COURTISANE 2016: EPISODIOS NACIONALES TRAUMÁTICOS

¿Son de nuevo los Vikingos?

¿Son de nuevo los Vikingos?

El presente se partió para Bélgica, este tranquilo país, el martes 22 de marzo de 2016, cuando las ambulancias y los coches de policía rugían a lo largo y ancho de la ciudad, y los medios occidentales se giraban hacia Bruselas, esta vez ya no a consecuencia de un vergonzoso acuerdo con Turquía, si no debido a una cadena de atentados de carácter político-religioso-criminal dirigidos contra la población civil.

Era solo un día antes del comienzo del festival de cine Courtisane, que se celebra un año más en la ciudad de Gante. Como cineasta, para mí fue inevitable pensar en una cosa: que a partir de aquel martes por la mañana, desde los vagones de metro en donde habían explotado las bombas, desde el aeropuerto de Zaventem o a partir del trabajo de los medios de comunicación que se aproximaban al lugar de los hechos, comenzasen a aparecer imágenes amateur y profesionales con un gran componente violento. Mi fascinación por ellas fue total. Corriendo a grabar con mi cámara para una agencia de prensa española me preguntaba: “¿Eran inesperados estos sucesos y las imágenes que nacen a partir de estos? Y, ante el debate que ya surgía en las redes, ¿por qué parecen más dramáticas las imágenes de unos atentados en Europa que las constantes masacres que se suceden a diario en Syria o en Palestina? ¿Hemos olvidado ya que, el domingo de esa misma semana, un hombre se hacía estallar matando a más de 70 personas, la mayoría niños, en un parque? ¿En un parque? Por qué, entonces, nos llegan, desde ese mismo día, menos imágenes de un atentado más atroz, en la innoble escala de los atentados atroces? Al día siguiente, el lunes 28 de marzo, en la web de El País, la noticia se situaba ya en una hipotética tercera página del periódico, después de un interesante artículo de John Carlin sobre la “Nueva normalidad Europea” y al lado de la foto de Luis Suárez, gran goleador del Fútbol Club Barcelona. El vídeo, reproducido después de un estúpido anuncio sobre un detergente para el lavavajillas, se veía como una pequeña ventana a Pakistán, el país donde nos hacen los jerséis. Por supuesto, a día de hoy, ya no hay referencia alguna a este atentado.

El problema, a mi parecer, no está en que los sucesos se narren de forma cinematográfica cuando se trata de un suceso que tiene lugar en “Occidente”, si no la asepsia, la numerización de los muertos o el relato de los sucesos como si se tratasen de variedades, como si sucediesen en algún lugar a lo lejos, o incluso en el pasado. En algún momento Europa debe confrontar su hipocresía y responder a la pregunta ¿le importan verdaderamente esos muertos? Si la respuesta es afirmativa, debería entrenarse y realizar una narración y producción de imágenes que verdaderamente estén a la altura. Si la respuesta es no, al menos las cartas estarían sobre la mesa. Pero todas estas circunstancias, afectan a nuestra lectura e interpretación de las imágenes que nacen de estos atentados, afectan al impacto que pueden tener en nosotros, alterando la manera en las que nos contamos a nosotros mismos qué ha sucedido, y cómo vamos a vivir a partir de ahora.

Seguramente pocos en España han visto Violet (2014), el gran largometraje de debut de Bas Devos. En esta película, dos amigos tranquilos hacen skate en los interiores de un tranquilo centro comercial belga. En un momento surge un individuo que apuñala a uno de ellos. El otro, protagonista de la cinta, se queda quieto, en estado de shock, sin saber qué hacer, mientras su amigo se muere. Por supuesto, días después de la muerte de su amigo, el protagonista sigue sin saber qué hacer. Sigue en estado de shock. Sigue quieto, parado, sin poder hablar. En la última secuencia de la película, la cámara sale de la casa, en un tranquilo y pacífico suburbio flamenco con casas y jardines. La cámara recorre la carretera poco a poco, gira en la primera curva y se encuentra una bicicleta en el suelo. Sigue avanzando y poco a poco se sumerge en una densa niebla que nos atrapa hasta que termina la película. ¿Son de nuevo los vikingos? ¿Son de nuevo los nazis? ¿Es de nuevo la edad glacial? ¿Qué es esa nube que amenaza una vez más Europa, ese lugar tranquilo? He visto pocas películas que relaten el estado del miedo en el que vive Europa en este momento, como en este gran filme de Bas Devos que, por cierto, ganó el premio Generation de la Berlinale 2014.

