ISLE OF DOGS, de Wes Anderson

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Isle of Dogs (2018) nos muestra una historia mucho más cruda en el apartado visual y en el argumento de lo que es habitual en Wes Anderson, sobre todo si la comparamos con la estética pulcra y de cuento de su primera película de animación, Fantastic Mr. Fox (2009), en la que se atrevía por primera vez con el stop-motion. Isle of Dogs nos lleva a una distopía en la que la ciudad japonesa de Megasaki se ve sobrepasada por un brote de gripe canina que amenaza con llegar a la epidemia y contagiar a la población. Ante esta situación, el alcalde Kobayashi decreta como medida preventiva la expulsión de todos los perros domésticos y callejeros a una isla llena de basura a la que llamaremos Isla Vertedero como mejor traducción disponible. Allí viven centenares de mascotas abandonadas entre montañas de basura, que a pesar de tener un carácter y una expresión amigables no dejan de toser, estornudar y sufrir toda clase de síntomas propios de la enfermedad. Y claro, vivir en la suciedad no ayuda.

Una de las cosas más alentadoras de la película son los pensamientos que confluyen en las conversaciones de uno de los grupos de perros que habita la isla (y en el que se centra la historia). Casi al inicio de la cinta, Rex, educado como perro doméstico en la máxima comodidad y pensando en su vida anterior, dice: “Creo que voy a desistir. No hay futuro en Isla Vertedero”. Mientras que Chief, criado en la calle, le contesta: “Deja de lamer tus heridas”. O, lo que es lo mismo, deja de autocompadecerte y no te des por vencido tan fácilmente. El mensaje es positivo y apela a la resistencia. Incluso cuando uno cree que está en su peor momento, nunca hay que rendirse. Observamos también que, aunque el grupo está formado por perros de realidades diferentes, la frontera que existe entre ellos es más pequeña de la que piensan. Los perros domésticos cuentan con el valor de la amistad y de la ayuda mutua. Los perros callejeros tienen la irreverencia, la libertad y la actitud de no subyugarse ante ningún amo. Y, sobre todo, todos tienen algo que aprender de los otros.

Por tanto, estos personajes marginados a la fuerza son víctimas de la situación, pero no representan el papel de víctimas, sino que funcionan como un esquema de sociedad opuesto a la sociedad humana que los ha desterrado. Las tensiones entre el bien el mal, lo correcto y lo incorrecto, atraviesan toda la historia y a los personajes humanos y caninos, mostrando cómo la injusticia (el fascismo, prácticamente) puede surgir en las comunidades en oposición a la empatía. Esto resulta evidente en los juegos de poder que rodean la figura del alcalde Kobayashi, en su fin de erradicar a todos los perros “violentos e insalubres” de la prefectura, en oposición a la figura del candidato del Partido Científico, el profesor Watanabe, dispuesto a descubrir un suero que ponga fin a la fiebre canina. Esta lucha política, que podría devolver a la sociedad a una situación ideal, de equilibrio, transcurre en paralelo a una aventura más o menos heroica que puede solucionar esos mismos problemas. La llegada de Atari, el pupilo del alcalde de Megasaki, a la Isla Vertedero con la idea de buscar a su mascota Spots (que había sido enviado allí por el propio Kobayashi como castigo ejemplarizante) supone un punto de inflexión en los perros y hace arrancar el viaje de los héroes. El niño se gana su respeto solo por ir allí, al hacer lo que ninguna otra persona había hecho, y va convenciendo poco a poco al grupo para encontrar a Spots entre todos. La incomunicación entre Atari y los perros (humanos/animales) no será un problema porque con el tiempo la comprensión irá más allá de las palabras. Se trata de algo que Anderson nos hace sentir también a nosotros, al hacernos conscientes de las diferencias privándonos de subtítulos y traducción en la mayor parte de los diálogos en japonés (los perros hablan inglés en la versión original, y cada uno que interprete esto como quiera). La acción y el movimiento, de izquierda a derecha, siempre en posición de avance, lleva al grupo a atravesar un terreno inexplorado en una isla devastada y llena de escombros. Con todo lo negativo que conlleva, pues es la dirección que toma el carro para depositar a los perros y la basura en la Isla Vertedero, pero también con lo positivo que les llegará al avanzar en su aventura.

