FID MARSEILLE 2015: SUSTRATOS DE LA MEMORIA

'Toponimia' de Jonathan Perel.

‘Toponimia’ de Jonathan Perel.

Decir que el cine es memoria resulta una evidencia tan grande como afirmar que es luz. Pero tópicos aparte, si tan a menudo repetimos estas verdades absolutas es porque la complejidad detrás de tales declaraciones es inmensa. El FID, festival preciso y pertinente, lo sabe bien. De ahí que, dentro de esa línea del cine de la memoria, se decidiese hacer en su última edición un repaso a otro clásico: el cine de ruinas. Desde los inicios del medio, éste casi es un subgénero en sí, con dos figuras totémicas que repiten tema de fondo: Nuit et brouillard (Alain Resnais, 1955) y Shoah (Claude Lanzmann, 1985).

Si bien el tema de Toponimia (Jonathan Perel, 2015) no son los campos de concentración nazis, el impacto que causó esta película, premio Camira, en la cronista; es similar al de las dos obras maestras citadas. Con un poso más farockiano, y poniendo en marcha mecanismos narrativopolíticos en la línea de James Benning, Perel nos entrega una película de precisión matemática. Son cuatro registros, sin diálogos ni comentario alguno, de pueblos fundados por el gobierno militar argentino a mediados de los setenta, para combatir a las guerrillas que operaban en el Tucumán. El genio de la película radica en desentrañar su estructura, que desvela los mecanismos del poder en esta imposición urbanística. Plano a plano, con una duración exacta cada uno de 15 segundos, vamos comprobando conforme avanza el metraje, cómo cada registro está ejecutado y montado en la misma secuencia. Son cuatro pueblos idénticos, solo diferenciables por cómo el tiempo ha erosionado las superficies de los edificios de maneras diversas. La ordenación de éstas es simétrica, con torres de vigilancia en el medio, más elevadas, los militares bien posicionados en un sistema panóptico; y el pueblo continuamente controlado a su alrededor. Mediante su aproximación, Perel reproduce en cierto modo la automatización con la que se ejecutaban las obras en el régimen, y desvela la topografía, más que la toponimia, de unos lugares opresivos y opresores. Sin decir una sola palabra, es capaz de comunicar más de lo que fue ese espacio que los múltiples ensayos que poblaron la sección oficial, ya casi una vertiente mainstream en el documental contemporáneo. Por eso, Toponimia fue el filme más relevante de un festival que giró en torno a esta cuestión, y sin duda es un ejemplo sobresaliente del cine de ruinas, como no se ha visto en años.

De entre los ensayos, varios a citar: Rastreador de estatuas (Jerónimo Rodríguez, 2015), Schicht (Alex Gerbaulet, 2015), Retratos De Identificaçao (Anita Leandro, 2014) o A Trama E O Círculo (Mariana Caló, Francisco Queimadela, 2014). El filme de Rodríguez no está muy lejos del punto de partida de Toponimia, solo que lo desarrolla de un modo absolutamente diferente. Más poético, absolutamente hablado, es una cinta muy personal. Si Perel iba detrás de las huellas históricas de unos edificios, el chileno va en busca de presencias escultóricas, relacionadas con su pasado personal y con el de su país. Metáfora de la historia reciente de Chile, cuaderno de notas poético, novela policial de corte épico; quizás el problema de Rastreador de estatuas es que intenta abarcar mucho, partiendo de un dispositivo muy rígido. El ejercicio iría en a línea de uno de los importantes filmes de la competición, Santa Teresa y otras historias (Nelson de los Santos Arias, 2015); si bien aquí la memoria no juegue ese papel fundamental. Adaptación libre de la novela de Roberto Bolaño 2666, el director sale en busca de un retrato del México rural contemporáneo, que se intuye también policíaco en su estructura narrativa. Dos buenos ejemplos de cómo, desde lo real, también se puede invocar el género. O, dicho de otra manera, modos de llevar la novela de no ficción del Nuevo Periodismo al cine.

Schicht y A Trama E O Círculo juegan también en la misma liga. Películas que rinden tributo de Dios al material, al documento como dogma; utilizan objetos, fotografías, planos, citas de libros y toda clase de materiales para desarrollar un discurso que prueba una tesis. En el caso del filme alemán, se trata de desentrañar los sustratos nazis, de la tierra como memoria; en el lugar de donde proviene la directora Alex Garbaulet, ligando esta excavación histórica de las imágenes a un trauma familiar. Filme profundamente político y personal, como muchos de la selección, destaca dentro de estos ensayos materialistas por una voz en off melosa y hiphopera, que marca el ritmo de la narración de las imágenes. Premio a la mejor ópera prima, vuelve a antojársenos rígida, pero si el galardón pretende destacar una voz a seguir, el reconocimiento de la singularidad; entonces el jurado no pudo escoger mejor. A Trama E O Círculo, por su lado, se ejecuta como exploración visual en torno a dos movimientos que configuran el mundo perceptible, la línea recta y el circular. La película propone diversas variaciones de éstos, resultando más en catálogo de formas que en propuesta experiencial.

