LA ESTÉTICA DE LA CONTRADICCIÓN

La historia más reciente del cine chino pasa por la definición de dos generaciones de directores posteriores a la Gran Revolución Cultural de 1966. Tras permanecer cerrada durante más de diez años, la Academia de Cine de Pekín reabre sus puertas en 1978. Fue por aquel entonces cuando por sus pasillos caminaban dos hombres que marcarían el devenir de la producción cinematográfica de la nación del dragón dormido: Chen Kaige y Zhang Yimou. Ellos serían los precursores de la llamada Quinta Generación, etiqueta bajo la que se agrupan los primeros títulos reconocidos internacionalmente por crítica y festivales del gran país asiático. Adiós a mi concubina, obra maestra de Kaige, sería el primer filme chino (y sigue siendo el único) en ganar la Palma de Oro en Cannes, además de alzarse con el Globo de Oro y el Premio BAFTA, ambos a la Mejor Película de habla no inglesa. Por su parte, Zhang Yimou obtuvo el Oso de Oro en Berlín en 1987 por Sorgo Rojo, aunque su popularidad mundial se fraguó gracias a Hero o La Casa de las Dagas Voladoras, ambas cintas representativas de la épica tradicionalista, pero menos llamativas en su esencia que las obras fundacionales de un grupo de directores que tras realizar películas críticas en contra de la revolución, tuvieron que exiliarse poco después de las protestas estudiantiles de la Plaza de Tian’anmen.

1- Red Sorghum (1987, Zhang Yimou)

Una oda al tiempo, al pasado, a la libertad y a la mujer. Así definiría Red Sorghum, una obra que tiene mucho de primeriza (adaptación de la novela homónima de Mo Yan), pero que demuestra la valía de una generación de realizadores sensibles con su historia, con su cultura y su estética. El sorgo rojo que tiñe el vino del mismo nombre y que se mece con el viento en la pradera marca la historia de una mujer en tierra de hombres que prevalece a la tradición machista convirtiéndose en la matriarca de una destilería. Su alocado amante y luego padre de su hijo es el pundonor y rudo contrapunto a una figura delicada cuya fuerza permanece en el interior. El duro trabajo (tanto dentro como fuera de la pantalla) es afrontado con alegría y con esperanza, la esperanza del cambio que impregna con su sabor amargo y delicioso un encuadre moderno, rojo, quemado a contraluz por el Sol del atardecer. La protagonista define con su mirada los planos entre las hojas del sorgo, subjetivos, que se suman a bellas composiciones humanas colmadas de rostros que entonan emotivos cánticos ancestrales. Una defensa de los valores nacionales desde un punto de vista pacificador que evoluciona de la fabula al realismo abordando la leyenda y al mismo tiempo cerrando la trama con la invasión japonesa en 1937. Lineal y con un único flashback de carácter sonoro, la historia se desarrolla al ritmo de la narración de una voz en off que pertenece al nieto de los dos personajes principales. Además de Berlín, el filme obtuvo reconocimientos en Cuba, Sydney, Montreal y Zimbabwe, Bruselas y Hong Kong, dando la vuelta al mundo y llamando la atención sobre un grupo de directores que más tarde obtendrían una popularidad exagerada por sus superproducciones de corte fantástico.

2 – Farewell my concubine (1993, Chen Kaige)

Esta adaptación de la novela de Lilian Lee nos conduce por el desaguisado sociopolítico en China entre 1937 y 1966 desde el punto de vista de dos consagrados actores de la ópera clásica. Su estética contradictoria, que muestra las abundantes ataduras ideológicas de antaño enfrentadas a libertad de expresión defendida por el realizador (y compartida por los artistas), convierte la historia en una crítica ácida a la clase política. El comunismo se lleva gran parte de la dosis, se muestran los métodos de propaganda y manipulación de masas de forma descarnada, sanguinolenta y agresiva (por ello la cinta no pudo verse en su país de origen), pero también tienen su cucharada de medicina el imperialismo japonés con su elitista selección de lo moralmente correcto, y la vieja sociedad china (los antiguos) con sus prejuicios, supersticiones y su sistema de castas. La misma obra se representa frente a todos estos públicos, tan distintos, y todos ellos censurarán la decisión del elenco de acceder a entonar el guión frente al enemigo. Como si la cultura respondiera a una ideología concreta (en parte es así según la doctrina maoísta).

