LAS POLÍTICAS DE LO PERSONAL, LAS POLÍTICAS DE LOS ‘OTROS’

La séptima edición de Punto de Vista ha confirmado a este festival como una de las citas peninsulares más relevantes del calendario cinéfilo. El equipo dirigido por Josetxo Cerdán supo encontrar a su público, y año tras año se dedica a mimar con una sección oficial revolucionaria y unas retrospectivas que cumplen la doble función de difundir ‘clásicos invisibles’ y ponerlos en relación con sus paralelos temáticos. Iruña reúne durante el festival a la comunidad de cineastas, investigadores y periodistas especializados en el campo documental, pero también le ofrece a sus propios habitantes un estímulo para volver al cine: ver una sala atestada de público para ver el último documental de Patricio Guzmán (Nostalgia de la luz) o la correspondencia visual entre José Luis Guerín y Jonas Mekas es un síntoma de la buena salud de este festival.

Punto de Vista

'Cannibal Tours', uno de los filmes del ciclo 'Tupi or not tupi. Caníbales contra vampiros'

Las dos retrospectivas temáticas de este año estuvieron concebidas alrededor del impacto en el documental de dos de las tendencias más notables de los estudios culturales: el feminismo y el postcolonialismo. El primer ciclo, ‘Lo personal es político’, programó hasta veintidós títulos entre cortometrajes militantes, piezas experimentales, realizaciones televisivas y retratos familiares. Esta era la propuesta ‘fuerte’ del festival, que venía acompañada por la publicación de una antología de textos sobre la representación del cuerpo femenino en el cine. Después, el segundo ciclo, ‘Tupi or Not Tupi. Caníbales contra vampiros’, reducía sus títulos a nueve, atendiendo a aquellos documentales que desde Brasil o Australia daban voz a esos ‘otros’ silenciados durante décadas.

‘Lo personal es político’ mostró muchos trabajos donde sus directoras hendían el falocentrismo dominante en el cine a través de sus propios relatos autobiográficos. Estas propuestas construyen un discurso crítico echando mano de prácticas vanguardistas y de la relectura de la misma imagen del cuerpo femenino. Sus resultados cuestionan la escritura visual del pasado familiar o nacional para reivindicar una perspectiva femenina (y feminista) que no siempre coincide con la imagen que ‘el padre’ o ‘el estado’ les ha adjudicado a las mujeres.

En el tocante a los filmes, las comisarias del ciclo recuperaron dos de esos ‘clásicos invisibles’ que festivales como Punto de Vista ayudan a difundir. Por un lado, Daughter Rite (Michelle Citron, 1979) consiste en un ajuste de cuentas de la hija-cineasta con su madre a través de dos niveles narrativos superpuestos: primero está la revisión de sus home movies con un comentario beligerante en primera persona, mientras que luego hay una serie de escenas protagonizadas por dos hermanas (interpretadas por dos actrices) que revelan desde el registro cotidiano las divergencias entre ellas al hablar de los conflictos con la madre. La historia personal se abstrae entonces hacia historia universal gracias a una atención a los detalles que sigue resultando pasmosa tres décadas después, como también ocurre en History and Memory: For Akiko and Takashige (Rea Tajiri, 1991). Este mediometraje proponía a comienzos de los años noventa la reescritura visual de aquellos episodios históricos de los que casi no existe registro cinemetográfico: en concreto, el trauma histórico-familiar al que la cineasta se enfrenta es el internamiento en campos de concentración de los ciudadanos estadounidenses de origen japonés durante la Segunda Guerra Mundial, entre los que se encontraban sus abuelos.

A mayores, la retrospectiva feminista contaba con otros títulos autobiográficos como Trick or Drink (Vanalyne Green, 1985) o Guanabacoa: Crónica de mi familia (Sara Gómez, 1966), junto con propuestas más radicales que iban de la provocadora carta de amor erótico-lesbiana de Fem (Campbell X, 2007) hasta los lúcidos experimentos con las nuevas tecnologías de Writing Desire (Ursula Biemann, 2000). El origen anglosajón de la mayoría de trabajos estaba compensado por la atención a filmes de otras latitudes, como el cortometraje de la cineasta cubana Sara Gómez o Me Broni Ba (Akosua Adoma Owusu, 2008), un curioso cortometraje procedente de Ghana donde los estilismos capilares y las muñecas de juguete construían un discurso feminista y postcolonial al mismo tiempo.

En esa última línea, la retrospectiva ‘Tupi or not tupi. Caníbales contra vampiros’ partía de otros dos clásicos como Les statues meurent aussi (Chris Marker y Alain Resnais, 1953), la primera denuncia cinematográfica del colonialismo francés, y Agarrando pueblo (Luis Ospina y Carlos Mayolo, 1977), un mediometraje colombiano que criticaba con actitud proto-punk el vampirismo con el que los ricos filman a los pobres. Muchos de los documentales de esta sección invertían los roles entre ‘civilizado’ y ‘salvaje’, sobre todo los australianos: al reflexivo First Contact (Robin Anderson y Bob Connolly, 1982) se sumaba el excelente Cannibal Tours (Dennis O’Rourke, 1988), donde unos estoicos aborígenes de Papúa Nueva Guinea aguantan con rabia y dignidad la lamentable conducta de los turistas que invaden sus aldeas, y también el ocurrente Babakiueria (Don Featherstone, 1986), un mofumental televisivo donde los blancos son maltratados en un mundo dominado por los ‘otros’. Por último, desde otra tierra de caníbales como Brasil, la voz de los ‘otros’ llegaba a través del bizarro Triste Trópico (Arthur Omar, 1974), el metacinematográfico Tigrero (Mika Käurismaki, 1994) y la autoconsciencia de Serras da Desordem (Andrea Tonacci, 2005), un notable docudrama donde indios y antropólogos se interpretan a sí mismos para reconstruir una experiencia de aislamiento cultural. De este modo, el cine periférico protagonizado por esos ‘otros’ de los que todos formamos parte ocupa siempre en Punto de Vista un feliz lugar central.

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