RARA AVIS

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Eva Rivera Soler es la Directora del Festival Dock of the Bay de Cine Documental Musical de Donostia- San Sebastián

Año tras año, en estas fechas, a cuatro meses del inicio de Dock of the Bay, justo antes del comienzo de una vorágine que durará hasta el último día del festival, la misma pregunta regresa a mi cabeza: ¿Por qué lo hacemos? ¿Qué extraña fuerza me impulsa a dirigir un festival de cine documental musical en San Sebastián? Quizá sea la falta de recursos de la que siempre partimos la que haga que me cuestione esto. Quizá, nuestro asombro al recordar las salas llenas en la edición anterior. O quizá, la enorme cantidad de películas de un género a priori minoritario que responden a nuestra convocatoria desde los cinco continentes.

Promover y dirigir un festival de cine documental musical en una ciudad pequeña es un acto de resistencia cultural. Hacerlo supone trabajar durante doce meses en el visionado, en la concepción de la edición, en la definición de las diferentes secciones, en la planificación de la producción y, sobre todo, en la búsqueda de la financiación. Hacerlo supone, en definitiva, un esfuerzo descomunal que, sumado a la falta de un retorno económico digno, hace que la única razón que encuentre ni siquiera sea la militancia cultural, sino la idea romántica de la misma.

Sin embargo, a pesar de todo esto, a cambio de este sacrificio logramos un retorno único: un festival pequeño y singular, un festival en el que el público, la música y el cine acaban confluyendo en las salas y generando una atmósfera irrepetible.

A diferencia de los grandes festivales, los pequeños conseguimos una unión especial entre las películas y el público. Nuestros espectadores toman conciencia de la necesidad de nuestra existencia, y de que somos un reflejo importante del pulso creativo de nuestros días. En cierta forma, ellos se alinean con la resistencia cultural que representamos y  acuden a nuestras llamadas, nos cuidan a todos los que trabajamos en el festival, y cuidan a todos los que nos visitan. Además lo hacen en comunidad, siguiendo unos ritos que los conectan, con el único objetivo de tener una experiencia compartida: el disfrute del cine. Lo hacen hasta tal extremo que acaban por ser los grandes protagonistas del festival. Y es aquí donde lo local se hace universal, y donde la cultura como valor en sí mismo cobra todo su sentido.

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Por todo ello, desde hace varias ediciones, concibo el Dock of the Bay como un festival del público y para el público. Esto supone asumir que nuestra labor incluye realizar un trabajo antropológico de conocimiento de nuestros espectadores. Es nuestro deber comunicarnos con ellos de forma constante, atender a sus inquietudes o lograr programar películas inéditas que les entusiasmarán; con todo, seguir desarrollando el festival para mejorar aún más esas experiencias compartidas de un público crítico y militante.

En esta unión simbiótica a la que asistimos en Dock of the Bay la música se erige como elemento esencial. El documental musical es un género particular y clave en la concepción de nuestro festival. Posee una capacidad excepcional para unir la música y el cine, y esto hace que esa sensación de comunidad de los espectadores sea aún más sólida y arraigada. El documental musical no sólo logra que los melómanos se acerquen al cine y que los cinéfilos lo hagan a la música; también que ambos disfruten de una misma experiencia y acaben teniendo un mismo espíritu de pertenencia al festival.

A todo esto debemos sumar algo esencial para un proyecto de nuestro tamaño: el compromiso de ser una ventana para la producción local. Porque de alguna forma nos debemos a un ecosistema que además de estar formado por espectadores, está compuesto por creadores. Debemos ser especialmente sensibles con los trabajos más cercanos y ayudar a que vean la luz. Debemos arroparlos, y hacer todo lo que esté en nuestras manos para impulsarlos a otros festivales. Como festival pequeño y de público, el compromiso con el territorio y sus creadores debe ser una de nuestras señas de identidad.

Todas estas reflexiones son las que a día de hoy conforman la respuesta a mi pregunta inicial, ¿por qué lo hacemos? Sin embargo, hace diez años en nuestra primera edición partimosde una inocencia mayor y con un espíritu más combativo. Entonces no existían iniciativas similares en Donostia. No se entendía la cultura al margen de lo institucional. Eso suponía que lo que la administración nos ofrecía era lo que podíamos tener. Afortunadamente esta tendencia ha ido cambiando. Poco a poco, hemos asistido al surgimiento de nuevos agentes culturales independientes y con ellos a una transformación del tejido cultural de base. Quizá hoy encuentre menos ímpetu que en aquella primera edición, pero siento un mayor compromiso con quienes me rodean. Ya no nos sentimos solos en nuestro empeño. Ahora somos más los románticos que luchamos por una reivindicación del valor de la culturaen esta ciudad.

Dock of the Bay entra el próximo enero en su décima edición. Nacimos sin más objetivo que compartir y tratar de que quienes nos rodeaban pudieran disfrutar de un género que nos apasionaba: el documental musical. Hoy nos vemos inmersos en un festival de ocho días de duración, con una programación extensa y cuidada, con estrenos internacionales que nos hacen grandes por un día, con un seminario de reflexión con profesionales del sector, con decenas de invitados y acreditados, y, sobre todo, con un público al que nos debemos. Hoy también nos vemos inmersos en un tejido cultural en el que se enfrentan una explosión de ideas y pequeñas propuestas privadas, y una falta de financiación sistémica por parte de las administraciones y los grandes patrocinadores. Quizá necesitemos un cambio de modelo o al menos debatir el actual. Quizá necesitemos aumentar la sensibilidad cultural de quienes nos tienen contra las cuerdas. Desde aquí les invito a que nos visiten. A que entren en las salas de cine y vean al público levantarse de sus butacas y bailar frente a las pantallas.

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