(S8): LUZ ESPIRITUAL

No hacemos en estos inicios de 2013 un especial sobre la situación de los festivales de cine en España por nada. El contexto de la crisis económica es el principal factor que está mutando el llamado mapa de festivales, teniendo que redimensionar eventos, suprimir secciones, bajar número de títulos, actividades paralelas, o celebrarse cada dos años (el caso de Punto de Vista, como nos cuenta Josetxo Cerdán, su director artístico, en el debate que acompaña a este artículo).

Ante tal contexto, toda actividad cultural nacida recientemente debe buscar la manera de hacerse un hueco con pocos recursos. La primera clave que puede ocurrírsenos es la especialización. Encontrar ese algo, ese nicho de mercado (en términos publicitarios) que nadie está ofreciendo, es fundamental. El (S8) Muestra de Cine Periférico, nacido en 2010, lo ha tenido bien claro. A pesar de lo difuso de su nombre, hay un adjetivo que define toda su programación: experimental. O, según prefiere su director, Ángel Rueda: “una búsqueda constante, flexible y rigurosa” que “rastrea las vanguardias pasadas, presentes y futuras”. No existe en España ningún otro evento centrado exclusivamente en esta cuestión. El público ya está enfocado. Ahora hace falta atraerlo y agrandarlo, educando a los no conversos.

¿Cuál es entonces la programación? El (S8) podía haber optado por la inclusión del cine experimental más importante hecho a lo largo del año, un poco a modo de contenedor de tendencias, e incluso dar algún premio. Optó por quedarse en muestra, con una cantidad selecta de títulos y, ante todo, jugárselo todo al espacio. Cuando se supo que la primera edición iba a tener la Antigua Cárcel de A Coruña como sede, fuimos muchos los que pensamos que esto respondía a una estrategia del gobierno bipartito PSOE-BNG para revalorizar el espacio con fines culturales. Seguramente no nos confundimos. Lo que no podíamos preveer era hasta qué punto el equipo del (S8) se iba a hacer dueño y señor del espacio, como si el edificio hubiese sido previamente diseñado para ellos. Según explica Rueda, “la muestra se concibió como un evento de activación, donde la rehabilitación y transformación de espacios para fines artísticos, forma parte de su idiosincrasia”.

La palabra ‘intervención’ es la más idónea, pues en las ediciones de 2010 y 2011, las propias celdas de la antigua prisión servían como lugar para el comentario político sobre los viejos usos del edificio, con las instalaciones irregulares, pero siempre estimulantes, de María Cañas, Alberte Pagán o Xurxo Chirro, entre otros. Las más complicadas de Left Hand Rotation y Mobileskino invitaban al visitante a tocar el celuloide, a jugar con aparatos reproductores de imágenes; una grande virtud de esta muestra, que, en la era del etéreo digital, siempre ha privilegiado la fisicidad del cine, la de un cuerpo traspasado por la luz: la película.

La cárcel funcionaba entonces como un museo de arte contemporáneo, con contenido exclusivamente cinematográfico, y proyecciones en dos salas a cada lado del corredor principal. Sabíamos que ahí dentro echaban filmes, y algunos buenos, pero ante la atracción que creaba todo el dispositivo carcelario, por nosotros ya podían estar jugando a la pelota vasca, que nos daba igual. Excepto cuando proyectaban algo que necesitase cinco máquinas para ser visto, o si nos contaban que alguien iba a salir de la pantalla, o que el espacio de la proyección era en realidad todo el patio de la cárcel. Ahí ibas por curiosidad, y salías estupefacto. Para algunos todo supondría una tomadura de pelo. Para otros, una genialidad.

El privilegio de la experiencia

Sea como fuere, hay dos palabras que no faltaban en el vocabulario de todo espectador de estas sesiones: experiencia y riesgo. El (S8) no privilegia solo la experiencia de tocar. Con estas propuestas de cine expandido, está también reivindicando al espectador en el espacio como “participante activo” (Rueda dixit) de la proyección cinematográfica; que en este caso nunca es exactamente la misma cada vez que se “interpreta”. En su pieza Only in the Darkness is the Shadow Clear, Bruce McClure no será nunca capaz de coordinar los varios proyectores de 16mm. que hacen falta para ejecutarla, justo en la misma secuencia y acertando siempre en el mismo cuadro de la pantalla. Además, el hecho de que la llevara a cabo en el patio de la cárcel, con unas dimensiones específicas, y en la noche abierta que le tocó; hace que sea imposible que esa representación concreta se vuelva a repetir. Como el actor que se sabe un papel de memoria, pero nunca lo recita igual, ni suena idéntico en cada teatro, estas experiencias son únicas y hay que estar ahí para vivirlas.

