SEFF 2012: SUEÑO Y VIGILIA


Decía el otro día Wenders en la gala de los premios EFA que el cine es la solución a la crisis. Pues bien, la última edición del Festival Internacional de Cine Europeo de Sevilla, comandada por José Luis Cienfuegos – quien fuera durante 16 años director del Festival de Gijón hasta el torpe zarpazo de la agrupación política de Álvarez Cascos a principios de 2012 – sirvió para tomarle el pulso a la producción europea del año, creando un mosaico de obras que reflejan el sentir actual frente a la profunda depresión que padece el Viejo Continente. Una crisis que no es sólo de carácter económico, claro está, sino que nos afecta en todos los aspectos de la vida. Hace tiempo discutíamos una amiga argentina y yo sobre cine, vida y crisis, hasta que ella me plantó el argumento más demoledor posible, algo así como: “sólo pueden ocuparse de asuntos más elevados aquellos que tienen resuelta la parte material”. A partir de su frase, podemos diferenciar dos posturas de las personas o de las películas frente a este panorama: aquellas que viven con extremo apego a lo real, a lo mundano y terrenal, o las que optan por la abstracción total para evadirse y reflexionar sobre conceptos no menos urgentes o fundamentales. Por favor, dejémonos de galas, de efas, de alfombras rojas y de chorradas, y volvamos a sentir el cine y defender apasionadamente lo que nos pertenece por derecho propio.

I. SUEÑO

En la sección Las Nuevas Olas aparecía A Night Too Young, un escurridizo ejercicio de minimalismo del director checo Olmo Omerzu. El comienzo de la película, con una bellísima secuencia a cámara lenta de una casa en llamas que permanecerá durante bastante tiempo en mis retinas, prometía muchísimo más de lo que al final nos proporcionó como espectadores, pero de todos modos se trataba de una clara apuesta del festival. En ella, dos niños de doce años comparten los últimos minutos del año y los primeros del siguiente con un trío de adultos – aparentemente – fugitivos, produciéndose escenas llenas de violencia, drogas, sexo y demás cuestiones inapropiadas para unos chavales de su edad. Todo esto los conduce a un estado catatónico en el que todo lo que ocurre en el exterior de ese micromundo queda aparcado y es totalmente despreciado. Ajenos a una realidad global, centrados sólo en lo inmediato. Por un breve período de minutos, viven en un universo totalmente ensimismado y plagado de ensoñaciones.

Este proceso de desconexión progresiva del mundo real, se repite de un modo aún más conciso y traumático en eñ último dramón de Joachim Lafosse, À perdre la raison. Su protagonista, Murielle, es una mujer en estado de seminconsciencia que no ha sido capaz o no le han permitido tomar ni una sola decisión en la vida. Casada con un hombre marroquí (el mismo actor principal de Un prophète de Audiard) y viviendo toda la familia bajo el amparo del padrino de éste, empieza poco a poco a asumir un rol pasivo en el que todo le viene impuesto, su opinión nunca cuenta. Así se produce una pérdida gradual de su identidad personal que desemboca en una trágica psicosis final en la que asesina a sus cuatro hijos en fuera de campo uno tras otro. La actitud pacífica del individuo frente al mundo que le rodea explota en mil pedazos cuando uno lleva demasiado tiempo anestesiado.

Good Vibrations, de Glenn Leyburn y Lisa Barros D’Sa, fue un pequeño caramelo para todos aquellos que crecimos con el modelo anterior de programación de Cienfuegos, un biopic musical de espíritu joven e independiente, que narra los continuos ascensos y caídas del productor musical de Belfast Terri Hooley, creador del sello discográfico que da título al film. Un personaje irrepetible que luchó por sus sueños obstinadamente, en ocasiones rozando un nivel de enajenación mental considerable. En este sentido, nos interesa del protagonista su grado de desapego hacia lo tangible y la vida terrenal, abstrayéndose en contadas ocasiones de cuestiones importantes como la familia, la salud o el dinero. Descubridor de bandas clave de la movida punk británica como The Undertones (ojo al doble entrado en kilos de Feargal Sharkey), The Outcasts y Rudi, Hooley funciona perfectamente como individuo a través del cual estudiar el momento histórico y el sentir del Belfast de los años 70. Aunque dispersa y caótica, la película supone una apuesta por una determinada línea de programación que esperamos vaya afianzándose con los años.

