CURTOCIRCUÍTO 2012: CRÓNICA DE UN(OS) PREMIO(S)

Hay muchas maneras de disfrutar de un festival. Estamos los madrugadores, esos de las sesiones de prensa a la hora del desayuno; los que hacen un calendario ajustado con más pases que horas tiene el día, que corren de una sede a otra para no perderse nada; los invitados que prefieren pasar el tiempo en el bar, relacionarse, e ir a ver filmes puntuales de su interés. Los habrá que prefieran el documental de autor, otros la animación más gamberra, y aun más serán los que tiren por la ficción con una factura de primera.

Todo esto, para lo bueno y para lo malo, fue lo que ofreció Cortocircuíto un año más. Su heterogeneidad sitúa el certamen compostelano en las fronteras de una peligrosa dispersión, que sabe compensar con unas secciones muy definidas que conforman su particular carácter, forjado a lo largo de casi una década (nueve ediciones). La principal crítica del pasado año se repite. El problema no es tanto la variedad, como la coincidencia en la misma sesión de una ficción al uso con una animación de tipo más experimental y un documental de corte informativo. Difícilmente al mismo espectador le gustarán las tres piezas, y para quien entra por primera vez en la sala, el efecto creado puede ser de poca consistencia en la programación.

Nada más lejos de la realidad. Vista toda la sección internacional -con una calidad media destacable en 2012-, el objetivo queda claro: estamos ante un festival de cortos, que pretende ante todo identificar tendencias. Hay tres grandes categorías que se mantienen en toda sesión: ficción de autor y con unos altos estándares visuales, documental informativo con cerebro y una cierta voluntad política, y una variadísima animación. Sesiones paralelas como la retrospectiva dedicada a nuevas promesas del cine rumano refuerzan este carácter calidoscópico del certamen.

Las otras secciones son la irregular y atractiva Explora, dedicada a trabajos experimentales; y los apartados estatales y gallegos, que aplican una línea semejante a la internacional.

João Garção Borges, Carlos Roma y un servidor conformamos el Jurado Onda Curta RTP. Nuestra labor consistió en elegir una hora de programación para su emisión en la televisión portuguesa. Los autores llevan de premio la compra de los derechos de exhibición en la tele lusa. Entendiendo Cortocircuito como contenedor de tendencias, mi principal fijación era llegar a un acuerdo que comunicara la propia heterogeneidad del festival, como si nuestros premios fueran un resumen de lo que se pudo ver en Compostela. Mis compañeros eran de otro parecer: “¿Por qué? Premiemos lo que nos guste”.

Si me concentro en este detalle antes de comenzar a hablar de los filmes, es por una razón muy sencilla. Ellos veían la figura del crítico y del programador de una manera separada, mientras que para mí son dos funciones complementarias. Supongo que el debate reside en la manera de entender el análisis cinematográfico. Es importante compartir con el público lo que nos ha asombrado, pues de ese deseo debiera partir la crítica; pero igual de relevante es para mí pensar los filmes en su contexto, para crear pensamiento, identificar tendencias. Creo que a eso es a lo que aspira Cortocircuíto, y habría sido injusto no reconocer ese esfuerzo en el palmarés. De una manera natural -con ausencias, solo teníamos una hora-, creo que las películas elegidas sí comunican lo que es el festival, con esos tres grandes contenedores de ficción, animación, documental. Comencemos por el primero.

