IFFR 2013 (I/III): EL AÑO DEL BASTARDO

Qué queda cuando la sala de cine enciende las luces y la película se ha acabado. Normalmente nada. Nada de nada. Notamos esa sensación de que hemos pasado noventa minutos frente a la pantalla pensando con todas nuestras fuerzas a lo largo de casi medio centenar de proyecciones, cansados por la falta de sueño y el exceso de todo lo demás. Y al final nada. Hay quienes dicen que les gustaría vivir en una película, otros preferiríamos vivir en un festival de cine. El IFFR enciende sus luces y los espectadores vuelven a sus casas, algunos saturados de buen cine (o cuando menos inquietante), otros con el sabor amargo de la resaca todavía secándoles el paladar. Las comparaciones son odiosas, pero para aquellos que este fue su segundo año es posible que al echar la vista a la edición anterior sientan cierta nostalgia. Nunca hay una segunda oportunidad para causar una primera impresión, y la primera impresión que me dejó Rotterdam fue inmejorable: Clip (Maja Milos), Living (Vasily Sigarev), Egg & Stone (Ji Huang), The Voice of My Father (Orhan Eskikoy, Zeinel Dogan), Romance Joe (Kwang-kuk Lee), In April de Following Day, There Was a Fire (Wichanon Somunjarn), Return to Bhurma (Midi Z), De Jueves a Domingo (Dominga Sotomayor). El año que viene intentaré recordar tantos títulos de esta 42 edición del IFFR sin recurrir al catálogo y veremos qué sucede.

FLASHBACK (23/01/2013)

Noche de inauguración en De Doelen. La Grote Zaal llena a reventar da la bienvenida al director del festival Rutger Wolfson quién anuncia el lama para 2013: “We have to redefine culture”. A qué se refiere la organización del certamen con “redefinir la cultura”. Rotterdam es un festival que se sostiene sobre los pilares de la iniciativa privada, toda una hazaña en los tiempos que corren. Ni que decir tiene que el Estado ha abandonado a su suerte a los creadores. Cómo conseguir hacer del cine un valor añadido en un entorno corporativista. La respuesta nos la da la directora financiera Janneke Staarink: “ponga su película aquí (sala de reuniones), o aquí (actividades de grupo de los empleados), o aquí (cesta de Navidad)”. ¿Es el cine un bien que se pueda explotar para sacarle rendimiento económico? Parece que sí, o se intenta. Pero esto no sólo se reduce a amortizar los proyectos, sino que trata de conectar la película con el “greater world”, sacándola de un circuito hasta cierto punto elitista y plantándola en el hall de un edificio de Shell con el mensaje “señores, esto es arte… sí, pero también es industria. Así que inviertan”.

Por primera vez en quince años abre el festival la proyección de una película holandesa. The Resurrection of a Bastard (presentada como proyecto en desarrollo en CineMart 2010) es la adaptación de la novela gráfica “Om Mekaar in Dokkum”, obra del propio director de la película Guido Van Driel (artista multidisciplinar, pintor, novelista, dibujante y realizador). Cargado de simbolismo y con una narrativa sencilla, el filme protagonizado por Yorick van Wageningen (el tutor sádico que abusa de Noomi Rapace en The Girl With the Dragon Tattoo) recibe al instante la etiqueta de “realismo mágico”. Van Driel “dibuja” la historia de un gánster holandés que aprende una lección gracias a la venganza que sufre de mano del padre de una de sus víctimas. Esto no lo sabremos hasta bien avanzado el metraje en un flashback enorme que ocupa casi todo el segundo acto. La textura, los ángulos de cámara imposibles (plano supino desde dentro de un plato de pasta, cenital sobrevolando la escena en diagonal, travelling que atraviesa el techo siguiendo el vuelo de una mosca que se cuela en un rave) y los colores (escena nocturna en escala de grises) rememoran las viñetas de la novela gráfica. Con pinceladas de Guy Ritchie y diálogos tarantinescos, la de Van Driel es una obra correcta, llamativa por ser una rareza en la cinematografía holandesa, aunque predecible y reiterativa. Su distribución en está garantizada, por lo menos aquí en Holanda.

Con la resaca de la fiesta inaugural y apurando al máximo esos deliciosos minutos de sueño entre el momento que suena el despertador y la segunda o tercera vez que repite, me levanto a toda prisa para ir a ver Halley del mexicano Sebastián Hoffmann. Un película personal, oscura, y que no es apta para aquellos que hayan tomado un copioso desayuno. Por suerte yo no he probado bocado. Hoffmann aborda el tema del hombre que se descompone, del zombie que no quiere abandonar el entorno social, que no acepta que es un muerto viviente y que intenta detener el paso del tiempo (más acelerado en su caso) con vendajes y tiritas. Con una evidente obsesión por el detalle, la mirada del realizador se recrea en la carne putrefacta mediante planos de las heridas, el borde de los objetos, un espejo. La tensión de aguantar en pantalla un plano detalle de algo asqueroso durante más de medio minuto aunada a los frecuentes desenfoques causa mareo y desconcierto. Es decir, funciona.

