SEFF 2014: UN PANORAMA DIVERSO

meraviglieEn una selección en la que no se advierten tendencias claras ni ninguna conexión evidente entre los filmes de la sección oficial, más allá de ofrecer un panorama del cine europeo de autor de 2014, preferimos hacer un repaso al palmarés y comentar otros filmes que pudimos ver en nuestra estancia en Sevilla. Deberíamos comenzar por Turist (Ruben Östlund, 2014), Giraldillo de Oro y mejor guion, pero se da la casualidad de que es de las que nos faltó por ver. Como consolación, sí podemos hablar del Giraldillo de Plata, The Kindergarten Teacher (Nadav Lapid, 2014), y constatar que para nada estamos de acuerdo con el jurado. Según sus miembros, el filme “manipula hábilmente simpatías y expectativas para arrastrarnos de lleno a su claustrofóbico y ambiguo terreno moral”. ¿Y dónde está este terreno? Pues en el ya clásico debate sobre la escuela como elemento unificador de masas, pero necesario para el crecimiento del individuo. ¿Cómo diseñar una educación que no delimite, que no etiquete a los alumnos y deje de lado a aquellos que se alejen del canon? La respuesta no es fácil, y la validez moral de la tutela siempre es peligrosa. Una profesora de infantil, convencida de que tiene a un alumno muy dotado para la poesía, lo rapta en un gesto desesperado de salvarlo de un ambiente familiar que no favorece sus cualidades. No se da cuenta de que lo está condicionando, tanto como lo condiciona la tutela paterna. La película, en una de sus primeras secuencias, pone en escena la representación de un mito fundacional del estado israelí en la escuela, y uno piensa que Lapid va a tirar por un terreno político. Es algo que abandona rápidamente, entregándose a una ambigüedad estética, más que moral; en la que una inquieta cámara se encuentra fácilmente con desenfoques que no parecen tener función narrativa alguna. Una de las manías en los travellings es chocar contra la gente. Algunos verán en esto una metáfora de las relaciones de Israel con el resto de Oriente Próximo, porque chocar sí que chocan mucho (el filme es suficientemente difuso como para prestarse a todo tipo de interpretaciones), pero honestamente, nosotros creemos que se trata solo de falta de confianza detrás de la cámara; en un filme que nos puso de mal humor por no parecer dirigirse a ninguna parte, la nota disonante de una sección oficial de calidad (puede que inconexa, diversa, difusa; pero buena).

A seguir, el premio especial del jurado fue para Le meraviglie (Alice Rohrwacher, 2014), una película necesaria por el retrato que hace del despoblamiento rural de Italia, pero que puede aplicarse a buena parte de Europa. Una chica recoge miel en el seno de una familia apicultora, y decide inscribirse a un concurso de negocios tradicionales para la televisión, que en principio traerá mucha prosperidad a una región deprimida. El alcalde está encantado con el invento, que entiende promocionará el turismo. El padre de la chica, defensor de lo tradicional, se resiste a pactar un modelo productivo que viene de la ciudad, y que homogeneiza todo a su paso. Filme rodado bellamente en una película que recoge a la perfección las sutilezas de la luz crepuscular de la comarca; es sencillo y directo, un tipo de cine social combativo en el fondo, pero sosegado en lo formal; del que debieran tomar nota Ken Loach, Fernando León de Aranoa y su grupo de seguidores de lo políticamente correcto, que corren el riesgo por acomodaticios de caer en la pornografía de la miseria.

