CLERMONT-FERRAND (I/III): CUENTOS DESDE LA GALIA

O Marché du Film, o mercado de Clermont, onde boa parte das axencias nacionais de curtametraxes do mundo están representadas.

El Marché du Film, el mercado de Clermont, donde buena parte de las agencias nacionales de cortometrajes del mundo están representadas.

«En Clermont-Ferrand no hay línea editorial», nos decía con orgullo Tim Redford, coordinador de la competición internacional del festival galo, para Radio 3. Mi contestación a tremenda declaración fue una suerte de «espera y verás», convencido de que es imposible no contar con ella, incluso cuando no se busca. Pues ben, cuatro días después, podía asegurar que Redford no exageraba. El es coordinador, pero no impone nada. Su cargo no es más importante, ni por él cobra más, que cualquiera de sus compañeros de equipo, alrededor de diez, que trabajan en el certamen todo el año. La elección de los cortos se hace por tanto por una lógica «democrática» en la que todo e mundo opina, y en la que, nos confesaba el propio Redford, cada uno tiene una suerte de carta blanca, un filme que puede imponer a los otros sin que haya quorum. «El resto del equipo detesta este corto», se excusaba Tim ante uno de los bodrios que nos tocó comernos en una sesión internacional. Pero no diremos el pecador, quedaría feo.

En efecto, hay varios filmes malos en Clermont – qué festival, por bueno que sea, no los tiene – pero también hay joyas escondidas – y muchas – en una selección de sobre 600 cortos. Este sistema horizontal de toma de decisiones, pues es como la democracia, claro; a veces no nos gusta quién gana, pero hay que respetar la voluntad popular, e de eso hay mucho en Clermont. Siendo el festival internacional de cortos más grande e importante de Europa – y es posible que del mundo – tiene la difícil tarea de ser el representante de todas las culturas, las cinematografías, los estilos, los autores… Todo debe entrar en Clermont, porque si hay dos palabras clave en su no línea editorial son: representación, diversidad. Dicho esto, hay que comentar también que la importancia del certamen no se restringe a las sesiones, también cuenta con una serie de eventos paralelos – o centrales, porque esta palabra aquí no se aplica – que son tan o más importantes que la propia selección. El Marché du Film es el lugar donde distribuidores, productores, programadores en cine y televisión, cineastas, agencias nacionales de cortometrajes…; básicamente, toda la industria, se reúne, para comprar y vender los cortos llegados de todos los países. Pongamos un ejemplo empírico. En una de mis visitas al Marché, pasando a saludar por el stand gallego, vi cómo en escasos minutos, una programadora italiana y otro británico preguntaban y se interesaban por nuestro cine, se llevaban un DVD con los cortos más destacables de 2014 en Galicia, y un catálogo con todo el cine del que Agadic tiene cuenta; que no es todo el que se ha hecho en Galicia, pero casi. Este hecho, multiplicado a lo largo de la semana, garantizará que un corto como Ser e voltar, de Xacio Baño, premio Canal + en Clermont-Ferrand en la competición Labo, siga circulando por el mundo. Esto es, el mercado es una herramienta de promoción y distribución de cine más poderosa, en este caso, que las propias proyecciones.

Esto, en lo que se refiere a mover pelis. Si hablamos de hacerlas, como en muchos otros festivales, Clermont también tiene sus sesiones de pitching, a las que los cineastas pueden acudir para presentar su proyecto en busca de coproductores. Estos son encuentros profesionales, cerrados a la gente que puede intervenir en el proceso, pero lo que realmente supone una gran novedad en Clermont, la punta de lanza de las actividades, es L’Atelier. Escuela efímera de cine – así la llaman – este encuentro reunió los días del festival a un total de 11 escuelas, empresas u otro tipo de colectivos que vinieron a hacer cine in situ. Muestran sus últimos avances técnicos, y cómo están trabajando en diversas áreas. En una pequeña visita, pude por ejemplo asistir a un proceso de modelado por impresora 3D, que sirve para crear efectos especiales con mayor facilidad en el computador, haciendo más sencilla la tarea de animar diversa bichería fantástica; fui testigo de cómo se anima de modo tradicional en mesas de luz, viendo cómo se dibuja un filme fotograma a fotograma; comprobé que los rodajes en 3D son cada vez más asequibles; y escuché la grabación de una banda sonora en un estudio improvisado. A mi esto solo me sirve como observador curioso, para incluirlo después en un párrafo en esta crónica, pero a los estudiantes allí asistentes les puede servir para ayudarles a elegir su escuela, tener acceso a nuevas técnicas, o interesarse por procesos que de otro modo, quizás, no aprenderían. Si el mercado es la puerta de salida de Clermont, el fin último de traer aquí los cortos; l’Atelier es la puerta de entrada, donde se crea la cantera clermontina.

