargeau describe este microcosmos siguiendo una narración en dos ejes: Uno ascendente (desde la planta baja hasta el último piso) y otro temporal (del amanecer al crepúsculo). Todo trabaja conjuntamente para desmontar prejuicios y representar un crisol cultural escondido en el corazón de una gran ciudad. Una dirección concreta que retrata una realidad universal.

La libanesa Angie Obeid, una de las cineastas más jóvenes en competición, debuta con I used to sleep on the rooftop, un documental que habla de un viaje interior, un periplo que se desarrolla sin abandonar los límites de un pequeño apartamento. Este viaje comienza cuando Nuhad, una mujer siria de 53 años, decide huir de Damasco para refugiarse en Beirut. Una vez allí es acogida en su casa por la propia Obeid, amiga de su hijo. Lo que empieza como un intento por documentar una etapa vital especialmente compleja, y sin mayores pretensiones artísticas, acaba convirtiéndose en un proceso de autodescubrimiento y conexión entre las dos mujeres. En I used to sleep on the rooftop el trayecto es la espera, ese limbo en el que se ven encerrados diariamente miles de personas que tan solo buscan una vida mejor. El espacio se vuelve al mismo tiempo refugio y prisión, y la cámara actúa como un enlace entre las dos protagonistas. Obeid ofrece una visión diferente sobre una realidad poliédrica, que a pesar de estar dominada por el tedio encuentra momentos para el humor y la compasión.

Por otro lado, la directora anglo-palestina Rosalind Nashashibi, nominada el año pasado al prestigioso Premio Turner, también presentó en competición su último trabajo documental. Las artistas suizo-austriacas Elisabeth Wild y Vivian Suter, madre e hija respectivamente, son las protagonistas de Vivian’s Garden, una obra especialmente pictórica que vuelve a poner el foco en la deconstrucción de los espacios privados. En la ciudad de Panajachel, en el altiplano de Guatemala, estas dos emigrantes encontraron su particular refugio creativo en una extravagante edificación dominada por un jardín selvático. Nashashibi nos enseña la rutina diaria de las dos mujeres, así como la relación que mantienen con un grupo de indígenas maya encargados de sus tareas domésticas. Ecos coloniales, aislamiento y reflexiones artísticas en un filme que se ve algo lastrado por una excesiva fragmentación de su narrativa, pero que sobresale por un cuidado apartado visual.

Vivian’s Garden (Rosalind Nashashibi, 2017)

Vivian’s Garden (Rosalind Nashashibi, 2017)

Otro de los títulos más memorables de esta selección fue Baronesa, una auténtica joya de la brasileña Juliana Antunes, de la que ya dimos buena cuenta en nuestra crónica sobre el Festival de Cine de Ourense. Nos trasladamos hasta las favelas de Belo Horizonte para conocer la vida de Andreia y Leid, dos mujeres que luchan diariamente por sobrevivir a los peligros de una barriada marcada por la violencia y los conflictos del narcotráfico. La primera está decidida a dejarlo todo atrás, mudarse a otro barrio y comenzar una nueva vida, mientras que Leid se resigna a permanecer en la favela con sus hijos, esperando a que su marido salga de prisión. Sin ningún tipo de alarde técnico ni formal, Antunes entrega un documental que golpea y conmueve por su crudeza y naturalidad. El trabajo de cámara y dirección está tan bien integrado que se vuelve casi invisible, hasta lograr que nos sintamos parte de la acción. Las conversaciones entre las dos protagonistas merecen una mención aparte, abordando temas como la sexualidad femenina, la maternidad y la violencia de género. La película está llena de situaciones cotidianas y momentos de distensión entre los personajes, que nos ayudan a conocer su vida y expectativas de futuro. No obstante, Baronesa transmite constantemente una sensación de peligro e inestabilidad. El relato presenta una atmósfera que se va volviendo más densa con cada escena, hasta alcanzar un punto culminante en una de las secuencias más perturbadoras de toda la selección del festival. Cine directo e ineludible.