Amour-FouRigor histórico, excelencia técnica

Los premios del director y actor van para Mr. Turner (Mike Leigh, 2014), filme que debemos analizar junto a Amour fou (Jessica Hausner, 2014). Comentaba la directora en el festival que la paleta de colores que eligió en la fotografía es muy viva porque así lucían los palacios del Romanticismo. Es el cine de época clásico el que ha dado una impresión al espectador de que las tonalidades de estas construcciones, y la ropa que se vestía, eran mucho más apagadas, según ella. El argumento puede ser histórico, el mismo que usaba Sofia Coppola para su posmoderna María Antonieta (2006), pero realmente existe una conexión pictórica más obvia, la misma que llevó a Kubrick a inspirarse en la pintura inglesa del XVIII para Barry Lyndon (1975), con Constable o Hogarth entre sus referencias; y visitando también otras latitudes, véase Vermeer. Aquí también hay mucha vela y luz natural. Introduciéndose en el filme de Hausner, uno tiene la sensación de pasear, no solo ante Vermeer, sino por la Altenationalgallerie de Berlín. Los pintores del Biedermeier aparecen ante nuestros ojos, en una película absolutamente clásica, que sigue los parámetros del cinema de época de qualité. La directora no nos descubre nada nuevo. Su intención es lograr un nivel de excelencia en la variante dialectal del alemán que se habla, copiar los gestos y hábitos representados en tales cuadros, atrapar el sentimiento romántico que lleva a un poeta a buscar suicidarse con su amada… Un amor marcadamente platónico, entiéndase. Puede haber en el aparente clasicismo de la cinta, una lectura hípermoderna de las razones que llevan al poeta Heinrich (von Kleist, inspirado en su figura histórica, parece ser que también un poco en Friedrich Schiller) a buscar una mujer con la que matarse, a toda costa, adquiriendo su búsqueda vital un aspecto paródico. En todo caso, nos encontramos ante un filme muy germano, cartesiano, de análisis histórico y formal; que en ningún momento se permite salir de su acotado patrón. Excelente, eso sí, en sus estrechos horizontes.

Mr. Turner (Mike Leigh, 2014) va más al corazón. Partiendo de postulados estéticos e históricos parecidos, Leigh logra un biopic con profusión de datos bien integrados en la trama y una contemplación paisajística próxima a la del esquivo pintor inglés. El filme se construye en el guion, mediante los diálogos, que muestran un marcado interés por realizar un retrato de la época. De nuevo, variantes dialectales y costumbres protocolarias están muy presentes en una película en la que se respira su alma british. Ambos filmes de época acaban por beneficiarse del juego con ciertos aspectos de la identidad nacional. En Mr. Turner, un humor corrosivo y una representación de clases que muestran la Inglaterra como pionera de la era moderna industrial. Un filme de factura clásica y poso humanista, con guiños intelectuales a la historia del medio: los lobbies que ya se creaban en el seno de la Academia de las Artes, con un Benjamin Haydon incomprendido y vilipendiado (hoy muy bien considerado); o un enfrentamiento entre caballeros que junta a Turner y John Mayall en la misma sala, anticipando la fotografía de influencia pictórica. La plenitud de lo viejo, y el amanecer de una nueva era, en la misma escena. Pero en esencia, el principal valor de la película es una interpretación soberbia de un callado Timothy Spall, que hace uso de la buena flema británica cuando debe, pero logra construir el personaje principalmente mediante los movimientos y un montón de gruñidos con distintos matices. Si no hay nominación al Oscar, es que Dios, definitivamente, no existe.

