(S8) Mostra de Cinema Periférico 2020: El jardín secreto

No es cierto que nos quedáramos sin primavera. S8 puso todos los medios en su onceava edición para devolvérnosla en forma de cine periférico este octubre: ¿y a quién no le gusta que le regalen flores? Este Jardín Secreto trajo consigo los aromas olvidados durante el confinamiento y llenó la sala con lo exuberante de un cine que no pretende endosar etiquetas. Un jardín colectivo, el de esta edición, del que sacar un ungüento diferente de cada sección.

Acostumbrados a sorprendernos con el contenido, en forma de zooms sobre la obra de autores poco accesibles, este año lo más destacable pasó a ser la versatilidad del propio continente. Esta edición abrazó el cine experimental también dentro de un requerido ejercicio de presentación experimental. A pesar de las raíces bien plantadas del S8 en su especial cuidado del celuloide y la materialidad, Ángel Rueda, director del festival, junto con Ana Domínguez, comenta que tuvieron que reaccionar “como si se tratase de una edición cero” y que la manera de moldear el festival de este año sería “seguir inventando utopías”. Objetivo conseguido, tras casi sacar la tierra bajo sus pies en lo que a celebrar un festival de cine se refiere.

A la sala clásica del CGAI, pero también a las pantallas en Palexco o Fundación Seoane, se añade inexorablemente la versión online: esas otras pantallas que se han establecido como las únicas ventanas durante meses y meses huérfanos de cines. S8 demuestra que se puede acercar el experimental hasta esta pantalla más pequeña y conservar la cercanía, la pedagogía. Rueda mantiene que esta dimensión de la programación era “algo online, pero algo con lo que teníamos que sentirnos identificados”. La manera de conseguirlo: creativa. La sección Camera Obscura surge como una programación dual (en sala y en línea) emulando el programa retransmitido en la televisión pública de Boston durante los 70 conocido como Screening Room con Robert Gardner. Esta inspiración nos sitúa ante un entrevistador, ahora corporeizado en Elena Duque, que nos acerca uno a uno los haceres de los invitados (virtualmente) a esta sección. Asistimos así a una sesión dual simultánea (en nuestras casas o en la butaca del CGAI) comisariada/entrevistada por Elena Duque, acercándonos a los procesos creativos de autores como Amy Halpern, Tomonari Nishikawa, Alexander Larose y Valentina Alvarado.

Fotografía: María Meseguer

Amy Halpern conversa con Elena en la pantalla, sea la que sea. Pero en esta entrevista-programa lo extraordinariamente sensual de su experimentación cinematográfica llega casi intacto en la selección de Elixir (2012), Maya double bottomed bowl (2012) e Injury on a theme (2012). Radicada en Los Ángeles, pero originaria de Nueva York, se nos trae este mordisco de la extensa carrera de Halpern introducida al 16 mm y su abstracción desde 1972. Mordisco suficiente para experimentar la sinestesia, ya que la directora es celuloide hecho de sonido que genera dimensiones ocultas, líquidos que son fuente de vida y textura y tacto que crea historias sin intentar dar todas las respuestas al espectador.

Otro de los invitados virtuales, Tomonari Nishikawa, corta el mundo en sus planos para de alguna manera hacernos capaces de meditarlos en los ojos. Pero es en las infinitas divisiones, en la recopilación casi documental reducida a las formas puras y el juego en el montaje que lo aparentemente frío de estructuras y edificios se vuelve muy humano, evidenciando mediante los trucos la cámara como enlace. Con piezas filmadas en su mayoría en 16 mm nos detenemos a meditar sobre lo construido a nuestro alrededor en Shibuya-Tokyo (2010), Amusement Ride (2019), 16-18-4 (2008) y Market Street (2005) disfrutando de los aparentemente infinitos ejercicios estructurales de la obra del japonés, residente en Nueva York.