II. DUERMEVELA

En Leviathan, ganadora del premio No Ficción – EuroDoc ex aequo con Mapa de León Siminiani, Lucien Castaing-Taylor y Veréna Paravel exploran nuevos caminos a través de una suerte de preciosismo de guerrilla en alta mar, utilizando cámaras submarinas similares a las de los surfistas y demás artilugios atípicos. Resulta curioso reflexionar acerca de cómo son capaces de registrar un trabajo manual y tradicional como lo es la pesca con dispositivos tan sofisticados. Se trata sin duda de un filme de opuestos, en el que la abstracción de las imágenes y los sonidos, en ocasiones difíciles de desentrañar, colisionan fuertemente contra una realidad palpable, extremadamente física. Como el recorrido por la piel curtida de los marineros como superficie viscosa más, o los peces agonizantes en la cubierta, meciéndose con la marea. El punto de vista, hostil y frío, varía durante el metraje, tratándose a veces de una simple cuestión de altura, esto es, en relación con el nivel del suelo (planos subacuáticos, sobre la cubierta del pesquero o desde lo más alto del mástil). Sin duda resulta crucial meditar acerca de la fortísima carga antropológica de su propuesta, en cómo intenta comprender, acercarse y profundizar en ser humano y todo aquello que le rodea a partir de un proceder distante y abstracto que sin embargo logra penetrar por todas y cada una de las fisuras del barco y del alma.

En esta edición se programó un ciclo-homenaje a Agnès Varda que iba acompañado de su primera exposición en España de instalaciones visuales, Las dos orillas. Dentro de esta retrospectiva, convivían pacíficamente películas tan gráciles y placenteras como Daguerreotypes (1975) con otras mucho más críticas o maduras como Los espigadores y la espigadora (2000). Aprovechando el encuentro de la artista con el público, se proyectaba la nueva copia restaurada de Cléo de 5 a 7 (1962), una obra maravillosa que se debate continuamente entre dos ideas opuestas: ser mirado y aprender a mirar por uno mismo. El filme narra casi a tiempo real la espera de Cléo por los resultados de unos análisis médicos importantes. Durante la primera parte se nos muestra una mujer-objeto centro de todas las miradas, adorada por los hombres y envidiada por las mujeres. Llegados a un determinado punto, el miedo le hace despertar de su sueño profundo y durante la segunda mitad empieza por fin a ver con sus propios ojos. Toda su vida se replantea y retoma las fuerzas gracias al cariño de otra persona, produciéndose un encuentro casual que deviene en amistad verdadera. Por fin deja de ser admirada desde la distancia para empezar a amar por ella misma.

Envuelto en tono de road movie crepuscular, Me Too, el último Balabanov, deambula a trompicones entre ambientes semi-urbanos abandonados y una serie de parajes inhóspitos que reflejan el estado emocional interno de sus personajes. Cargado de humor negro y de una fina ironía que recuerda al Jarmusch más temprano y le permite cuestionarse continuamente a sí mismo, el film se autopostula como una reinterpretación del stalker tarkovskiano en el que un grupo de parias deben llegar a un arisco no-lugar en el que todos sus deseos se verán materializados. Se trata de un viaje en busca de la felicidad lastrado por un poso melancólico desde el mismo comienzo, una peregrinación basada en leyendas y demás suposiciones. Todo el cinismo que destila el filme alcanza su clímax al final de la película, en un lago helado y un torreón que conduce solamente a los hombres virtuosos hacia los Campos Elíseos.

