THE ACT OF KILLING, de Joshua Oppenheimer, Christine Cynn & Anonymous

Masacre. Ficción. Catarsis

This is not fake! This is not fake!”. Una voz traspasa la pantalla mientras el espectador contempla una primera escena desconcertante que más bien parece inspirada en un spot publicitario kitsch o en una epopeya de Bollywood: Bailarinas de corte balinés danzan bajo una onírica cascada acompañando los arrítmicos movimientos de un anciano con una túnica negra y un hombre travestido embutido en un traje de lentejuelas azul chillón. El fake o engaño al que se refiere la voz no deja de ser una advertencia para que afrontemos que lo que vamos a ver a partir de ahora no se trata de una fantasía surrealista, ni mucho menos, sino la reconstrucción de una masacre que en 1965 acabó con la vida de más de un millón de personas en Indonesia. Uno de esos genocidios que pasan tan ligeramente desapercibidos en los países occidentales, que nunca serán objeto de interés para los productores de Hollywood ni carne de blockbuster: la prueba es su completa ausencia en The Year of Living Dangerously (Peter Weir, 1982), una ficción ambientada precisamente durante el golpe de estado que derrocó a Sukarno en 1965 y que delata la incapacidad de occidente para comprender lo que ocurre más allá de su área de influencia, o más exactamente más allá de sus intereses geoestratégicos.

Este tipo de historias, por suerte, sí consiguen llamar la atención de aquellos documentalistas avispados como Joshua Oppenheimer que son capaces de reciclar la cruda realidad en la más impactante de las ficciones: con mucha maña e inventiva, Oppenheimer, apadrinado por Werner Herzog, ha conseguido dar otra vuelta de tuerca al género documental, situándose en la estela de S21, la machine de mort Khmère rouge (Rithy Pahn, 2003) y llevando la propuesta mucho más lejos, hasta entrar en el propio terreno metacinematográfico. Este cineasta, después de estar recogiendo testimonios de las víctimas de ese golpe militar durante una década, tuvo la oportunidad de conocer a algunos de los verdugos de esa masacre, miembros de grupos paramilitares que asesinaron a miles de civiles supuestamente comunistas y que hoy gozan de total impunidad en el país asiático, recibiendo el tratamiento y los honores de los héroes de guerra. Oppenheimer vio en esta oportunidad los cimientos del que se ha convertido en uno de los documentales más impactantes y transgresores de los últimos años. Camuflado como factótum de los verdugos, el director les pide que cuenten su experiencia de la manera que ellos más aprecian, es decir, representádola como si se tratase de una película de Hollywood. Anwar Congo y su inseparable Herman Koto, el anciano de la túnica negra y la ‘mujer’ de azul respectivamente, ultiman los preparativos del rodaje mientras van explicando sus métodos de exterminio: «Con esto podías matar a más personas sin manchar todo de sangre«, explica muy gráficamente Congo, colocando un alambre metálico alrededor del cuello de un asistente que, ironías del destino, resulta ser el hijastro de un supuesto comunista asesinado por las milicias.

En esta especie de making off surrealista, la narración oscila entre lo cómico y lo trágico, para caer, inevitablemente, en lo grotesco. El propio director, en una de las presentaciones del documental, llegó a decir a los espectadores que no tuviesen reparos de reirse, si así lo requería la escena. Y es que, realmente, hay situaciones en The Act of Killing tan absolutamente rocambolescas que parecen una broma: desde los diálogos en los que Congo narra su pasado como gánsgter (“soy un hombre libre y hago lo que quiero”) hasta los continuos travestismos de Koto y sus aspiraciones políticas como diputado. No obstante, a través de este sorprendente retrato construido sobre la vanidad de los verdugos, Oppenheimer obtiene un híbrido perfecto entre ficción y realidad que nos va sumergiendo en la condición más sórdida del ser humano para mostrar hasta dónde es capaz de llegar una sociedad en donde se da carta blanca a los criminales. En numerosas ocasiones, los paramilitares se jactan de sus fechorías y rechazan cualquier sanción punitiva o moral de los organismos internacionales. Al fin y al cabo, el genocidio de 1965 se perpetró en plena Guerra Fría, con Estados Unidos concentrando sus esfuerzos en asediar Vietnam y las demás potencias occidentales mirando discretamente hacia otro lado, como se puede ver, una vez más, en The Year of Living Dangerously, en donde lo más importante es que los personajes que interpretan Mel Gibson y Sigourney Weaver – un periodista australiano y una diplomática británica- pongan a salvo su amor de los problemas de Indonesia.

De ahí que al valor cinematográfico de este documental se le pueda añadir un valor social, a modo de catarsis para el público, al que se le da a conocer la parte oculta de la historia (de hecho, The Act of Killing bien podría haber narrado lo ocurrido en Chechenia, Armenia, Bosnia, Ruanda o tantos otros lugares donde el crimen no va acompañado del castigo). Este efecto catártico se hace todavía más visible en los propios protagonistas de la película cuando contemplan las escenas que ellos mismos han rodado: por primera vez en su vida, parecen ser conscientes del alcance de la masacre, gracias a esa relación de dependencia que tienen con los géneros y la convenciones del cine a la hora de recordar y representar las atrocidades cometidas. Así, una de las últimas escenas nos muestra a un Anwar Congo apesadumbrado intentando encontrar las palabras para exorcizar sus acciones. Esta imagen, sin embargo, nos vuelve a desconcertar como espectadores, puesto que a estas alturas ya no sabemos distinguir si se trata de un arrepentimiento real o, como en tantas otras secuencias, una nueva puesta en escena, esta vez siguiendo las convenciones del documental de denuncia política. Esta capacidad para remover las entrañas de los que se colocan a ambos lados de la pantalla es un valor añadido para The Act of Killing, una obra lúcida y provocadora capaz de cuestionar tanto el relato histórico como sus modos de representación.

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