SITGES 2013 (4/4): POLÍTICA, POÉTICA, PROBANDO

Que el género es un buen caldo de comentario político no es nada nuevo. En Sitges lo saben, y todos los años cuelan algunas propuestas que, más allá de su voluntad de entretener, intentan con sus imágenes e historias condenar situaciones que definen la sociedad de nuestros tiempos. El caso más paradigmático y desenfadado de esta edición fue The Green Infierno (Eli Roth, 2013), filme de sal gruesa sobre unos universitarios devorados por caníbales en el Amazonas. Lo irónico radica en que iban a salvar esa civilización de los abusos del poder. Radicalmente violenta y brutal, salvaje, el filme es una clara burla, directa a la yugular vía los diálogos y su narración; a la ayuda humanitaria que interviene en otros países con sus propios valores, sin pararse a analizar que a lo mejor esa cultura no quiere ser salvada. Rodada de una manera sucia, explícita y firme; The Green Infierno es un puñetazo político en toda regla.

Más controlados parecen los policiales Ugly (Anurag Kashyap, 2013) y On The Job (Erik Mati, 2013). Determinados a condenar la brutalidad policial en sus países – la India y Filipinas – inventan relatos en los que queda bien explicitada. Con una edición ágil, contención musical y melodramática, y un aire a crónica periodística que aporta seriedad – las historias están basadas en casos reales – estas películas, junto con Monsoon Shootout (Amit Kumar, 2013), evidencian el interés del New Bollywood y de otros francotiradores en industrias asiáticas similares, de renovar el género negro con temáticas más adultas y cercanas a la realidad política y social de estos países. Películas más relevantes que, dentro de su academicismo, también cuentan con una exigencia cinematográfica por encima del promedio de estos géneros populares.

Menos finas son Dark Touch (Marina de Van, 2013) y Big Bad Wolves (Aharon Keshales, Navot Papuchado, 2013), dos muestras de cómo ningún cineasta puede descuidar el continente por dejar meridianamente claro su contenido. El primero podía haber sido un filme de corte social a lo Ken Loach, con chavales maltratados en un orfanato irlandés. A Marina de Van le preocupará mucho que se pegue a los niños en este país, como muchos ejemplos en las noticias así lo han demostrado. Pero esto no justifica la existencia de esta suerte de Los chicos del maíz (Fritz Kiersch, 1984)con toques góticos, donde lo sobrenatural es solo una excusa para representar la rabia de los chavales maltratados.

Más sufre uno de los protagonistas torturado de Big Bad Wolves, atado a una silla por, también y supuestamente, abusar de y asesinar a varias niñas. Los que infringen el castigo, agentes de la ley que ya no lo son, y que por lo tanto pueden pasar de ella. En una tan militarizada Israel, cualquiera podría ser realmente ese torturador. La defensa de la nación sionista ha creado muchos monstruos. Que tenga que explicitarse este miedo de Estado ante lo diferente con la aparición de un musulmán jocoso a caballo, o que el humor sádico sea la única baza para el suspense en un filme que trata algo tan serio, hacen que una propuesta a priori interesante fracase por conservadora y obvia.

Fantástico intimista

Afortunadamente, Sitges también supura sutilezas como La fille de nulle part (Jean-Claude Brisseau, 2012), filme hermosísimo en su sencillez, sobre la relación entre un hombre viejo y solitario y una joven de 26 años igual de perdida que él. El fantástico se introduce para manifestar una pérdida, la de la mujer del protagonista. Es por lo tanto un filme de fantasmas, pero profundamente intimista. Nunca juega a ser una película de terror, sino un drama con la presencia ectoplasma de un ser ausente. La grandeza de Brisseau radica en lo básico de su puesta en escena, que confía en las panorámicas y planos generales para definir el espacio; combinados con planos detalle y primeros planos para centrarse en lo que realmente interesa: la intensidad dramática de dos actores – una magnética Virginie Legeay y el propio Brisseau – en estado de gracia.

Sin duda es el filme más destacable de una suerte de fantástico intimista que se apoderó de varios títulos. Con los fantasmas o el más allá como representación de deseos, miedos o sentimientos de culpabilidad y dependencia; fueron muchas las películas que optaron por esta vía: Magic Magic (Nicolás López, 2013), Love Eternal (Brendan Muldowney, 2013), For Those in Peril (Paul Wright, 2013), Prince Avalanche (David Gordon Green, 2013)… Ninguno de ellos es un filme muy conseguido – por la falta de una dirección concreta – pero no se les puede negar que todos construyen una atmósfera enigmática y cuentan con buenas interpretaciones. En la ecuación falta concretar. Pero más interesante que valorar la calidad de los filmes, es comprobar cómo la relación con el mundo de los muertos fue una constante a lo largo del festival. Buscar respuestas imposibles en otros mundos indica que no somos muy capaces de ofrecerlas en el nuestro.

Por último, y para finalizar esta serie de cuatro crónicas sobre Sitges 2013, debemos citar que este año, el festival se abrió más a la experimentación, llegando a programar una subsección específica para las propuestas más radicales. Leviathan (Lucien Castaing-Taylor, Velena Paravel, 2012) y White Epilepsy (Philippe Grandieux, 2012) son películas casi abstractas, más interesadas en captar una textura que presenta variaciones de formas – como en las melodías musicales, en realidad – que en contar una historia. Son pura poesía, en un certamen que siempre ha privilegiado lo narrativo.

Después están esas joyas raras a medio camino, que ganan el corazón de uno por lo personales y únicas que resultan. Computer Chess (Andrew Bujalski, 2013) podría haber sido una deliciosa comedia indie nerd sobre un grupo de informáticos que organiza un campeonato de ajedrez electrónico. Es algo más, al optar por grabar la ficción con la misma cámara Sony en vídeo con la que se registraban en los años 80 estos encuentros. El formato 4:3 y en blanco y negro es respetado con cada píxel, grado y quemadura que proporcionaban estas primeras cámaras domésticas. La coherencia estética de la cinta es, por tanto, alucinante. Estas películas son una nueva apuesta de Sitges por lo experimental, en la que esperamos siga indagando.

Comments are closed.