CURTAS 2015: LA FUERZA DE LA FICCIÓN

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No son tiempos para la contención. Podría ser otro titular. Hace diez, quince o veinte años, películas como Los lunes al sol (Fernando León de Aranoa, 2002) o Sweet Sixteen (Ken Loach, 2002) parecían vehicular el sentimiento combativo de una época en la que la clase obrera parecía ser la otra. Concepto pasado de moda, decían muchos, lo cierto es que la imperante clase media miraba a los parados y las familias disfuncionales casi como un objeto de estudio antropológico. El cine podía permitirse actuar desde el respeto – si se ejercía desde esa posición – o desde la militancia – si uno lo contaba desde dentro – y hasta dejar espacio para la moraleja y la denuncia social. Un filme como Amistad (Steven Spielberg, 1997) era capaz de hablar de la negritud – y la esclavitud – con rigor histórico, y salía con el peinado intacto. Mel Gibson podía permitirse ser literal en The Passion of the Christ (2004) y salía indemne.

El mundo está ahora falto de certezas. Cuando esto ocurre, la exposición más o menos objetiva y contenida de los hechos pierde credibilidad. Para enfrentarse a un pasado esclavista y vergonzoso, los EE.UU. necesitan una película como Django Unchained (Quentin Tarantino, 2012), y no la correcta 12 Years a Slave (Steve McQueen, 2013); que de público, lo que se dice, no es que estuviese fina. Viendo las portadas de Charlie Hebdo, o los fanatismos pseudoreligiosos de la reciente y brutal Mad Max: Fury Road (George Miller, 2015), el respeto a las lecturas sagradas no parece estar al orden del día. En el caso del cine español de ficción reciente, muchos podemos estar más alineados con la Hermosa juventud (2014) de Jaime Rosales, pero lo cierto es que películas como Perdiendo el norte (Nacho G. Velilla, 2015) o Rey Gitano (Juanma Bajo Ulloa, 2015), en todo su esperpento, seguramente ejemplifiquen mejor el sentir de una sociedad que quiere las cosas claras, escarbar en una realidad enferma con pico y pala y sin sutilezas.

Por eso había ronquidos – cuando no cosas peores – en los insoportables pases de Un elephant me regarde (Frank Beauvais, 2015) o La bambina-bache (Ali Asgari, 2014) en este Curtas Vila do Conde 2015. La primera, sobre la relación entre un chico que no encuentra su camino y una viejecita que intenta reconducirse a través de él, debe contar con algunos de los diálogos más ñoños de la historia del cine francés, en una suerte de apología buenista del diálogo intergeneracional. La segunda, filme denuncia de esos que se dan más autoridad que Felipe VI el día de la patria, grita contra las dificultades de una madre soltera en el Irán actual. Cuando el tema es más importante que el medio, algo muy malo ocurre. Estas dos obras son completamente innecesarias, en el sentido en que no descubren ninguna realidad desconocida, ni tampoco son cine, son apenas imágenes en movimiento que trasladan un mensaje. Uno, que podría llegar en una ‘petition’ de esas de salvar gatos del Facebook. Estas dos películas, afortunadamente la excepción en el festival, dan al menos para una crónica mordaz, facilona y divertida, en la que uno se despacha a gusto sin temor a equivocarse. Pero no me preguntéis de que iban en la edición de 2016. Espero haberlas tirado a la papelera de reciclaje de mi disco duro por entonces.

'Swimming in Your Skin Again', de Terence Nance.

‘Swimming in Your Skin Again’, de Terence Nance.

Representaciones periféricas

Estoy convencido, sin embargo, como parecían compartir los espectadores en la sala, que la competición internacional de esta edición de Vila do Conde quedará en las retinas de muchos por un buen puñado de títulos que, al menos, no dejaban indiferente; en un año en el que la ficción se comió todo lo demás. Para mí, hubo dos apuestas personales que me tocaron, en el sentido en que encaran la esclavitud y el colonialismo desde posicionamientos que rompen las representaciones convencionales en el medio, y no como mero dardo político. Estos títulos son Swimming in Your Skin Again (Terence Nance, 2015) y La isla está encantada con ustedes (Alexander Carver, Daniel Schmidt, 2015).