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En Isle of Dogs nos encontramos con la estética que ha hecho de Wes Anderson la figura icónica y fácil de parodiar que es a día de hoy – la simetría en los planos, la frontalidad, las secuencias calculadas y coreografiadas al milímetro, la selección de los colores, etc – , y también una temática sobre la que siempre vuelve, la búsqueda de la identidad en medio de la aventura (pensemos en Moonrise Kingdom, The Life Aquatic with Steve Zissou o The Darjeeling Limited). Aquí vemos como los miembros del grupo van creciendo, cambiando, madurando o asimilando su situación actual. Estos perros son ahora seres menospreciados, considerados poco más que despojos, pero antes eran perros domésticos, perros de exposición, mascotas de equipos de fútbol… y tenían asegurada la cama, la comida y el cariño. La película presenta estos dos conflictos a los que Anderson vuelve de manera recurrente, normalmente dentro del ámbito de la familia. Por un lado, la dificultad de afrontar una identidad no escogida, asumida contra la propia voluntad (como afirma la perra Nutmeg cuando le preguntan por su vida anterior como perra de competición. “Lo era, sí, pero no lo considero mi identidad”). Por otro, afrontar una ruptura drástica con su ser anterior. En sus palabras apreciamos que estos perros están fracturados por dentro, y que su personalidad está tocada por cambio de lugar (físico y figurado) que ahora ocupan.

Con todo, esta no es una obra continuista. El estilo del director está presente pero existe la voluntad de desarrollarlo de una manera distinta: si bien en sus películas anteriores pudimos ver la oscuridad en el alma de ciertos personajes, en esta ocasión vemos como esa oscuridad se extiende al conjunto de la sociedad, llevando los conflictos de identidad a una dimensión claramente política que hasta ahora no se relacionaba con el cine de Wes Anderson. Los perros que habitan la Isla Vertedero están muy humanizados, y sus vivencias están muy apegadas a la vida real, tanto que no podemos evitar establecer paralelismos con la realidad de los refugiados en Calais o de los migrantes latinoamericanos en Estados Unidos, e incluso con el auge de políticas que promueven el odio a lo diferente. Una situación actual que impregnó el guión de Isle of Dogs y que Wes Anderson no esconde (1). Como no esconde las referencias de las que bebe. En Isle of Dogs descubrimos como Wes Anderson se revela como un gran amante de la cultura japonesa y del cine clásico nipón, con referencias a Kenji Mizoguchi y Yasujiro Ozu, pero también a la animación de Hayao Miyazaki. Directores que podemos tomar por tanto como referentes de Anderson, y que destacaron por ser grandes narradores de historias: sencillas, duras, entrañables, con sensibilidad, con valores humanos… Eso es lo que hay en Isle of Dogs, una buena aventura contada por un buen narrador (porque las películas de Wes Anderson son más que bonitas postales) con una pregunta final verbalizada por Atari: «¿Quiénes somos? ¿Y quiénes queremos ser?».

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(1) GANZO, Fernando. “No sé si se puede ser cinéfilo sin ser voyeur” en la revista Sofilm, nº 50 (p. 40): “Los refugiados no son una cuestión únicamente francesa, ni siquiera mediterránea. También sucede lo mismo con ellos en Estados Unidos, en especial, en la manera en que se trata a los mexicanos y a los musulmanes, sobre todos desde hace año y medio. Y todo esto sucedió mientras trabajábamos en el guión, y por lo tanto acabó impregnando el filme, aún cuando, de entrada, nuestra intención era hacer algo que estuviera ligado a la historia. Más adelante, vimos hasta qué punto eso se reproducía por todas partes”.

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