KIM JEE-WOON: LA VERSATILIDAD DEL PATETISMO

«¿Has tenido una pesadilla?«

«No«

– “¿Has tenido un sueño triste?«

– “No, dijo el discípulo

– «He tenido un sueño agradable

«Entonces, ¿por qué lloras?

El discípulo respondió con calma mientras secaba sus lágrimas:

«Porque el sueño que he tenido no puede hacerse realidad

A Bittersweet Life

Director y guionista ecléctico, dispar, audaz y todoterreno, Kim Jee-woon podría ser catalogado como uno de los cineastas más comerciales de su generación. Inclasificable, cómico y atroz, Kim se mueve en un territorio heterogéneo donde, a priori, es difícil poner etiquetas. El motivo más evidente es el gusto del realizador surcoreano por jugar con los diferentes géneros que ofrece el amplio espectro cinematográfico, pasando de la comedia al terror o al thriller con una facilidad tan pasmosa como sobresaliente. Sin embargo, su personalísima impronta deja poso en su narrativa, con una tendencia hacia la representación de lo patético que salta de un filme a otro para mostrarnos sus diferentes matices.

Si buscamos la definición oficial del término patético, la Real Academia de la Lengua Española nos ofrece la siguiente descripción: “Que es capaz de mover y agitar el ánimo infundiéndole afectos vehementes, y con particularidad dolor, tristeza o melancolía”. En su sentido más poético, esta acepción está presente en la obra de Kim, aunque el patetismo al que hacemos alusión aquí tiene unas ramificaciones mucho más profundas y oscuras: por ‘patético’ nos referimos a su dimensión más grotesca, a los coqueteos del término con lo ridículo e, inclusive, a sus conexiones con ese enfoque empático –ya sea cómico o trágico- que produce la vergüenza ajena. Desde su dimensión más profana a la más estilizada, el cine de Kim Jee-woon se ve poblado por personajes patéticos obligados a enfrentarse al terror de lo cotidiano.

Dos aproximaciones a la comedia: los inicios de su carrera

Junto a Lee Chang-dong, Bong Joon-ho o Park Chan-wook, Kim se sumó, a finales de los noventa, a la renovación del cine coreano. La industria vivía una etapa de efervescencia gracias al apoyo de las universidades, de las instituciones y de la aparición de una serie de ambiciosos productores dispuestos a invertir en una cinematografía diferente. Como resultado, en 1998 aparecieron un número de óperas primas que acapararon los primeros puestos de la recaudación en taquillas, entre las que se situó el primer largometraje de Kim: 조용한 가족 (The Quiet Family).

Esta negrísima comedia de enredo narra las peripecias de una familia que compra un albergue con la esperanza de reflotar su escasa economía. La situación se complica cuando el primer huésped aparece muerto por la mañana. Después de sopesar sus opciones, el patriarca decide enterrar el cadáver ya que no sabe si se trata de un suicidio o de un asesinato a manos de su poco fiable hijo. A partir de aquí, la trama se irá complicando cuando la segunda pareja corra la misma suerte en una hilarante y rocambolesca secuencia. Con una narrativa aún por pulir, Kim ofrece aquí algunas de las claves de su discurso fílmico: el humor negro y mordaz, el retrato del perdedor, su gusto por los espacios nocturnos y oscuros, y su construcción de atmósferas densas. La película le sirvió, además, para reflexionar sobre la forma en la que la crisis económica había afectado a los núcleos familiares, y le puso en contacto con un por entonces desconocido Song Kang-Ho, que encarna a ese hijo pervertido y corto de luces.

