KUBELKA: EL CINE Y LA COCINA COMO FORMAS ARTÍSTICAS

En las notas al programa de Florentina Hubaldo, CTE, la nueva película de Lav Diaz, Gertjan Zuilhof, uno de los programadores del Festival de Rotterdam y especialista en el cine del sudeste asiático, contabilizaba en cerca de cien horas las que el festival holandés había dedicado al cineasta filipino desde que en 2005 presentase Evolution of a Filipino Family. Zuilhof sumaba los dobles y triples pases de cada película, si bien, como quedaba claro en el caso de Florentina Hubaldo, CTE, no tenía en cuenta los pases de prensa ni el hecho de que esta última película en realidad duraba una hora más de lo que anunciaba el catálogo (¡seis y no cinco!). Hora más, hora menos, cien horas son muchas horas. Salvo que, claro, seamos Ai Weiwei, el artista multidisciplinar chino del que Rotterdam presentaba varias de sus películas, algunas de ellas en formato instalación, como, por ejemplo, Beijing 2003, con una duración estimada en 150 horas (!).1

Habría que ver muchas, muchas veces las películas de Peter Kubelka para alcanzar ese centenar de horas. Como unas cien veces al menos, porque el conjunto de su filmografía apenas supera la hora de duración. Siete películas, la más corta de 1 minuto, la más larga de 16, que fueron realizadas a lo largo de casi sesenta años. Aún así, durante esta edición del festival de Rotterdam me fue posible pasar con Kubelka seis horas y media, lo que, según como se mire, puede ser considerado como una mera paradoja o una mera proeza. ¡Y sin llegar a ver todas sus películas! O quizás por eso…

Peter Kubelka delante del fogonazo de luz y sonido que es 'Arnulf Rainer', en formato cuadro.

Rotterdam presentó a Kubelka por partida doble. En primer lugar con un documental de casi cuatro horas de duración dirigido por la cineasta checa Martina Kudláček, Fragments of Kubelka, título, este sí, paradójico donde los haya. En realidad se trata de un ‘one man show’ en el que la realizadora hace bien en dejar el terreno libre a un Kubelka que expone su filosofía de vida en una larga entrevista puntuada con imágenes de archivo y algunos, muy escasos, fragmentos de sus películas. Es conocida la reticencia del cineasta austriaco a digitalizar su obra, motivo por el cual difícilmente Kudláček podía recurrir a fragmentos de sus películas. Se entiende entonces que los “fragments” del título se refieren a la persona, al artista, a los fragmentos de entrevistas, a los fragmentos de su vida, pero no a los de sus películas. Estas se vislumbran, en ocasiones diegéticamente, en particular Unsere Afrikareise (1966), que Kubelka desmenuza en directo en un programa de la televisión americana (de cuando Kubelka era uno de los “integrantes” de la vanguardia americana junto a Jonas Mekas, Stan Brakhage o James Broughton y, como tal, uno de los fundadores del Anthology Film Archives; de hecho, en el curso del documental señala su inclinación por la vanguardia americana dado el escaso eco del cine experimental en Europa). Arnulf Rainer (1960) recibe un tratamiento diferenciado y tan solo llegamos a percibir su reflejo en el rostro de un Kubelka que asiste a su proyección en un cine. Es una hallazgo más que notable, que no sé si habría que poner en el haber del propio Kubelka o de Kudláček. En el fondo ese plano dice mucho más de Arnulf Rainer que cualquier telecinado que pueda verse por ahí, entre otras cosas porque si hay una película imposible de pasar a vídeo esa es ésta (telecinarla es como pretender fotocopiar una escultura). Como se sabe, Arnulf Rainer se compone de una sucesión de fotogramas negros y transparentes y de sonido y silencio, ordenados según diferentes ritmos y cadencias que, en proyección, se transforman en una sucesión de fogonazos de luz y sonido (y que, antes que en video, resulta más útil ver expuesto en tiras de celuloide, como un cuadro). Es el cine reducido a su esencia. O, mejor dicho, es la esencia del cine, casi su grado cero, esa pureza que muchos dicen buscar y encontrar en los Lumière, Griffith o Chaplin. No, Arnulf Rainer es el cine tal y como fue concebido antes de su Big Bang. Lo que vino después, todo lo demás, por permitirnos una ‘boutade’, no es más que su banalización.