En la última película de Matteo Garrone, Reality, encontramos el claro ejemplo de colisión entre dos mundos: el real y el deseado. El protagonista trabaja feliz en su pescadería hasta el día en el que se presenta al casting de la versión italiana de Gran Hermano. Poco a poco va obsesionándose y perdiendo la consciencia, entrando en un estadio de esquizofrenia severa hasta ese momento de ensoñación final en el que consigue entrar en la casa por la noche sin que nadie parezca darse cuenta. A través de una serie de estrategias baratas para ridiculizar a su personaje principal cual gran hermano retorcido y morboso, Garrone crea un intrascendente cuento moral que lejos se encuentra de la crítica mordaz de otros trabajos anteriores como Extras (Ricky Gervais, 2005-2007) o Dead Set (Charlie Brooker, 2008) bastante más destacables. Garrone parece simplemente interesado en narrar una historia basada en hechos reales. Por momentos intenta introducir ideas fallidas como la de la religión como droga dañina que se diluyen rápidamente a lo largo del film. De todos modos, la sátira, el esperpento y el reproche –intencionados o no– hacia la influencia mediática, el sensacionalismo en la Italia de Berlusconi y las secuelas de fama efímera están presentes en una obra que se debate constantemente entre diversos estadios más o menos cercanos al mundo de la hipnosis, la somnolencia o la desconexión cerebral total.

Una de las obras que esperábamos con más ganas era Lebanese Rocket Society, el documental de los artistas multidisciplinares Khalil Joreige y Joana Hadjithomas, pieza que reivindica un pequeño hito silenciado por la historia oficial del Líbano: la construcción del primer cohete espacial, allá por los años 60, por parte de un equipo universitario compuesto mayoritariamente por descendientes armenios. Durante su primera mitad, la película contextualiza y se propone rescatar la historia encubierta de este hecho pionero a través de un estilo más bien poco interesante, propio del documental televisivo. Llegados a un punto, Joreige y Hadjithomas comienzan a exponerse a sí mismos para hacer avanzar su película, pero no a través de sustitutos como en ocasiones anteriores (me refiero a los no-actores de Je veux voir (2008) o al Malek de A Perfect Day [2005]) sino acudiendo a medios de comunicación para conseguir dar visibilidad a un proyecto que pretende, en palabras del propio Joreige: “intervenir la realidad para llenar un hueco”. Así, durante la segunda mitad, el filme gira en torno al homenaje y la recuperación de la memoria y los espacios perdidos, siendo ésta la parte más interesante de la película y concentrando los signos definitorios de su cine: la herida y ausencia, el problema de la identidad personal y nacional, el trauma de la historia olvidada, la reescritura del pasado y por último, a través de una pequeña coda de imágenes animadas, la nostalgia de lo que podría haber sido y la mirada esperanzadora hacia el futuro.

Pero sin duda la película que mejor representa este estado de duermevela es Arraianos de Eloy Enciso, excelente producción galega en la que conviven dos mundos: por un lado, un universo teatralizado que toma como punto de partida la obra teatral O bosque, de Jenaro Marinhas del Valle; y por el otro, el registro de la realidad cotidiana de la zona del Coto Mixto, territorio en la frontera de Galiza con Portugal. Una obra que habita dos países, dos lenguas, dos maneras de aproximarse a la vida: “Qué prefieres Pitipín, ¿soñar o comer?”. A pesar de que los planos que componen la película fueron filmados en momentos diferentes, dividiéndose el rodaje en dos (uno en 2009 y otro en 2011), todas estas imágenes conviven pacíficamente unificando los dos mundos, creando un momento de suspensión en el tiempo, una tierra de nadie que simboliza un modo de vida extinto, basado en tradiciones y actividades olvidadas (el acto de ir a misa, las reuniones al atardecer, la recogida de la cosecha o el nacimiento de un ternero). Arraianos apela directamente al fuego, al viento, al agua y a la tierra. Fuerzas telúricas constantes que sobrevuelan el montaje de la mano de mitos, leyendas y supersticiones, cuya presencia atraviesa todos los aspectos de la vida y la muerte, la vigilia y el sueño. En base a esto, el filme propone una importante reflexión en torno a los conceptos de identidad y frontera, pero también acerca de la decisión personal de vivir pegado a la realidad o en un sueño continuo.

