Zaida Carmona: “Me parece peligroso que a una ficción se le exija que represente a todo un colectivo”

Zaida Carmona

© Lucia Vittoria

Tras su exitoso recorrido por varios festivales nacionales, como el D’A Film Festival (donde recibió el premio Un Impulso Colectivo), o el Atlàntida Mallorca Film Fest, La amiga de mi amiga, ópera prima de Zaida Carmona, ha tenido su estreno internacional este año en la sección Bright Future del Festival Internacional de Cine de Róterdam (25 de enero – 5 de febrero de 2023). Hemos hablado con la cineasta sobre su comedia de enredos lésbica con toques rohmerianos, su particular proceso de producción, los referentes de la obra y la trampa de exigir retratos colectivos con los que todo el mundo se sienta identificado.

A pesar de tratar temas universales, La amiga de mi amiga es una película muy personal, vinculada a una realidad, una ciudad y un grupo de personas muy concretos. ¿Te sorprendió cómo ha conectado con la gente fuera de estos círculos?

Era uno de nuestros temores cuando la estrenamos en el D’A Film Festival. Suponíamos que gustaría a nuestro entorno, pero no sabíamos qué pasaría después. Hay cosas con las que alguien de Barcelona, que frecuente los mismos bares, el mismo cine o las mismas calles, podrá empatizar más. Sin embargo, eso no ha impedido que en otros sitios también conecte con el público. Teníamos mucha curiosidad por ver la reacción de otras generaciones, tanto mayores como más jóvenes. Nos daba miedo que la película fuese algo muy cerrado, que solo interesara a gente de nuestro círculo. Afortunadamente, no ha sido así. El recorrido en España ha sido sorprendente, pero lo que ha pasado después ha superado todas las expectativas. El día que me avisaron de que la película estaba seleccionada en Róterdam, me puse a llorar [risas].

¿Cuál era la idea o pulsión inicial que te llevó a hacer esta película? 

El germen era contar una historia personal, pero queríamos escribir un guion de ficción con un sentido interno, aunque jugáramos con la autoficción, partiendo de nuestras experiencias y filmando a nuestras amigas. De hecho, la película tiene una estructura bastante convencional, en el sentido de que no deja de ser una comedia de enredos. Aun así, hicimos lo que nunca debe hacerse, según todos los laboratorios de cine, que es no pensar en la audiencia a la que iba dirigida la película. Es una obra que nace de una forma muy natural e intuitiva, realizada mediante un proceso de producción muy punki. No nos hicimos las preguntas que tal vez deberían hacerse para conseguir que algo trascienda. A pesar de eso, me hace especial ilusión que haya salido fuera, también por una cuestión de visibilidad del colectivo LGBT. Me parece muy poderoso que personas alejadas de mí puedan verla e incluso sentirse identificadas con algunas cosas, como yo me siento a veces identificada con personajes que no tienen nada que ver conmigo.

A las historias como la tuya se las acusa normalmente de intentar ser retratos generacionales que no representan a todo un colectivo. Lo hemos visto recientemente con la serie Autodefensa, por ejemplo. Entiendo que vuestra intención no era esa.

Me parece genial que hayas puesto el ejemplo de Autodefensa, porque es una serie que me encanta y creo que efectivamente ha sufrido esa crítica: “Es que nuestra generación no es así”. Claro, es que no lo pretende. Y con nuestra película ha pasado una cosa parecida, no a nivel generacional, pero sí de colectivo: “Es que no todas las lesbianas somos así”. ¡Menos mal, si no, apaga y vámonos! [risas]. Me parece peligroso que a una ficción se le exija que represente a todo un colectivo, porque al final no deja de ser una visión supersesgada. En este caso, es una visión muy parcial de un entorno muy reducido y pasada por el filtro de la comedia. Para mí es importante que haya una visibilidad y una representación de un cierto grupo de personas lesbianas, pero obviamente no representamos a todas. Creo que, como hay tan pocas películas y series LGTB, a las pocas que hay se les exige que representen a todo el mundo. Yo lo que quiero es que haya muchas y muy diferentes, que representen una existencia más compleja. También pasa a veces con películas dirigidas por mujeres. Se reclama un nivel de representación que acaba convirtiéndose en un lastre. Yo desde luego no soy la voz de las bolleras, ni mucho menos [risas].

¿Crees que se trata de una tendencia más acusada en películas como esta, que no presenta personajes ejemplares ni idealizados?

Eso es algo que sí tenía muy en mente. Como espectadora, a mí los personajes buenistas y perfectos me interesan menos. Creo que, a veces, se nos pide que los personajes queer sean de algún modo ejemplificadores. A veces incluso están tratados con cierto paternalismo y victimización. Yo quiero poder escribir personajes que sean incómodos, que caigan mal, que sean egoístas, que sean complejos. Solo faltaría que yo, por ser lesbiana, no pudiera ser insoportable. También tengo derecho a serlo, como tantos señores heteros.