No es de extrañar que en Cannes la película obtuviera su etiqueta referencial como obra maestra, dictando las líneas a seguir por contemporáneos y sucesores. Una mirada al pasado abierta a todo tipo de lecturas (cada espectador puede sacar sus propias conclusiones). Ante todo, destaca ese paralelismo entre esta disciplina artística ancestral y el cine (referente de la modernidad), ambas expresiones excesivamente censuradas: los actores de antaño son los realizadores hoy. Probablemente de forma involuntaria se tira otra línea de relación entre la prohibición a la mujer de participar en las compañías teatrales (por lo menos en los papeles principales) y la ausencia de realizadoras en la filmografía china. Otro tema controvertido, el suicidio (concebido como sacrificio o muestra de fidelidad) tiene una trágica coincidencia con la biografía de Leslie Cheung (uno de los amantes en Happy Together del “extranjero” Wong Kar Wai y concubina en este caso), que terminaría con su vida saltando desde una azotea en 2003. Se define un incipiente starsystem encabezado por Go Ling, también protagonista de Sorgo Rojo, que llegaría a Hollywood vía títulos como el Miami Vice de Michael Mann, y a la vanguardia asiática más reciente en 2046 (otra vez Won Kar Wai). Mucho se puede hablar de un filme que marcó un antes y un después en el cine chino, pero mejor invitar al lector a redescubrir este clásico que arranca en tono sepia para dar paso a la estridencia de los colores cálidos que pintan los rostros de sus protagonistas.

A finales de los años 90 aparece la Sexta Generación de cineastas. El folklore y la revisión histórica dejan paso a un estudio del individuo desde una perspectiva más “urbana”. De hecho, a este grupo de directores, en su mayoría orillados a la clandestinidad, se les colgaría dicha etiqueta. Grandes nombres como Jia Zhangke o Zhang Yuan se enfrentarían entonces a un nuevo problema (aunque ya estaba presente este dilema en la anterior generación) que describe a la perfección la crítica y editora cinematográfica mexicana Fernanda Solórzano en su artículo Nuevo cine chino: Identidad elusiva (Letras Libres #74, Febrero 2005): “La recuperación de la subjetividad y el punto de vista en primera persona – la recuperación del yo – es la marca del cine chino moderno, y el centro del nuevo problema por representar en las películas de las dos últimas décadas. Es decir, el reto de dar voz a los dilemas de un individuo en particular – identidad surgida con las reformas y el boom económico -, pero inmerso en un sistema político que le niega libertades de acción (el socialismo) y antecedido por una filosofía (confucionismo) basada en la supresión voluntaria de las necesidades individuales”.

3 – Unknown Pleasures (2002, Jia Zhangke)

Diametralmente opuesta a las dos películas comentadas más arriba, Unknown Pleasures puede definirse como una parcela de la realidad china descrita en ficción con una narrativa realista, casi documental, poniendo las bases de un estilo que resulta recurrente en el cine que nos llega de Asia hoy en día. Cámara desencorsetada, movimientos impredecibles, ese temblor del pulso del operador que dota al encuadre de verosimilitud, y una debilidad patente por el plano secuencia y/o subjetivo propio de la perspectiva del individuo. Aunque el resultante es una obra coral compuesta por un personaje incidental (más tarde también principal) que acompaña en los primeros compases a uno de los protagonistas, desempleado y perdido por las calles de la pobreza, y que se empareja con una chica soñadora que se cree artista y que en realidad es más bien una don nadie. Una peculiar escena de arranque (tras un breve paseo en moto por la urbe) nos conduce por un pabellón en el que un hombre ensaya una canción, una sala similar a la que visitan en el primer acto los artistas de Farewell my Concubine, pero decadente, se convierte en un guiño a modo de plantón que exige un relevo generacional al frente del cine indie chino. De hecho la cinta es una reinvención de la historia que narró Kaige en 1993, resulta paradigmático el momentazo en el que aparece la concubina en persona con maquillaje y vestuario incluidos, y su proxeneta conocedor de la obra original dice: “Es mi concubina… estamos engañando al rey”. Y es que los directores de la Sexta Generación de hecho engañaron a sus antecesores “los monarcas” con sus mesas de billar, discotecas, peleas, desnudos callejeros y tensión sexual.

