SITGES 2013 (2/4): QUE LA VERDAD NO TE ESTROPEE UNA HISTORIA

 “Repite una mentira mil veces hasta que se convierta en realidad”

Joseph Goebbels

Decíamos en la primera crónica de este Sitges 2013 que el determinismo fatal se había apropiado de buena parte de las propuestas de la selección. Los dos títulos más representativos, Only Lovers Left Alive (Jim Jarmusch, 2013) y The Congress (Ari Folman, 2013), contenían además una clara reflexión sobre los mecanismos de control social a través del poder de las historias. La primera imagina a unos vampiros, Adán y Eva, que claramente son los padres de la humanidad. Jarmusch hasta se atreve a hacer chistes históricos, como cuando un personaje le pregunta a otro qué tal era Byron en privado, con sus partidas de ajedrez, y éste le responde: “un gilipollas”. La pareja del filme puede actuar como muy civilizada, pero cuando el hambre aprieta, no dudan en chupar la sangre a los mismos que en otros momentos, con condescendencia, intentan instruir. Los personajes de Hiddleston y Swinton son como dos dioses malévolos, que ocultan su lado salvaje con una capa de sofisticación, pero en el fondo, son tan capullos como Byron o cualquier otro humano – zombies, como los llaman de manera muy sintomática. Chupar la sangre, o anular la voluntad, destruir el yo. Eso es lo que se proponen las drogas de The Congress, como ya apuntábamos en la anterior crónica, o los autómatas de The World’s End (Edgar Wright, 2013). Su principal mecanismo de control – como el de los vampiros de Jarmusch – radica en controlar las historias que consumimos, porque ellas nos definen y, por tanto, nos condicionan.

Esta lógica está en otras películas ya comentadas, como la secta de The Sacrament (Ti West, 2013) o las mentiras del profesor psycho killer de Lesson of the Evil (Takashi Miike, 2012). Pero se concreta de un modo muy obvio en Goltzius & The Pelican Company (Peter Greenaway, 2012). Basada en una historia real, en la que un pintor y dramaturgo solicita mecenazgo al Margrave de Alsacia en el siglo XVI, la película reflexiona sobre la posesión del relato como herramienta de poder. Obligado a representar escenas bíblicas de corte erótico, Goltzius pone en escena un dispositivo (el de Greenaway) de carácter multidisciplinar entre teatro, pintura y cine. Destaca en la propuesta el tratamiento que hace de los cuerpos, tratados como un objeto más en la composición, totalmente deserotizados y profundamente pictóricos. Con un toque ensayístico e irónico hacia la representación femenina del patriarcado, Greenaway expone, en la línea de esta crónica, a un individuo que se rige teóricamente por principios ilustrados pero que ejerce su mandato desde la opresión del cuerpo, física y sexualmente.

La manipulación de los relatos tiene un poderoso aliado: la televisión. Brillante Mendoza lo vio claro, y ahí se ha lanzado a criticar el sensacionalismo de la prensa en su país. Parece ser que las historias de posesiones son comunes en los telediarios filipinos. Y cuanto más grotesco el asunto, pues más audiencia, claro. Sapi (2013) utiliza por tanto el fantástico para representar la degradación moral de los periodistas en sus cuerpos poseídos. No habría sido esta una mala película, de ser solo un drama. La necesidad de imponer fenómenos sobrenaturales en el relato es la que causa desconcierto en el espectador, pues Mendoza no ha sabido modular ambos registros, y la sensación, más que de terror, es de risa. Es además uno de sus filmes más flojos en cuanto a lo narrativo, aunque pueda contar con un guión curioso. El problema es que, como The Sacrament y tantas otras películas de reporteros, el dispositivo se rompe en algún momento con planos-contrapanos, o detalles en el montaje, que evidentemente no podrían estar ahí con una sola cámara. Sapi es un filme apresurado, el borrador de una buena idea.

La misma sensación deja The Zero Theorem (2013), el Terry Gilliam más contenido e impersonal. Mezcla poco inspirada y rápidamente manufacturada – seis meses, explicó el director en la presentación del filme – de 12 monos (1995) y Brazil (1985), cuenta con un Christoph Waltz al timón que, como siempre, está estupendo. Su personaje vive obsesionado con una suerte de conexión espiritual en la red, en un mundo marcado por la experiencia virtual compartida. Él crea la estructura, sus historias, pero vive hastiado. Una contradicción de muchos personajes ambivalentes, como si el sistema (capitalista) estuviese cansado. El Adán de Only Lovers Left Alive también coquetea con la muerte porque no ve sentido seguir luchando por los humanos, empeñados en echar todo lo bueno que se les ofrece a perder.