L'Atelier, escuela efímera de cine.

L’Atelier, escuela efímera de cine.

La resistencia de una aldea gala

Pero lectora, tranquila, también hay cine en Clermont. En concreto, alrededor de 600 cortos repartidas en diversos programas, algunos dedicados al país invitado – China este año – otros centrados en temas concretos como el ciclismo… Y, desde luego, la competición, con una sección francesa casi tan amplia como la propia internacional, y cinco sesiones dedicadas a Labo, que recoge las caligrafías más transgresoras y experimentales. Que haya 12 sesiones galas frente a las 14 internacionales evidencia la apuesta de Clermont por el cine propio, algo que se acentúa cuando se comprueba la nómina de galardones, bastante más numerosa que en internacional y Labo. Los patrocinadores son fuertes y, por ejemplo, Canal + da 25.000 euros al ganador de su premio para su próximo filme. Ver estos apoyos tan evidentes al cine nacional no puede más que darnos envidia. El hecho de que puedan existir 12 sesiones con un cine decente – ¡y lo que ha quedado fuera! – también evidencia que la producción de cine en Francia tiene un volumen infinitamente superior que en otros países europeos. Los gestores culturales de las instituciones europeas – ¡cuántas veces lo hemos dicho ya! – debieran realmente estudiar qué pasa en esta aldea gala, reducto resistente al mercado más feroz. Pero en fin, la política para otro día.

La selección francesa en Clermont da cuenta de la diversidad de su cine. Del lado de las ficciones, podemos encontrar historias clásicas pero contadas con arte como Burundanga (Anaïs Reales Borja, 2014) o Mon héros (Sylvain Desclous, 2014) hasta propuestas en una línea más autoral, véase Cambodia 2099 (Davy Chou, 2014), Tant qu’il nous reste des fusils à pompe (Caroline Poggi, Jonathan Vinel, 2014) o Vous voulez une histoire? (Antonin Petetjatko, 2014), nuestra preferida. La primera de ellas se inserta claramente en un cine social al uso, en el que un chaval se debate sobre si usar o no la droga del título, para nublar el sentido de las personas y robarles. Esto le reportaría mucho dinero y así saldría de su situación de pobreza; o puede trabajar honestamente. Lo mejor que se puede decir de Burundanga es que cumple con corrección en todos sus aspectos, con un premio merecido a la fotografía, y si la traemos aquí es como un ejemplo de ese cine coproducido por Francia – tiene lugar en Ecuador – hecho con factura, y una creatividad moderada. No son filmes malos. Simplemente, ya los hemos visto mil veces, pero para ser justos, es necesario decir que Burundanga es el trabajo de fin de estudios de su directora, y que tendremos que echarle un ojo para ver que hace después, porque algo hay aquí, escondido en este academicismo.

En este tipo de propuestas, Sylvain Desclous tiene también su interés por una cuestión sociológica y generacional. Su comedia Mon héros sigue el modelo de terapia grupal para amigos de mediana edad de Daniel Sánchez Arévalo, pero a la francesa. Encuentros con viejos colegas, vuelta a los orígenes, parranda en el pueblo que te vio nacer… El tipo de batallitas nostálgicas que obsesionan a cualquiera cuando se ve cerca de la «cuarentena» y necesita una pausa para poner las cosas en su sitio.

'Vous voulez une histoire?' de Antonin Peretjatko, gran destacada en Clermont.

‘Vous voulez une histoire?’ de Antonin Peretjatko, gran destacada en Clermont.