Y discúlpenme que comience hablando de esto. Bueno no, qué coño. Todo esto lo pensé cuando me dirigía a Gante, dos días después de los atentados, en un tren, con miedo, y me parece inevitable escribirlo aquí, puesto que el festival estaba marcado por estos sucesos. Particularmente no supe hasta qué punto se había metido en mí este monstruo, hasta que estuve dentro de la sala de cine.

Inevitablemente, también, este texto y este festival los interpreto de forma nacional. Porque hubo principalmente dos momentos nacionales que me marcaron grata y violentamente. Y que merecen, cada una de estas dos películas, un visionado por parte del cinéfilo atento. Por un lado, la última película de la bruselense Chantal Akerman, No home movie. Por otro, el descubrimiento de la película más políticamente violenta que he visto hasta ahora: Sakala, del gantés Simon Halsberghe.

Primer episodio nacional: Sakala

Sakala, de Simon Halsberghe, ou como mirar co cerebro.

Sakala, de Simon Halsberghe, o cómo mirar con el cerebro.

En un parque de Gante, se encuentra una escultura que recuerda a los hermanos Lieven y Jozef van de Velde, ambos pioneros coloniales belgas en el Congo. Junto a ellos, está el niño Sakala, el primer congolés en visitar Bélgica, allá por el año 1884. A pesar de que Sakala había aprendido a hablar perfectamente francés y vestía ropas occidentales, en la escultura se le ve representado desnudo, como si fuese Tarzán, y tocando la Mbira, un pequeño instrumento africano con lengüetas metálicas que, pulsadas, producen diferentes sonidos. Simon Halsberghe rodó dos películas de super 8, que denominaremos A y B. En el montaje, el cineasta alterna un frame del rollo A, que representa la escultura desde un punto de vista que varía, con otro del B, que representa otro punto de vista, y que también varía. Y, después, un frame negro. Frame A, Frame B, negro; A, B, negro. A, B, negro. Así, este ciclo, reproducido 8 veces por segundo, 480 veces por minuto, durante 11 minutos. Antes de la proyección, la organización había avisado a aquellos que sufriesen de migrañas o epilepsia, que abandonasen la sala, ya que el filme era muy violento. Yo siempre me he considerado un hombre valiente, pues soy de Redondela. El filme me parecía impactante y muy violento. Permanecí viendo a la pantalla como un loco, casi sin cerrar los ojos. Como si fuese una descarga de imágenes dirigidas directamente a mi cerebro. El mismo cerebro que había visto en internet unas horas antes, todas las imágenes relacionadas con los atentados, incluyendo videos de Youtube en los que vemos a uno de los terroristas borracho y de fiesta por Bruselas. Pues bien han pasado ya siete minutos de la película de Halsberghe empiezo a sentirme mal y veo que los demás espectadores han dejado de ver hacia la pantalla, con cara de “que acabe esto, por favor”. Pero yo vuelvo a la carga y después de unos segundos, de repente debo evitar la mirada para siempre. Era imposible escapar, puesto que el sonido, que iba de izquierda a derecha de la sala, como si fuese una onda expansiva, era todavía más impactante si cabe. Cerré los ojos e intenté también taparme los oídos, y me doblé sobre mis rodillas. Pero cada vez que escuchaba un sonido, o veía una sola luz que pasaba entre los asientos de la fila de delante, sentía que la sala estaba siendo bombardeada, como supongo que sucede todos los días en Siria. Sentí que me iba a dar un ataque y, de repente, tuve que salir corriendo de la sala porque me iba a estallar la cabeza. Corrí hacia el baño y me lavé la cara, fui al bar y me pedí unas patatillas con pimienta y dos cervezas que me bebí del tirón. Me quedé loco de tal forma, que el día siguiente tuve que salir corriendo de otra proyección, en este caso, un cortometraje de Lawrence Abu Hamdan, Syrian Revolution Commanding a Charge (2014), porque había una trompetita de sultán que me estaba volviendo loco. Me quedé tan tocado, que desde entonces tengo miedo a los sonidos e imágenes psicodélicas, aunque espero llevarlo bien y que esto termine algún día. Halsberghe, con el que hablé al finalizar la proyección, supo de mi huída por medio de Stoffel Debuysere, uno de los organizadores del festival. Me dijo que esperaba que esto no sea permanente, y que me recuperase pronto.

