EL CINE DE XURXO CHIRRO

Xurxo González nació en A Guarda, en 1973. Es licenciado en Historia del Arte por la Universidad de Santiago de Compostela y doctor en Historia del Arte por la UNED. Tiene una sólida trayectoria como crítico e investigador de cine, que ha desarrollado en organismos como el Consello da Cultura Gallega, el Instituto Cesing o la Axencia Audiovisual Galega, y en plataformas como Teutubo y Flocos.tv. Ha coordinado los libros Manoel de Oliveira (CGAI) y Documentación de la videocreación en Galicia en los años 80 (CGAC), y en la actualidad, trabaja para la Agadic. Pero no es él quien nos responde a esta entrevista, sino su alter ego, el cineasta Xurxo Chirro, autor de Argazo (2005), Os señores do vento (2008), 36/75 (2009), 13 pozas (2009), Cellular Movie (2010) y, sobre todo, de Vikingland (2011), una cinta con la que compitió en el festival de Marsella.

¿Qué es para ti A Guarda, además de la protagonista de gran parte de tu obra?

Es mi paraíso perdido. Para mí, filmar es un proceso muy laborioso y, para hacerlo más fácil, recurro a mis espacios íntimos. Y eso ha marcado mucho mi mirada… De toda la vida, cuando me erguía por la mañana y abría la ventana, lo que veía eran 180 grados de cielo y mar. Y una luminosidad que no tiene nada que ver con la de Santiago, donde trabajo. En A Guarda no tenemos rías, tenemos la inmensidad. Fue lo mismo que vi cuando estuve embarcado.

"A Guarda es un sitio donde aun quedan mil películas por rodar"

¿Cuándo fue eso?

A los veinte años, navegué en un barco de pesca. Supongo que me viene de familia. Mi padre también era marinero, marinero y emigrante, y yo sólo lo veía dos meses al año. Me crié con mi madre y mi abuelo, que también fue marino, pero de costa. De él aprendí tradiciones, historias, ironía… Todo eso viene de A Guarda, un sitio donde aún quedan mil películas por rodar. Sé que algún día contaré la historia de cómo desde el monte Santa Tegra se puede ver Fisterra en los días claros, aunque son pocos los que lo han logrado. Jugaré, como Cézanne, a mostrar los distintos aspectos de la luz sobre esta colina, a diferentes horas del día, como si fuese la montaña Santa Victoria. Y seguiré los pasos de Juana de Vega, que vivió en mi pueblo y dejó su estancia recogida en sus diarios.

Teniendo padre marinero, y abuelo marinero, ¿qué haces tú en el cine y no en el mar?

El mar, para mí, fue un fracaso, otro de los muchos que he tenido. Todos juntos suman una derrota en mi vida, en el sentido marinero, un cambio de rumbo para compensar las corrientes del mar. Navegar era una tradición de familia, pero vi que no era para mí. Muchas veces, los fracasos sirven para darte cuenta de lo que no quieres. Aunque resulta difícil lidiar con ellos… La propia Vikingland es la historia de una derrota.

¿Y quién es el derrotado?

Galicia. Por nuestra situación económica y social. No nos hemos cansado de mandar inmigrantes fuera, sin descanso, durante los últimos dos siglos.

¿Dónde acaba Xurxo González y comienza Xurxo Chirro?

Xurxo Chirro nació de un cambio en mi mirada, en mi madurez creativa. A medida que se fueron sedimentando mis referentes y fui ganando experiencia, noté que precisaba un cambio. Quise dejarme de experimentos y apostar por una línea clara. Creo que adquirí conciencia de mis argumentos y mis posibilidades. Así que adopté el apellido de Chirro, porque era el apodo de mi abuelo. Fue tanto por homenaje a él como por dar a conocer otra parte de mí. Bien, y porque mis apellidos, González Rodríguez, están inundados por lo común (ríe).

¿Fue Vikingland el primer filme que firmaste con el nuevo apodo?

No, fue Cellular Movie (2010), un pequeño divertimento que hice durante el largo proceso de montaje de las cintas de las que surgió Vikingland. No es una broma, es una elaboración seria desde un punto de partida humorístico. Seguí en la línea de trabajar con imágenes de archivo, pero desde otro enfoque, un poco en la línea del artista plástico Joseph Kosuth. Cogí un material súper-documental, como son las grabaciones de procesos celulares, y apliqué sobre él una historia de espías, una ficción desatada. Y el resultado es una tercera película. Tres filmes en uno, y dura poco más de cuatro minutos. ¿Cómo te quedas? (ríe). En todo caso, nunca la habría hecho de no ser por Vikingland.

