ROTTERDAM DÍA 6: LLAMANDO A LAS COSAS POR SU NOMBRE

Imaginemos un mundo fantástico en el que las personas se comportan como verdaderos seres humanos, no faltos de picaresca, pero limpios de prejuicios. Eso es Le Havre, la última genialidad del finlandés Aki Kaurismäki. El realizador se decanta por lo retro para acercarse a un problema contemporáneo y retratar a esta bonachona comunidad que se preocupa por el prójimo. Lo hace utilizando pequeños detalles como un reloj, un teléfono o un tocadiscos, y rescatando de su álbum de discos el retorno inesperado de Little Bob. Marcel Marx (el apellido no tiene nada de azaroso) es un limpiabotas entrado en años que pasa los días rascando de donde puede para llenar una lata en la que guarda todos sus ahorros y que le sirve tanto a él como a su mujer para sobrellevar las penurias de una vida humilde. No hay riqueza en este vecindario, por lo menos no económica, pero sí espiritual (mucha más que a las puertas de la catedral donde los curas echan el cigarrillo). En el puerto, un niño africano llamado Idrissa escapa de una redada policial sobre un contenedor lleno de inmigrantes ilegales. La historia es sencilla, Marcel intentará ayudar al chico a escapar de la policía y cruzar el canal para llegar a Londres, donde está su madre. Por el camino se reparten secuencias que hacen disfrutar a todos aquellos que nos gusta esto del cine por sus reminiscencias estéticas de un clasicismo que ya poco se ve en las pantallas.

La película de Kaurismäki está íntimamente relacionada con Welcome, de Philip Lioret. Una producción que hace dos años ganaba el favor de los comisarios de la Unión Europea con el Premio Lux y que aborda una trama exactamente igual. El viejo es más joven, y el niño es en el caso del francés un adolescente. El tratamiento, por otra parte es opuesto. Le Havre es luminosa, esperanzadora, mientras que la de Lioret es pesimista, oscura y lluviosa (por cierto hoy a nevado). De la tragedia al drama cómico, los personajes del realizador nórdico hablan como ya no se habla, respetando el diálogo, sin gritar y de forma ordenada. El inicio podría ser un cortometraje redondo, y es de ley rescatar la construcción del protagonista con su reacción ante el asesinato del que había sido su cliente segundos antes. “Por lo menos me ha pagado a tiempo”, dice Monsieur Marcel. Otros personajes nos recuerdan a aquellos con los que Jean-Pierre Jeunet se metió al público en el bolsillo en 2001 con Amélie. Son felices aunque la vida les podría haber tratado mejor, menos exagerados, pero igual de fabulosos. Y qué decir del comisario, ese hombre vestido de riguroso negro capaz de guiarse por el corazón en lugar de limitarse a seguir órdenes, y además amante de las piñas. En definitiva, el mundo como debería ser.

Salgo del cine y está nevando, igual es una señal. Con todo, me cierro el abrigo hasta el último botón y me pego una carrera rumbo a Cinerama, un multisala de los de antaño en cuyas paredes cuelgan todavía los carteles originales de Tristana de Luis Buñuel. Voy a ver A Dangerous Method. El pase de prensa está a reventar, lo que me resulta gracioso a la vez que muy típico del gremio (me incluyo): por qué pagar por una peli que se estrena en la ciudad la semana que viene si podemos verla gratis en el contexto del IFFR. Muchos dicen que con esta película “de época” David Cronenberg ha puesto un punto y aparte en el guión de su carrera. Yo me decanto por pensar que se trata de un regalo que se hace a sí mismo, una obra que versa sobre la relación personal y profesional que unió a Jung y Freud a principios del siglo XX con una paciente compartida de por medio encarnada por Keira Knightley y que no es otra que la mismísima Sabina Spielrein (primera mujer psicoanalista). Una clase magistral sobre la génesis de esta técnica de la Psicología para educar a todos aquellos que en repetidas ocasiones le preguntaban sobre el tema en ruedas de prensa. Con un tratamiento de la imagen depurado, en el que abundan los primeros planos, y una distribución de los personajes en la composición que evidencia sus reacciones ante lo que va sucediendo, el canadiense vuelve a explorar esa faceta del hombre en la que sus pasiones le llevan a la acción. Sólo que en este caso Cronenberg psicoanaliza incluso al padre del psicoanálisis. En mi opinión este espadón del cine mundial ya lo dio todo con Una historia de violencia.

La tercera sesión del día ha sido una grata sorpresa. Y es que la sección Spectrum (a la que hoy he dedicado mis horas) tiene dos cosas importantes. La primera, que nos permite recuperar títulos que nos perdimos a lo largo del año, y la segunda, que contiene segundas o terceras películas de realizadores ya consagrados que vuelven a Rotterdam para hacer aquí el estreno mundial o internacional de su última creación. Tal es el caso del brasileño Claudio Assis, que llevó premio en la Tiger Competition en 2007, y que presenta la cinta anarquista Rat Fever. Un canto a la libertad con forma de poesía, así podríamos definir a este ensayo bohemio sobre los placeres más básicos. El altavoz de este discurso es el protagonista, el poeta Zizo. Que por otra parte es una contradicción en sí mismo, ya que mientras recorre las calles proclamando la libertad absoluta, el antiimperialismo y denunciando las diferencias sociales en Recife y en el mundo, por las noches es esclavo de la bebida, del sexo con mujeres mayores y de su diario militante. Su entorno lo forman chicas desinhibidas, dealers, músicos y su mejor amigo, Espada, que hace pareja con un desconcertantemente atractivo travestido llamado Wanessa. Nuestro poeta perderá el rumbo al encontrarse con Eneida, que se convierte en su musa y que para contradecir sus gustos, es una chica joven.

La anarquía que Assis expone en Rat Fever se extiende también a los aspectos formales, un catálogo del travelling que incluye el lateral, el cenital (en una bonita escena sobre la cama de un ‘ménage à quatre’ con tres hombres y una mujer), y por su puesto el circular (los dos últimos hacía mucho que no los veía en un cine). Planos subjetivos, otros sin corte, generales y paneos de relación organizan una fiesta de la realización sustentada sobre el blanco y negro. La música se convierte en sonido diegético y cuando sus acordes se extinguen, las palabras pasan a un primer plano tanto en escena como en una recurrente voz en off. No tiene desperdicio, es una película muy FICXixón (antes de quedar el certamen huérfano de padre, claro, ahora… no sé).

Concluyo esta crónica con una de las frases que, pronunciada por la madre de Zizo (también militante de su movimiento aunque de otra generación) cobra todavía más sentido: “El alcohol y las putas también son poesía”. Y si no, que se lo cuenten a Bukowski.

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