Nuevas (viejas) olas

Las dos elegidas en la ficción, Xiao Tou y Csicska, son un buen ejemplo, entre otros, de movimientos o cinematografías que están marcando la creación fílmica contemporánea. A veces, agotados, y confeccionados con un espíritu de revisión. Es el caso de Ladrona (Xiao Tou, Jen Chern, Taiwán, 2011), que con flirteos con la Nueva Ola Taiwanesa y la comedia romántica hongkongnesa, logra componer un divertido y enérgico ejercicio narrativo. Una larga secuencia con una premisa sencilla y mucha intriga. A una chavala que está esperando por su novio, le roban el móvil en un mercado. Se entera y persigue a la ladrona con todos los recursos a su alcance. Con una descripción del espacio pasmoso, humor y sorpresa; Chern logra cruzar a Kitano y To, con la katana del Tarantino de Kill Bill en la mano, y un móvil con carcasa de Hello Kitty en la otra. La pieza es un verdadero ‘mash-up’ de referencias pop que comienza en plan pastel y acaba por cachondearse como que de casi todos los géneros populares urbanos del cine de Asia. Una delicia que se reinventa a cada plano.

La más contenida Bestia (Csicska, Attila Till, Hungría, 2011) podría interpretarse como una crítica velada a la rampante violencia contra los inmigrantes, desde las esferas del poder político, en Hungría. Un granjero guarda un control férreo sobre un esclavo extranjero, en el que bate cuando le parece. Algo semejante hace con los hijos y la mujer. Microcosmos de un Estado que educa en el desprecio al otro, a nivel cinematográfico podría estar incluida en la sección del nuevo cine rumano por su cámara en mano sin apenas movimiento, planos largos, unos diálogos muy realistas y naturales, temática de lo cotidiano…

Todos estos elementos están presentes en 15 de julio (15 Iulie, Cristi Iftime, Rumanía, 2011), uno de los mejores filmes del festival, que cuenta la visita de una pareja a la casa del padre de la chica, separado de su madre. Emotiva, con unos diálogos brillantes y unas interpretaciones aún mejores, se nota la mano del maestro Porumboiu detrás, del que Iftime fue ayudante de dirección, y desde luego también de Muntean o Puiu. El nombre de este nuevo director será incluido en breve al de éstos si el mundo es justo.

Maestro de un cine no muy lejano es Danis Tanović, que en Equipaje (Prtljag, 2011) cuenta la enésima historia de desaparecidos en la guerra de los Balcanes, solo que con gusto y respeto. Una gota de sentimentalismo traiciona hacia el final ligeramente la propuesta, que se encuentra sin embargo entre lo mejor de la selección.

Resumiendo mucho, hubo otras piezas que marcaron las tendencias más relevantes del cine de ficción actual a nivel internacional: indie yanqui estilo Sundance (Narcorrido, Soap Opera), últimos cines de autor de Portugal (Infinito) o Argentina (Salón Royale), género independiente surcoreano (Modern Family, The Zoom), fantástico-videoclip exquisito estilo Zack Snyder (Trotteur, Year Zero OFFF Barcelona 2011 Main Titles, Hope), reinterpretación de géneros clásicos de Hollywood en el cine francés reciente -filtrados desde su tradición- a cuento del éxito de Hazanavicius (La France qui se lève tôt, L’attaque du monstre géant suceur de cerveaux de l’espace),…

Animación diversa y rica

Algo semejante puede decirse de la animación, con una especial presencia este año. Nuestro premio a El molino de las moscas (Kärbeste veski, Anu-Laura Tuttelberg, Estonia, 2012) fue bien merecido, a nuestro entender, pero bien podrían haber entrado algunas propuestas más. Esta piecita recuerda mucho a Švankmajer, tanto por el tipo de animación en stop-motion con muñecos como por el ambiente inquietante que transmite. Es uno de esos cuentos oscuros, más aptos para adultos que para niños.

Mucho de las neurosis y los diálogos nerviosos de las comedias de Woody Allen tiene la otra elegida, Desanimado (Emilio Martí, España, 2011), la historia de un dibujo animado que no encaja en la sociedad.

Pero hay otras piezas destacables, desde las preciosistas Enjambre (Kuniha, Joni Männistö, Finlandia, 2011) y El gigante (Luís de la Matta Almeida, España, 2012), que pareciesen un cuento de Kalandraka en movimiento; a las experimentales y alucinadas The Pub (Joseph Pierce, Reino Unido, 2012) o Puff the Magic Dragon (Ho Ka-ho, China, Hong Kong, 2011). Esta última es una mezcla curiosa de graffiti, anime y videojuegos indies que crea un gran impacto visual a través del morphing y otras técnicas. Un genuino trippy cinematográfico.