Vikingland nace a partir de las grabaciones dejadas por el marinero Luís Lomba, ‘o Haia’.

‘O Haia’ grabó, con una cámara Hi8, su trabajo en el mar entre octubre de 1993 y marzo de 1994. Con ese material, montó él mismo cuatro cintas VHS, quince horas en total, y se las dio como regalo a sus compañeros en esa etapa. Uno de ellos era mi padre, que las guardó en su casa, y yo me encontré con ellas en 2007, cuando me puse a pasar de vídeo a DVD todo el material familiar. Estuve a punto de tirarlas fuera, pero me pudo la curiosidad de crítico de cine. El shock fue enorme.

Era un trabajo para Xurxo Chirro.

Desde luego, y tuve suerte. Si hubiese visto ese material en 1995, posiblemente no le habría prestado atención. Pero, a causa de ese proceso de maduración del que hablaba antes, tuve la mirada idónea para entrever las posibilidades de esas imágenes.

"Me encontré con las cintas del Haia en 2007, cuando me puse a pasar de vídeo a DVD todo el material familiar"

¿Cuándo se convirtió el crítico en cineasta?

Mi primer filme es de 2005. Presenté un proyecto para el taller de Avid del Play-Doc, algo semejante a lo que hizo Lech Kowalski con Louisiana Story, de Robert Flaherty. Hice una especie de documental etnográfico sobre las mujeres que recogen ‘argazos’, pero le di un carácter referencial, invasor, vampirizando una obra de referencia. Me seleccionaron, pero no lo pude acabar por irregularidades técnicas. Yo había trabajado en DVCam, y el formato que exigía el taller era MiniDV. Fue una decepción bastante grande, pero decidí seguir, como pude, con el ordenador que tenía en la casa, aunque era muy malo. De ese esfuerzo salió Argazo, un corto de 5 minutos, para colgar en YouTube. Y también otra versión de 27 minutos, más ambiciosa.

Pasaron tres años hasta el siguiente filme, Os señores do vento.

En ese tiempo compré una cámara y me puse a grabar lo que tenía más cerca, a mis vecinos. Y dio la casualidad de que algunos de ellos estaban realizando un proyecto creativo, instalaban botellas de colores en ramas de árboles, para que girasen con el viento. Me interesa el tema de las personas mayores, porque condensan la memoria de los tiempos pasados, y una manera de interpretar el presente. Y me interesó también retratar al Chacurro y al José María, que son dos auténticos cracks. El resultado fue una película que se acerca a un proceso creativo peculiar, y que reflexiona sobre la naturaleza del arte, pero con sentido del humor, por eso creo que le llega bastante a la gente.

¿Existe aún esa instalación de botellas?

Sí, pero ha ido deteriorándose. Suelo llegar tarde a todo en la vida, pero esta vez hice una excepción (ríe). En verano en el que yo grabé fue cuando consiguió su máximo esplendor, y los dos protagonistas tenían ya muchas anécdotas que contar. Es fascinante cómo ellos le daban importancia a una cosa tan pequeña como una botella dando vueltas con el viento, cómo lo llenaban de significado. Me confieso fascinado por la oralidad de las personas mayores, por la forma que tienen de narrar las historias… No sé lo que será de mí si alguna vez afronto un trabajo de ficción, pero estoy seguro de que será bastante oral.

¿Y eso? ¿Tienes algún proyecto de ficción entre manos?

Tengo ideas. Antes de comenzar a hacer documentales, escribí muchos guiones. Seis de ellos, para largos, rularon por productoras gallegas, pero fueron rechazados. Así que me tuve que agarrar a lo que podía hacer. Para la ficción, tienes que estar acompañado, tienes que contar con gente que crea en tu proyecto. En el documental, basta con que yo crea en mí mismo. Pero ya está bien de quejarse, ¿no?

Sigamos, entonces, con la importancia de las pequeñas cosas. ¿Dirías que es una constante en tu obra?

Es un tema que me interesa muchísimo. Cómo un detalle en apariencia ínfimo puede abrirse a nuevos significados. Está presente en Vikingland, pero creo que donde lo llevé al límite fue en 36/75, donde los pequeños espacios, el territorio, encierran una historia mucho más grande.