조용한 가족 (The Quiet Family, Kim Jee-woon)

Este feliz encuentro tuvo como resultado la desternillante 반칙왕 (The Foul King, 2000). La segunda película de Kim Jee-woon cambia de tercio para centrarse en la patética vida de un empleado de banco vapuleado por todos sus seres cercanos, incluidos su padre y su propio jefe. Prototipo de antihéroe a la coreana, el protagonista intenta darle un giro a su vida apuntándose en un destartalado gimnasio con el anhelo de convertirse en un campeón de la lucha libre, un sueño que acaricia desde su infancia. Pronto las cosas se tuercen, y con la aparición de la mafia, su entrenador decide convertirle en el rey-payaso de las trampas. Con un guión ingenioso y ágil, la película está escrita por y para gloria de Song Kang-Ho en su primer papel como protagonista. The Foul King evidenció la apabullante capacidad del actor para el slapstick, quien fue recompensado doblemente ese año con el favor del público. Así, Kim ha contado en una entrevista que, al terminar el rodaje de esta película, se encontró por casualidad con Park Chan-wook en la calle, que le preguntó su opinión sobre Song Kang-Ho. Park estaba a punto de comenzar el rodaje de 공동경비구역 JSA (JSA: Joint Security Area, 2000) y Kim le animó a que contará con Song para interpretar al oficial norcoreano, apadrinando así a uno de los mejores y más prolíficos intérpretes del país asiático. Como consecuencia, y por primera vez en la historia del cine coreano, el mismo actor participó en las dos películas más taquilleras de aquel año. (1)

Tres ensayos sobre el terror

En el año 2000, Kim Jee-woon rodó su primer mediometraje, una pieza de bajo presupuesto que le sirvió para indagar en las posibilidades del nuevo género que entonces quería abordar: el terror. Rodado como un falso documental, 커밍아웃 (Coming Out, 2000) relata la historia de una joven vampiresa que narra su experiencia con confesiones a cámaras ‘falsas’ y ‘reales’, con planos robados y metraje convencional. Con un acabado bastante tosco y nada estilizado, Coming Out sirve, no obstante, como campo de pruebas para una serie de ejercicios cinematográficos que explotará con gran acierto en sus siguientes proyectos: la utilización de los recuerdos, el juego de realidades y las repeticiones. Así, para su siguiente película, Kim ya ha hecho suyos los parámetros del horror.

Memories, pieza contenida en la película coral 쓰리 (Three, 2002), supone un ejercicio poético sobre las tradicionales historias de fantasmas. La magnífica dosificación de la información, los saltos temporales hacia delante y hacia atrás, la utilización de los sueños y de los delirios, y la narración en paralelo de los personajes protagonistas confieren al conjunto un equilibrio tan poderoso como devastador. En él, lo patético supera a lo grotesco, y lo atroz se vuelve cotidiano para un marido que ha descuartizado a su mujer. El terror adopta diversas formas: la del hombre violento que asume su crimen, la del fantasma que recobra su corporeidad para buscar las claves que le ayuden a comprender qué le ha pasado, o la del resto de la familia desolada por la perdida y la ignorancia de los hechos.

Aunque hasta ahora no se había abordado de forma directa, el miedo se explicita aquí como uno de los temas clave que cruzan la filmografía de Kim Jee-won: el terror a las consecuencias, a lo desconocido, al rechazo, a la pérdida, etc. Ese miedo se convierte en el motor que mueve a sus personajes y termina privándoles de toda posibilidad de un futuro mejor. En Memories, en un ejercicio de ironía que roza lo macabro, esta ausencia de futuro se expresa a través de una pancarta de la urbanización a la que se ha trasladado la familia protagonista: “Bienvenido a New Town, donde los sueños se hacen realidad”.

장화, 홍련 (A Tale of Two Sisters, Kim Jee-woon, 2003)

Para su siguiente largometraje, el cineasta lleva a su máxima expresión los engranajes del terror, tanto así que 장화, 홍련 (A Tale of Two Sisters, 2003) -basada en el cuento popular 장화홍련전 [‘La Historia de Rosa Flor y Loto Rojo’]- arrasó en taquilla de su país y gozó de una enorme visibilidad con una distribución internacional inusitada. En un tour de forcé con respecto al original, Kim rompe la linealidad del relato y oculta información para hacer fluir la historia. Para ello, usa los recursos ensayados en Memories, aunque esta vez desde la perspectiva de un solo personaje: Soo-Mi. Como si de un mecanismo de ingeniería se tratara, el autor cuida al detalle cada gesto e intención para preparar al espectador para un ‘gran final’ ausente en el cuento tradicional. Si bien su afán por de dotar complejidad a esta adaptación termina por pesar en su contra, A Tale of Two Sisters supone la depuración estética del cine de Kim Jee-woon. En parte por la aportación del debutante director de fotografía Lee Mo-gae, pero también por la propia composición del encuadre, los juegos de cámaras, la saturación de los colores y, sobre todo, la creación de una atmósfera densa, pesada y aterradora que estará presente en el resto de su filmografía.