El primero se abre con una secuencia estilo Jean-Gabriel Périot, montada al ritmo de una movida música, y ante nuestros ojos desfilan en un par de minutos, las representaciones pictóricas de todas las religiones del mundo; las mayoritarias, como el catolicismo o el judaísmo, pero también otras de seguimiento más secundario como el rastaffarismo o la orden Jedi. Una voz en off inunda la pantalla, también a ritmo musical y poético, en una cadencia sacada de la tradición de la música negra, con guiños durante el filme al gospel o el rap. “Change is the only true God”, el cambio es el único Dios verdadero. Y, en efecto, sobre eso reflexiona la película, sobre la incapacidad de encontrar respuestas definitivas mediante ningún tipo de espiritualidad. Entregada a este nihilismo gozoso, la estructura del filme se muestra quebradiza, fragmentaria y musical. Estilísticamente, el movimiento continuo es la marca, en una cinta muy estilizada que se encontraría en algún lugar entre el videoclip de MTV y la naturaleza mística de Tarkovski, con un montaje más propio del Harmony Korine de Spring Breakers (2012). Por el comportamiento de los jóvenes en el filme, y su forma de hablar, por cierta presencia que desprenden, tampoco sería una locura ligar la película a Beasts of the Southern Wild (Benh Zeitlin, 2012). Bajo estas coordenadas, Nance es capaz de dibujar un profundo y lúdico ejercicio en torno a los falsos ídolos, a la manía del ser humano de crear dioses que puedan representarse y a los que rendir culto; y que por estas mismas razones suelen caer presos del mercado, siendo consumidos uno tras otro hasta el infinito. ¡Cuántas religiones, cuántos ritos, inventará aún el hombre hasta el fin de sus tiempos! ¿Y servirán para llegar a una mejor comprensión de nuestro lugar en el universo? Seguramente no. Nance lo tiene claro, y así ha creado esta maravilla de filme catártico, tan crítico como comprensivo con la espiritualidad y, sobre todo, contemporáneo.

Si bien Swimming in Your Skin Again trata temas universales, lo hace desde la negritud sin caer en el exotismo. La explotación de lo exótico, llevada al extremo y entendida en sentido crítico, es el principal mecanismo de La isla está encantada con ustedes, un filme muy loco y tan personal que es de esos que uno ama u odia. Yo me encuentro entre los primeros, pero entiendo por qué pode ser desesperante para muchos. Si habéis visto el anterior trabajo de Daniel Schmidt con Gabriel Abrantes, comprenderéis por qué. Ellos, en películas como A History of Mutual Respect (2010) o Palácios De Pena (2011), abordaron el postcolonialismo desde el esperpento, haciendo obvias las tácticas del poder imperial. El control sobre el cuerpo, ejercido desde la violencia y el sexo, sobre el individuo indígena, está en el centro del discurso, y no podía ser menos en este nuevo corto que juega en la misma liga. Alexander Carver, por su parte, ya había colaborado también con Schmidt en The Unity of All Things (2013), largo de espíritu tan queer como esta aventura puertoriqueña. El discurso se ejemplifica en una frase que Francisco Javiér de Balmis, portador de la vacuna contra la viruela, espeta a sus súbditos: “Un cuerpo saludable y una economía saludable”. Pues eso, normal que los indígenas acaben por cometer un asesinato bien estilizado, con el que el espectador occidental goza, precisamente por reconocer los pecados de los padres. Tarantino lo sabe bien. Los traumas nacionales se curan ahora a base de plomo y cual DJ, no son buenos tiempos para la contemplación.

Géneros reventados

La tercera gran ficción en este podio personal fue Beach Week (David Raboy, 2014), de la que ya hablamos en la crónica de Clermont; deconstrucción de los filmes de terror slasher adolescente a lo I Know What You Did Last Summer (Jim Gillespie, 1997), que cobra cariz metafísico, con una brillante puesta en escena y una lograda interpretación de Hannah Gross, el icono del nuevo indie yanqui. Fue en este apartado, en la ruptura con los géneros clásicos, donde Curtas Vila do Conde dejó su mejor cosecha. Otras propuestas como Blood Below Your Skin (Jennifer Reeder, 2015), Jonathan’s Chest (Christopher Radcliff, 2014), Silence du léopard (Viken Armenian, 2015), Stella Maris (Giacomo Abbruzzesse, 2014), Ramona (Andrei Cretulescu, 2015), Kung Fury (David Sandberg, 2015) o Bär (Pascal Flörks, 2014) seguían esta estela.

De Reeder también hablamos en Clermont, con la ocasión del estreno de A Million Miles Away (2014). Y es que esta chica está que no para. En un tiempo récord, ha hecho dos películas que le dan la vuelta a las cintas de instituto, con marcado protagonismo femenino y una estética kitsch que no tiene miedo en introducir por momentos técnicas experimentales. Los mensajes de los chats se sobreimprimen en la pantalla, los emoticonos… Realmente, todo el lenguaje con el que se comunican los nativos digitales está integrado en sus propuestas a nivel narrativo. Eso, el juego de las expectativas con el género – en sentido cinematográfico y de identidad sexual – y una personalidad desbordante, hacen del cine de Jennifer Reeder un ‘must’ del panorama de cortos internacional.

