Pig, de Michael Sarnoski

Otra película más de Nicolas Cage en cartelera. Así es, pero al mismo tiempo no lo es, y en los matices está la gracia de las cosas. No se le escapa a nadie que Nicolas Cage es una “estrella” que parece aceptar todos los guiones que le llegan sin pararse a cuestionarlos lo más mínimo. Pero entre tanta película mediocre y refinada, a veces consigue actuar en largometrajes con identidad propia y, últimamente, no para de ponerse en las manos de curiosos debutantes y entregarse a ellos libremente para realizar sus locas, variadas y extravagantes ideas. Mandy (2018), de Panos Cosmatos, y Color out of space (2019), de Richard Stanley, son dos claros ejemplos de cintas arriesgadas en las que Cage tuvo el valor de entrar y dejarse llevar, porque quizás otro actor con ese nivel mediático y experiencia a sus espaldas nunca se pararía a ojear por encima cualquiera de estos proyectos. Por eso, para bien o para mal (y se admite debate), Nicolas Cage es y será historia del cine. Y aunque sus altibajos son más que evidentes, siempre acaba dentro de algunas ideas que intentan romper un poco con el paradigma de la producción audiovisual actual en la que el propio Cage es uno de sus máximos abanderados. Su alternancia entre proyectos de extraña frescura, casi condenados al ostracismo, a un público mínimo y a pocas salas, pero que tienen algo que decir, y esas grandes obras de presupuesto inflado que solo persiguen el delirio de los efectos visuales y la pomposidad más frenética y espectacular, dando resultados sin alma y casi sin ninguna lectura posible, es algo digno de estudio. Todo esto desembocó, casi como un grito al cielo escuchado por algún Dios, en la auto-paródica y bastante recomendable El insoportable peso de un descomunal talento (2022), de Tom Gormican, que aún podemos encontrar en exhibición en algunos cines.

En Pig (2021), la ópera prima de Michael Sarnoski, la actuación de Cage es lo que más brilla en una cinta austera, sencilla y muy contenida, pero en la que la atmósfera y el tiempo narrativo son algo con poder y voluntad propia y que están tan bien construidos que no permanecen nunca en un segundo plano. Me explico: parece que todo va a explotar en cualquier momento en esta historia de incendios y heridas sin cerrar. Las secuencias se estiran, la cámara se detiene en los rostros, quedando suspendida en unas miradas que expresan lo que las palabras no pueden alcanzar, en un pestañeo puede romper absolutamente todo. Pero no, no ocurre, y nunca resulta algo anticlimático. Lo cierto es que Pig (2021) es una película de venganza en la que apenas hay acción, o, mejor dicho, violencia estricta, pero en la que están pasando cosas continuamente. Aquí todo es agreste, físico y oscuro. No hay un ritmo endiablado ni una música dinámica que empuje las secuencias, no se necesita nada de eso. Construye su mundo desde lo más básico y se sostiene sobre un personaje que deambula como un fantasma, encorvado, un Sísifo moderno, con la cabeza baja, como si su única relación honesta y real, además de la que mantiene con su cerda trufera, fuera con la propia tierra.

Sarnoski, con la ayuda impecable de Cage, construye un personaje que se nos muestra a pinceladas, como un atardecer que se atasca en el horizonte, y que hace ya tiempo decidió apartarse de todo y de todos. Un personaje cuya búsqueda sistemática e imparable por esos bajos fondos del mercado ilegal de trufas resulta hipnótica y contundente, y todo desde la elegancia de una puesta en escena sobria que no busca subrayar nada y que nos desarma por la seguridad con la que está contado todo. No toma riesgos, pero Sarnoski tampoco escoge el camino fácil; existen unas marcas de estilo y la intriga se cuece a fuego lento. Consciente de eso, nunca renuncia a su propia autenticidad.

Así, lo que podría ser un film de venganza que abrazase unos códigos muy de manual, sumergiéndose en terrenos a veces demasiado escuetos y manidos, acaba huyendo de eso y se transforma en otra cosa mucho más punzante y que habla del valor y la oportunidad de crecer y encontrar la paz en una pérdida inesperada y dolorosa. Además, a medida que avanza el metraje, se van añadiendo capas y adquiriendo cada vez más complejidad emocional hasta llegar a un final que, en vez de ser explosivo y abrupto, es consecuente, tranquilo y, en definitiva, millones de veces más interesante que uno en el que el protagonista se dejara llevar por la ira y en el que todo fuera coreografiado por y para ella.

Es cierto que, por momentos, es fácil preguntarse: ¿Por qué no profundizar más en un mundo tan rico y original? ¿Por qué no hurgar más en esa pastosa y enfermiza crueldad que puede esconderse detrás de los restaurantes de lujo? Podría dar más de sí. De hecho, Sarnoski parece prometer esto en los primeros compases, pero luego es fácil darse cuenta de que Pig (2021) es la historia de un hombre y que sería tan fácil como suculento perder la perspectiva y diluir en el continente el contenido, basado, en grandes dosis, en esa presencia de un personaje fuerte y lleno de misterios y aristas. Porque todo gira alrededor de Robin, ese chef que decidió alejarse de la alta cocina, de un mundo hipócrita y venenoso que se extiende como un cáncer y en el cual, ante el mal, prefieren torcer la mirada. Solo cuando le quitan lo que más quiere, su adorada cerda, parece despertar de esa prisión autoinfligida, llena de culpa y remordimientos, en la que se exilió. Al final existe una especie de redención, pero no es la habitual, de ahí que extraigo de la película de Sarnoski eso de encontrar la tranquilidad después de la derrota, de alcanzar la paz asimilando y reconociendo el dolor en vez de huir de él. Una película para ver y oír, para no olvidarnos de que Nicolas Cage es un actor a la altura de su leyenda. Un actor que se niega a ser retirado.

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