SEFF 2015: LAS CUATRO OLAS QUE DEVINIERON EN TSUNAMI

El festival de Sevilla se ha caracterizado en los últimos años por su apuesta por un cine experimental de difícil acceso y necesaria reivindicación. Gunvor Nelson, Heinz Emigholz o Peter Tscherkassky han sido fruto de varios de los ciclos de las tres últimas ediciones, así como el pasado año se dedicaba una sesión al cine de vanguardia austríaco. No obstante, los programadores no habían tenido la valentía hasta el momento de incluir en secciones competitivas este tipo de piezas, privándonos de la producción contemporánea en esta suerte de cine. Eso se ha acabado. El 2015 ha visto crecer una sección como Las Nuevas Olas, que ya era nuestra preferida, hasta límites insospechados. Si bien en la sección oficial, el afán es el de realizar una radiografía amplia del cine de autor europeo de la temporada – con inclusiones tan buenas como obvias – en esta segunda competición, es en donde el equipo se puede permitir mayores libertades creativas, la inclusión de nuevos nombres y filmografías de gran riesgo. ¡Y vaya si lo han hecho este año! A las habituales ficciones y documentales, se sumaban varios títulos de mayor o menor carácter experimental. Lo de Nuevas Olas no se refiere a la juventud de sus cineastas, sino a la mirada. Así que por la sección transitaron descubrimientos importantes del festival – grábense este nombre, Pablo Hernando, que estrenó Berserker en el SEFF – junto con otros grandes como Jean-Marie Straub, a quien, aunque parezca mentira, nadie parece tener el interés de programar en España. Doble riesgo por tanto el del SEFF este año, al apostar por nuevas promesas, al tiempo que recupera a los grandes dinosaurios vilipendiados por otros con cortas miras cinematográficas. Doble apuesta, y doble triunfo; en un programa más diverso que nunca y, al mismo tiempo, coherente.

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El SEFF se abre de lleno a la vanguardia

En esta primera corriente de títulos experimentales, nos encontramos con una de las grandes tendencias actuales de estas películas: una cierta querencia por el objeto como centro de la narración. Dead Slow Ahead (Mauro Herce, 2015), Iec Long (João Pedro Rodrígues, João Rui Guerra da Mata, 2014), Things (Ben Rivers, 2015) o Meurtriére (Philippe Grandieux, 2015) tienen todas en común esa aproximación materialista a su tema. Herce decide filmar en un barco que cruza el Atlántico, pero en ningún momento filma a los operarios del mismo, excepto como máquinas, objetos abstractos dentro de una misma gran maquinaria, metáfora del capitalismo. Los Joãos pueden acabar hablando de los fantasmas de los niños que fabricaban panjoês (pequeños petardos) en Macau, pero parten del propio objeto explosivo y su cartelería, como elemento ejecutor de la historia. Rivers hasta divide su película en las cuatro estaciones, y en cada una de ellas realiza un movimiento en torno a unas figuras ¿Habla de la futilidad del tiempo, de la muerte del cine? A saber, creemos que su método es más intuitivo que otra cosa. ¿Y Grandieux? Bueno, lleva ya como tres películas filmando espaldas y pectorales, enaltecidos por una falta de contexto grandiosa, un negro total que los inunda. Es la obra de un pintor del tiempo, un artista que encuentra el equilibrio entre la estilización de los cuerpos de Antoine d’Agata, y la exploración temporal de los mismos del Sleep (1963) de Andy Warhol. Materialismo y más materialismo. Después están los que vuelven a su propia obra, o a la de otros. El objeto pasa a ser plenamente fílmico, aunque no se represente en pantalla. Es ya rizar el rizo, citar sin ser capaces de palpar una imagen. La concreción de las imágenes de Jean-Marie Straub en Kommunisten (2014) es de una precisión tal, que uno acaba por dejarse llevar por la palabra, pues este es el motor, al cabo, de un filme complejísimo, con una carga de información tal en cada plano – sin apenas movimientos de cámara, aprende Michael Bay – que es casi imposible asir su significado en un solo visionado. Las palabras se leen, se aprenden, se entonan, resuenan en la historia; en Kommunisten. Straub usa un dispositivo muy sencillo que dirige la mirada mediante el fuera de campo y la panorámica, subrayando la importancia de lo visible y, de nuevo, el objeto como memoria. Toda palabra surge de un registro, y éste siempre es material.