"En la ficción, tienes que estar acompañado, tienes que contar con gente que crea en tu proyecto. En el documental, basta con que crea en mí mismo"

¿Cómo nace la idea de ese filme?

Había pensado varios proyectos sobre la memoria histórica. Uno de ellos era una ficción documental, Elegías de un huido, una adaptación de un libro de Juan Noya, y que aún espero llevar a cabo algún día. Mientras tanto, fui viendo cómo se estrenaban distintas propuestas documentales sobre la Guerra Civil, y muchas de ellas me dolieron en el corazón. Creo que se cebaban en el dramatismo de los acontecimientos, sin hacer una verdadera reflexión sobre ellos. Entonces, quise depurar todo ese proceso, retirar todos los filtros intermedios, y quedarme con la mínima esencia. Y eso fue 36/75.

Escoges lugares de A Guarda, en el presente, y muestras el mismo lugar en el pasado…

Quise despertar curiosidad y que, con la duración de los planos, la gente se pregunte qué ha cambiado, qué restos quedan de aquel entonces. Intenté construir la memoria desde el presente, porque A Guarda tiene restos de los ganadores, que quedan señalados, pero nada de los vencidos. Es un homenaje a la persona que dignificó la memoria histórica en A Guarda, Manuel Domínguez Pacheco, ‘Taxota’, que vio cómo fusilaban a dos de sus hermanos, y que siempre se esforzó porque el pasado no se olvidase. En el pueblo tuvimos un campo de concentración importante, el único espacio que no señalo en el filme con intertítulos explicativos. Curiosamente, la cinta aun no se ha estrenado en mi pueblo.

¿Y eso?

A La gente no le gusta verla, piensa que es una especie de ajuste de cuentas. Pero de eso nada, todo lo contrario. Ha habido incluso asociaciones de la memoria histórica de la zona del bajo Miño a las que no les ha sentado nada bien. Supongo que es por la falta de dirigismo, por la libertad que le quise dar al espectador a la hora de interpretar lo que ve. Pero, a lo mejor, echaron en falta una cierta orientación, que no le di, a pesar de centrarme ante todo en los derrotados. No quise darle al pasado otra forma que la que tiene de por sí. Quise, como decía Straub, «hacer que las piedras sean como palabras y las palabras como piedras».

De todas formas, no olvidemos tu filme anterior, 13 pozas

Es un homenaje a los 13 Lakes de James Benning, sincero, pero desde una mirada gallega, con una cierta ironía. Me quedé fascinado cuando lo pude conocer en el CGAI, y quise imitarlo en su manera de hacer cine con mínimos recursos. Ya estaba preparando una pieza sobre los charcos, sobre su plasticidad, que iba a durar siete minutos, pero la reduje a un minuto para hacer este juego. Lamentablemente, fue también un filme mal entendido. Se me acusó de frivolizar la figura de Benning, cuando mi intención es la contraria.

Estamos hablando mucho del humor, que también es una constante en tu filmografía…

Cierto. Se habla mucho del humor inglés, una marca que se ha extendido por el mundo, pero la ‘retranca’ gallega también hay que darla a conocer y ponerla en valor. Yo, dentro de mis limitaciones, intento emplearla y hacer partícipes a los espectadores. Pienso que aún tenemos que ser capaces de mostrar nuestro humor en el cine, de hacer una codificación cinematográfica de la ironía. Por eso, la gente parece no reconocerla cuando la ve en la pantalla.

"Con '13 pozas', se me acusó de frivolizar la figura de Benning, cuando mi intención es la contraria"

Da la impresión de que no estás satisfecho con la recepción que tienen tus filmes.

(Se detiene a pensar) El problema que encuentro, más que nada, es la incomprensión. He escuchado opiniones sobre Vikingland en los medios, de gente que ni la ha visto, ni se ha molestado en preguntarme por ella, pero que se lanza la ponerle etiquetas. Eso me molesta especialmente. Modestamente, creo que mis propuestas suelen ser sencillas, pero no por eso son menos ambiciosas. Sé que cada espectador ve su propia película, y que yo tampoco hago cosas muy asequibles, pero me gustaría que la gente fuera quien de ir más allá del entretenimiento. Me gustaría, a veces, más prudencia a la hora de hacer ciertas valoraciones. Pero, ¿sabes lo que de verdad detesto?

¿El qué?

Que el espectador quede indiferente, entre dos aguas. Quiero que mis pelis encanten o horroricen, pero que no queden en medio. Quiero provocar reacciones (ríe).

 

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