Después hay otros modelos que tienen sus referentes en cineastas más arriesgados. Chou en Apichatpong Weerasethakul, Poggi y Vinel en Kubrick, por citar las conexiones más evidentes (para un comentario más extenso sobre estos filmes, revísese la crónica de Vila do Conde). Pero nuestro preferido aquí fue Antonin Peretjatko y su Vous voulez une histoire?, casi que una burla en clave humorística y, en el fondo, homenaje, a la figura narrativa godardiana de la mujer. Con una voz en off que remite a la de Histoire(s) du cinéma (Jean-Luc Godard, 1988-1998), ya desde el inicio, Peretjatko deja claras sus intenciones, parafraseando al propio Godard: «¿Quieren una historia? Pongan a una pelirroja y a una rubia en un tren». Y más tarde responde a la pregunta de este otro modo: «Márchese de viaje». En efecto, el filme es un cuaderno de viajes, una colección de paisajes, con nalgas godardianas incluidas, en el que Petetjatko juega en clave cómica y lúdica con el género del ensayo, en una fina línea entre lo elevado y lo grotesco. Al romper esta convención; es decir, al introducir lo popular en una tradición narrativa propia de la alta cultura, acaba por crear humor como ya lo hacía, con referentes cinematográficos similares, en La fille du 14 juillet (2013). Es curioso cómo generaciones anteriores francesas, las de Leos Carax o Abdellatif Kechiche, contestaron a la Nouvelle Vague casi por anulación o, al menos, indiferencia. La joven generación de autores franceses – ya están aquí, por poco que se hable de ellos en España: Guillaume Brac, Justine Triet, Vincent Macaigne, Sébastien Betbeder… – contesta sin embargo a la Nouvelle Vague por la vía del choque con la cultura popular – en muchos casos, influenciada no solo por el cine norteamericano, sino también por sus series – en una suerte de reciclaje y apropiación frente a la tradición nacional que mucho tiene que ver con el espíritu común de Godard, Truffaut o Malle. Queda comprobar por dónde van a tirar estos creadores, pero es evidente que estamos ante una generación con intereses comunes, y cada paso que dan parece confirmar esta tesis.

En la animación y en el documental, también hay talento, si bien no se advierte esta cohesión que sí existe en la ficción gala más fresca, joven e original. De Hillbrow (Nicolas Boone, 2014) y Renée R. Lettres retrouvées (Lisa Reboulleau, 2014) ya hablamos en la crónica de FID Marseille, pero está bien citarlas aquí como destacados. Fuera de los documentales de carácter más reportajeado, otro más llamó nuestra atención: Printemps (Jérôme Clément-Wilz, 2014). Se trata de un simple conjunto de registros de un amante del director cuando le visita en su casa. La película muestra toda su relación, desde que se conocen, hasta la separación, por motivos de diferencia social. Clément-Wilz fuerza un doble conflicto, uno netamente cinematográfico, el de las fronteras de la representación, que tiene que ver con los límites de su intimidad; otro de carácter social, salir o no salir del armario, en el contexto de una familia profundamente tradicional. La mirada del director sigue los principios de la caméra-stylo en su vertiente más personal del vídeo-diario, resultando Printemps el retrato honesto de un hombre jovial al que se le agria el rostro cuando se le menciona su homosexualidad. La cámara desvela la verdad innegable; la palabra, como dispositivo incluido en la obra misma, provoca una pérdida de la comunicación. Filme realmente interesante, que invita a la reflexión fílmica y de las políticas de género.

Por último, la animación puede servir como herramienta del yo, también desde diversas técnicas. 8 balles (Frank Ternier, 2014) o Une chambre bleue (Tomasz Siwinski, 2014) lo hacen desde la animación tradicional, con estilos claramente pictóricos y personales trasladados a la pantalla, que incluyen procesos como la serigrafía o la acuarela. La animación de gags también está muy presente en Clermont, teniendo uno de sus máximos exponentes galos en La nuit des jours (Emma Bakarelova, 2014). Y después tenemos propuestas tan estimulantes como Daphné ou la belle plante (Sébastien Laudenbach, Sylvain Derosne, 2014), donde las plantas animadas en stop-motion y por ordenador sirven como metáfora, por momentos muy explícita, del relato real de una prostituta, que cuenta su historia en off. Un ejemplo de cómo se puede llegar al documental también desde la abstracción y las herramientas informáticas, sin cámara mediante.

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Esta crónica continúa aquí.

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