SEFF 2022 (II): Los fantasmas del pasado

 

Le mur des morts (Eugène Green, 2022)

La segunda jornada en el Festival de Sevilla nos llevaba con gran expectación al reencuentro con Eugène Green. Uno acude a cada trabajo del director de Toutes les nuits (2001) como quien va a visitar a un viejo amigo, sabedor de que lo que va a hallar le alegrará, pero también algo temeroso por todo aquello que el paso del tiempo pueda haber cambiado, por mínimo que sea. Y lo cierto es que Le mur des morts, que así se llama el mediometraje que se estrenó en la sección Revoluciones Permanentes del certamen andaluz, recupera buena parte de las gozosas señas de identidad que afianzaron el estilo de Green a comienzos de siglo. Unas señas grabadas a fuego en cada película, que en los últimos años, si bien ni mucho menos extintas, sí parecían algo atenuadas.

En el retrato de un verano parisino en el que reaparece un soldado fallecido en la I Guerra Mundial, Green vuelve a iluminar el presente con la luz del pasado, a mostrar cómo la palabra y el arte moldean nuestra forma de ser y, en definitiva, a apuntar contra la ignorancia que amenaza nuestros días con una manera lúcida de ver el cine y la vida. El cineasta francés, que siempre se ha movido de maravilla en duraciones medias (Correspondances, Les signes), estira la anécdota inicial lo suficiente como para convertirla en un sensacional catálogo de familiares disparos frontales, planos medios y encuadres a los zapatos de los personajes —la marca de la casa—, aunque dejando también cierta sensación de que en este título no hay mucho más fondo que reivindicar con mimo el placer de esta forma de hacer propia, precisa y que remite a un cine olvidado. Desde luego no es poco, y firmamos que el próximo reencuentro sea igual de gustoso que el presente.

The Eternal Daughter (Joanna Hogg, 2022)

Otra cineasta que cuenta con una trayectoria cimentada sobre los fantasmas y la herencia del pasado es Joanna Hogg, descubierta al gran público con el díptico The Souvenir I+II (2019 – 2021), y precisamente puesta en valor por el mismo Festival de Sevilla hace tres años. Consagrada y dispuesta a reafirmar esta posición, llegaba ahora a la Sección Oficial con The Eternal Daughter, de nuevo protagonizada por una Tilda Swinton cuya presencia icónica empieza a mostrarse ya como una marca de prestigio. Envuelta en una atmósfera suntuosa por la que es difícil no dejarse arrastrar, que muestra la raigambre de cierto cine de terror británico, la película filma a Swinton interpretando dos papeles: el suyo y el espejo improbable de su madre, sin que lleguen a coincidir en el plano.

El devenir argumental termina resultando tan esquemático que solo deja dos opciones: lanzarse por la pendiente de un despreocupado ejercicio de estilo, algo muy fácil dados sus rasgos, o bucear en la relación de la película con obras anteriores de Hogg, lo que la autora tampoco pone difícil, y de hecho coloca en la superficie en todo el tramo final. La explícita circunstancia de que el personaje de Swinton esté filmando su propia película, que deja a la atormentada protagonista como un nuevo álter ego de la directora, multiplica las posibilidades textuales de un sugerente relato que puede leerse como la sufrida culminación de un tortuoso viaje familiar, pero también simplemente como una leve y fructífera experimentación de Hogg con los códigos de un género que hasta ahora le era ajeno.

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