Otros filmes jugaban con el género de manera más modesta, con resultados irregulares pero interesantes. Jonathan’s Chest construye una tensión de carácter familiar e íntimo para estallar en un final de impacto; Silence du léopard introduce lo fantástico en situaciones cotidianas; Stella Maris rompe con los estereotipos de los filmes de mafia y flirtea con la ‘heist film’, con un dúo protagonista muy particular, y un contexto bien anclado en la tradición local; Ramona camina en una difícil línea entre el thriller de venganzas y las últimas tendencias del drama rumano… Pero la que logró unir a público y crítica, un verdadero hit de la temporada, es Kung Fury. La película, hecha gracias a una exitosa campaña de mecenazgo, fue la más popular de la pasada edición de Cannes. Sus autores, a los pocos días del pase en el festival, la colgaron gratis en la rede. ¿El resultado? Casi 20 millones de visualizaciones en el momento de escribir este artículo, una cifra que sube cada día al traducirse los subtítulos a cada vez más idiomas. En esencia, lo que hace el filme es tomar referencias de videojuegos clásicos de los 80 y 90, mezclarlos con imaginería seriéfila de la época y darles una patina trash, meterlo todo en la batidora y a tomarlo calentito, antes de que enfríe. Básicamente, un filme que puede mezclar a Hitler con dinosaurios y una máquina recreativa que escupe lasers y batalla con kung fu; manteniendo la atención del espectador durante media hora, merece mis respetos. Parece que el cuento le ha salido bien a Sandberg. Ya ha logrado financiación para un largo, que tiene toda la pinta de poder superar a Iron Sky (Timo Vuorensola, 2012) en términos de friquismo. Preparaos, fans de Sitges, para una buena cola en el Auditori.

El último de estos crebantagéneros fue Bär. Si tuviésemos que posicionar el filme en alguna de las otras dos categorías tradicionales en las que se suelen dividir las secciones, documental y animación, entraría justo en el medio de las dos. Mynarski chute mortelle (Matthew Rankin, 2014) haría triplete, añadiendo la ficción a su mezcla. Basada en una historia real de un paracaidista que falleció en la Segunda Guerra Mundial ardiendo, mientras se tiraba de un avión abatido; está rodado a modo de un filme bélico clásico silente, y dibujado sobre la imagen real con técnicas de animación experimental que convierten el corto en toda una experiencia visual. Bär, por su parte, toma fotografías del abuelo del protagonista y monta por encima de su figura la de un oso. La historia es la biografía de su familiar, pero todo parece un cuento al aparecer el animal en distintas fotografías, con voz en off del nieto. La historia de un nazi convencido, que murió rifle en mano, toma forma de fábula, de modo que Flörks es capaz de presentar la memoria de su abuelo en un tono entre cariñoso y crítico. No es hasta que el filme está bien entrado, que el espectador se da cuenta del retrato al que se enfrente. Era un nazi, sí, pero era su abuelo.

'Becoming Anita Ekberg', de Mark Rappaport.

‘Becoming Anita Ekberg’, de Mark Rappaport.

Diversa animación y documentales

Estos dos títulos se colaban bien entre técnicas, pero por parte de los documentales y las animaciones más clásicas, también hubo filmes de provecho. Algunos parecían jugar sobre seguro, trayendo al pueblo luso grandes nombres, ya habituales en el festival. Era el caso de Bill Plympton en la animación, o de Sergei Loznitsa y Mark Rappaport en el documental. El primero presentaba Footprints (2014), en su línea habitual, y dejaba claro que sigue siendo una grande influencia para jóvenes cineastas, como en el caso de Daniel Gray y Tom Brown en su Teeth (2015). La sombra de Tim Burton o Henry Selick también pesaba en If I Was God (Cordell Barker, 2015), la grand triunfadora de esta categoría, con varios premios, sobre un chico con mucha imaginación que tiene un buen viaje al electrocutarse en un ejercicio de disección de ranas en su clase. La animación fue diversa y de excelencia técnica, pero sin grandes sorpresas.

Por su parte, Loznitsa ponía el piloto automático, modelo observacional, en The Old Jewish Cemetery (2015), sobre un barrio construido con la piedra de las lápidas de un viejo cementerio judío. Más inspirado se mostraba Rappaport, que en Becoming Anita Ekberg (2014) hace un retrato de la artista que supera lo biográfico, para convertirse en una reflexión sobre la naturaleza vampírica del cine, la inmortalidad, el uso de Hollywood de los iconos y el montaje y miradas falocéntricas del cine clásico. Hubo quien la desdeñó como un ensayo al uso, pero que no nos engañe la línea clara; no por ser más cristalino a nivel expositivo, es menos compleja la pieza del norteamericano, que sigue investigando sobre las políticas de representación del Hollywood clásico con una enorme lucidez.

Además de todas estas tendencias y registros, hubo desde luego algo de cine social y costumbrista, donde destacó el Kiss Me Not (2015) de Inès Loizillon – la versión recatada y estilizada de los adolescentes de Jennifer Reeder, de clara descendencia garreliana – o propuestas de carácter más arty, con un pie en el ensayo o en el arte contemporáneo, como la excelente Vous voulez une histoire? (Antonin Peretjatko, 2015), para la que remitimos también a la crónica de Clermont. En definitiva, un panorama diverso, con algunas tendencias claras, muy recomendable. Fue una buena cosecha, en especial la uva-ficción.

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