SITGES 2013 (3/4): METACINE Y GÉNERO

Una de las constantes en las últimas ediciones del festival de Sitges ha sido la manera en la que el género ha sabido reflexionar sobre sí mismo, con ejercicios metacinematográficos de diversa índole, que tienen como principal intención realizar una deconstrucción narrativa y estética de las películas de las que beben. Este año no fue menos, y la selección dejó una buena nómina de propuestas parecidas.

Nada más llegar al festival, disfrutábamos de la última delicia de Jafar Panahi. El autor iraní escribe y dirige a cuatro manos junto a Kambozia Partovi Closed Curtain (2013). Los dos actúan también en la película, creando con sus personajes, junto al de Maryam Moqadam, un juego de capas narrativas que se superponen y complementan para hablar, alegóricamente, de la reclusión del propio director de cine, impuesta por el régimen iraní, y, por extensión, de la de muchos otros críticos con el gobierno. Partovi da vida a un escritor, álter-ego de Panahi, que acoge en su casa a una mujer que escapa de un peligro nunca explicitado. Los personajes se vuelven figuras fantasmales cuando el propio Panahi, interpretándose a sí mismo, entra en escena. Esta parte, supuestamente documental, sobre un robo en la casa del autor, es la opuesta a una ficción que, como repite Partovi, necesita de un guión en proceso de escritura, aun esbozado. Los directores reflexionan así sobre la verdad de la puesta en escena entre el cine de ficción y el de no ficción, y juegan a descolocar al público omitiendo informaciones, que pueden venir hacia al final del filme, o viceversa: alguna escena del final solo se entiende gracias a pistas que se han dado en otras antes. La desorientación cronológica y argumental es, por tanto, algo buscado, que deja al espectador con la responsabilidad de rellenar estos huecos. Sabemos que las imágenes no son universales, deben ser puestas en un contexto, lo que convierte a Closed Curtain en un ejercicio aun más interesante, por la multiplicidad de lecturas que se le pueden sacar. Seguro que un iraní no tiene la misma percepción de la película que un español.

Otro director experto en lo de omitir informaciones para jugar con los recovecos narrativos de su obra es Hong Sang-soo. Y decimos su, y no sus, porque el surcoreano parece estar entregándonos, desde Like You Know It All (2009), a ritmo de una o dos al año, la misma película una y otra vez, o los episodios de una muy larga. No por nada se le ha comparado muchas veces con Éric Rohmer, porque en esto y su temática constante de infidelidades amorosas, tienen muchos puntos en común. Nobody’s Daughter Haewon (2013) cuenta el romance entre una alumna y su profesor casado, de nuevo dentro del mundo del cine. El sueño y la realidad se entremezclan (la ficción de una ficción) hasta el punto de no saber a cuál de los dos estamentos pertenece cada escena. Hong sugiere que la manera de ordenar las partes de un mismo relato puede conllevar desenlaces muy diferentes. Nada nuevo en el horizonte. Una vez más, un filme con una personalidad arrolladora. Imposible que le salgan imitadores. Hong solo hay uno.

Este juego entre ensoñación y realidad tiene un papel mucho más metafórico en Les recontres d’après minuit (Yann González, 2013). Ópera prima ovacionada en la Semana de la Crítica de Cannes, es una especie de porno blando, cruce entre el erotismo barroco de Bertrand Bonello y un estilo poético e intelectualizado en sus diálogos, en la tradición de todo un cine francés desde la Nouvelle Vague, que quizás tenga su exponente contemporáneo más obvio en las figuras de Nicolas Klotz y Elisabeth Perceval. Un conjunto de personas anónimas organiza una orgía en una casa muy high-tech, apartada del mundanal ruido de la ciudad. La fantasía erótica acaba contando más que el propio acto sexual. Les rencontres d’après minuit se puede leer como un estudio de personajes, cada uno con su ficción dentro de la ficción, análisis a su vez de distintos géneros eróticos. Como dice una de las protagonistas, muy freudiano.

De ensoñaciones va también A Glimpse Inside the Mind of Charles Swan III (Roman Coppola, 2012). Con un estilo visual muy próximo al de su colega Wes Anderson – con quien escribió Moonrise Kingdom (2012) – y una fascinación preocupante y pueril por la fama, el hermano de Sofia Coppola se muestra aun más superficial que esta frente al mundo, también etéreo y ridículo, que retrata. En la cabeza del protagonista, un diseñador gráfico de éxito en Hollywood – enorme estúpido, histríonico y egocéntrico Charlie Sheen, que seguramente se interpreta a sí mismo – caben todas las fantasías imaginables. Esto le permite al director jugar con diversos géneros cinematográficos, aunque solo sea como mecanismo cómico de un filme surrealista que, más que gracia, provoca un tedio absoluto.

¿Falso documental o ficción descuidada?

Tampoco te puedes librar nunca en Sitges de algún falso documental, en todas las variantes que se le puedan a uno ocurrir. El hecho de que realizar así una película no sea costoso, ha llevado a muchos directores jóvenes e independientes – y a veces entrados en años – a optar por este formato. El problema surge cuando esto es solo una excusa para no tener que iluminar, maquillar o planificar mucho y, al fin y al cabo, acabar haciendo una ficción al uso con cámara en mano. Lo comentábamos en las otras crónicas respecto de Sapi (Brillante Mendoza, 2013) y The Sacrament (Ti West, 2013).

