FIC XIXÓN 2017: NUEVA ETAPA (I/II)

pour le reconfort

Esta crónica será forzosamente parcial y heterogénea, pues nuestra visita a Gijón nos alcanzó para ver algunos filmes en solo cuatro días, dentro de una selección enorme que difícilmente puede abarcarse a no ser que una se centre en una sección en concreto. No es el caso, picamos de aquí y allá, viendo muy buen cine, pero sin poder establecer grandes conexiones. Quizás la única clara que encontramos en una importante cosecha de cine francés este año, fue la voluntad común de varios cineastas de adaptar textos teatrales a una puesta en escena cinematográfica. Esto es una constante en la filmografía de Eugène Green y Paul Vecchialli, que presentaba aquí Les sept déserteurs ou La Guerre en vrac (2017), pero que lamentablemente no pudimos ver.

El primero, tras la retrospectiva que el festival le dedicó en 2011, escogió Gijón para el estreno mundial de En attendant les barbares (2017) y acertó, pues salió reforzado en el palmarés con el premio a la mejor película. Partiendo de un taller de teatro, Green reunió a una troupe de doce actores y los puso a trabajar en torno a una serie de textos. La particular declamación de los intérpretes, con inspiración en el teatro barroco, una abstracción estética cada vez más acusada – buena parte de la película se filma en un onírico espacio negro donde no existe contexto – y los planos frontales en las conversaciones, rompiendo el eje tradicional de plano-contraplano, son algunos de los elementos que Green vuelve a utilizar en esta película. Al fin y al cabo, se trata de una reflexión sobre la deriva consumista y vacua de la civilización occidental.

A Bruno Dumont no acabamos de pillarle el punto, pero está claro que esta misma inquietud sobre cómo trasladar lo escénico a la gran pantalla sin que resulte teatro filmado podemos encontrarla en Jeanette, l’enfance de Jeanne d’Arc (2017). La película que más dividió en Cannes se trata de un musical sobre la infancia de Juana de Arco. Más allá de lo curioso de la propuesta, a la firmante le cuesta encontrar valores en un filme que es una nueva oda a lo kitsch de su autor, y que seguro agradará a los fans.

Sin embargo, la tapada de esta vertiente teatral, la verdadera sorpresa, es Pour le réconfort (Vincent Macaigne, 2017). A las que seguimos la carrera de Macaigne no nos cae del cielo esta película, pues con su mediometraje Ce qu’il restera de nous (2012) ya había dado muestras de ser, no solo un gran intérprete, sino un excelente director de actores, además de un director/camarógrafo preocupado por la traslación de la dramaturgia al lenguaje fílmico. En esta su ópera prima – si no contamos el largo para televisión Dom Juan & Sganarelle (2015) – tiene a Mauro Herce como director de fotografía, por lo que visualmente luce más que su anterior trabajo, si bien para aquel la dureza del DV iba que ni pintada para la propuesta.

En Pour le réconfort realiza casi una variación estilística mejorada de aquella. La sinopsis coloca a un par de hermanos muy ricos, de esos burgueses que tienen vivienda en varias capitales del mundo y se mueven por ellas como quien coge un tren a Cuenca, volviendo al hogar para hacerse cargo de unas tierras dejadas por sus padres en herencia. Allí deben tratar con quienes representan en realidad el sustento de su riqueza, los trabajadores de ese campo, de su edad, pero desde luego no de su condición social. El trato resulta afable y próximo hasta que explota la diferencia de clases. Macaigne pinta una Francia podre en la que el angst del burgués en busca de sí mismo contrasta con la desaparición de la identidad de clase en el obrero. Todos perdidos sin saber a dónde ir, pero con un malestar interno en latente histeria, estos actores no hacen más que guardar las apariencias para después gritarse.

El interesante recurso que Macaigne encuentra en la representación visual de este segundo caso es el aparte fílmico. Como en el teatro, los actores hablan al público, pero no mirando a la cámara, sino de costado o dándole la espalda, como la dan a su interlocutor en escena. Estos monólogos de lo que comúnmente se conoce coma un “diálogo de besugos” trasladan eso, la no comunicación entre personajes, que en realidad vomitan el texto sin que la aparente réplica en la pantalla exista.

Y lo más alucinante de todo esto es que Macaigne logre con su método, no solo una intensidad fuera de lo común, sino sacar algo coherente. En esta película no había guión, solo una situación en la que el actor reunió a varios amigos en una casa de campo y, pidiéndoles que trajesen textos preparados que les apeteciese interpretar, montaron este particular retrato de las tensiones sociales e intergeneracionales en una cambiante Francia, donde la grandeur y la égalité del característico pacto social de la posguerra han quebrado. Ante esta crisis de Europa, Macaigne propone un ejercicio de psicoanálisis que rompe las fronteras tradicionales entre cine y teatro.

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Valie Export, feminismo y vanguardia

Entre los focos a cineastas, destacaba este año el dedicado a la austríaca Valie Export, quien comenzando más ligada al mundo del arte, acabó por construir toda una carrera muy particular en el cine, que navega entre la vanguardia y la ficción. También fotógrafa, Export se presenta casi como una artista total de la imagen, aunque su particular interés se encuentra en la representación del cuerpo femenino, interrogándose, como buena feminista, sobre cómo es presentado por el arte tradicionalmente falocéntrico y los productos de consumo que nos rodean. En el corto Ein perfektes Paar oder die Unzucht wechselt ihre Haut (Lust) (1986) habla precisamente del cuerpo como objeto de consumo a través de la publicidad, imaginando situaciones de ficción muy irónicas, que pareciesen sacadas de una película porno barata. Ha pasado el tiempo por los efectos digitales de vídeo que aplica, pero la vigencia de este filme ahí está. Hoy, seguramente, si Export tuviese que filmarlo, optaría por la espectacularidad de unas gafas de realidad virtual – que no se usan solo para los videojuegos, también para el porno. Siempre ha estado en la vanguardia en cuanto a cuestiones tecnológicas. Por ejemplo, una pequeña cámara en su traquea le permitió grabarse su propia glotis para registrar el lugar donde se genera el sonido al leer un poema en the voice as performance, act and body (2007).

Junto a estos cortos se proyectaron otros filmados en celuloide en los años setenta y ochenta, algunos de ellos de corte estructuralista, otros verdaderas performance filmadas. Estas técnicas se integran perfectamente en los dos largos de ficción que pudieron verse, Unsichtbare Gegner (invisible Adversaries, 1977) y Die Praxis der Liebe (The Practice of Love, 1984). Los dos protagonizados por una mujer liberal, en el primer caso una artista que podría sufrir de esquizofrenia, en el segundo una periodista de investigación; las cintas retuercen los géneros de la ciencia-ficción y el noir respectivamente para pintar retratos de la Austria del tiempo en que fueron filmadas. Lo interesante es su estructura libre, en la que Export introduce sus prácticas artísticas en torno a lo performático y la creación de imágenes sobre el cuerpo. El resultado son sugerentes largos que mezclan cine de género con lenguaje de vanguardia.

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Fotografía de portada. Natalia Casado / FICX.

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