Siguiendo con buena factura y los biopics, contamos con otro esfuerzo interesante: Saint Laurent (Bertrand Bonello, 2014). Se trata de una biografía al uso que, con todo, destila un cierto aroma Bonello. Un Bonello más amable y de línea clara que en su obra anterior, pero Bonello. El fetichismo sería una palabra adecuada para definir la mirada de un cineasta conducido por el goce estético. Más que nunca, lo lleva a su máxima potencia con cada uno de los elementos del vestuario y el departamento de arte, pero también con los cuerpos (por fortuna, no solo los de las mujeres). Todo el filme gira en torno a este tema: cómo representar el fetichismo a través de la mirada del cine. En el montaje, hay guiños históricos coma en los casos previos. Mondrian en las pantallas paralelas con patrones que remiten a sus cuadros (y, por extensión, a algunas de las colecciones de Saint Laurent); conversaciones sobre lo cool que son los del grupo armado Baader Meinhof en un ambiente progresista; la carta, quizás muy explícita, de Warhol (leída por el realizador norteamericano afincado en Francia Benjamin Crotty, en la selección de Las Nuevas Olas)… Todos estos elementos, junto con una banda sonora de lujo ideada por el Bonello músico, nos remiten y trasladan con efectividad al París de los 70-80. Son todas pequeñas licencias del guión, que hablan con complicidad al espectador interesado y que, en todo caso, nunca lastran el ritmo del filme para aquellos profanos en la vida y obra del modisto, o su contexto. En contraste a este rigor histórico, uno habría esperado de Bonello algo más de mala baba, pero decide quedarse en el mito. Fuera de los abusos de las drogas, el autor solo se permite criticar el modelo productivo y laboral del imperio Saint Laurent en un par de comentarios y anécdotas aisladas. En esencia, un Bonello correcto que sabe a poco; pero que descubre a un inmenso Gaspard Ulliel, en el papel de un poliédrico Saint Laurent, donde habría estado bien acentuar su contradictorio carácter. En un reparto con grandes nombres y buenos secundarios, otra estrella que brilla con candor es Aymeline Valade. Louis Garrell, como es habitual, se come la pantalla en sus cortas intervenciones, y prueba una vez más ser el mejor actor francés de su generación.

cavalo dinheiroEl premio que faltó en el palmarés

Cavalo Dinheiro (2014) es el gran filme fantástico que Pedro Costa llevaba años anunciando a través de sus cortos. El dispositivo se parece mucho al de Juventude em Marcha (2006), pero esta vez la dimensión política y la influencia expresionista son aún más acusadas. Ventura, más zombi que nunca, representa a todos los trabajadores, todos los inmigrantes y todos los caboverdianos de este mundo en un itinerario de expiación que comienza en un hospital y acaba en el mismo ascensor que ya habíamos visto en Sweet Exorcist (2012). En este nuevo filme, el pasado y el presente se funden en un mismo tiempo cinematográfico que es, ante todo, un estado mental: el remolino en el que el trauma individual y colectivo reaparecen una y otra vez en un presente infinito. Ventura, además, encuentra esta vez a uha compañera de desgracias, Vitalina, que añade un punto de vista femenino al gran fresco caboverdiano en el que Costa lleva trabajando dos décadas. Los dos recorren como almas en pena los no-lugares a los que están condenados los trabajadores inmigrantes, desde las empresas donde son explotados hasta los hospitales donde van a morir, pasando por los cuarteles donde antes fueron maltratados. Para todos aquellos que se quejaban de la falta de vitalidad del cine político, Costa muestra que hay otro modo de hacer política y de hacer comunidad sin tener que renunciar a la innovación formal: Cavalo Dinheiro es así una pieza insólita donde Costa se confirma como un virtuoso de la postproducción digital y como el gran visionario que el cine contemporáneo necesitaba.

Fuera de los premios (reales y deseados) aún queda algún filme más por comentar. La única película española a competición fue la catalana El camí més llarg per tornar a casa (Sergi Pérez, 2014). Con la marca ESCAC y un punto Dogma 95 por su cámara pegada a los personajes, trata del luto de un hombre que pierde a su mujer y actúa de forma violenta, como un perro salvaje. Todo se centra en la estupenda interpretación de Borja Espinosa, quien debe sostener el filme con su mera presencia y comunicar ese estado de latente violencia sin casi palabras. En su exploración de un momento vital confuso y desamparado, esta película tiene conexiones interesantes con otro del que ya hablamos, el del gallego Ángel Santos, Las altas presiones (2014), que se alzó con el premio gordo de la sección Las Nuevas Olas.