Ya para cerrar el apartado de los ensayos, mención aparte merece Retratos de Identificaçao. Mezclando archivo visual y entrevistas a represaliados por el régimen militar brasileño, el filme recuerda mucho a un 48 (Susana de Sousa Dias, 2010) hablado. Aquí hay palabra, pero la sutileza y respeto con la que se aproxima Leandro a los retratados van en la misma línea. Filme también austero, se privilegia precisamente de contar con unos testimonios muy fuertes y directos, honestos, que hacen daño.

'Dreamistan', de Benjamin Ilyasov.

‘Dreamistan’, de Benjamin Ilyasov.

Ficción y huellas

La recuperación de la memoria configuró otras propuestas que intentaban llegar al mismo lugar desde una aproximación más evocadora y de ficción. Abdul & Hamza (Marko Grba Singh, 2015), mención en la competición de primeros filmes, es uno de los mejores ejemplos de esta vertiente. Película que se interroga sobre la relación de Europa con los países del sur del Mediterráneo, cuenta con dos protagonistas como figuras metafóricas de un éxodo en suspensión. Un guía cuenta mitos a turistas, de hombres refugiados en las ruinas (de nuevo), en una montaña. Se refiere a tiempos pretéritos, pero en el presente, Abdul y Hamza viven ocultos, más invisibles que los fantasmas que el guía evoca. Los dos protagonistas se encuentran allí atrapados, a la espera, un poco como en la Zona del Stalker (1979) de Andrei Tarkovski, aunque las formas para evocar lo mítico recuerden más a las del Apichatpong Weerasethakul de Tropical Malady (2004). Una tercera historia es la del rodaje que los sigue, captando las huellas sonoras y visuales dejadas en el paisaje. El director funciona como figura fantasmagórica también, en una sociedad que vaga sin rumbo. La película resulta muy evocadora, funcionando más por estímulos e ideas apuntadas a modo de bocetos entrelazados, que con una narrativa por actos convencional.

Más clásico se muestra en este aspecto un filme que juega también a tres tiempos, pero muy claramente definidos y separados. En By Our Selves (Andrew Kötting, 2015) el actor Toby Jones da vida al poeta romántico John Clare, siguiendo el camino que recorrió una vez al escapar de su manicomio. En este trayecto, el realizador va sumando figuras relacionadas con la literatura local para hablar de la obra de Clare, incluso cuando muchas de ellas no parecen tener mucho que ver con él. El caso más emblemático es el de un Alan Moore que declama perfectamente la poesía del literato inglés, como fauno salido de entre los árboles del bosque. Pero su opinión sobre el poeta, débilmente fundada, debilita un filme, como con muchos otros ejemplos, que parece vagar sin rumbo. El dispositivo de filmación se nos muestra de manera arbitraria, y solo parece remontar el vuelo cuando el padre de Toby Jones, Freddie Jones, entra en juego, recordando cómo dio vida a John Clare para la televisión. Ahí el tercer tiempo. Su presencia sostiene una película poblada de grandes nombres de las artes inglesas, que parece buscar otro modo de filmar una película de bustos parlantes, sin encontrar esa forma. El resultado es irregular, pero puesta en el conjunto del programa, al final By Our Selves se muestra como una de las piezas que mejor encaja en este FID 2015. Para gustos. Fue uno de los filmes que más dividió entre la crítica, y logró tantos detractores como adeptos, alzándose coa mención especial del jurado internacional.

Sin embargo, un filme que pasó más desapercibido y que personalmente nos resultó una joya, de esos que remueven un programa y lo dotan aún de más sentido, fue Dreamistan (Benjamin Ilyasov, 2015). La cinta juega con los clichés del género musical para adaptarlos al Kazajistán rural de la Perestroika, con múltiples referencias a los cuentos de hadas del folclore regional. Siendo una película difícilmente codificable para un europeo occidental, tiene unos ciertos valores universales que lograron que el público conectase con ella. Con toques de realismo mágico, y filmada al modo del cine de género local, el director dice haberse inspirado en los melodramas cantados de su infancia, que claramente parodia. La película se aproxima al tratamiento visual del Spring Breakers (2011) de Harmony Korine, en el sentido de que se apropia de los códigos estéticos de una generación y contexto para realizar un retrato fiel a una comunidad concreta, desde los clichés asumidos por todos en el sistema de representación imperante; mientras realiza una crítica al mismo tiempo por la vía del humor esperpéntico. En este caso, no tanto de carácter social como político. Quien controla las historias – aquí, la ficción televisiva – dicta las normas. Oda en contra del cine como arma ideológica, trae al presente la memoria de un pueblo que parece vivir también en un limbo temporal.

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