Comentabas que fue una producción muy punki. Uno de los aspectos que más me interesa es el proceso de encontrar las escenas y los diálogos concretos a través de la improvisación.

Teníamos un guion escrito con unos diálogos, pero como trabajábamos con actrices no profesionales, yo incluida, tenía muy claro que era crucial que cada una hiciera suyo el personaje. Esto también lo aprendí viendo rodajes de Marc Ferrer, coguionista de la película, que ya no es punki, sino directamente kamikaze. El proceso consistía en, a partir del contenido, hablar y grabar mucho. Era la manera de encontrar la verdad y la naturalidad. En la vida, nuestros diálogos son casi siempre muy banales, pero hay un contenido interesante. Quería encontrar la verdad, tanto en los espacios como en los personajes y las conversaciones. Y eso solo era posible a través de la improvisación. Pero sí que parte de un guion establecido y de unos diálogos escritos.

Zaida Carmona

© Cristina Capote

¿Cómo fue trabajar con amigas y gente de tu círculo cercano?

Yo creo que facilitó el proceso. Es cierto que yo era amiga de muchas de ellas, pero no todas se conocían. Lo que pasó en el rodaje fue algo bastante mágico, porque se generó una comunión en la que el hecho de trabajar así nos permitió disfrutarlo como un juego, aunque curramos muchísimo. También considero que el contexto en el que rodamos, después del confinamiento, influyó mucho. El rodaje era un espacio en el que salir de ese aletargamiento.

¿Qué hay de la gente que no era tan cercana, como Christina Rosenvinge? ¿Cómo la convenciste para participar en la película?

Hace unos años hice unos vídeos para un disco suyo. Yo siempre he sido muy fan de Rosenvinge, y tenía la fantasía de que participase de alguna forma en mi primera película. Decidí escribirle y quiso apoyarnos. La verdad es que se portó muy bien. Fue gracioso porque, el día que rodamos con ella, cuando ya habíamos terminado el resto, fingimos ser un rodaje mucho más profesional para que no se asustara [risas].

Además de los explícitos, como la propia Rosenvinge o Rohmer, ¿qué otros referentes y autores tenías en mente para la película?

La verdad es que muchos. Están los obvios, como Rohmer o el primer Almodóvar —hay una escena que es un calco total de Mujeres al borde de un ataque de nervios—. También está el personaje neurótico a lo Woody Allen, y muchas directoras actuales que me flipan, como Miranda July, que igual no está presente en la narrativa, pero sí en ese tono muy pop de la película, sobre todo en los aspectos más estéticos. Desiree Akhavan también me encanta, porque juega siempre con esa autoficción, tiene un punto ácido y crea personajes un poco detestables a veces.

Más allá de la propia autoficción, algo que me atrajo mucho de la película fue el tono paródico y autocrítico. ¿Era algo que formaba parte desde el principio?

Totalmente. En primer lugar, es algo muy personal. Yo me enfrento mucho a mis dramas desde la autoparodia, es mi forma de salvación. No sé si es sano a nivel terapéutico, pero es mi manera de gestionarlo. Además, en este momento en el que vivimos, tan absolutamente egocéntrico, en el que yo me incluyo —he hecho una película en la que salgo en casi todas las escenas—, me parece una postura muy atractiva e interesante. Quiero hablar de mi vida, pero creo que es importante que no nos tomemos demasiado en serio y que nos riamos de nosotras mismas, de nuestros entornos, con un poco de acidez y de ironía. Nadie es tan interesante como se hace ver. Quería reírme un poco de mí, como esa persona cinéfila, y de esa Barcelona tan snob. También porque es el humor que más me interesa como espectadora y en el que mejor me muevo como guionista.

Volviendo al tema de la representación. Has criticado en alguna ocasión que, cuando se estrenan varias películas con temática LGBT, se genera la falsa sensación de que el mercado está “saturado”. 

Ahora se están visibilizando más contenidos queer y parece que haya una sobrerrepresentación, cuando realmente la representación es ínfima. Existe una cierta cuota, y esto es algo en lo que deben trabajar los festivales, las plataformas y sobre todo los organismos que conceden ayudas para producir películas. Parece que si hay una película al año de temática trans, ya no puede haber dos, cuando seguramente no tienen absolutamente nada que ver. Está bien que haya más películas sobre estas realidades, que haya otro tipo de historias en las que no se nos presente como personajes trágicos o clichés. No se trata solo de la cantidad, sino que debemos plantearnos cómo son esos personajes, desde dónde están hechos. Es evidente que la situación ha mejorado. Cuando yo era adolescente, apenas existía representación, pero todavía hay muchísimo camino por andar.

Zaida Carmona

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