No dejes que la verdad te estropee un buen titular

Es el mismo hastío que vive el personaje de The Eternal Return of Antonis Paraskevas (Ilena Psikou, 2013). Filme griego de la misma escuela estética de Lanthimos – planos más bien generales y sin movimiento, terquedad de palabras, espacios abiertos, personajes solitarios, nula información de la trama, elipsis, situaciones alegóricas… – imagina a un periodista recluido por voluntad propia en un hotel inhabitado, fingiendo un secuestro. ¿Su intención? Ser él por una vez la noticia. Todo es un truco de la televisión para aumentar la audiencia, pero cuando le toca volver al plató, decide por su cuenta continuar con la farsa, llegando a cometer salvajes actos para llevarla a cabo. El largo deja claras sus intenciones cuando saca a bailar y cantar al actor Me olvidé de vivir, de Julio Iglesias. Para completarse, como los personajes de The Congress, debe vivir las vidas de otros, aunque la suya sea una farsa – se deduce de varios detalles que siempre ha contado farsas, así que qué más da. En el fondo, la crítica es la misma que la de Sapi, pero donde en esa hay una burda representación fantástica de los síntomas, aquí se evoca, más que se denota.

Hubo otras tres propuestas que indagaron en esta preocupación desde vertientes más lúdicas. Mindscape (Jorge Dorado, 2013) era teóricamente una de las películas catalanas del festival. No sé qué puede tener de catalán un filme hecho con medios hollywoodienses, actores anglófonos y hablado en inglés – por cierto, no hemos visto Grand Piano, no hablaremos de ella, pero estamos seguros de una cosa: el catalán Elijah Wood, de ahí al lado de Vilanova de toda a vida, vamos, disfrutó mucho de la fiesta. En fin, ya sabemos quién se lleva aquí la taquilla y los premios nacionales de cinematografía. El modelo Bayona no es muy distinto al de Jaume Collet-Serra, que lleva bastante más que él en el ruedo, confeccionando productos de factura impecable y siempre con cierto interés. Aquí su mano en la producción se deja notar en la historia, la fotografía… En todo, vamos. Dorado no es manco, y construye un relato de investigadores mentales – más divertido que el Inception de Nolan, lo juro – que indaga en la capacidad de la memoria humana para desterrar aquello que no nos interesa de nuestros recuerdos o, incluso, alterarlos. Y, claro, te ponen a una niña maligna y superdotada delante, y a ver quién investiga a quién. Sin duda, el duelo interpretativo entre Mark Strong y Taissa Farmiga es de lo más gozoso de un filme al que le sobran medios y le falta personalidad.

Personalidad tiene el documental L’autre monde (Richard Stanley, 2013), aunque se haya hecho con cuatro duros. No lo decimos como un cumplido. ¿Se dan cuenta de esos reportajes televisivos matinales en los que se investiga por qué se ha enchufado solo una microondas? Ya se hacen una idea. ¿El tema aquí? Un castillo en Montségur, Occitania, en el que pasan cosas raras. Al principio empieza la cosa seria, hablando de los orígenes del catarismo, un movimiento religioso de carácter gnóstico que aún se practica en la zona. Por lo menos uno tiene el consuelo que tras tanto busto parlante habrá algo pedagógico. Pero cuando sacan a coalición la magia, los OVNIs, Jesucristo y no sé qué más; uno no puede más que interpretar esto en clave de comedia, o más bien broma pesada. Sitges hace bien muchas cosas, pero programar documentales no es una de ellas. Debieran aprender en la sección paralela Noves Visions, donde los ponen, de Seven Chances, organizada por los críticos catalanes. Ahí si se cuelan nombres como Lucien Castaing-Taylor o Harmony Korine.

Pero volviendo a L’autre monde, está en esta crónica porque, a pesar de lo mala que es, sí contiene una reflexión sobre cómo las historias sobre un mismo lugar pueden ir variando y acumulándose para conformar una nueva entidad. Una muy poderosa, más cuanto más creamos en ella. La originalidad de la novela referencial de Robert Holdstock, Bosque Mitago, radicaba precisamente en la creencia del relato como origen de su fuerza. Cuanta más gente crea algo, más real será, aunque haya comenzado como la mayor patraña del mundo. Esa es la razón por la que los protagonistas de The Taking (Cecil Reed, Lydelle Jackson, 2013) no pueden salir de su purgatorio particular, representado también en un bosque mágico. Al alimentar con sus temores las alucinaciones que se les aparecen, más fuertes se hacen.

Por último, y para adelantar el tema de nuestra siguiente crónica – el cine dentro del cine – citaremos a Vulgaria (Pang Ho-cheung) como el filme que, junto con los de Sion Sono, mejor ha sabido trazar este juego de capas narrativas, como si de una matriuska se tratase. Parodia de la comedia y el cine negro hongkoneses, todos los relatos que en él se cuentan parten de la conferencia que un productor ofrece en una universidad. La expectación que genera de un acto a otro, potenciado por el poder de las redes sociales – los alumnos suben a Internet las sandeces que narra, aunque sean cosas tan disparatadas como que tuvo sexo con un asno por financiación – hacen que la película dentro de la película tenga un éxito enorme de público incluso antes del día de su estreno. Comedia independiente, lanza por tanto con sorna un dardo envenenado a las políticas de promoción de los grandes estudios, y de cómo pueden manipular a la audiencia con el control de los medios.

Comments are closed.