BESTIAIRE (2012), de Denis Côté

LA BELLA, LA BESTIA Y LA BESTIAL BELLEZA

IndieLisboa 2012: Sección Observatory

En un prólogo tan espléndido como astuto, el canadiense Denis Côté anticipa el perspicaz juego de representaciones y percepciones que desplegará a lo largo de Bestiaire, enigmático y esplendoroso ensayo sobre la observación, la identificación y la imaginación. Durante varios minutos de paciente e intrigante contemplación, vemos con atención y curiosidad los primeros planos de cuatro jóvenes dibujantes trabajando en sus respectivos lienzos. Observan y retratan ensimismadamente algo que se nos oculta en el contracampo, y que tampoco se nos muestra a través de los cuadros. Tan sólo se nos permite ver la mirada abstraída de los dibujantes y escuchar la fricción del carboncillo sobre el papel. Tras casi cinco minutos de creciente curiosidad, el misterio es finalmente revelado, desvelándose primero la imagen del retrato y a continuación la del retratado: un pequeño cérvido disecado.

Esta obertura puede interpretarse como un hábil preludio, en efecto, pero también como una suerte de código deontológico, o, si se prefiero, como un aviso a navegantes. En primer lugar, evidencia la fascinación de los observadores por la misteriosa morfología del animal, pero también advierte de la necesidad de adoptar ante este hipnótico film, al igual que los jóvenes dibujantes, una contemplación sosegada, cuidadosa y voluntariosa. Por otra parte, los diferentes retratos que cada dibujante realiza de un mismo animal, constatan que también la película de Côté es asimismo una representación, una reproducción que a su vez cada espectador observará, analizará e interpretará de modo exclusivo.

Tras este prólogo, nos trasladamos al Parc Safari de Hemmingford, Québec, durante la gélida temporada hibernal. En un entorno abierto, vasto, níveo y aparentemente semisalvaje, se suceden una serie de planos fijos, concienzudamente encuadrados, en los que vamos familiarizándonos con las dinámicas y comportamientos de varios de los animales del parque. En seguida advertimos la importancia que tendrá la precisión del encuadre a lo largo de todo el filme: imágenes pausadas, estilizadas y cautivadoras, formidablemente compuestas. La cámara se mantiene siempre inmóvil, permitiendo a los propios animales entrar y salir de plano a sus anchas. Esta decisión de “puesta en escena” no sólo nos ubica en una situación privilegiada para la contemplar serena y meticulosamente la instintiva conducta animal, sino que también favorece un constante e imprevisible desplazamiento de nuestros protagonistas a lo largo y ancho del cuadro, originando continuamente nuevos e inesperados planos (con casos tan hechizantes como el de una pareja de vicuñas inquietas y vigilantes que patrullan con paso elegante su perímetro nevado o los primerísimos planos fugaces de avestruces que dirigen miradas inquisitivas a cámara).

Estas imágenes encierran la paradoja de presentar animales salvajes, pero cautivos; que semejan moverse y relacionarse libremente, aunque en un entorno simulado y controlado. Esta compleja contradicción evoca inevitablemente en el espectador el constante debate sobre la pertinencia o no de este tipo de recintos. ¿Son lugares indispensables con un valor científico y divulgativo fundamental, o, al contrario, parques recreativos donde los humanos satisfacen un antojoso y fraudulento deseo de reunión con “el Reino Animal”? A pesar de que el autor no se posiciona manifiestamente en una u otra postura, algunas escenas refuerzan la impresión de clausura mediante planos detalle de cornamentas, patas o pezuñas que se topan una y otra vez con el metal y hormigón que delimitan su “territorio”. Imágenes que, inevitablemente, evocan una amarga sensación de reclusión y que se tornan aún más incisivas y penetrantes cuando los animales nos devuelven la mirada, mirándonos frontalmente, cara a cara.

Aunque hay personas y bestias por doquier, todos ellos transmiten una tenue sensación de soledad taciturna.

Paralelamente, Denis Côté introduce inicialmente la figura humana a través de los trabajadores del parque zoológico, exponiendo una nueva cuestión paradójica en torno a la relación entre unos y otros. Existe entre ellos una compleja reciprocidad. Los dominantes captores son a su vez imprescindibles sustentadores. Los animales viven del trabajo de los humanos y los humanos viven de trabajar con los animales. Pese a no compartir un lenguaje común, entre ellos sí parecen comunicarse y comprenderse a través de algún tipo de código instintivo. Y, sin embargo, aunque hay personas y bestias por doquier, todos ellos transmiten una tenue sensación de soledad taciturna.

Uno de los momentos más desconcertantes de este insólito film es la repentina inclusión de una larga secuencia en un taller de taxidermia, en el que seguimos el proceso completo de disecado de un pato. Todo el procedimiento resulta impresionante y chocante, tanto por la extrañeza que suscita la “disgregación” y posterior “reconstrucción” del cuerpo del animal, como por la escrupulosa y admirable meticulosidad estoica con la que se elabora toda la operación. El resultado es escalofriantemente “viviente”. La dedicación y minuciosidad de esta tarea artesanal de reproducción remite a la laboriosidad y el esmero con el que los dibujantes retrataban el cérvido al comienzo del film.

La relación entre seres humanos y animales experimenta un punto de giro a partir del taller de taxidermia, y se transforma notablemente durante la segunda mitad del film, cuando el buen clima de la temporada alta atrae a cientos de visitantes al parque zoológico. La conexión entre personas y animales se disuelve para incidir ahora en la otredad, en el merodeo curioso y jovial de los turistas. Lo maravilloso de esta parte de Bestiairees comprobar el sorprendente modo en que nuestra percepción se ha afinado y sensibilizado, como resultado de la observación y apreciación atenta del comportamiento animal. Esta dinámica provoca que desarrollemos una actitud igualmente observante hacia los visitantes humanos, analizando también su comportamiento y sorprendiéndonos igualmente ante algunas de sus conductas y reacciones. Así, se produce en nosotros una mezcla de reconocimiento y extrañamiento respecto a nuestros semejantes, al igual que nos había sucedido anteriormente con los moradores del parque zoológico.

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