Matt Johnson se mantiene al menos fiel a la premisa en The Dirties (2013), sobre dos alumnos de instituto que ruedan una película amateur, imitando sus filmes preferidos. Hay homenajes a Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994), Trainspotting (Danny Boyle, 1996), Regreso al futuro (Robert Zemeckis, 1985)y tantas otras. El ejercicio es entretenido, y hasta brillante cuando en las secuencias de crédito, imita las tipografías de todos los filmes originales a los que copia. Se respira frescura y entusiasmo en las reversiones de estos dos alumnos – a mí, me transportan a mi adolescencia, en la que realicé un par de bromas similares – pero también se pasea por los pasillos del insti un tufillo ideológico que apesta. El mensaje al final parece ser que estas películas pueden ser una muy mala influencia, y que un día te vuelves loco, coges una pistola, y te cargas a toda la clase. Lo maniqueo y simplón del desenlace desluce una película que podía haber sido algo más que curiosa.

Pero el mejor falso documental – o ficción despreocupada, más bien – fue Bad Film (Sion Sono, 2012). El festival hizo muy bien en programarlo junto con Why Don’t You Play In Hell (2013), pues son las dos caras de la misma moneda, incluso un proyecto artístico unitario. En la primera, Sono recupera imágenes rodadas en vídeo en los 90 por el colectivo Tokyo GaGaGa, en el que militaba, que desarrollan una especie de saga yakuza al estilo de The Yakuza Papers (Kinji Fukasaku, 1973-1974). Enfrentamiento entre una banda china y otra japonesa en un barrio de Tokio, la película – rodada por 2.000 miembros del colectivo – asienta ya las constantes de en lo que luego se va a convertir Sion Sono. Montaje ágil y en paralelo o circular, violencia yakuza, amor lésbico, objetos metafóricos, uso de los mismos temas de música clásica de un filme a otro para subrayar motivos recurrentes, referencias y homenajes a su tradición cinematográfica, cine dentro del cine, tipografía exacta para todos los créditos, voz en off entusiasta y vehículo de la narración, estructura episódica, erotismo, humor, la angustia y la frescura adolescente… Bad Film es por sí sola una película destacable, rodada con tanta ambición y pasión como con pocos medios, que contiene, con mayor o menor fortuna, todas estas constantes. Es aún mejor si le ponemos Why Don’t You Play In Hell al lado. Ficción sobre un colectivo adolescente de cineastas que sueña con hacer su gran filme, les aparece su oportunidad cuando el líder de una familia yakuza se empeña en realizar una película para convertir a su hija en una estrella. Aprovechando un enfrentamiento con una banda rival, contrata a este grupo de inexpertos pero entusiastas cineastas para grabar el combate y conferir a la cinta un mayor realismo. De realista nada. Miembros volando por los aires, romance en medio de una batalla, litros de sangre a golpe de manguera… Eso es un cachondeo padre, la celebración de todo un género lúdico con una gran ambición metacinematográfica. La música de los créditos es precisamente la de The Yakuza Papers, la escenografía de la escena final remite – y se ríe en su cara – a Kill Bill vol. 1 (Quentin Tarantino, 2003), las secuencias que ruedan los jóvenes hacen una crítica en pocas imágenes del cine de Bruce Lee – especialmente Operación Dragón (Robert Clouse, 1973). Las referencias son muy diversas, a veces hasta hay varias por plano, y es imposible recogerlas todas aquí – necesitaríamos tres visionados a cámara lenta, un gran conocimiento del género, y toda una doña libreta para lograrlo, a decir verdad. No es habitual encontrar un metacine tan trabajado. Quizás en este género, Takeshi Kitano haya sido de los pocos en atreverse con él en los últimos años. Glory to the Filmmaker! (2007) supone su éxito más destacable a este respecto. Como Kitano con este filme, Sono también realiza aquí su al incluir además todas las constantes de su anterior obra. Desde el protagonismo del jefe mafioso – un Jun Kunimura con el mismo papel con variaciones en muchos filmes de Sono – pasando por el último plano secuencia, copia del de Himizu (2012), o la vertiente autobiográfica del colectivo de jóvenes Fuck Bombers – clara alusión a Tokyo GaGaGa – esta es la película más autoreferencial y personal de Sion Sono.

En una latitud diferente, Johnnie To se propuso hacer algo parecido con Blind Detective (2013) respecto del policial y la comedia hongkonesa. Este es uno de sus filmes más ligeros, con un Andy Lau (premio al mejor actor) interpretando a un detective ciego que resuelve sus casos gracias a sus agudizados sentidos, y que encuentra en uno de ellos al amor de su vida. Parodia por tanto más gamberra de lo que parece a simple vista de la buddy movie, es una pieza menor, pero disfrutable.

Por último, de una manera más directa y sin tanto juego narrativo, hubo al menos otras dos películas que se propusieron analizar géneros. La apuesta por el cine negro clásico de Nos héros sont morts ce soir (David Perrault, 2013) es evidente, desde las secas interpretaciones de sus protagonistas, hasta un blanco y negro que remite a la mejor época de Fritz Lang. En cierto modo, el ejercicio de mímesis se parece un poco al de The Artist (Michel Hazanavicius, 2011) y, como ésta, no araña más que la superficie. Más allá va Mucho ruido y pocas nueces (2013), de un reconocible Joss Whedon. Shakespeare está muy lejos de los universos de Buffy o Marvel, pero aun así Whedon logra imprimir su personalidad y humor a un filme muy contenido, que juega a romper los límites de la representación entre el teatro y el cine y que, al no cambiar una coma del texto original en un contexto contemporáneo, produce más risas si cabe.

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