La memoria del cine es la protagonista de Back Track (Virgil Widrich, 2015), ejercicio en 3D a partir de filmes clásicos que este cronista solo ha sabido leer como curiosidad. Sin embargo, The Sky Trembles and the Earth is Afraid and the Two Eyes are not Brothers (Ben Rivers, 2015) sí nos ha interesado, y mucho. Teníamos muchas ganas de verla porque en ella, Rivers documenta el proceso de filmación de Las mimosas, próximo filme de Oliver Laxe, protagonista de la cinta. Y, desde luego, la primera parte del filme es un making of estilizado, es una película de aventuras, y

es un documental que retrata una idea del Laxe cineasta. Quizás no su retrato, pero sí el de su aura como realizador. Tras este registro, la película lleva a cabo una fuga – literal – en su registro, y pasa a una ficción, en la que Laxe es capturado por unos mafiosos locales, que le convierten en un títere al que vender por unas cuantas monedas. Además de rezumar una cierta ironía antiimperialista, como ya hacía Todos vós sodes capitáns (Oliver Laxe, 2010) – la imposibilidad del hombre blanco de retratar un contexto africano de manera objetiva y en trato igualitario con el retratado – el filme se acerca a terrenos mucho más primarios y trascendentales en su segunda parte. Así como Werner Herzog hacía aprender, sin mucho éxito, a su Kaspar Hauser; Rivers hace desaprender al Laxe de ficción, hasta reducirlo a un cuerpo casi carente de alma, que solo acaba por reconocerse en el descubrimiento del cine, de ahí el trágico, a la par que cómico final. The Sky Trembles es un filme juguetón y generoso, honesto y bello.

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Géneros mutantes

En esta línea de retrato orgánico, que crece fuera de las convenciones cerradas del género, se encuentra Berserker (Pablo Hernando, 2015). Sin duda, la revelación española del año. Con unos enormes Julián Génisson y Ingrid García Johnson, que reinventan los arquetipos de Sherlock y Watson mediante un particular humor cañí – menuda chispa entre ellos, qué química – la película viola todos los arquetipos del cine negro, cual Don Quijote, al tiempo que no puede dejar de sentir admiración por ellos. En Berserker no hay femmes fatales, las mujeres salen en chándal a hablar con un asexuado protagonista, que es todo menos un galán Humphrey Bogart. El personaje de Génisson es como ese amigo retraído, amante de la literatura, con el que quedas a tomar un café de vez en cuando, y cuando te quieres dar cuenta, lleva una hora hablando de Raymond Chandler. Pero de Chandler hay todo y nada en Berserker. Esa es la tradición en la que se inscribe, sin duda, pero el subgénero de laboratorios de Robin Cook, y una cierta estética low cost, se integran también en una propuesta, ante todo, personal, y con un ritmo endiablado, que te deja pegado a la pantalla durante todo el metraje. Pero, sobre todo, del buen género negro se pide siempre una cosa; que haga un retrato, mediante el aparente divertimento, de las cloacas de la sociedad contemporánea. Hernando le ha pillado el pulso a su generación, la de los nacidos hacia mediados de los 80, y se ha puesto a hablar de la crisis con la historia de un virus mortal que anda suelto, y puede que venga de Alemania.

Nada que ver con Parabellum (Lukas Valenta Rinner, 2015), otra de géneros mutantes, que se cree cruce entre Lisandro Alonso y Alfonso Cuarón, con tintes apocalípticos a lo Eternauta. Si querían matar al personal del aburrimiento – parece que la cosa va de suicidios, o algo – lo han conseguido. Parabellum es el ejemplo perfecto de lo tostón que puede ser el cine de género, cuando se toma demasiado en serio a sí mismo.

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El amor siempre es garantía

Siguiendo con las ficciones, la tercera ola de esta sección la protagonizan las historias de amor. John From (João Nicolau, Mariana Ricardo, 2015) supone la vuelta al ruedo de uno de los grandes realizadores portugueses, y en el terreno de juego, pone a dos adolescentes que descubren su despertar sexual a través de un vecino mucho mayor que ellas. Una historia coming of age, como se dice ahora, muy clásica, pero tratada con sensibilidad por Canijo, a través de un estilo pausado y profuso en pequeños detalles, que se beneficia de dos buenas interpretaciones protagonistas. En los últimos coletazos de la modernidad, el luso vendría a representar a un cruce amable entre Truffaut y Rohmer, lo cual no es poca cosa. No sorprende, pero convence una vez más.