Esta tupida escenografía le sirve para exteriorizar la pesadumbre interior de sus personajes. El miedo, la angustia, la desesperación, encuentran su mejor representación en las escenas nocturnas, donde sus criaturas se sienten desamparadas. En el caso concreto que nos ocupa, A Tale of Two Sisters, la puesta en escena sirve para hacer aflorar el miedo de los personajes a recordar. Este sería el controvertido caso del único fantasma que aparece en todo la narración: el cuerpo deforme se convierte en la materialización del crimen, de aquello que se intenta reprimir y que es recordado sin querer. Ese miedo al pasado se convierte en esquizofrenia, una enfermedad que le permite omitir el horror del pasado, creando un nuevo tipo de terror retroalimentado en el que las víctimas se castigan a sí misma. Se vuelve pues al tratamiento de lo grotesco hecho cotidiano, al patetismo y a la pérdida de la esperanza en un futuro posible, un happy end que sí esta presente en la leyenda Janghwa Hongryeon jeon.

Las tres caras de Lee Byung-hun: la trilogía masculina

En 2005, con 달콤한인생 (A Bittersweet Life, 2005), Kim Jee-woon llega al esplendor de su carrera. El cineasta surcoreano cambia completamente de tercio y se sumerge en los entresijos del cine negro con tintes de cine de acción, del polar francés, y varias alusiones confesas al cine de Jean-Pierre Melville, particularmente, a Alain Delon en Le samouraï (1967). (2) A Bittersweet Life supone, por un lado, la cristalización de la estilización estética del director: los colores oscuros adquieren el protagonismo y la elegancia de la cámara se ve reforzada por la labor de director de fotografía Kim Ji-yong, que irá alternando su trabajo con su compañero Lee Mo-gae en los siguientes filmes del realizador. Por otro lado, esta película propicia el inicio de la relación profesional entre el actor Lee Byung-hun y Kim Jee-woon, un tándem que ha dado como resultado lo que podríamos definir como una contrarréplica a la trilogía de la violencia de Park Chan-wook. La comparación es inevitable, tanto por la temática como por la belleza plástica. No obstante, las divergencias aparecen pronto, demostrando que Kim está mucho más interesado en explorar un cine más realista o, siendo más exactos, más verídico en su retrato de los demonios interiores del ser humano, de ese ‘han’ sinónimo de tristeza infinita. ¿Por qué? Porque la violencia aquí no es vehículo de redención sino de destrucción. La venganza, al igual que en sus dos siguientes películas, sólo llevará a la pérdida más absoluta, ya sea de la propia vida o de la propia conciencia.

달콤한 인생 (A Bittersweet Life, Kim Jee-woon, 2005)

Tal destino se reflejará no sólo en la propia evolución de la trama sino también en los espacios oscuros y claustrofóbicos en los que deambulan los personajes. La noche adquiere más presencia si cabe y con ella llega el descenso a los infiernos del protagonista, Sun-woo –algo que también ocurrirá en 악마를 보았다 (I Saw the Devil, 2010), en donde las secuencias más macabras transcurrirán en espacios tenebrosos y preferentemente nocturnos. El drama y la acción adquieren en A Bittersweet Life un equilibrio perfecto para desbrozar la incredulidad de un personaje que no alcanza a comprender cómo un momento de debilidad va a arruinar toda su existencia. Sus patéticos esfuerzos por salir de un callejón sin salida, sólo le sirven para darse cuenta de lo efímeras que pueden ser las lealtades, arrojando luz sobre otras de las constantes de la cinematografía del Kim: la familia y sus retorcidos vínculos. La aparente inexpresividad de Lee Byung-hun, justificada por la frialdad y contención de la que hace gala su personaje, ayuda a desplegar el complejo y cuidado aparato narrativo de Kim, donde de nuevo la elipsis narrativa y los flash-backs fragmentados propician un clímax hermosamente trágico que concluye con el diálogo con el que hemos abierto este texto: la vida es sueño y los sueños, sueños son.

