«QUERER VIVIR DE LA CRÍTICA ES COMO QUERER VIAJAR A LA LUNA»


El crítico de El País Javier Ocaña, pieza clave del equipo de la revista Cinemanía en los 90, estuvo en el centro Ágora de A Coruña el pasado viernes para hablar de tribus urbanas en la pantalla. La actividad estuvo incluida en el programa ‘Arde la calle’, centrado en la exposición fotográfica de Miguel Trillo, que puede visitarse hasta el próximo 25 de mayo. ¿Se habría fijado el objetivo de Trillo en Ocaña por aquellos variopintos 80? Más bien no. “Se puso muy de moda en mi pueblo (Martos, Jaén) la estética rocker, y había amigos míos que vestían así, pero yo me dedicaba a ver cine y jugar al fútbol, y vestía habitualmente de chándal”, confiesa el crítico, que siente predilección sin embargo por las películas que tratan esta temática, y en esta época. Pero el mundo ha cambiado mucho.

¿No ha logrado Hollywood domesticar un poco a las tribus urbanas?

Eso ocurre en determinadas épocas, no en la que se hace Easy Rider. Es un paradigma de la contracultura, pero también del cine libertario que se hizo en el Nuevo Hollywood. Para mí es la mejor época del cine, en la que se recoge lo mejor de las vanguardias europeas, y las llevan a su terreno, con esa personalidad y calidad que siempre tienen las buenas películas norteamericanas.

Se hace un cine sin cortapisas, no como ocurre en otros momentos. En la actualidad se intenta domesticar cada tema, aunque creo que por suerte aún hay algunos directores con una fuerza arrolladora a la hora de negociar y rodar lo que quieren. Cada año hay 5-8 películas norteamericanas de directores estupendos, pero cuando se hizo Easy Rider no estaba solo Dennis Hopper, sino que había otros veinte detrás como él.

Eso era antes. Ahora el cine independiente norteamericano es casi una sucursal de las grandes majors.

Ocurre que ese cine que surgió con John Cassavetes en los 50-60, y que va teniendo seguidores hasta los 80, como Steven Soderbergh, pues sí se ha convertido un poco en esa sucursal. Pero ten en cuenta que hay dos películas ahora en cartel con temas muy interesante, que no están para nada domesticadas: Take Shelter y Martha Marcy May Marlene. Son películas magníficas, hechas con muy poco dinero y protagonistas que nadie conoce, sin estrellas. Y sin embargo han traspasado fronteras y son un ejemplo de que aún queda un buen cine norteamericano.

¿Como por ejemplo?

Paul Thomas Anderson es el director que más admiro de mi generación. Creo que ha hecho enormes películas, y espero que la salud le permita hacer muchas más.

En los EE.UU., yo me quedo entre él y Quentin Tarantino, que siempre están a la gresca, de forma saludable, para ver quién hace la mejor película.

Creo que hay una gran última generación de autores norteamericanos, en la que se incluyen, y también podríamos sumar a David Fincher, James Gray o Sam Mendes -porque, aunque sea británico, hace un cine muy americano-.

¿Crees que es un nuevo Nuevo Hollywood?

Son un poco habas contadas, teniendo en cuenta lo que fue el Nuevo Hollywood. Gente joven en aquel momento como Robert Evans o Bert Schneider tomaron literalmente los estudios. Me parecen casos muy distintos, aunque creo que ahora hay una buena generación, claro. Y lo mismo ocurre en el cine europeo.

¿Aquí cuáles te gustan más?

Hay una serie de nombres más o menos indiscutibles. Michael Haneke o Jacques Audiard. Después hay varios directores italianos que están empezando a levantar su alicaído cine: Matteo Garrone, Luca Guadagnino, Paolo Sorrentino

Y en Asia, Hirokazu Kore-eda o buena parte del cine coreano que nos está empezando a llegar, que es interesantísimo.

Sin embargo, nos referimos a la generalidad del cine asiático o europeo, pero parece que la idea de olas, movimientos o corrientes ya no ocupa un lugar central, como pudieron hacerlo la Nouvelle Vague o el Free Cinema.

Yo creo que el último gran concepto de generación fue el Dogma 95. Aunque como decía Fellini, el neorrealismo no surgió porque un día se juntase con De Sica y Rossellini en la vía Veneto para tomar una cerveza y decidiesen formarlo. ¡Pero el Dogma 95 sí surge así, entre Lars von Trier, Thomas Vinterberg y demás! Ellos lo deciden, y además explican: “va a ser así”. Es la última gran generación auto-consciente, aunque hay grupos de directores hoy día que comparten rasgos. Al cine rumano, por ejemplo, sí se le ve una homogeneización muy grande a la hora de contar una historia.

En general, el mundo cada vez está más individualizado, y eso se lleva al cine. Es muy difícil encontrar a un grupo de personas con ideas comunes, que en un determinado momento decidan llevarlas a cabo.

Y en todo esto, ¿qué función tiene la crítica cinematográfica?

Yo me veo como un mediador entre un grupo de personas que han creado un producto, más comercial o más artístico, y otra gente que lee un periódico buscando qué ver el fin de semana. Lo primero que hago es intentar darle a esta persona las claves de la película, para animarla o no a que vaya a verla, argumentándolo cinematográficamente; y lo segundo, mediar entre el director y el lector para explicarle, en la medida de mis posibilidades, una serie de elementos que pueden quedar ocultos antes o después del visionado, y que yo, con mi bagaje profesional, cultural o social, puedo explicar de un modo más o menos atractivo.

"Carlos Boyero es la única estrella de la escritura cinematográfica de este país"

¿El crítico debe más explicar o valorar para ensalzar o tumbar una película?