Frente a éstas, hay piezas más conservadoras, pero a las que no se le puede discutir una calidad técnica y narrativa indiscutibles. Es preciso destacar The Monster of Nix (Rosto, Francia, Bélgica, Holanda, 2011), en la línea de las animaciones de Tim Burton o Terry Gilliam; y la gallega El club del bromista (Luís Usón, España, 2011), historia de un vendedor ambulante, realizada escrupulosamente por el canon Pixar.

¿Documental o reportaje?

En la nómina de los documentales, una balanza desigual. Mientras que son varios los ejemplos de reportajes comprometidos políticamente -gustó especialmente Speaking Cotton-, casi no existen filmes de no ficción plenamente cinematográficos, pensados desde la imagen, y no desde la información.

Cumple muy bien un término medio, de modo muy inteligente y con heterogeneidad de procedimientos, El cuarto hombre (Czwarty Czlowiek, Kasior Krzystof, Polonia, 2011). Es un interesante retrato de un hombre que trabaja el carbón en un bosque de Polonia. El filme mezcla varios registros documentales, como la reconstrucción, el cine directo, el performativo o la cámara oculta; para ofrecer un relato en clave poética de los cambios en el rural en Occidente. Compleja en su narración, y con una potente voz en off, es un filme de múltiples lecturas y rico también en lo visual.

La otra gran cinta documental fue Suchtgarten (Jakob Lass, Alemania, 2011), que elegimos premiar. Lass es una suerte de imitador con talento de Nathaniel Dorsky, solo que incorporando sonido y comentarios de índole sexual. Reflexión sobre el carácter mecánico de la imagen porno, los parajes industriales que documenta son primeros planos desnaturalizados -sin presencia humana- de objetos, máquinas feas, desgastadas y descontextualizadas. Visualmente muy exigente, este tratamiento del mundo del trabajo recuerda un poco a algunas piezas de Ben Rivers, como la reciente Sack Barrow.

Más trabajos como este precisa Explora, sobre todo en el terreno del documental y del cine experimental, el único que Cortocircuíto no atiende mucho y de manera muy irregular. A veces apuesta por cortos más artísticos, que entran en la performance, como Mujer e industria cárnica (Nainen ja lihateollisuus, Möki Teemu, Finlandia, 2011), impactante y efectiva en lo conceptual. O This Thirst (François Vogel, Francia, 2011), con distorsiones en la imagen que recuerdan a las de Nicolas Provost. ¿Por qué no está su último corto incluida en la sección? Añadir alguno de estos nombres no vendría mal para completar esa sensación de todos los frentes cubiertos, y bien.

Curiosamente, es en Galicia donde se encuentra la experimentación más fructífera. Los últimos trabajos de Lois Patiño, Xacio Baño, Ángel Santos y Sonia y Miriam Albert Sobrino son de lo más refrescantes. Hasta una pieza tan en la línea de la comedia romántica indie como Soap Opera (Eva Quintas, España, EE.UU., 2011) tiene su encanto gracias a unos buenos diálogos, actores pasándolo bien y unos encuadres y un montaje como es debido. Con intérpretes más conocidos, sería una nueva (500) Days of Summer (Marc Webb, EE.UU., 2009) y se llevaría premios.

En definitiva y en resumen, con sus errores y sus aciertos, esta edición de Cortocircuíto fue quien, una vez más, de definir las principales corrientes del cine contemporáneo, de tomarle el pulso a la actualidad fílmica. Esperamos ya con muchas ganas un décimo aniversario en el que se magnifiquen todas sus virtudes y se corrijan sus escasas debilidades. Los cortos no son largos, pero sí son grandes, muy grandes.

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