Halleyes una película triste que te hace pensar sobre el sentido de la vida, sobre lo rápido que pasa el tiempo, sobre cómo se extingue. Igual que un cometa que se extingue. El peso del proyecto cae sobre los hombros del actor principal, Alberto Trujillo, que interpreta a la perfección el papel de un hombre que debe de tener cuidado con cada movimiento que realiza, desde incorporarse de un sofá cubierto de plástico para no mancharlo, hasta tomar un baño con esponja y cubo corriendo el peligro de que una ducha rápida despedace lo que queda de él. Es asceta, no come porque no puede digerir, no bebe porque no puede tragar, no disfruta del sexo porque un movimiento en falso podría dejarle sin virilidad. Todo medido, todo suave como los movimientos de cámara y la lentitud del tempo de la película. El contrapunto lo vemos en la gente ordinaria, más horripilante (si cabe que el propio zombie): sudorosos culturistas mirándose al espejo, comensales que tragan sin masticar comida grasienta, borrachos que beben sus copas de un solo trago. Todo deprisa, sin pensar, “a fondo”. Como diría el personaje de Hershell en The Walking Dead, “siempre creí en la vida después de la muerte, pero nunca pensé que se referían a esto”.

FLASHFORWARD

Dummy Jim del británico Matt Hulse me alegró el festival en un momento en el que lo que estaba viendo en las salas de cine no me estaba convenciendo. No obstante, no creo que este efecto medicinal se deba a que la de Hulse sea una obra maestra, más bien todo lo contrario, es casi un telefilm. El caso es que la película se apoya sobre una historia muy simple, pero a la vez bonita. Dummy Jim es la adaptación al cine (al de la BBC) del libro del escocés James Duthrie “I Cycled into the Artic Circle” que como su propio nombre indica relata las aventuras de un viajero sordo en su hazaña de pedalear desde su pequeño pueblo de pescadores en Escocia hasta el Círculo Polar.

Francia, Bélgica, Holanda, Alemania, Dinamarca, son algunos de los países que el protagonista visita en su ruta por Europa. El realizador utiliza imágenes de archivo en 16mm, algunas en Super8 rescatadas seguramente de algún cajón, para mostrarnos secuencias simultáneas de postales en movimiento dividiendo la pantalla para convertirla en un álbum de recortes con los que intenta definir el momento histórico y lugar por el que se desarrolla el pasaje del libro en cuestión. Esto lo alterna con imágenes que él mismo ha rodado en HD en las que el protagonista (interpretado por un actor sordo) aparece montado en su bici, preparando su equipo, pasando una gripe en cama o descansando en el monte. El tercer elemento, que da el carácter popular a la película es un reportaje segmentado y salpicado a lo largo de la trama sobre un festival en un colegio cuyos estudiantes hacen las veces de narradores recitando de memoria algunos párrafos de la obra original. Nota rápida: La banda sonora merece una búsqueda en Google: The One Ensemble & Sarah Kenchington.

Penúmbra del mexicano Eduardo Villanueva es un retrato de la vida de un anciano cazador que vive junto a su mujer en una choza aislada en medio de un monte. La película arranca con un paneo de 720 grados con el que el realizador describe la casa del protagonista y presenta a sus moradores. Imágenes religiosas, una cama medio deshecha, un calendario, el amanecer. Es importante resaltar que muchos de los planos están rodados entre la noche y el día, sin iluminación adicional, lo que hace que las siluetas se acentúen y que por momentos no se distingan las formas. Este elemento de ambientación cumple también un fin antropológico: todos somos el cazador. Acompañamos a Adelelmo en sus largas caminatas por la naturaleza, mientras descansa bajo un árbol, junto a su mujer en la cena. Casi con un registro documental Villanueva nos sitúa de modo contemplativo ante un entorno rural en el norte de México donde las horas pasan lentamente. La comparación con La Libertad (2001) del argentino Lisandro Alonso es inevitable y quizá le resta originalidad a la película, lo que no quiere decir que por ello sea mejor o peor. La muerte está presente en todo momento, cuando falla una bombilla y el cuarto se queda a oscuras, en una misa en honor al difunto hijo del protagonista, en la celebración del Día de Muertos. En un principio el espectador puede pensar que no sucede nada, que no hay historia y que es todo un artificio. No obstante, según avanza el metraje las conversaciones y los pequeños detalles nos revelan datos de la vida de un anciano que se prepara, o eso se intuye, para el final de sus días.

Una joven localizadora de cine visita junto a su compañero de trabajo un edificio abandonado. Mientras ella toma cientos de fotos de una pared sucia el muchacho utiliza su cámara analógica para registrar sólo aquellos momentos que le hacen sentir algo o que considera importantes. Ella tendrá miles de ángulos de la misma habitación y él, al revelar el rollo, impresiones en papel de una fugaz historia de amor. 36 es una de las películas más interesantes de la 42 edición del IFFR. El título hace referencia tanto al rollo de fotografía en 35mm como al número de planos que contiene la película. El realizador tailandés Nawapol Thamrongrattanarit nos cautiva con un guión redondo, renunciando a los movimientos de cámara, utilizando fotografías reales en algunos casos y recurriendo al mismo plano en distintos momentos del día para facilitar la asociación de momentos del primer acto con algunos del desenlace. En resumen, economía de medios para componer un tratado sobre la fragilidad de la memoria fácil de entender y difícil de olvidar. Muchos de los directores que visitaron la ciudad durante el festival se enamoraron de 36, algunos compararon su estilo narrativo con el de Apichatpong. Yo no me atrevo, pero me confieso enamorado.

FIN DE LA PRIMERA PARTE.

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FOTOS: INTERNATIONAL FILM FESTIVAL ROTTERDAM

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