Junto con la obra de Alexandre Larose y Valentina Alvarado la sección Camera Obscura se cerraba este año con la “huella profunda que esperamos no se borre nunca” de Luther Price, como lo recordaban Ángel Rueda y Elena Duque. Amigo del festival tras pasar su obra basada en found footage en 2017, nos acercamos a su cine desde este homenaje póstumo creado con Warm Broth (1987-1988) y Green (1988). Un Luther Price, entonces bajo el pseudónimo de Tom Rhoads, que trabaja con su propio material: filma a su madre, a sí mismo y, en el medio, los traumas como imágenes pegajosas que se nos adhieren a la piel y resultan difíciles de arrancar. Hace carne fílmica y la percute desde el sonido de una muñeca en loop durante 35 hipnóticos minutos que empujan a replantearse la violencia y al mismo tiempo la necesidad de amor en una relación materno-filial causando una sensación de desasosiego que casi invita al vómito. Universo del trauma hecho de flores, estampados reales y hermosos, niños y voces que nos reclaman atenciones. Una casa que engulle todo y unas tareas que hacen más de lo mismo. Potencia de experiencia equivalente a la interiorización del trauma ajeno sentado en una butaca.

Fotografía: María Meseguer

Ampliando el alcance de este modelo presencial y online de Camera Obscura llega la sección A Flor do día y Xardíns Secretos. La cabecera de la edición de este año es un ramo de cine. Flores y jardines enviados al festival durante la pandemia que el S8 nos devuelve a todos así: creando el suyo propio. Una serie de dos programas presentados desde jardines que habitan la ciudad de A Coruña y filmes recolectados como flores donde destacó Asparagus (Suzan Pitt, 1979), un viaje surrealista por la experimentación desde la animación más extraordinaria pintada sobre la psique y sexualidad de una mujer con un espárrago que parece moldearlo todo. Obra tildada de universo lynchiano, mezcla trucos imposibles y colores que colman los ojos incluyendo brillantemente una breve escena de stop motion. Nos encontramos también por el paseo con flores como Plantas trepadoras de Julieta Averbuj (2013), Cathode Garden de Janie Geiser (2015) y I Began to Wish… de Julie Murray (2003). Como también naturalezas muertas de Shiloh Cinquemani, Erica Sheu y Jodie Mack y un jardín austral a cargo de Claudio Caldini. Toda la sección, deja atrás criterios cronológicos para adquirir entidad de jardinera y disponer acercamientos infinitos a la fauna y la flora sin distinción de técnica. El resultado es un paseo por los jardines del cine experimental desde Brakhage con The Garden of Earthly Delights (1981) y Margaret Tait con Garden Pieces (1998), hasta Jayne Parker y su contemporánea Amaryllis – A study (2020).

El cine expandido, tan difícil de acotar a una pantalla o un canal digital se desparrama en la sección de Desbordamientos. En forma de programa + performance nos acerca al trabajo de Tania Denis, Valentina Alvarado y Carlos Vásques en la Fundación Seoane. La performance de la portuguesa Denis, Albuns da terra, comienza haciendo uso de fotografías encontradas en álbumes huérfanos, escaneadas e impresas sobre láminas transparentes de acetato. Añade una mesa de luz amplia en el suelo a la que fija una cámara que, como un cuadro sobre un caballete, transmite ese cuadrado blanco sobre la pared, nuestra pantalla. A esto se le añade una narración que el espectador va pegando a las imágenes que se disponen sobre la mesa de luz y la pared simultáneamente, las cuales se combinan entre sus transparencias para engarzarse en esta nueva temporalidad en la que sí se conocen y coinciden sus personajes casi de manera mágica. Desde el archivo familiar, el trabajo tan líquido y maleable de la memoria, la apropiación de una intimidad despojada de dueño para hablarnos a todos, se crea el espacio de transformación en el que aparecen ficciones en las que la autora inevitablemente nos involucra: imaginación de vidas de desconocidos hechas en común con los materiales más desnudos. Cuatro piezas formaron la presentación previa a la performance que nos habla más de esas manos que emplean las imágenes. Teresa (2017) Laura (2017), Arco da velha (2017) y Não são favas, são feijocas (2013) resultan el paseo perfecto por su trabajo con las dimensiones aparentemente sencillas y sólidas del paisaje y la memoria, las fotografías, los archivos familiares, lo lírico de sus contactos y el espacio cinematográfico de encuentro como espacio de fijación de imaginaciones.

