FILMADRID 2018: MIENTRAS HAYA LUZ (II)

Foto: Christine LB

Foto: Christine LB

Puedes leer la primera parte de esta crónica aquí.

4. Vanguardias

Por otro lado, y como ya es costumbre, en la competición análoga de Vanguardias se apostó por recopilar películas que pretenden hacer de la forma su principal arma de resistencia. La selección volvió a mostrar sus múltiples posibilidades, albergando desde Between Relating and Use (Nazli Dinçel), una de las piezas más pulidas de ese continuo sobre la relación cine-cuerpo que es la filmografía de la directora turca; a la totalmente opuesta en forma y fondo Nazidanie (Boris Yukhananov, Aleksandr Shein), que explora las ramificaciones insospechadas de todo relato deportivo en dos horas y media de narración en torno al cabezazo de Zidane sobre Materazzi en el Mundial 2006.

Por sorpresa, toda la atención del palmarés recayó este año sobre Caerán lóstregos do ceo (Adrián Canoura, Premios Vanguardias y Camira), un cortometraje vertebrado por los poemas de Rosalía de Castro que mira hacia la Galicia rural como terreno de leyendas y supersticiones ancestrales, sin que el lúgubre dispositivo formal contrarreste la escasa entidad propia del conjunto. En ese sentido destacaron por encima Mountain Plain Mountain (Yu Araki y Daniel Jacoby), retrato del delirante movimiento alrededor de las carreras de caballos en Japón que se las apaña para mostrarlas elusivamente; What I Remember (Antoinette Zwirchmayr), relato en primera persona del deseo de la autora que revela el carácter fragmentario de toda evocación memorística; o la más anecdótica Star Ferry (Simon Liu), superposición de estampas en 35mm sobre el vértigo de las capitales asiáticas modernas.

5. Las noches sin fin de Filmadrid

Si todo lo comentado hasta ahora obedece al fértil patrón que Filmadrid ha seguido edición tras edición, con mínimas variaciones, el broche y factor diferencial de este cuarto lo puso el foco Endless Nights. Este ciclo, dedicado a películas que transcurren durante una sola noche y programado consecuentemente en la franja nocturna del Círculo de Bellas Artes, se impuso como el más completo de la corta historia de un festival justamente caracterizado por la búsqueda de innovación en sus propuestas. Por si fuera poco, a la lúcida selección le acompañó el excelente estado de las copias en 35mm –todas excepto dos– de las películas proyectadas, un total de ocho sesiones de diversa procedencia histórica y geográfica. Con él se demostró que cruzando la historia del cine en torno a una temática se puede sintetizar mejor que de ninguna otra forma la fertilidad inagotable del medio; si además se hace evitando lugares comunes y apostando por obras raramente vistas en salas de cine, el modelo de estas noches sin fin es sin duda un camino a seguir explorando.

Die strasse (Karl Grüne)

Die strasse (Karl Grüne)

El ciclo comenzó con la que quizá fuera la mejor sesión del festival. A la proyección de la hipnótica Die straße (Karl Grüne, 1923), joya poco conocida del expresionismo alemán, le acompañó un original diseño musical en directo que, apostando por sonidos electrónicos en detrimento de las usuales notas de piano dedicadas al cine mudo, demostró las posibilidades del formato. Un primer acierto al que acompañaron otros más anunciados pero no por ello menos gloriosos, como el doble de programar durante la semana Toute une nuit (Chantal Akerman, 1982) y Vendredi soir (Claire Denis, 2002), dos notorias y dispares exploraciones de la pulsión urbana a través del movimiento de los cuerpos. Además de sus singulares virtudes, entre las dos obras complementan como ninguna otra de estas cineastas los inagotables rasgos autorales de ambas; en particular, la coincidencia de la ubicación en una sola noche permite comparar sus distintivos tratamientos del tiempo fílmico.