¿Hacia dónde se dirige el cine chino hoy? Por lo que he podido ver en la última edición del Festival Internacional de Cine de Rótterdam (y lo utilizo como paradigma porque es, de los europeos, el que más cine asiático recoge en su programación), los realizadores continúan buscando ese yo del que habla Solórzano pero en otros sitios, de una forma distinta, más específica y con ganas de establecer una nueva vanguardia que deje atrás los estilos de generaciones precedentes, pero sin perder su identidad.

4 – Egg and Stone (2012, Huang Ji)

Ganadora en Rótterdam, cuenta la historia de una niña embarazada de su tío, que se enfrenta a los fantasmas del pasado en una región rural llena de prejuicios tradicionalistas. Huang Ji nos muestra la figura de la mujer en su paso de la niñez a la pubertad, en la que parece ser la primera obra de una trilogía que nos llevará hasta la edad adulta de la protagonista Honggui. Su narrativa es atípica, elíptica y reiterativa en impulsos visuales que se repiten, y que omiten lo explícito, haciéndolo todavía más escabroso. Un juego sensorial de imagen y paisaje sonoro exagerado que busca incentivar la curiosidad de la mirada del espectador. Nada enrevesada, más bien todo lo contrario, nos abre la posibilidad de interpretar y juzgar por nosotros mismos la situación, aunque ella celebre con fuegos artificiales un aborto accidental que libera al personaje principal de un expolio incestuoso. La obra nos muestra una China encorsetada en viejas costumbres y parábolas ancestrales que todavía no ha terminado de entrar en el siguiente escalón del proceso evolutivo del progreso y alejada de la imagen contemporánea de la que hacemos gala en occidente, pero con la esperanza todavía intacta de superar los traumas de un siglo aciago.

5 – Sentimental Animal (2011, Wu Quan)

Seleccionada como mejor película asiática en el certamen holandés vía NETPAC Award, Sentimental Animal es un canto a la poderosa estética del blanco y negro, la iluminación efectista y la ruptura de la catarsis con una sorprendente e inesperada incursión en el metraje de secuencias aceleradas y música electrónica. Una primera película que tiene todas las papeletas de convertirse en cinta de culto por su valiente intento de retratar la decadencia de un sistema patriarcal que dota al filme de un halo crepuscular del género del cine de gángsteres de Hong Kong. Viejos valores sometidos al prisma de nuevas miradas, que dan como resultado una suerte de vídeo clip retro. Su director, Wu Quan, es más conocido por sus composiciones musicales y sus montajes de video arte, tras la fotografía de su película está Zhang Yuedong, que ya planteó una nueva mirada con el título Mid-Afternoon Barks (2007), ambos son, a mí juicio, la vanguardia del cine chino.

En cualquier caso, abundan las nuevas propuestas de esta gran nación, y su producción año tras año aumenta en volumen y variedad. También circunscrito en el vídeo-arte y las instalaciones, tenemos a Ai Wei Wei, a quien Rótterdam pagó tributo construyendo a toda prisa un bar con su nombre para la 41 edición del certamen (el realizador no pudo asistir por cuestiones políticas, qué remedio). En la ficción tradicional encontramos títulos como 11 Flowers (otra revisión de la Revolución Cultural) del prolijo Wang Xiaoshuai (Quinta Generación), y en la comedia ácida e innovadora Hello, Mr. Tree! del realizador Han Jie (previamente galardonado en 2005 con un Tigre por Walk on the Wild Side). De Pema Tseden, considerado el padre del cine tibetano, es la pieza Old Dog, una alegoría tragicómica que retrata los cambios que ha experimentado el budismo de la montaña (Himalaya). Y como retratos naturalistas, fotografías vivas de la sociedad china fuera de la ciudad (un patrón que como también vemos en Egg & Stone, sustituye al urbanita de la Sexta Generación por el hombre rural contemporáneo) podemos acercarnos a Shattered de Xu Tong o Apuda de He Yuan, en un terreno pantanoso que deja de lado la ficción para abordar el crisol del documental. Pero esa amigos… es otra historia.

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