Sobre Mon amie Victoria (Jean-Paul Civeyrac, 2015) corramos un tupido velo. Es una de esas historias teóricamente femeninas – y feministas, dicen algunos – que van destinadas a hacer llorar a señoras mayores, obsesas del abrigo de visón. Una historia contada sin ningún brío ni marca personal, sobre una mujer que se deja mangonear por todos los hombres que le pasan por delante. ¡Pero cómo sufre, y vaya baño de clínex en la sala! Bueno, un fallo lo tiene cualquiera, amigos. Afortunadamente, de la añada francesa siempre se puede sacar algo en limpio, y ahí estaba Une histoire américaine (Armel Hostiou, 2015) para salvar los trastos. Vincent Macaigne, ese actor que corre riesgo de convertirse en monopolio en Francia – solo aquí en competición ya actuaba en dos títulos – se va a Nueva York a buscar a su ex, despechado el hombre. Y ahí se van Hostiou y Mauro Herce como dire de foto – el mundo es un pañuelo – con él, a realizar un filme muy orgánico, que podríamos definir como un cruce entre la narrativa de Hong Sang-soo y el

estilo del dúo Baumbach-Gerwig en Frances Ha (Noah Baumbach, 2012). Lo que quiero decir es que esta línea argumental es lo único que existía al comenzar el rodaje. Hostiou escribía las escenas cada noche, dándole sobre todo situaciones a Macaigne, buscaban el lugar adecuado en el que filmar, y luego se echaban a la aventura. El resultado es muy irregular y frágil, pero también muy verdadero.

*** Local Caption *** Sobytie, The Event, Sergei Loznitsa, NL/B, 2015, V'15, Dokumentarfilme

Documental de la memoria

Para terminar, en la sección pudieron verse también varios documentales pertinentes, tanto de grandes nombres como de nuevas promesas. Empezando por los primeros, La France est notre patrie (Rithy Pahn, 2015) y The Event (Sergei Loznitsa, 2015) nos ofrecían dos maneras completamente distintas de entender el archivo. La primera toma reportajes del gran imperio francés en Indochina para desarmar las tesis imperialistas de los galos mediante sus propias imágenes y palabras. Pahn se traiciona a sí mismo al montar el último tramo desde la perspectiva de los pueblos locales, al referirse al capítulo de la expulsión de los franceses. El mecanismo que se intuye detrás de esta acción es casi de venganza, en una película muy clásica y menor en su filmografía, pero que por lo menos se mantiene hasta los últimos minutos, fiel a sus principios.

La manipulación de Loznitsa en torno a ese corto episodio en 1991, que fue el intento de golpe de Estado contra Boris Yeltsin, es mucho mayor, aunque sibilina. El trabajo de tratamiento de imagen que se ha hecho para que los planos parezcan, todos, rodados por la misma persona, en ese preciso momento histórico, con la misma cámara; es simplemente apabullante. Al no contar con la banda sonora que le habría gustado, el ucraniano la recompone en estudio, con una claridad que impresiona, diálogos hipernítidos… en esencia, una magnificación de al realidad, que deviene en espectáculo. Si en Maïdan (2014) el himno era uno de los elementos enunciativos de la ideología – y muchos lo defendimos porque era registro sonoro de una realidad en presente – en The Event nos encontramos con «El lago de los cisnes» como carga ideológica en favor de la figura de Yeltsin. Este nuevo Loznitsa es más obviamente militante que el anterior, por lo que cuesta defender la objetividad de su trabajo, importante en todo caso en la recuperación de un episodio poco estudiado de la historia reciente; y realizado con excelencia técnica.

Over the Years (Nikolaus Geyrhalter, 2015) nos recuerda profundamente al cine de Thomas Heise. Se compone de retratos de tipos en torno a una fábrica que cierra, y acompaña a los mismos personajes durante años. Es larga, pero se hace corta. Es honesta y cercana, y profundamente política a la vez. Por su parte, Absent (Matthew Mishory, 2015) también descubre a un joven realizador, pero mucho menos dotado que el anterior. Va en busca de sus orígenes al pueblo del que proviene, e intenta que los lugareños hablen del Holocausto judío sin mucho éxito. Se vuelve casi como llegó, y en su propuesta no hay cine, solo la voluntad – muy loable – de recuperar su memoria y la del lugar. Un diario escrito habría servido, o un reportaje fotográfico… Cuando el tema es más importante que la forma, cuando no se entiende que son lo mismo; malo.

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