También hubo espacio para el pinku-eiga japonés con Violated Angels (Kôji Wakamatsu, 1967), en torno a un asesino múltiple, formalmente reivindicable aunque hoy extemporánea en su doble lectura subversiva y psicológica; la nueva ola brasileña con Noite vazia (Walter Hugo Khouri, 1964), punzante crónica de la decadencia de dos arquetipos masculinos en una noche de encuentros con prostitutas, algo lastrada por sus milimétricas similitudes con la filmografía de Antonioni; para la alegoría del caos político con la muy irregular, pero pertinente a más no poder, Nuit de chien (Werner Schroeter, 2008); o la escuela de Barcelona con Noche de vino tinto (José María Nunes, 1966), crónica del encuentro etílico de dos amantes fugaces en una noche urbana y, como tantas obras de aquella época, poseedora de esencias no muy exploradas por el cine posterior en nuestro país.

Sin embargo, la sesión que más confirmó la irreductible voluntad de Filmadrid por romper esquemas fue paradójicamente aquella que aglutinó las dos películas de menor nivel de la selección, Queen Kong y Io sono Valentina Nappi (Monica Stambrini, 2016-17). En la mezcla genérica de la primera, lo desconocido sirve para desatar el apetito sexual mediante la aparición de una extraña criatura en el bosque; la posterior, que comienza como la crónica documental de un día cualquiera en la vida de la actriz porno Valentina Nappi, muta hacia la mitad en desatado encuentro erótico con su amante. Su programación conjunta, con actriz y directora presentes en la madrileña Sala Equis, sirvió para sacar a colación el debate sobre la representación sexual en el medio. Si bien el valor fílmico de las dos películas, gobernadas por el imaginario del porno, es cuestionable pese a su especial enfoque en la mirada femenina y los aspectos estilísticos –la selección musical de la segunda obra y su juego con la iluminación son notables–, también resulta difícil negar que ambas aportan claves para una revisión de la disciplina, compleja y desde luego inusual en estos ambientes festivaleros.

6. Pasado, presente y futuro

En un festival cuya ambición guía a la acumulación de propuestas en la parrilla, contando con un foco tan brillante como el mencionado en el centro del programa, los tres restantes –a los que, del mismo modo que sucedió con la selección de Pasajes de Cine, no pudimos prestar tanta atención– nos quedaron en otro plano. Con el enérgico Khalik Allah, retratista de la identidad urbana negra entre cuyas tres obras destaca Field Niggas (2014), se presentaba no sólo una realidad, sino también una gema por pulir a cuyos futuros trabajos habremos de permanecer atentos. En cambio, con el italiano Tonino De Bernardi, autor de Dei (1968) admirado por Pedro Costa o Jonas Mekas, el festival homenajeaba a un veterano con décadas de oficio que por primera vez mostraba –visiblemente emocionado– su trayectoria de forma retrospectiva. Por último, la israelí Raquel Chalfi, aclamada poeta además de cineasta, complementó la proyección de su breve obra fílmica con un recital nocturno dentro de la habitual programación de Vanguardias Live.

Toute une nuit (Chantal Akerman)

Toute une nuit (Chantal Akerman)

Cuando todas estas actividades terminaron, en nuestra memoria seguía resonando esa última secuencia de Toute une nuit, proyectada en 35mm en medio de una noche de Madrid que, por momentos, en su continuo vaivén meteorológico, cobró los mismos tonos azulados que tiene la Bruselas en la película de Chantal Akerman. Fue una experiencia de las que confieren sentido casi sobrenatural a este festival de cine: si el año pasado la extensión de “el fuego” se tradujo en brutal ola de calor, en esta ocasión, como ya anticipó la doble presencia de Hong Sang-soo, la presencia de Filmadrid en la capital terminó por arrojar una luz cegadora sobre lo mismo que diez días antes se contemplaba entre tinieblas.

Un año más, el reto es que el espíritu permanezca en los once meses restantes.

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