Esa esencia es la que Kubelka siempre ha buscado, ya sea como cineasta, como intérprete de música barroca o como cocinero. Dada la escasez cuantitativa de su obra, últimamente es más habitual oír hablar de Kubelka como cocinero que como cineasta, pues sus invitados son agraciados con largas comidas (que él mismo cocina) que se pueden extender a lo largo de muchas horas. En Fragments of Kubelka le vemos cocinar, por supuesto, y también relatar alguna que otra anécdota como guardián de una tradición culinaria que ha heredado de su abuela por vía materna. Hay una historia en particular, su descubrimiento de las moras, que es toda una lección artística, una lección de cómo podemos llegar a asociar un determinado sabor con una forma concreta, como, una vez que descubrimos el sabor de las moras, nos basta con verlas para estimular nuestras ansias de ingerirlas y saborearlas. El gusto se educa, nos viene a decir Peter Kubelka, que allá por los años setenta llegó a impartir en una universidad alemana una asignatura denominada “el cine y la cocina como formas artísticas”.

'Unsere Afrikareise' fue una de las piezas presentadas en Rotterdam por Kubelka, que acudió a la cita con un curioso instrumental con el que cocina su arte, y que bien podría haber pertenecido a un alquimista o brujo africano.

Hubo más Kubelka en Rotterdam, en este caso, cualitativamente hablando. El lunes 30 de enero estaba anunciada una sesión con la proyección de cuatro de sus películas y una “conferencia” del propio cineasta (la sesión se repetía el último día del festival con otras dos películas, pero sin la presencia de Kubelka). No fue una sesión cualquiera. Tuvo más que ver con una suerte de experiencia iniciática, algo sólo comparable a la serie de presentaciones que el año anterior nos había regalado en esa misma sala Nathaniel Dorsky a lo largo de cinco mágicas jornadas. Fue como asistir de nuevo a Fragments of Kubelka en vivo. Se proyectaron cuatro de sus películas, solo que tres de ellas dos veces cada una, reservando para el final el broche de oro, Arnulf Rainer. Las otras tres (Adebar, Schwechater y Unsere Afrikareise) fueron presentadas por su autor, luego proyectadas, analizadas después en detalle y, cuando ya habíamos aprendido a saborearlas, proyectadas de nuevo. Todo ello después de una larga introducción que prolongó la sesión hasta las dos horas y media (en total eran 40 minutos de proyección, contando los tres pases dobles) y en la que Kubelka actuó como el prototípico cocinero de un programa de televisión. A su lado una larga mesa con un montón de utensilios cuya utilidad desconocíamos de antemano. Había un metrónomo y una jarra con agua, lo demás podía ser el instrumental de un alquimista o de un brujo africano, quién sabe si los ingredientes para la preparación de un sabroso banquete. Algo de eso era, porque poco a poco todo fue cobrando sentido y el misterioso instrumental se acabó revelando como una serie de instrumentos de percusión primitivos: americanos, africanos, japoneses, unas primigenias castañuelas… Dos piedras, dos trozos de madera, entre cuyos orígenes podían mediar cientos de años o miles de kilómetros, que prácticamente tenían la misma función, pero que al golpearlos el uno con el otro producen sonidos muy distintos. Arnulf Rainer se compone de luz, oscuridad, sonido y silencio. Como todas las películas, sí, pero…

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1 El vídeo, que se podía ver en un monitor, consiste en un recorrido en coche por todas las calles de Pekín que se encuentra dentro de su “cuarto anillo”, un total de 2.400 kilómetros filmados desde el parabrisas y a lo largo de 16 días.

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