RABBIT HOLE, de John Cameron Mitchell

Mucho sorprende que un director como John Cameron Mitchell se haya decidido a rodar un film tan “clásico” como Rabbit Hole. En la mente de todos aún resuenan los ecos de esas dos obras tan inclasificables como son Hedwig and the Angry Inch(20003) y Shortbus (2006). Dos películas que pusieron a Mitchell en la delantera de un cine gamberro, fresco y desinhibido con historias sobre artistas travestidos, relaciones disfuncionales o exploraciones en la vida sexual de sus personajes. En las antípodas de todo lo anterior, nos presenta ahora un film que aborda las consecuencias que la muerte de un hijo provoca en un matrimonio de mediana edad. La representación de una tragedia solemne, sin espacio para lo lúdico, que supone, como mínimo, un cambio de registro sorprendente.

Nada es nuevo, evidentemente, en la propuesta inicial de Rabbit Hole. El punto de partida, la pérdida de un hijo, es un argumento especialmente presente en la historia del cine; en la historia del arte. Un acontecimiento fatal que ha supuesto el tema principal para decenas de films, desde la inolvidable Europa 51 (1952) de Rossellini hasta propuestas más recientes como La stanza di figlio (2001) de Moretti o In the Bedroom (2001) de Todd Field. La mayoría de ellas son propuestas que se iniciaban con la pérdida de ese hijo para, posteriormente, armar un estudio sobre el dolor, la manera de afrontarlo, las alternativas para continuar viviendo y, en algunos casos, la presentación del sentimiento de venganza como único medio para sobrellevar esa carga.

Sin embargo, en el caso de Rabbit Hole, el acontecimiento fatal ya se ha producido cuando el film empieza. Una decisión argumental que acerca la película a lo melodramático, al afán por querer descubrir, a la vez que somos testigos del dolor de ese matrimonio, que esconde un pasado que no hemos presenciado. A pesar de esto, Mitchell se aleja pronto de cualquier impulso de telefilm exagerado para convertirse en un preciso cirujano que secciona ese día a día de la pareja protagonista. Una pareja protagonista que, dicho sea de paso, es interpretada notablemente por una recuperada Nicole Kidman (lejos ya de su hieratismo botoxiano) y un solvente Aaron Eckhart, que asombra en un papel muy alejado de los que nos tiene acostumbrados.

Donde la película podría haber caído en lo sensiblero, en un sentimentalismo excesivo y explotador de sentimientos, se alza una historia llevada con sensibilidad, respeto y sinceridad.

Una de las grandes fortalezasde la película es que a ningún personajese le otorga una superioridad moral una manera correcta de duelo. Becca (Nicole Kidman) es frágil, está furiosa y es incapaz de permanecer sentada y quieta durante las sesiones de terapia de grupo a las que Howie (Aaron Eckhart) le insta a asistir. Y cuando otra pareja habla de la pérdida de su hijo como “parte del plan de Dios”, Becca no duda en encararse con ellos sin miramientos. Howie, sin embargo, hace todo lo posible por aferrarse alas representaciones físicas de la memoria de su hijo, a partir de dibujos en la ropa o vídeos en su teléfono móvil. Para él seguir adelante es aferrarse a esas imágenes; para Becca, significa liberarse, desinhibirse.

Mitchell consigue encontrar en Rabbit Hole la estética adecuada, el ritmo exacto y la calma suficiente para no desentonar con una historia de sentimientos dolientes reprimidos, guardados, que no acaban de explotar porque entiende que una catarsis puntual no ayuda a superar una desgracia como la que narra el film. Rabbit Hole es un pedazo de vida de un hombre y una mujer que están condenados a encajar en sus vidas un hecho que nunca los abandonará, un hecho con el que tendrán que vivir para siempre. Por eso, donde la película podría haber caído en lo sensiblero, en un sentimentalismo excesivo y explotador de sentimientos, se alza una historia llevada con sensibilidad, respeto y sinceridad. Los personajes y el público de Rabbit Hole son tratados como seres humanos; algo que habitualmente escasea en este tipo de historias. Es más, el film consigue que desde el inicio nos situemos como virtuales amigos de la sufridora pareja protagonista y anhelemos, desde nuestra posición de simple espectadores, convertirnos en sus ayudantes y consejeros.

Quizá, por buscarle algún pero, Rabbit Hole peque un poco de teatral; no por entrar en el terreno de la sobreactuación o la exageración, sino por no acabar de desligarse del todo de la obra original, escrita por el dramaturgo David Lindsay-Abaire, en la que está basada. Algunas escenas demasiado ancladas en los diálogos o cierto estatismo en la composición de las localizaciones nos recuerdan el origen escénico de la película. Sin embargo, todo ello es pecata minuta comparado con la gran sobriedad y destreza con la que se desarrolla un film especialmente convincente por la manera en la que se transmite la encrucijada en la que se encuentran sus protagonistas. Ya que, pesar de su presumible estancamientoinicial, Mitchell acaba siendo un expertocaptandolos altibajos emocionalesde unhombreyuna mujeren unos momentosprofundosyhorriblesque cambian sus existencias. Además, consigue convertirse en el defensor de avanzar con pequeños cambios, aunque no compensenel daño. Toda una experienciadolorosa, una de verdad.

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