UN DIOS SALVAJE, de Roman Polanski

EL YO Y LOS ELLO(S)

La doncella

¡Lárgate, ah lárgate!
¡Vete, cruel esqueleto!
¡Soy aún joven, sé amable y vete!
¡y no me toques!

La muerte

¡Dame tu mano, dulce y bella criatura!
¡soy tu amigo y no vengo a castigarte!
¡Confía en mí! ¡No soy cruel!
¡Déjate caer en mis brazos y dormirás plácidamente!

La muerte y la doncella, Matthias Claudius


Roman Polanski
hace siempre, esencialmente, la misma película. Sus inquietos e inquietantes protagonistas reaccionan ante una realidad que esconde tantas amenazas como sus almas, provocando demenciales espirales narrativas cuya ironía reside en las pequeñas diferencias entre apertura y cierre del film, planos habitualmente calcados. Y es que, teniendo en cuenta la biografía del director polaco, resulta comprensible su mirada tan cruel como desconfiada hacia el hombre y su entorno, y la angustiosa representación de la existencia, casi siempre ligada a espacios cerrados, a una intimidad intimidada. La muerte impregna su filmografía con el mismo halo que lo hace en la pieza de Schubert que da nombre a una de sus películas: La muerte y la doncella. Porque si en dicha pieza la joven y moribunda protagonista reaccionaba ante la presencia de la muerte, el cine de Polanski se muestra reactivo ante esa presencia en off, ante fatalidades que nacen de las grietas de sus protagonistas, tan fugitivos como el propio Polanski.

Y en esa ausencia de armonía, en las disonancias, crea Polanski su incómodo cine, pródigo en largos planos en los que el ambiente contiene la respiración. El mundo es pequeño, los vecinos unos cabrones, y los muros de nuestro hogar, mero artificio incapaz de protegernos de la paranoia. Sus personajes basculan de la voluntad a la contingencia, el equilibrio presupuesto al arranque de sus historias que, a base de rasgarlo, acaba mostrando la idea que del mundo tiene su director y de la indefensión inherente al llamado estado del bienestar. Las convenciones disfrazan lo primario de sus participantes, y en las brechas por las que se escapa nuestra irracionalidad es donde Polanski posa su mirada, en la ruptura de la cordura con la sociedad.

En Un dios salvaje, el director adapta la obra teatral de Yasmina Reza para presentar personajes alejados de los extremos y encerrarlos entre cuatro paredes para, a través del diálogo, desnudarlos de toda pose. Porque ambas parejas protagonistas representan el modelo familiar de una sociedad acomodada, de incuestionables valores tan asimilados que ni la pelea entre sus hijos representa una disputa. Así arranca el film, con ese conflicto como catalizador y cuatro personajes acordando amigable y milimétricamente lo que la declaración conjunta ha de contener, emulando un equilibrio salomónico allá donde solo uno de los bandos ha perdido los dientes. Y si bien Polanski ha acostumbrado a apoyarse en entornos para reflejar o catalizar acciones, para la ocasión brinda a sus personajes la oportunidad de ser ellos mismos como único motor de la historia, a través de la paulatina desaparición de los bozales que mantienen en off lo que pensamos.

Vertiginosa y afilada comedia, el film más veloz y divertido filmado por el director polaco.

Así, Un dios salvaje se erige como una ácida comedia de personajes que deshacen el equilibrio que ellos mismos han pactado desde la seguridad del pacto ya firmado y las convicciones personales, donde cada bando asume como universales sus verdades y las fisuras acaban por asomar a cuatro bandas en el encuadre. Y si la crispación se hace patente en los silencios, esta irá modulándose a través de diálogos que sirven de anzuelo a réplicas cada vez más airadas que, a modo de ‘strip-poker’ mayéutico, irá despojando a sus protagonistas de convenciones sociales y morales, para dibujar sobre esa ruptura entre el individuo y su rol social una vertiginosa y afilada comedia, el film más veloz y divertido filmado por el director polaco.

Polanski apenas concede momentos al acto, relegando a la palabra todo el peso del film que, sólo a través de hechos puntuales, se permite pequeños respiros en una violenta escalada de diálogos donde el conflicto primigenio se revela anecdótico y, con ello, poniendo en duda los absolutismos de una sociedad demasiado segura de sus propios pasos, demasiado escudada en valores y modelos que, a la gran mayoría, se nos antojan como fajas o peaje para satisfacer nuestro instinto gregario, enfrentado al individualismo que, a través de subterfugios, promueve el capitalismo. Así cada uno de los protagonistas representará un arquetipo, enfrentados no solo como progenitores, sino como individuos, como pareja e incluso como géneros, recorriendo el abanico que represente ese poliedro de facetas que cargamos cotidianamente.

Con ello abandona Polanski los excesos en perfilar sus personajes y la insinuación como proceso hacia la hipérbole para retratar desde lo tangible, lo verosímil. Los personajes de Reza convierten en caricatura la oscuridad inherente al cine del director polaco, abordando la misma temática desde la comedia desenfrenada para representar la muerte como un desenmascaramiento social. Porque en el cine de Polanski sus personajes evolucionan a través del dolor, del enfrentamiento con la muerte como proceso de maduración que opta por la plasticidad del subconsciente como vehículo sobre el que articular la puesta en escena. Y si no cabe duda que esa tendencia la ha suavizado el paso de los años, cabe preguntarnos qué quiere decirnos con ello Polanski, porque si su invariable inquietud temática ha necesitado de personajes cada vez menos extremos, somos nosotros los que, entonces, nos hemos acercado a ellos. A medida que crece su filmografía, decrece su impostura, mostrándonos que la doncella ya no delira, sino que se camufla entre nosotros.

Comments are closed.