Esquece Monelos, de Ángeles Huerta

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Mañana por la noche se estrena en A Coruña Esquece Monelos (Ángeles Huerta, 2016) en el Teatro Rosalía. Si trazásemos una línea recta desde la parte posterior del edificio en dirección a la lonja del actual puerto industrial, antes de que se construyeran todos esos centros comerciales y auditorios que lucen tan bien, podríamos haber visto, más o menos a esa altura, la desembocadura del río que da título a este filme. Digo más o menos porque, para las generaciones más jóvenes de coruñeses como yo, esta corriente de agua es algo que flota en la consciencia colectiva de la ciudad, pero que nunca hemos podido contemplar con nuestros ojos. Es como esa abuela de la que se habla siempre en la familia, pero no llegamos a conocer. Escuchamos historias, pero nuestras pupilas jamás han escudriñado su rostro, porque hace años que está enterrada. Al igual que este río, que es para la ciudad como esa abuela que yace en la tierra, presente y ausente al mismo tiempo.

Ángeles Huerta estructura su documental en torno a esta idea: la urbe es un ente vivo, como nosotros, que respira y tiene su dinastía de memorias, que se va desvaneciendo poco a poco. Los recuerdos pueden ser difusos si no se cuidan, si las redes que los tejen son destruidas, si el cauce sufre cortes y no encuentra el modo de reclamar su espacio. Lo mismo ocurre con el cerebro humano cuando las conexiones neuronales fallan. Estas imágenes se borran de nuestro disco duro. Haciendo un paralelismo entre las líneas de un río y las complejas conexiones que laten en nuestras cabezas, la directora logra de este modo, desde la primera secuencia, establecer un vínculo entre lo privado y lo público. Esto es, la pérdida de memoria por parte de una persona – entendemos que familiar próximo – y el mismo fenómeno aplicado a la desaparición del Monelos.

A partir de esta premisa, la película navega entre dos tipos de registros de lugares, y otro tanto con las entrevistas que realiza, como los dos hemisferios que se necesitan mutuamente para crear pensamiento. Por un lado, Huerta decide mostrarnos todo el recorrido que el río antes trazaba, capturando los vestigios de lo que queda de él. Por otro, enseña lo que ha dejado el paso del tiempo: nuevos edificios (entre ellos, curiosamente, dos complejos de la marca El Corte Inglés); nuevas interconexiones urbanísticas, más de carácter vial; algunas fábricas; espacios rururbanos y chabolismo. En lo que respecta a las entrevistas, realiza dos modalidades. O, para ser más precisos, realiza entrevistas y sale al encuentro de personas. Las primeras, a profesores universitarios, expertos en materias como urbanismo, psiquiatría, historia o sociología, están pensadas para dotar de peso académico y científico a su comparación río-mente. Sin embargo, más allá de establecer este juego, que queda perfectamente plasmado en imágenes con la grabación de conexiones neuronales a gran tamaño puestas en relación con el río en una de las primeras secuencias, no aportan nada más a un filme que funciona mejor en su vertiente más humana. Cuando Huerta enfrenta a los vecinos actuales y a los antiguos pobladores que vivían al lado del cauce con la realidad que tienen ante sus ojos y con sus memorias, es cuando la película se expande en múltiples direcciones y fluye libre como este río que encontró sus recovecos para seguir llegando a la mar. Las historias de los vecinos dicen más sobre la especulación urbanística, el realojo de ciertos sectores incómodos de la población o el impacto medioambiental, que cualquiera de las declaraciones con las que la directora parece justificar intelectualmente la propuesta. Para ser justos con estas partes del filme, habría que decir que contrastadas a documentos e imágenes de archivo, sí logran por momentos levantar el vuelo y, confrontando – así funciona toda la película, en continua confrontación entre dos polos – ofrecen interesantes reflexiones sobre la construcción de la memoria colectiva. Especialmente relevante y atractiva es la secuencia en la que el antiguo alcalde coruñés Joaquín Manuel Liaño Flores – gobernó de 1976 a 1979 – ofrece su visión del derribo de buena parte de la ciudad para dejar paso a una nueva era de modernidad – y de feísmo, ya de paso – mientras un grupo de vecinas de la zona de Eirís rememoran la vida que el río dio a su juventud, frente a imágenes recuperadas de sus antiguas casas y su demolición.

Todo esto, acompañado de una voz en off lírica, pinceladas de un cine del yo que expone también a la directora ante este caudal, y unas impresionantes tomas del río enterrado, componen Esquece Monelos. La cinta, como el río, se pierde en meandros en una estructura que odia la línea recta, se retuerce, y al final desemboca. Hay tramos con más agua, y otros en los que apenas humedad, pero en todo caso, en sus idas y venidas, se erige como retrato honesto en pos de la recuperación de la memoria de la ciudad. Es un filme obligado para todo coruñés informado, y una sorpresa para el cinéfilo, que descubrirá en la ópera prima de Ángeles Huerta una mirada con talento.

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