RÉCRÉATIONS (1992), de Claire Simon


ESTO NO ES UNA PIPA

El niño es el portador de una mirada libre, indisciplinada,

una forma de mirar que aún es capaz de sorprender a los

ojos. El niño enseña al adulto a mirar las cosas como por

primera vez, sin los hábitos de la mirada constituida

Jorge Larrosa

Hace algunas semanas, a un amigo se le ocurrió animar su fiesta con la proyección de varias películas domésticas de su infancia. Aquellas filmaciones en Super 8 eran todo lo entrañables que se puede suponer a esas escenas típicamente familiares en las que los críos hacen el indio mientras los adultos insisten en que saluden a cámara, se suenen los mocos o dejen de joder con la pelota. Pero, pese al embebecimiento general, aquellas escenas hogareñas me produjeron una cierta tristeza, al darme cuenta de que no existe ninguna grabación (visual o auditiva) de mi infancia. Nunca antes me había parado a pensar en ello, pero en aquel momento fui dolorosamente consciente, por vez primera, de que jamás sabré cómo hablaba, caminaba o, sobre todo, gesticulaba a los dos, cuatro, seis, ocho años… Nunca sabré, más allá de los relatos evocativos o las imágenes congeladas, cómo eran mis muecas, ademanes, guiños o tics, cómo meneaba la cabeza, me sacudía la arena o chapoteaba en la bañera. Esa gestualidad infantil, espontánea, franca, pura, que “sólo puede ser conocida desde el exterior, que sólo puede ser vista, pero no comprendida”1.

Fotograma del vídeo familiar que inspiró 'Récréations'

Tal vez la fascinación por esa gestualidad desinhibida, o la seducción del “rostro enigmático de la infancia” adivinado por André Bazin, llevaron a Claire Simon a coger una cámara durante una jornada vacacional y filmar las cándidas fábulas que su hija pequeña y una amiguita escenificaban en el jardín. Para sorpresa y deleite de la cineasta francesa, ambas criaturas continuaron recreando sus fantasías, ajenas a la intromisión tanto del adulto como de su juguete. Esa escena íntima fue el germen en la génesis de Récréations (1992), una exquisita joya cinematográfica que dinamita la encorsetada impostura de nuestro Yo adulto, invocando la nostalgia por nuestro Yo mocoso. Récréations es tiempo. Es presente, es futuro y es, ante todo, pasado: el extrañamiento de la añoranza, el duelo por la memoria de quien uno fue. El niño nos recuerda que fuimos niño, ante lo que nosotros verificamos que nos hacemos viejos. Así lo constataba Francisco Umbral en Mortal y rosa, la elegía catártica que dedicó a su hijo, muerto a los tres años:

El niño nos lleva hasta los reinos de lo pequeño, acude a nuestra propia infancia dormida, nos mete por el sendero más estrecho (…) y nos da la medida de nuestro exilio, porque él sí pertenece a los cielos viajeros, a la luz del día, al estallido de la hora, y nosotros ya no. Nosotros nos hemos distanciado con el pensamiento, la reflexión, la impaciencia y el orden2.

Récréations es vida y es ficción, escenificada por aventureros de cuatro primaveras y cinco palmos, con rostro angelical e imaginación endiablada; narices diminutas, rodillas desnudas y manos de barro llenas de barro. El teatro de sus ensoñaciones es un patio de recreo, el sitio de su recreo, donde las peluquerías se transforman en cárceles en un parpadeo. “Un lugar filosófico, abstracto, experimental”, acierta Claire Simon, el topo en territorio comanche, la agente doble que sucumbe al síndrome de Estocolmo. Al inicio, los nativos tantean a la intrusa. A continuación, la someten a un pacto de honor, una prueba de fuego que pone en jaque su triple rol de adulta, madre y cineasta: dos agitadores se confabulan para castigar a un tercero, ante la mirada de laforastera. Los atacantes lo patean, miran a la cámara entrometida y vuelven a patearle. La víctima berrea desesperada, mira a la cámara, y continúa llorando. Los agresores quieren asegurarse de la honradez de la extraña fisgona. Lo patean de nuevo, miran de nuevo a la cámara y sueltan una última coz. Finaliza el rito de iniciación: la intrusa ha demostrado ser uno de los nuestros (o, al menos, no ser uno de Ellos). Claire Simon es bienvenida a la tribu, a la manada, a la colmena. Desciende su cámara hasta un metro sobre el suelo, a la altura de la mirada de sus nuevos compañeros. ¡Todo se ve tan grande desde allá abajo! Comienza su desafío:

Nada más difícil que mirar a un niño. Nada más difícil que mirar con los ojos de niño. Nada más difícil que sostener la mirada de un niño. Nada más difícil que estar a la altura de esa mirada3.