III. VIGILIA

Como depredadores a la caza y captura de sentimientos, los personajes de 3, de Pablo Stoll, deambulan incapaces de alcanzar la felicidad, ese estadio añorado en el que todos consiguen la proporción de cariño adecuado a sus necesidades. El filme avanza en círculos a través de la vida de tres sujetos: Graciela, la madre solitaria a la procura de su ración diaria de contacto humano en la sala de espera de una unidad de cuidados paliativos del hospital; Rodolfo, el ex-marido que abandonó el hogar diez años atrás pero que ahora desea volver envuelto en un halo de patetismo trágico; y Ana, adolescente rebelde que ha aprendido a reprimir sus sentimientos como nadie, gracias a dos expertos en la materia como sus padres. La película explora la necesidad básica del ser humano de amar y ser amado a partir de este triángulo de personajes que se buscan y se desean con la misma fuerza con la que se repelen, analizando las pequeñas confluencias de sus tres vértices entre sí o con otros fantasmas que pululan a su alrededor, y reflejando el problema del aislamiento de individuos en apariencia integrados en la sociedad, pero con niveles de insatisfacción personal por las nubes.

También en Gebo et l’ombre, el último y estupendo trabajo de Manoel de Oliveira, un triángulo fijo de personajes con varios satélites a su alrededor reflexiona sobre la consecución de la felicidad y la imposibilidad de llevar a cabo esta colosal tarea. Adaptación de la obra de teatro de Raul Brandão de 1923 y producida por O Som e a Fúria (responsable de algunos de los trabajos más interesantes y celebrados de los últimos tiempos), Gebo hace colisionar dos generaciones diferentes y se postula como metáfora de la Europa actual y el modelo económico en crisis, en el que los últimos en llegar pagan las deudas de sus antecesores. Ya no sólo podemos hablar de una depresión global a nivel material, sino que debajo late poderosamente una insatisfacción y una crisis identitaria y de valores mucho más angustiosa, y así nos encontramos a lo largo del metraje con personajes más apegados al terreno de lo real (a la importancia del dinero o del status social) y otros constantemente cautivados por preocupaciones más abstractas o intangibles. Como dice Gebo (interpretado magistralmente por Michael Lonsdale) en un momento de la película: “Falta saber si hemos venido a este mundo para ser felices”.

En esta misma línea de análisis encubierto de la situación actual, una de las apuestas más arriesgadas del festival al incluirla dentro de la Sección Oficial era Recoletos arriba y abajo, de Pablo Llorca. Inclasificable, divertidísima, una lección rotunda sobre a lo que debería aspirar el cine y demás productos audiovisuales españoles de aquinohayquienvivas y demás intentos cutres de fresco social sainetesco. Una comedia burguesa -que no aburguesada- de serie B, en la que el fortísimo sustrato ideológico y político justifica el rotundo desinterés por las formas cinematográficas. A través del día a día de la familia protagonista y del resto de la comunidad de vecinos de un edificio cualquiera del barrio de Recoletos en Madrid (zona vip), traza un recorrido desde la España de la Transición hasta el 15M, evidenciando la miseria y la decadencia de la supuesta izquierda española y de una herencia ideológica que nos ha sido impuesta, de cómo los hijos aprenden a asimilar todo esto y del momento de crisis en todos los sentidos, ya nos ha quedado claro, que nos está tocando vivir.

Comments are closed.