Volvemos ahora a Estados Unidos, concretamente a las lavanderías de la ciudad de Nueva York, para tratar un ejemplo de cine expansivo. The Washing Society es el proyecto del tándem artístico formado por la dramaturga Lizzie Olesker y la cineasta Lynne Sachs, que tuvo su estreno internacional en Pamplona. Todo comienza con una sencilla reflexión. Cuando dejamos una bolsa de ropa sucia en la lavandería, ¿quién se encarga de prepararla para nosotros? ¿Cómo es la vida de todos esos trabajadores invisibles? Estas preguntas son el punto de partida de un film interdisciplinario, que une documental, performance y representación de textos históricos. La idea inicial de la película, según sus directoras, era profundizar en el mundo de las lavanderías como espacios, pero esto fue evolucionando progresivamente hasta poner el foco en la gente que trabaja allí. El documental toma su título del sindicato homónimo, una asociación de lavanderas afroamericanas fundada en 1881, e incluye la lectura de cartas y demandas originales firmadas por sus integrantes. Una obra que reflexiona sobre las condiciones laborales y vitales de sus protagonistas, pero también sobre el aspecto “arqueológico” de su trabajo. The Washing Society incide en la conexión entre la ropa y los seres humanos, en las diferentes “capas” que se desprenden en el proceso de lavado. Una mezcla de historias, piel y suciedad que conforman los restos de una vida. Hablamos además de arte expansivo porque consigue trasladarse a la realidad. De hecho, las directoras llevaron a cabo actuaciones en directo en muchas de estas lavanderías, buscando romper la jerarquía clásica del cine.

The Washing Society (Lizzie Olesker, Lynne Sachs, 2018)

The Washing Society (Lizzie Olesker, Lynne Sachs, 2018)

Conocido fundamentalmente por su faceta de vídeo-artista, que lo llevó a exhibir sus instalaciones en museos de todo el mundo, el brasileño Jonathas de Andrade presentó en Punto de Vista su última y turbadora obra: O peixe. Bajo la apariencia de un reportaje antropológico, este híbrido entre documental y ficción representa el insólito ritual que llevan a cabo un grupo de pescadores en la región nordeste de Brasil. Una vez capturada la presa, los solemnes pescadores abrazan y acompañan al animal durante sus últimos momentos de vida. En una muestra casi fútil de compasión y respeto, los cazadores aprietan al pez contra su pecho, mientras este se debate indefenso entre convulsiones y estertores. Lo que parece una costumbre sorprendente y primitiva es de hecho una invención del realizador, magistralmente orquestada gracias al trabajo de un grupo de pescadores del río São Francisco. Uno a uno, hasta diez hombres ejecutan delante de la cámara este rito imaginario, un abrazo íntimo y de comunión con la naturaleza que despierta al mismo tiempo sentimientos de ternura e incomodidad. Una poderosa ceremonia que cobra vida sólo al ser proyectada, sin dejar por ello de ser real dentro de su propio universo. O peixe es una apuesta arriesgada y fascinante, pensada para su exposición en museos, pero que le ha valido a Andrade la Mención Especial del Jurado en este encuentro.

El primer largometraje del italiano Ricardo Palladino gira alrededor de otra tradición conectada con el mundo animal, un hecho igual de pintoresco pero con un origen real, que el director utiliza como excusa para tratar temas universales. Presentada en competición en el último Festival de Locarno, Il Monte delle Formiche es una obra que destaca por su dimensión conceptual. Todos los veranos, siguiendo una antigua leyenda, cientos de personas peregrinan el día 8 de septiembre hasta el Monte de las Hormigas, en Italia, para celebrar una fiesta en honor a la Virgen del lugar. El motivo de esta celebración tiene su origen en los particulares ritos de apareamiento de las hormigas aladas. Esa misma fecha, grandes enjambres de estos insectos acuden al monte para aparearse en pleno vuelo. Al terminar, las hembras de esta especie parten a fundar otras colonias, mientras que las hormigas macho perecen en el mismo lugar. Un número incontable de ellas debe sacrificarse para perpetuar la especie, abriendo y cerrando un prodigioso círculo vital. En definitiva, Il Monte delle Formiche es un relato sobre la vida y la muerte como experiencias colectivas.

Cerramos nuestra crónica de Sección Oficial con la inclasificable Beyond the one, una coproducción entre Francia, Italia y Alemania dirigida por Anna Marziano. A través de un magnífico collage de historias, lugares y formatos fílmicos, Marziano elabora un ensayo cinematográfico sobre la pluralidad de las relaciones amorosas y las construcciones familiares. En oposición a los modelos monógamos y de familia tradicional, que aún dominan en el imaginario colectivo como la única concepción válida y estable, la película aborda diferentes aproximaciones a estas realidades. Para esto, la realizadora entrevista a parejas y familias de todo el mundo, que hablan abiertamente de sus posiciones y elecciones personales, desde el poliamor y las familias comunales hasta la maternidad soltera. Estas conversaciones están mezcladas con fragmentos cinematográficos de gran carga poética, en los que se aprecia la construcción de auténticos collages a partir de trozos de diarios y fotografías. Secuencias crípticas pero hermosamente construidas que dejan margen para que el espectador interprete y recoja aquellas piezas con las que logre empatizar.

Beyond the one (Anna Marziano, 2017)

Beyond the one (Anna Marziano, 2017)

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