Bird People (Pascale Ferran, 2014) es una película descompensada e irregular, dividida en dos bloques que parecen filmes distintos, pero de los que se puede sacar alguna reflexión interesante. Dos personajes infelices con su vida se encuentran en un hotel. Él visita París por trabajo, ella limpia su habitación. El personaje de la chica es con diferencia el más atractivo. Ferran, interesada en la naturaleza voyeur del cine, la pone a hacer de detective de intimidades del hombre, que va dejando pistas en los objetos sin recoger de la habitación. Su extrema curiosidad la lleva en la segunda parte del filme a convertirse en pájaro y colarse en todos los cuartos del hotel, observando. La incursión en el fantástico se agradece, por el simple placer de mirar, en un momento en el que la película transita por territorios trillados en el subgénero de las rupturas de pareja (la del protagonista con su mujer, una ruptura que tiene lugar por Skype, y en la que lo más interesante es el cambio da luz en la habitación con el paso de las horas). Las pantallas funcionan como elementos narrativos, no solo en la secuencia de la ruptura, sino en mensajes que aparecen en carteles del hotel o del aeropuerto que hay al lado de éste. Pero la metáfora fácil acaba por lastrar un filme que prometía más, en un final en el que hasta contamos con un obvio zapato de Cenicienta para unir a las dos almas en amor y compañía, en un ejercicio de imaginería popular que no viene a cuento.

Hungry Hearts (Saverio Constanzo, 2014) juega al despiste: comienza como una comedia romántica, se va convirtiendo poco a poco en un thriller doméstico, evoluciona de golpe en un filme de terror y finalmente acaba en el terreno del drama criminal. Esta idea de hacer malabares con las convenciones genéricas no es nueva, pero al cineasta italiano Saverio Constanzo no le preocupa tanto sorprender al espectador como mantenerlo prendado de su relato. El modo que tiene de pasar del hiperrealismo al expresionismo sin salir de un mismo decorado – el hogar de la pareja protagonista – recuerda inmediatamente al Roman Polanski de Repulsion (1965) y Rosemary’s Baby (1968), pero esa capacidad para crear tensión en espacios cerrados ya estaba presente en su primer largometraje, Private (2004). Hungry Hearts supone por tanto la confirmación del italiano como un cineasta hábil, ambicioso y lleno de ideas, sin medo alguno a explorar nuevos territorios geográficos y creativos. Atención también a los dos intérpretes principales, Alba Rohrwacher y Adam Driver, que volvieron del pasado Festival de Venecia con Copa Volpi para cada uno…

The Smell of Us (2014) produce una sensación contrapuesta entre los conocedores de la obra de Larry Clark. Por un lado, el cineasta estadounidense tiene un dominio cada vez mayor de los dispositivos de representación, ya que esta vez combina imágenes procedentes de varios soportes simultáneos para crear una narrativa en varias capas: en un primer nivel está su cámara omnisciente, en un segundo nivel están las cámaras subjetivas de los teléfonos móviles de los personajes, y en el tercer nivel están las imágenes que estos últimos consumen de internet. Sin embargo, esta destreza formal contrasta por otro lado con un discurso enrocado en los mismos temas e ideas que ya estaban presentes en Kids (1995) e incluso en Tulsa (1971), el primer libro de fotografías que publicó Clark. Las imágenes de The Smell of Us son más inmediatas y sensoriales que en sus trabajos anteriores, pero la narrativa del filme, que en un primer momento parece abierta y liberadora, se cierra al final con un poso moralista que desvirtúa un poco el conjunto.

Por último, Asia Argento se entrega sin vergüenza al camp en Incompresa (2014), una autoficción tan perversa como divertida que recuerda en sus mejores momentos a Il est plus facile pour un chameau… (Valeria Bruni Tedeschi, 2003). El filme evoca la infancia de la cineasta durante los años ochenta dejando que el peso del relato recaiga antes en los detalles que en los acontecimientos, para así ofrecer un retrato atmosférico de la época y de la psicología infantil. A pesar de sus desequilibrios, Incompresa funciona mucho mejor en el plano lúdico que cuando se pone trascendente para abordar las desastrosas relaciones familiares de la protagonista. Con todo, Argento muestra un talento notable para la caricatura y, sobre todo, una saludable independencia creativa con respecto al linaje paterno, por mucho que padre e hija compartan la misma querencia por la hipérbole visual.

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