“Para mí, parpadear imágenes es una manera de interrumpir y trastocar la forma en que nuestros ojos ven normalmente. En nuestro día a día, contamos con elementos consistentes, en los que se producen pocos cambios. Nuestros ojos están habituados a remarcar los cambios, en lugar de prestar atención al sistema en su conjunto en un momento dado”.

“El objetivo de mi película es, específicamente, el de no seguir la narrativa que envuelve a una estatua en particular que existe en mi ciudad. Y, al mismo tiempo, ver si, mirándola de otra forma diferente, podemos llegar a una nueva perspectiva. La película es un cuestionamiento: ‘¿Cómo puedo mostrar esa estatua y su narración, sin replicar directamente esa narración en mi propia película?’ Mi forma personal de hacerlo es intercalando dos frames diferentes uno a uno. De esta manera rompemos la forma normal de ver y abrimos un espacio, un espacio mental para reconsiderar el contenido de esa estatua en particular”.

Y, aquí entonces, lo que nos concierne como sujetos activos en estos tiempos. “El origen de la película nace también como resultado a la siguiente pregunta. ‘¿Cómo yo, como habitante contemporáneo de Bélgica, puedo lidiar con el pasado colonial de mi país y las representaciones visuales de este pasado que nos rodean?’ No sé si esto es una acción política en sí misma, para mí es simplemente un intento de ponerme a mí mismo y a la audiencia en un estado mental que pueda hacer posible una nueva forma de vivir juntos”.

“Creo sinceramente que Bélgica necesita esto, puesto que las antiguas formas de ver nuestro pasado colonial (como pacificadores, civilizadores y salvadores de los nativos salvajes del esclavismo) están todavía muy presentes y aceptadas por la sociedad, mientras que son manifiestamente engañosas. Definitivamente, estos puntos de vista no son buenos para construir una comunidad próspera en la que puedan participar todas las personas que viven en Bélgica en la actualidad».

Segundo episodio nacional: Chantal Akerman

No home movie (2015) había sido presentada ya en Bélgica en el cuadro de una retrospectiva que la Cinematek Real dedicaba a una de las insignias del cine belga, la bruselense Chantal Akerman. De forma súbita, y mientras esta retrospectiva tenía lugar a lo largo del mes de octubre de 2015, la directora de News From Home ponía punto y final a su vida en la tierra. Como en las grandes ocasiones, jóvenes, estudiantes y cinéfilos rebosaron la plaza, sentados incluso en las escaleras que hay en los costados de la sala. Todo esto favorecía, inevitablemente, la expectativa de las grandes noches, ante el último trabajo de una de las cineastas más constantes y radicales de este pequeño país, una de las pocas figuras que unía a dos comunidades, la francófona y la neerlandófona, que viven en el mismo Estado pero que, sin embargo, no comparten el mismo imaginario cinematográfico.

La película de Chantal es, aparentemente, un retrato de su madre que se va convirtiendo, de a poco, en un retrato de la relación particular que la cineasta mantiene con ella. Una película basada en el diálogo entre dos personas, una madre y una hija, y en la convivencia ocasional que estas mantienen en el piso de la progenitora en Bruselas.  Entre medias, secuencias de los viajes que realiza la cineasta para, entre otras cosas, ganarse la vida: “Te cuelgo, mameke , que tengo que hacer unas facturas”, le dice a su madre a través de Skype. Y entre medias, esos largos y característicos travellings akermanianos (es eso un travelling?) de News from home o D’est, entre otras. Es Chantal la que mira por la ventana del coche el mundo que la rodea y que pronto dejará. Uno intenta imaginarse cómo es (o cómo era) la vida de una persona como ella, que se mantiene en lucha constante (porque vivir sin seguir el ritmo del mundo es una lucha constante). Uno intenta imaginarse también cómo es la vida de esa mujer que, en un plano precioso de la película -la  cámara en el trípode, la madre sentada en el sofá- sale al balcón a fumarse un pitillo. Y la película está basada en el diálogo y recuerda en este sentido a la Academia de las musas (2015, Guerín), o viceversa. Personas hablando, relacionándose, recapitulando antes de pasar página o de cerrar el libro. Chantal le explica a la mujer que trabaja en la limpieza de la casa, cómo su familia llegó a Bruselas escapando de la guerra y las persecuciones. Ella le responde: “Ah, los judíos y todo eso”.

Descanse en paz. Si es que los rebeldes pueden descansar alguna vez en paz.

Chantal Akerman, fumando un pitillo

Chantal Akerman, fumando un pitillo

Non hai artigos relacionados.

Comments are closed.