Fotografía: María Meseguer

En la performance conjunta de Valentina Alvarado y Carlos Vásques combinan sus obras mediante un dispositivo construido sobre sonido en directo, proyecciones de 16mm, super 8, un proyector de diapositivas 35mm, un retroproyector, imágenes de archivo y propias. Es el despliegue necesario para acelerar sus obras y hacerlas colisionar hasta fusionarlas. La autora, tras la introducción de las tres obras Levantamiento de una isla (2007), El mar peinó a la orilla (2019) y el estreno de Propiedades de una esfera paralela (2020), nos indica que el vidrio es material imprescindible en su obra, ya que “a veces lleva y a veces trae”. Importante, porque su obra nos acerca a esa misma oscilación entre el fuera y el dentro, la diáspora en forma de islas sometidas al collage, tan maleables como la pintura, que también pinta todo. El collage parece ser esa condición de la vida migrante que rasga el paisaje constantemente para convertirse en trazos y colores no menos importantes de aquel que la habita. El agua como medio intermedio, transparente como el vidrio, un vidrio que siempre está en el medio, pero sobre el que se puede dibujar y traer, a eso se refería. Carlos Vásques parece llegar a un puerto similar al de Valentina, pero por un camino completamente diverso ya que su obra está plagada de archivo científico, de un discurso documental que intenta desterrar el positivismo y el adoctrinamiento que acompaña. El encuentro de ambos artistas en Paracronismos II, la orquesta-dispositivo analógico antes mencionado, maneja el archivo científico y educativo encontrado a mediados del siglo XX para explorar conjuntamente el concepto de civilización entre naturaleza y cultura. El resultado es hipnótico, y es difícil hacer decidirse a la mirada entre el magnetismo de ambos artistas manipulando los artilugios y la imagen que explota en la pared.

El panorama gallego acabó por cerrar una edición dura y sólida, como la salud de las creadoras del ámbito experimental y sus propuestas. Comenzando por Adrián Canoura y su mesa de mezclas, que parece estar hecha de ingredientes líquidos psicodélicos y digitales, que se mezclan en la pantalla para explorar desde lo analógico a lo digital, del archivo a la música electrónica. De la programación del cineasta cabe destacar una joya que estaba en el baúl de Youtube: Nistra Batuko – Exploration (2015), un híbrido documental-videoclip espectacular sobre la riqueza cultural de Burela expuesta desde las raíces caboverdianas. La nueva (novísima) generación que está formada por Lara y Noa Castro y Aldara Pagán no comparten lenguajes, pero sí un claro camino hacia la experimentación fílmica desde lo corporal e íntimo, lo depositado en la piel para Pagán y desde el mismo dispositivo y sus infinitas posibilidades en el tándem Castro desde el medio audiovisual como materia de trabajo. Solo hay que añadir de ellas que anhelamos ver dónde las lleva lo cinematográfico en el futuro para poder presenciarlo. Tono Mejuto presenta Unidade Veciñal (2020) una elegantísima pieza que destripa el edificio inaugurado en 1967 y proyectado por José Antonio Corrales con una bolex plano fijo a plano fijo, piso a piso, desde el suelo hasta atisbar las nubes. Y nos deja allí con unas vistas deliciosas. Se cierra el círculo con Alberte Pagán, figura imprescindible en la creación, teoría e investigación del cine experimental, con Uluru (2018), 6×9 (2019) y Pons Minea (2020), pieza que forma parte del estudio de Superficies II, un conjunto de piezas que se pueden disfrutar en su página web en la que el autor investiga y multiplica las superficies en las que proyectar imágenes combinando efectos táctiles donde se acuesta lo proyectado en una refilmación.

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