PARASITE, de Bong Joon-Ho

Algunos meses después de la inhumación de Franco en el Valle de los Caídos, en plena Transición, la editorial barcelonesa La Gaya Ciencia publicó una serie de libros sobre sociedad y política para jóvenes lectores. Así es la dictadura, Las mujeres y los hombres o Hay clases sociales, eran algunos de los títulos de aquellos álbumes ilustrados que explicaban cuestiones complejas de forma sencilla. La colección se llamaba Libros para Mañana y ha sido reeditada hace poco por la editorial Media Vaca bajo el mismo nombre; por lo visto cuarenta años después el mañana no es hoy, y prueba de ello es que se acaba de exhumar al Dictador de su mausoleo y seguimos diciendo eso de que “hay clases sociales”.

Al menos eso es lo que sacamos en claro tras ver Parasite (Gisaengchung) la última obra de Bong Joon-Ho (Memories of Murder, Snowpiercer) y aunque hacer una lectura marxista pueda parecer anacrónico y arriesgado, no lo es ya que la lucha de clases está bien presente en este filme que le sirvió al director surcoreano para alzarse con la Palma de Oro en Cannes.

Es curioso porque de partida guarda ciertas similitudes con su antecesora en la Palma, la japonesa Un asunto de familia (Manbiki kazoku) de Koreeda, en tanto en cuanto los protagonistas de ambas cintas son familias pobres que buscan salir adelante. Es cierto que en el punto de partida se acaban las semejanzas, en el plano argumental siguen caminos divergentes y mientras que la película japonesa era un contenido y sutil drama social, la coreana es un estridente thriller, a medio camino entre la comedia negra y la película de terror. Aunque tiene muchos elementos propios del director, la incapacidad para definirla con claridad -más allá de las limitaciones del que escribe- radican en la apuesta por mantener un tono ambiguo que le sienta estupendamente a la cinta. Bong Joon-Ho transita por la historia con la suficiente pericia para ir cambiando entre los carriles de los géneros pero no descarrilar nunca. Su dominio de la forma, concatenando inspiradas set pieces, es la demostración de un director que no abandona nunca su aspiración a entretener por encima de todo. Parasite es un artefacto formal elaborado y magnético, pero es que además, si rascas, hay fundamento debajo.

A la familia de bajos recursos anteriormente mencionada se contrapone otra de clase alta. Las dos son normativas -padre, madre, hija, hijo- pero de ambientes socioeconómicos tan dispares que parecen de mundos distintos. Ambos mundos convergen cuando el hijo de la familia pobre acaba siendo el tutor -engaño mediante- de la hija rica y hace tambalear la estabilidad de la familia -recordamos aquí Teorema (1968) del, esta vez sí, marxista Pasolini-. Es entonces cuando la madeja de relaciones se va complicando hasta tejer una trama, que no desvelaremos, pero que juega con la tensión entre los de arriba y los de abajo. Lo hace además sin utilizar ningún elemento disruptivo alejado de la realidad social, aquí los monstruos son bastantes prosaicos. En este sentido se contrapone a la reciente Us (Jordan Peele, 2019) y a diferencia de esta, Parasite es capaz de transmitir más siendo menos metafórica y pretenciosa.

Por ejemplo, algo tan banal como una noche de fuertes lluvias le sirve a Bong Joon-ho para subrayar las facilidades o dificultades de las personas según su clase social. En un momento de la película, una escena que no destripa la trama, unas lluvias torrenciales caen sobre la ciudad y afecta de forma distinta a ambas familias. Para nuestra familia protagonista es un drama pues se inunda el callejón y el semisótano donde viven y acaban durmiendo en un polideportivo; mientras que los que viven en el vecindario rico, en la parte alta de la ciudad, son ajenos al drama y se alegran porque la lluvia limpia y mejora la calidad del aire. Nunca llueve a gusto de todos, pero sobre unos llueve más que sobre otros. Pese a todo, las relaciones sociales se vuelven dependientes. Los de abajo aspiran a salir de la miseria viviendo como asalariados de los de arriba y, estos, que los de abajo mantengan su confort “sin pasarse de la raya” como dice el exitoso padre y empresario.

Por supuesto, Bong Joon-Ho no respeta ninguna línea y las traspasa todas -las de género y las ideológicas- con su habitual desparpajo. Es cierto que, el director no hace ningún alegato kenloachiano por así decirlo y muestra las miserias de unos y otros sin caer en el maniqueísmo. Pero lo que sí hace, con el contraste que establece en la película, es mostrar una sociedad rota, con un ascensor social averiado que sólo funciona para ir al sótano y donde las empinadas escaleras de ascenso tienen más de un escalón falso. Hay clases sociales, sí, y están llenas de parásitos.

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