GIMCHEOUL, de Jorge Suárez-Quiñones Rivas

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Aquí y allí. Todo está ocurriendo a la vez para Gimcheoul.

Gimcheoul es el título del tercer largometraje del director Jorge Suárez-Quiñones Rivas (León, 1992). La obra audiovisual de este joven cineasta ha pasado por festivales internacionales de cine como Filmadrid, Rotterdam, Alcine o Curtocircuíto. El estreno mundial de Gimcheoul tuvo lugar el pasado noviembre en la VII edición del Festival de Cine Márgenes, en la sección Escáner, que tiene como objetivo examinar las diversas realidades fílmicas del cine español.

“Aquí y allí. Todo está ocurriendo a la vez para Gimcheoul. Es la sinopsis con la que brevemente se resume esta película. Antes de verla, puede parecer que la frase no aporta mucha información sobre la trama, pero basta con ver los primeros veinte minutos del film para entender que sí. Esta sinopsis habla precisamente de dos conceptos tan presentes como difusos en la película: el espacio y el tiempo. Gimcheoul se mueve por el espacio y el tiempo siguiendo el viaje físico y psíquico del protagonista. Danzamos como espectadores entre España y Corea, entre el pasado y el presente.

La película comienza con las imágenes de un recién nacido en lo que parece una grabación analógica. Se hace la luz y encontramos al protagonista en el retrete, con los ojos cerrados, repitiendo una frase para sí mismo una y otra vez. A partir de este momento, lentamente, las secuencias se van sucediendo sin dejar apenas pistas que permitan establecer una cronología en la historia. Es fácil saber dónde estamos, las diferencias entre Corea y España son claras, pero es difícil saber cuándo está ocurriendo lo que se nos muestra en relación con el resto del metraje. Y esta es una de las mayores virtudes de la cinta: que eso no importa. El director logra que no sea fundamental entender cuándo suceden las cosas, porque basta con que sucedan. Se trata, por tanto, de una reafirmación de lo que dice la sinopsis: todo está ocurriendo a la vez.

En este sentido, Gimcheoul es una película que trata con especial consideración al espectador, aportando la mínima información necesaria para mantener la verosimilitud, pero dejándole tiempo y libertad para establecer relaciones y tomar sus propias decisiones sobre lo que está viendo. Además, uno de los aspectos más interesantes de esta película es que con cada visionado puede surgir una nueva interpretación. La estructura favorece que conectemos en nuestra mente detalles aparentemente inconexos, dando un nuevo significado a lo que estamos viendo.

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Hay un tema que está presente casi constantemente a lo largo de Gimcheoul: las madres. En una de las primeras escenas, una masajista le dice al protagonista que todos somos hijos de alguien. Después, durante toda la película, recogemos esa idea una y otra vez. Vemos mujeres ejerciendo de madres no sólo con sus hijos, como en la conmovedora secuencia en la que una mujer mayor canta una nana a su infantil marido. Son la maternidad y los papeles de las mujeres vistos desde una perspectiva masculina, pero con empatía y sensibilidad. Al terminar la película, sigue sonando el eco de las palabras que le dice la madre a su hijo: “sin mí no existirías”.

La sexualidad, el insomnio y la identidad dan vueltas en la cabeza de un chaval cuya mente parece estar separada de su cuerpo. La conmovedora historia de su abuela, contada por él mismo en un incómodo plano fijo sin contraplanos, en el que no podemos ver la cara de la persona con la que habla, conecta al protagonista con esas imágenes de la familia en España que se entrelazan durante toda la cinta. Entendemos de qué forma el protagonista vive desligado de sus orígenes a través de una conversación con un amigo junto a un canal, en la que hablan sobre el pan y el kimchi, un alimento coreano. El protagonista confiesa que no recuerda el sabor del pan, pero que ya no podría vivir sin el kimchi. El cineasta emplea un recurso que muchas veces utilizamos en la realidad: no hablar directamente de lo que queremos hablar. En este caso, el pan aparece como metáfora del pasado, de su vida en España, que ya no recuerda. El kimchi es la vida en Corea, la vida que le gusta. Es la evidencia de una nueva realidad asumida, una reflexión sobre la necesidad de huir de la familia y de las raíces, la urgencia por marcharse lejos, olvidar el pasado y el sabor del pan.

Es especialmente interesante el nivel de realismo en el sufrimiento del protagonista. No es un sufrimiento que transmita angustia, de hecho ni siquiera llega la verbalizarse, sino que es un padecer lento, apático, tranquilo, como cuando hay algo dentro que duele, sin que se sepa muy bien qué es.

Jorge Suárez-Quiñones Rivas también indaga en las posibilidades de la forma y de los géneros. Explora modestamente los límites entre la ficción y el documental, generando una mezcla de códigos en la que no está claro dónde termina la preparación previa y comienza el azar. Los actores no son profesionales (la mayoría son familia y amigos del director) y apenas hay música extradiegética. Los planos del revés, las superposiciones de imágenes y los largos fundidos con los que el cineasta experimenta se desvían de lo convencional, haciendo que ver Gimcheoul se convierta en una experiencia diferente. Es un film frío, que por momentos transmite un efecto onírico. La sensación que nos queda al terminar los créditos no es de comodidad, la película deja en el cuerpo una huella melancólica y reflexiva: el espectador acaba de ser testigo de la soledad y el desarraigo del protagonista.

Gimcheoul es una película que, sin hacerlo de forma directa, habla de aspectos importantes de la vida de forma innovadora y sutil, con una profundidad fuera de lo corriente. Hay un momento en el que la compañera de la masajista tranquiliza al protagonista en relación con el dolor de su cuerpo diciéndole que “duele porque es necesario”. Y eso es justo lo que ocurre con la película. Gimcheoul duele porque es necesaria.

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