Explicar, lo que pasa es que con tus explicaciones puedes tumbar. A mí a veces me saldrá mejor y otras veces peor, pero yo siempre intento que mis argumentos sean incontestables. No es que quiera llevar la razón, me refiero a no dejar cabos sueltos, a no usar simplemente una serie de adjetivos, y que todo lo que argumentas tenga sentido.

Me da la impresión de que, por interés empresarial y por falta de espacio, la crítica en periódicos carga más las tintas en la opinión que en el análisis.

Tú lo has dicho, es sobre todo una cuestión de espacio. Si a mí para un película importante, en la que habría que razonarlo todo bien, me dan 1.500 caracteres, ¡es que me quedo corto! Y, claro, tienes que intentar transmitir la idea de una forma más vehemente, porque no hay espacio para desarrollar, por ejemplo, la teoría que tú tienes alrededor de una secuencia.

También te digo una cosa. Se pueden hacer excelentes críticas en 2.000 caracteres y una mierda en 14.000. Cierto que con este espacio puedes explicarlo mejor, pero no tienes por qué.

De todas formas, en El País, viendo el panorama, no podemos quejarnos de espacio. Creo que hay más que en otros periódicos.

Como periodista, compañeros de revistas especializadas me han llegado a reprochar un discurso demasiado didáctico o divulgativo. ¿No crees que hay una distancia muy grande, quizás innecesaria, entre dos modos de entender la escritura sobre cine?

Hay que diferenciar entre la crítica generalista y la especializada, y más aún en revistas como Caimán CdC o Dirigido Por. El análisis tiene que ser diferente, porque el público también lo es. A mí en El País me lee desde la pareja que deja a los niños con la canguro y se va a ver un divertimento el fin de semana, hasta el especialista que sabe muchísimo de cine. Hay que buscar un equilibrio entre ambos sin rebajar el listón. A mí la famosa frase de David Simon de “que se joda el público medio”… Yo puedo hacer lo mismo en el periódico, pero tampoco puedo ponerme con un lenguaje y unos términos que no entienda la mayoría de la gente. Ante esto, prefiero aportar una idea.

¿Y los textos académicos, son crítica?

¿Quién dice lo que es crítica? Desde que el mundo es mundo y el arte es arte, existe la crítica. Pongo un ejemplo muy rudo, pero es que yo creo que era así. Cuando en la Prehistoria se pintaron los primeros motivos con hombres cazando bisontes, son sus flechas y lanzas, seguro que llegó un amigo del pintor y le dijo: “¿Por qué lo has pintado en este lado y no en el otro, que hay más luz y se ve mejor?” Ese fue el primer crítico de la Historia.

La crítica puede ser un estudio muy pormenorizado y preciso, con un lenguaje más o menos universitario, o lo que hace Carlos Boyero, aunque mucha gente no lo considere como tal. Ni él mismo dice que es crítico.

¿Qué opinión tienes del modelo de crítico que representa Boyero?

No lo comparto. Yo no escribo “yo, mí, me” todo el tiempo ni “la odio, la detesto, la amo”. Es un modelo distinto del mío. Aún así, él es la única estrella de la escritura cinematográfica de este país, con un grupo acérrimo de admiradores y gente que lo odia. Yo creo que el secreto de su éxito está en su personalidad y en el personaje que ha creado para sí mismo. Me parece tan válido como otro cualquiera.

"Paul Thomas Anderson es el director que más admiro de mi generación".

¿Y no crees que ese personaje, con una influencia sobre un público masivo, ha contribuido a alejar a los lectores de un cine alternativo que se califica de “moderneces”?

Hasta puedo estar de acuerdo contigo, pero creo que la influencia de la crítica está sobrevalorada, que es residual. Habrá quien lea a Boyero para ver qué opina de la película de la semana, pero la mayoría de la gente no tiene en cuenta la firma.

Creo que un crítico que trabaje para un medio grande puede ayudar a levantar un poco una película pequeña, pero somos incapaces de hundir un blockbuster.

No me refiero tanto a eso, como a la actitud del crítico hacia ciertos cines.

La mía es muy abierta. Yo veo a muchos directores que me pueden parecer cargantes o sobrevalorados, muy alejados de mi sensibilidad y con una dinámica en la que yo no entro; pero eso no me hace acercarme a ellos con la espada y el escudo.

Hace décadas la crítica ocupaba un amplio espacio en los periódicos. Hoy día, el último reducto de los de mi generación es Internet. Tú lo has dicho, su influencia es residual. ¿A qué crees que se debe esta evolución?

Yo creo que en el fondo siempre ha tenido un impacto residual. Cuenta a toda la gente que ve una película en un fin de semana. Si en una sala hay cien personas, pueden haber leído la crítica cinco.

Nos encontramos en una encrucijada, pero no solo por la crítica, sino por el papel que tienen los medios de comunicación desde la eclosión de Internet, las redes sociales y la llegada de nuevos modelos. Nadie sabe hacia dónde vamos, ni dónde puede encontrarse la viabilidad de los medios en papel.

Cuando yo entré en El País hace nueve años, con Ángel Fernández Santos y Mirito Torreiro de compañeros, recuerdo épocas en las que Cultura podía tener los viernes doce páginas, con ocho para cine. Hacíamos Torreiro y yo cinco críticas largas cada uno. Eso ahora es impensable, porque con la subida de los costes y la bajada de beneficios, el periódico ha pasado de 120 a 60 páginas.

Querer vivir de la crítica es como querer viajar a la Luna. Igual acabas subiendo, pero no debe ser un objetivo de por sí. Todos debemos compatibilizarlo con clases, conferencias o colaboraciones para diversos medios. Creo que todo el que se dedique a esto debe transmitir su amor por el cine con pasión y curiosidad. Eso es lo fundamental.

Comments are closed.