Ons, de Alfonso Zarauza
Situada en la entrada de la Ría de Pontevedra se encuentra la Isla de Ons. Un paraíso atlántico que contiene uno de los lugares más extraños y pintorescos de nuestra orografía: el Buraco do Inferno. Esta grieta vertical a modo de pozo, que conecta directamente con el mar, emite tenebrosos sonidos los días de temporal. Cuenta la leyenda que se trata de los gritos y sollozos de las almas arrastradas por el demonio, y para muchos no es el mar lo que se encuentra al fondo de la fisura, sino el mismísimo Infierno. Alfonso Zarauza y Jaione Camborda, director y coguionista de Ons, la última película del director compostelano, no mencionan esta hendija en el libreto, pero el misterio y el inquietante ambiente de la película resuena y permanece como los gritos de aquellos que se lamentan desde las profundidades de la isla.
Ons es una película cargada de sonoros silencios, ya que en este caso los personajes cuentan más por lo que callan que por lo que dicen. Son pocas las líneas de diálogo que cruzan el matrimonio formado por Melania Cruz y Antonio Durán “Morris”, y en ocasiones son las miradas las que obtienen el protagonismo lingüístico. Miradas como la que protagoniza el cartel de la película; los ojos perdidos de Cruz enmarcados y rasgados por el azul intenso del frío Océano Atlántico. Si bien son muchas las producciones en las que la ausencia de verbos puede llegar a parecer un encaprichamiento al servicio de una formalidad estética, en Ons es una virtud innegable. Al principio de la cinta conocemos a un reservado y deprimido Vicente (Morris), apesadumbrado por algo que desconocemos. Un hombre reticente a mejorar su situación, terco en actos y parco en palabras. En contraposición, su mujer Mariña se esfuerza por tirar de su lengua y empujar su cuerpo hacia la isla, donde espera que su condición mejore y su matrimonio no termine a la deriva. Allí les esperan el hermano de ella (Xulio Abonjo), su mujer (Marta Lado) y la hija de ambos, un alegre matrimonio que vive por y para la isla; ella, farera de tradición familiar, pasa los días cuidando de la alta torre.
A medida que avanzan los días, varios personajes pintorescos interactúan con el matrimonio protagonista, pero es sin duda Creba (Anaël Snoek) la más extraña de todas. Esta mujer sin nombre, bautizada por Mariña, irrumpe en la monotonía de la isla para revolver el orden de las cosas y dar la vuelta al relato. Como el resto de un naufragio que el mar ha arrastrado a la costa, Creba aparece varada en las arenas de Ons y es rescatada y acogida por Vicente y su mujer. Conforme pasan las jornadas, todo se enrarece y el misterio se hace más grande y latente. Vicente parece mejorar no solo con la llegada de esta mujer, sino con su estadía en la isla. El aislamiento que Ons le brinda ayuda a calmar su depresión y es él quien finalmente pide alargar su estancia allí. Sin embargo, Mariña empeora poco a poco y su mente se nubla como si la bruma de la isla hubiera penetrado en sus adentros. La realidad se vuelve confusa y un mágico velo atrapa a los personajes sumidos en una letanía cuyo fin no parece avistarse. Y es que, sin ser esta una película fantástica, es tan mágico el misterio que casi parece palparse la presencia de ese ovni que Mariña afirma avistar de regreso a casa.
La isla produce una especie de efecto gravitacional que afecta enormemente a sus habitantes y la pesadumbre de la protagonista alcanza los límites de aquella zozobra que siente al principio Vicente. Cuando él mejora, ella comienza a padecer y la relación no termina de equilibrarse nunca en la balanza. La estancia en Ons no solo no funciona como bálsamo sanador, sino que termina resultando altamente ponzoñosa. Además, el aislamiento físico que sufren los personajes se produce también de manera emocional, pues todos parecen estar solos a pesar de estar en compañía. Mariña y Vicente no hablan, no se escuchan y, en definitiva, no se comprenden y los secretos se cuelan entre pequeñas grietas sin terminar de salir a la luz. Como si del Buraco do Inferno se tratase, se intuye el interior de ambos pidiendo auxilio, gritando en silencio aquello que no se consigue decir a viva voz. Mariña corre y recorre en círculos la isla, esforzándose de manera constante por despejar la bruma y evadirse de la realidad; está encerrada en la isla y en sus propios adentros. Por otro lado, Vicente es tentado por una mujer desnuda, como en una escena bíblica o mitológica, y su experiencia en la isla se ve condicionada por este hecho y por el accidente que asola su matrimonio. En ambos hay una mujer de por medio, pero ninguna de ellas es Mariña, por lo que la tensión aumenta y la brecha entre ambos se ensancha.
Zarauza apuesta también por la distancia a la hora de encuadrar a sus personajes. En algunas ocasiones, la cámara parece flotar, como cuando indica a Vicente el camino hacia la tentación o se acerca lentamente hacia el rostro de Melania Cruz. La formalidad y la técnica se ponen al servicio de la narración, y en muchas ocasiones el fuera de campo importa más que lo que vemos en pantalla. De nuevo, aquí también se aísla a los protagonistas mediante el uso de la cámara y el portentoso diseño de sonido. Destacan las actuaciones del matrimonio protagonista, ya que, aunque no son demasiadas las palabras que regalan al espectador, son mucho más valiosas sus interacciones no verbales. Morris, ya consagrado como uno de los mejores actores del panorama gallego, vuelve a ofrecernos una brillante interpretación llena de matices y capas de suma profundidad. Y es que aunque el espectador no conoce los detalles de aquello que tanto le atormenta, rápidamente detectamos su depresión y la congoja que arrastra desde hace tiempo. También Mariña, el personaje de Melania Cruz, arrastra su propia ancla, ya que el peso de la enfermedad de su marido descansa sobre sus hombros. A la actriz lucense se la puede ver en más y más producciones, y su expresivo rostro atrapa la mirada del espectador cada vez que se manifiesta en pantalla, por breve que sea su aparición. Su aportación al cine gallego es tan notable que cabe esperar que la estatuilla de los Mestre Mateo vuelva a caer en sus manos.
Puede que Ons sea la película más profunda y madura de la filmografía de su director. El poso que deja es tan grande que, conforme más se piensa, más sorprendente se vuelve el misterio. Y es que al final todo cambia, y es él quien rompe el silencio y le pregunta a ella si está bien, pero a la vez todo permanece, porque Ons sigue siendo el lugar de escapada y encuentro y la isla acompañará para siempre a los que allí han estado.