Otro sueño, en esta ocasión el de hacer millonario, es el motor de su siguiente largometraje 좋은 놈, 나쁜 놈, 이상한 놈 (The Good, The Bad, The Weird, 2008), adaptación del clásico de Sergio Leone a la Manchuria de los años treinta. Homenaje al spaghetti western –rebautizado por algunos como un ‘kimchi western’– no sería esta la primera alusión de Kim a Leone, dado que en A Bittersweet Life ya le rendía tributo en la escena en la que el protagonista se ve obligado a entablar un duelo desarmando una pistola con un traficante de armas, en una de las secuencias más cómicas y tensas de la película. Concebido como un ejercicio de cine de espectáculo, The Good, The Bad, The Weird unió a los dos actores fetiche de Kim Jee-woon: Song Kang-Ho, encargado de dar vida al raro –un personaje que termina robando el protagonismo al resto del elenco gracias a su camaleónica personalidad y a sus grandes dotes para la comedia– y Lee Byung-hun como el malo, en un cambio de registro radical que le lleva a un histrionismo meditado.

Aunque técnicamente la película tiene sus problemas, con toda una galería de cromas atroces, demostró la gran habilidad de Kim para rodar escenas de acción, sin llegar, eso sí, al genio de Park Chan-wook en올드보이 (Old Boy, 2003) o al de Na Hong-jin en la espléndida황해 (The Yellow Sea, 2010). Kim combina cine de acción y western sin renunciar a su sello distintivo: vistosos planos secuencias, elocuente humor negro, proverbial uso de la elipsis, ruptura de la linealidad del relato y retrato de personajes patéticos. En el apartado temático, la violenta venganza vuelve a motivar, aparentemente, a dos de sus personajes protagonistas pero no alcanza las cotas de crudeza y brutalidad que expresará en su siguiente incursión fílmica: I Saw the Devil.

악마를 보았다 (I Saw the Devil, Kim Jee-woon, 2010)

Última colaboración hasta la fecha con Lee Byung-hun, uno de los aspectos más interesantes de la obra es que, por primera vez, Kim Jee-woon no firma el guión de la misma. El libreto llegó a él gracias a Choi Min-sik –el inolvidable actor de Old Boy-, con quien había trabajado en The Quiet Family. Choi quería interpretar al psicótico asesino en serie pero no encontraba un director interesado en el proyecto. Kim accedió a hacerse cargo de la historia, aunque matizando algunos aspectos para llevarla a su propio terreno. El resultado fue un thriller sobrecogedor sobre la venganza, la muerte y la creación de monstruos.

En I Saw the Devil, el estilismo de Kim se despliega en toda su belleza, la fotografía de Lee Mo-gae matiza las asfixiantes localizaciones, los colores se oscurecen y la noche se convierte en testigo de acontecimientos grotescos. El patetismo, en definitiva, despliega una realidad dual: la del asesino macabro carente de humanidad y la del hombre bueno que, arrasado por la tragedia, propicia su propio camino al infierno. El estilo de Kim está presente aunque pierde parte de su fuerza visual. La culpa la podría tener el hecho de que él no sea el autor del guión, en el que echamos en falta los juegos temporales y narrativos a los que Kim nos tiene acostumbrados. Estos son sustituidos por un discurso profundamente violento y rotundo, el más explícito de su carrera. No obstante, el cineasta mantiene intacto el meollo de su filosofía fílmica, incidiendo tanto en esa noción de sueño quebrado por una realidad cruel como en la importancia de la familia.