Este equipo ha traído artistas muy diversos a esta sección que dieron en llamar, primero Cine Performativo y, en la última edición, Desbordamientos. Seguramente, no siempre acertaron, pero siempre han estado atentos a descubrir nuevos cines al espectador. No solo al coruñés, sino al español que se acercó a la ciudad herculina para disfrutar, entre otros, de Bruce McClure o Guy Sherwin como los más destacados.

En la edición de 2012, quizás este fuese el apartado que sufrió un mayor descenso de calidad. Las instalaciones, en el nuevo espacio del Centro Ágora (cambio forzado por el equipo entrante del PP en la concejalía) ya no tuvieron la misma fuerza que en años anteriores. Rueda nos ha confirmado, sin revelar dónde, que la cuarta edición se va a desarrollar en diversos edificios del centro de la ciudad, para acercarse más al público en un “espacio de intervención donde difusión, didáctica y divulgación son sus principales motores”.

En 2012 no acertaron con el espacio, es cierto. Sin embargo, se potenció el cuarto pilar que sostiene esta catedral de la experiencia fílmica: las clases magistrales de invitados junto con su obra. Buscando un conocimiento del cine de vanguardia norteamericano, en 2010 apareció Mark Rappaport, ese fagocitador macarra del Hollywood clásico. 2011 fue el año de Nathaniel Dorsky, autor del que el CGAI (co-productor siempre de estos ciclos) ha seguido proyectando trabajos en el último año y medio, dando la oportunidad a los gallegos de conocer un cineasta fundamental de la vanguardia. Sus películas, proyectadas a la sacred speed (18 fotogramas por segundo), emiten un parpadeo muy particular, que casi que atraviesa (en un sentido espiritual) el cuerpo opaco del espectador.

Dorsky, desde su concepción del espacio, y Peter Kubelka, desde su estudio del tiempo, están proponiendo, unidos por el (S8), una suerte de deontología espiritual de la imagen. Una conexión divina con el universo a través de la materia del cine: la luz.

La presencia de Kubelka esta edición en el CGAI y en el Ágora eclipsó por completo el resto de la programación. Si la especialización en el experimental, el reclamo de la cárcel como espacio expositivo, o las experiencias del cine expandido no eran suficientes para atraer al público de fuera, Kubelka fue quien de convocar una verdadera peregrinación de cinéfilos a la ciudad. La explicación de su obra en sala, la clase magistral sobre sus curiosas metáforas, sobre la concepción que tiene del cine, ver repetidas veces Arnulf Rainer (quizás, siendo de 1960, el mejor filme proyectado este año en España); fueron regalos difíciles de olvidar. Una experiencia vital a valorar y agradecer, que supera los límites de lo que a diario vemos en las pantallas de cine.

Si a este curso, añadimos el que Naomi Uman daría la semana posterior a la muestra, sobre dinámicas de intervención en el celuloide, se puede decir que el (S8) cada vez apuesta más por las actividades paralelas que por las proyecciones en sí mismas. Todo evento cinematográfico muestra películas. Pocos son los que te dan la oportunidad de compartir momentos así con los creadores y aprender algo de ellos, llevarse a casa (hace falta repetirlo, para que algunos lo tengan claro) una experiencia.

Como cronista, pero también como espectador, creo que debemos valorar el riesgo y la apuesta que caracterizan al (S8). La educación de la ciudadanía, la construcción de un público, es un mínimo que se le debe exigir a todo festival. En el momento de incertidumbre económica que vivimos, es muy repetido que solo se salvarán a medio plazo los grandes eventos o los muy pequeños, que, como éste, tengan las cosas claras. Confirmando su interés por convertirse en el refugio-catedral, a través de la luz espiritual de Dorsky y Kubelka, de esa religión (ya case secta si no lo remediamos) llamada cinefilia; esta muestra va consiguiendo su lugar en el mapa de festivales españoles. Encontrar buenas manos en esta partida por la supervivencia no es fácil para nadie, pero si te aseguras un repóker como el del (S8) en esta última edición, la participación de los fieles en la liturgia está asegurada.

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