VIKINGLAND, de Xurxo Chirro

Vikingland (2011) es la creación de uno de los agentes culturales y artistas gallegos, Xurxo Chirro (A Guarda, 1973), más activos y, de distintas maneras, personal e influyente, en los últimos años. Chirro o Xurxo González aparece avalado por una labor teórica y de gestión, incidencia y animación cultural institucional más que consistente (experto en la obra de Manoel de Oliveira; programador y creador en 2008 de un original festival, el Filminho; mente pensante activadora de las medidas de apoyo y difusión cinematográfica autonómica y estatal, con experiencia en diversos organismos ligados a la Xunta de Galicia y al propio ICAA), muy capaz de sobrepasar las lindes del conformismo y la asunción del statu quo.

Chirro acompaña esta labor de una producción audiovisual propia -siempre- con diseño y moldes autogestionados. La última entrega acaba de encontrar un lugar idóneo para su estreno mundial: Chirro comparece en los próximos días en la 21ª edición del Festival de Cine Documental de Marseille (FID), uno de los grandes certámenes mundiales especializados, gracias a la selección de su citado largometraje, Vikingland. Marsella permanece como un lugar emblemático de la no ficción mundial, un certamen que en su abultado historial premia a cineastas esenciales, figuras de la relevancia de Frederick Wiseman, Patricio Guzmán, Eduardo Coutinho, Péter Forgács, Jia Zhang Ke, Wang Bing o Raya Martin.

Detectando a la perfección las tendencias creativas de la mejor no ficción contemporánea, conviene fijar la atención en pieza tan singular y bien entretejida. Vikingland, “idea y manipulación” a cargo de Xurxo Chirro, proviene de un material acumulado ajeno, producto de las grabaciones personales del marinero Luis Lomba ‘el Haya’, compañero de viaje del padre de Chirro, y realizadas en Dinamarca y Alemania entre octubre de 1993 y marzo de 1994. Una inmersión moderna y un rotundo cuestionamiento del (supuesto) retraso estético audiovisual propio, un título pletórico y lleno de humor -‘retranca’ (ironía), una perspectiva muy personal y sin duda no asible por los obsesos del humor más pretencioso-. Vikingland, transposición más que libre del Moby Dick de Melville -incrusta una estructura narrativa dividida en once capítulos: Tripulación, Luis, Frío, Nadal, Vikingland, Trabajo, Travesías, Cubierta, Hielo, Blancura, Epílogo- permite que Chirro engarce con la mejor tradición del remontaje, procurándole un nuevo sentido a las (sorprendentes) imágenes y fundiendo con sagacidad diario, epístola, ensayo y apropiacionismo, al tiempo que construye un fresco discurso sobre la condición de la mirada, el efecto de representación y las consecuencias del metarrelato.

Sostenida sobre un dispositivo narrativo equilibrado -camino hacia la saludable abstracción según avanza-, el colosal demiurgo que es el Haya, carismático ladrón de miradas, obtiene momentos de antología -vid. el zapeo karaoke del camarote o la cena de Nochebuena- y una impresión de autenticidad y poesía no exenta de reflexión, que sortea hiperbólicos marcos teorizantes para conseguir un disfrute multidimensional.

Diario, epístola, ensayo y un refinado humor son las claves estéticas y narrativas del filme

La obra de Chirro deviene en un buen ejemplo de la universalización a través de lo particular. Precedido de notables -y coherentes- piezas, todas localizadas en su zona de origen, A Guarda, comienza con la divertida Os señores do viento (2008), ingeniosa exploración por las ramificaciones del arte contemporáneo -para la ocasión el Land Art- y reconsideración de la segregación de las formas de arte populares. Prosigue con las contemplativas 13 pozas (2009), tributo a James Benning con la adición de una dimensión lúdica y humorística inesperada, y 36/75 (2009), en tiempos de regreso de la memoria histórica, en boca de su autor, una “reflexión sobre la dificultad de recordar, de los problemas de la Historia, de la significación de los espacios, de la fragilidad de la memoria, de la naturaleza documental y de la voluntad de olvidar de una parte de la sociedad que convive, sin querer darse cuenta, en escenarios que testimonian la barbarie”, una mirada pavorosa al origen de las imágenes y las fuentes del entumecimiento de la sensibilidad, crónica de una sociedad cruda y (aun) profundamente inmadura. En Cellular Movie (2010), preludio en abstracto de la operación de metraje encontrado de Vikingland, Chirro testimonia la tarea de reciclaje sobre fuentes bien distintas, en este caso imágenes científicas.

En unos mundos, los de la práctica y análisis de la creación, en los que dos de los defectos más graves -la sumisión y la carencia de humor- se manifiestan constantemente, es muy de agradecer en Vikingland tanto el tono y afán subversivo -circunstancia incluso manifestada en los créditos, con el apoyo institucional de un organismo autonómico ya desaparecido, la Agencia Audiovisual Gallega, y la presencia de la Casa de las Atochas, espacio social radical epicentro de diversos movimientos políticos y socioculturales, ambos muestra de la (tentativa de) existencia de modelos de intervención alternativos- como la veta humorística, alejada de los árbitros de la moda y el buen gusto indies, vertiendo una posmodernidad bien casada incluso con regustos, registros y discursos en torno a las identidades culturales que parecían (falsamente) superados.

 

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