Historia de un descalabro y otros relatos cortos

The Last Stand (2013) devolvió a Kim Jee-woon a los vericuetos del western y recuperó al exgobernador de California como héroe de acción. Si la propuesta americana de Park Chan-wook nos dejaba un tanto fríos, la de Kim ha supuesto un descalabro mayúsculo. No nos referimos sólo a la imposición de un guión ajeno, mal escrito y llenos de clichés, sino a una dirección y puesta en escena descuidadas, a un mal montaje y a una postproducción de serie B que eleva al infinito los problemas de integración de cromas que tenía The Good, The Bad, The Weird. Aquí, el patetismo alcanza su cima, aunque en esta ocasión en el más peyorativo de sus sentidos: la trama no tiene coherencia, los personajes no tiene interés, etc. Se notan, sin embargo, los esfuerzos del director surcoreano por imprimir su sello en el texto, sobre todo en el retrato de caracteres, pero ese patetismo que tan buenos resultados le ha dado en el codificado cine de Corea del Sur aquí provoca la risa nerviosa. El producto final demuestra probablemente el poco control que Kim tuvo sobre el trabajo, dado que el resto de proyectos que desarrolló en torno a la misma fecha le consolida como un director con personalidad, interesante y ávido por explorar nuevos territorios.

Por ejemplo, justo antes de The Last Stand, el cineasta había hecho su primera incursión en el género de ciencia-ficción dentro del filme colectivo 인류멸망보고서 (Doomsday Book, 2012). A él se le encargó la parte central con 천상의 피조물 (The Heavenly Creature), un futurista cuento budista sobre lo que significa ser humano. A pesar de que en The Heavenly Creature se mantiene la linealidad narrativa de I Saw the Devil, este regreso a la escritura de guiones vuelve a jugar con la elipsis narrativa y la vuelta de tuerca final. Con una puesta en escena exquisita, Kim aborda de nuevo la narración de sueños frustrados desde una doble vía: la del robot que ha alcanzado la iluminación y se muestra más humano que sus creadores de carne y hueso, y la del técnico que busca las respuestas a un dilema que parecía imposible.

사랑의 가위바위보 (One Perfect Day, 2013)

Mucho más en conexión con su discurso fragmentado se sitúa el melodrama 사랑의가위바위보 (One Perfect Day, 2013), coescrito con Kim Jong-kwan. El cineasta ya había hecho un tímido experimento con la comedia romántica en 2003 con 사랑의힘 (The Power of Love), una pieza de diez minutos rodada en vídeo desgraciadamente inaccesible (3), pero es aquí donde se sumerge en los códigos del género predilecto del público surcoreano. Más en una línea tragicómica que puramente dramática, One Perfect Day retrata los patéticos esfuerzos de Un-cheol por conseguir novia. No es cuestión de que sea feo, de hecho es bastante resultón, el problema es su absoluta incapacidad para comportarse como un ser humano normal. Esto deriva en que intente conquistar a sus posibles parejas jugando a piedra-papel-tijera –en alusión al título coreano-, siguiendo las enseñanzas de su también patético padre, retomando de nuevo el personaje del perdedor y de sus dañinos lazos familiares. Los momentos cómicos y surrealistas se suceden, la mezcla de pasado reciente, presente y recuerdos reafirma a Kim como un director inteligente, y el final abierto se revela tan magistral como original.

Su último trabajo hasta la fecha es un cortometraje llamado 더 엑스 (The X, 2013). Presentado este año en el festival de Busán, en él retoma la acción y el thriller con una importante novedad técnica: la presentación de un nuevo sistema llamado ScreenX, método que propone un visionado casi envolvente gracias a proyección en 270 grados aprovechando las paredes laterales de la sala. En permanente experimentación, Kim Jee-woon no goza quizá del prestigio de directores como Bong Joon-ho o Park Chan-wook, pero sí posee una impronta personal en la que se juega continuamente con el medio para plasmar de distintas formas las líneas maestras que cruzan su cine. Ágil, cómico, incisivo y cruel, Kim Jee-woon es un cineasta solvente del que podemos esperar grandes y variadas aproximaciones al medio cinematográfico.

(1) Adrien Gombeaud (2011): “Entretien avec Kim Jee-woon”. Positif 605-606, pp. 128.

(2) Beatriz Martínez (2007): “Locura, terror y muerte. El cine de Kim Jee-woon”, Nosferatu 55-56, p. 190.

(3) Kim Hyung-seok (2012): Korean Film Directors: Kim Jee-woon, Seúl: Seoul Selection.

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