Los pequeños someten a la directora a una prueba de fuego que pone en jaque su triple rol de adulta, madre y cineasta

Historias efímeras

El mayor éxito de Récréations se halla en su reformulación del tiempo. Su montaje renuncia a la lógica consciente del tiempo adulto para entregarse al impredecible tiempo de la infancia, a su ritmo, normas y códigos. Los niños hacen y deshacen, dicen digo, digo Diego. La cineasta registra seis dilatados recreos/recreaciones correspondientes a seis días/episodios. Sólo la espera permite testimoniar lo inesperado. Tras caer el telón a toque de campan(ill)a, los actores vuelven a sus quehaceres cotidianos, mientras las señoras de la limpieza barren el set, en seguida impecable para la próxima función. Adiós a los palitos del arquitecto/capataz/peón/morador Alexandre, que apilaba con esmero para construir su hogar, tras haber descargado con furia su munición desde la trinchera. Somos espectadores de historias efímeras, al igual que ante las obras de arte de Andy Goldsworthy en Ríos y mareas (Thomas Riedelsheimer, 2001).

Al igual que la pipa de Magritte, en Récréations una valla no es una valla, ni tampoco un canalón es un canalón. El tejado de una caseta de madera puede ser el asfalto de una carrera de escupitajos, así como un banco se puede transformar en el Cañón del Colorado. Como en todas las historias (“al menos las más bellas”), nada es lo que parece: el peluquero es un preso, el soldado un albañil, el cabecilla se queda rezagado, el líder es humillado, el perdedor se lleva a la(s) chica(s). Los protagonistas de esta fábula desconocen el significado de la hipocresía, la doble moral, el puñal por la espalda… Actúan a cara descubierta, con las cartas sobre la mesa: “cuando empiece a llorar paramos la pelea”, dice un granujilla a sus compinches mientras atacan a un compañero. No se andan con alegorías: “¡Por la fuerza del culo!”, dice un renacuajo; “¡Por la fuerza de la caca!”, responde su oponente.

Tras el rodaje y una primera versión del montaje, Claire Simon grabó a los niños doblándose a sí mismos, uno por uno

La atmósfera de constante recreación puede palparse a lo largo de todo el proyecto, en el antes, el durante y el después: preproducción, producción y, como colofón, posproducción. Tras comprobar la imposibilidad de utilizar el estruendoso sonido directo, Claire Simon decide rizar el rizo haciendo que cada uno de los niños se doble a si mismo (con un resultado excepcional y apenas perceptible). Estas sesiones de grabación de voz, sin embargo, no son más que un nuevo juego para los protagonistas, la (pen)última recreación (la definitiva se desarrollará en la mente del espectador).

Al final de la película, en una hermosa secuencia en la que una niña logra saltar desde un banco hasta el suelo tras las burlas de algunas compañeras (“Myriam es más pequeña que tú y sabe hacerlo, tiene cuatro años y puede hacerlo”), otra niñita morena se planta frente a la cámara, en primer plano, y nos observa con una mezcla de curiosidad y vergüenza. Posiblemente esos ojitos busquen alguna respuesta o indicación adulta, pero confieso que la primera vez que vi aquella mirada sentí una interpelación: “¿por qué te sorprendes tanto?, ¿por qué nos miras de ese modo si también tú has sido como nosotros?, ¿ya no recuerdas que tú hacías lo mismo?”. Decir que los niños son nuestro propio reflejo no sólo significa que ellos se convertirán en nosotros, sino que también nosotros hemos sido ellos. Por eso, con pesar, lamento que no pueda verme a mi mismo a los dos, cuatro, seis, ocho años, meneando la cabeza, sacudiéndome la arena o chapoteando en la bañera. No sólo no puedo regresar a mi Yo pasado, sino que tampoco puedo escucharlo o contemplarlo en movimiento. Siempre me quedará alguna que otra cicatriz, un puñado de fotografías descoloridas y más de mil palabras imprecisas. “Seremos otros, seremos más viejos”, cantaba Ismael.

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1 Larrosa, Jorge: El rostro enigmático de la infancia, en VVAA (2007): Miradas cinematográficas sobre la infancia. Niños atravesando el paisaje. Buenos Aires, Miño y Dávila. p.20

2 Umbral, Francisco (1995): Mortal y rosa. Madrid, Cátedra, pp. 74,75

3 Larrosa, op. cit. p.24

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